Recomiendo:
0

Sobre enemigos y adversarios

La esperanza, ¿expresión pequeño burguesa?

Fuentes: Bitácora

-¡Sir! la fuerza opositora crece. Nuestros enemigos son cada vez más poderosos. -Se equivoca, aquellos son nuestros adversarios. Los enemigos están de este lado, entre nosotros. Un diálogo atribuido al primer ministro británico. Winston Churchill La agudeza de Churchill era inconmensurable. Su ironía y la justeza de sus argumentos políticos, sus agudos comentarios, daban cuenta […]

-¡Sir! la fuerza opositora crece.

Nuestros enemigos son cada vez más poderosos.

-Se equivoca, aquellos son nuestros adversarios.

Los enemigos están de este lado, entre nosotros.

Un diálogo atribuido

al primer ministro británico.

Winston Churchill



La agudeza de Churchill era inconmensurable. Su ironía y la justeza de sus argumentos políticos, sus agudos comentarios, daban cuenta de un pensamiento conocedor de las alternativas cambiantes y, por supuesto, de la condición humana que se entrelaza de manera sólida con las coyunturas que se verifican en cada orden de la vida.

Por ello, más allá de reseñar hechos – que, chocolate por la noticia, es el elemento sustancial del periodismo – permítasenos tratar de reflexionar sobre algunos temas que se verifican en la complicada transición entre el gobierno colorado aún en funciones y, por supuesto, el entrante, una inédita experiencia, pues uno de los contendientes tradicionales luego de 174 años de historia, ha cambiado.

Decimos complicada, pues se están verificando – a ojos vista – hechos bochornosos en la administración, con nombramientos, ascensos, cambios de destinos, consolidación de privilegios, todo un escándalo innecesario, sobre el que pende la necesaria revisión de todo lo actuado que desde el pique mismo a anunciado la administración entrante.

Es malo tener que señalar, verificando que el gobierno saliente, al que le quedan pocas semanas de gestión, sigue haciendo las cosas mal. ¿Por qué decimos esto? En razón de que, ni siquiera en las postrimerías de su gestión – quizás la última del Partido Colorado por décadas – se han podido sustraer de prácticas clientelísticas, producto de un funcionamiento de país en qué el «enganche» político fue siempre consecuencia de este fenómeno.

Recordemos los «clubes» políticos de antaño, verdaderos centros de reclutamiento de funcionarios para el Estado, que durante décadas fueron el camino de ingreso a la administración pública.

Casi ninguna persona que haya pasado por la administración – con algunas excepciones que confirman la regla – pudo sustraerse en el pasado de recorrer ese camino, tortuoso y esencialmente hipócrita, en que «un padrino» político, en base a la tarjeta de recomendación, abría puertas y abarrotaba oficinas de personas que por su sola presencia – claro, ¡había que justificar funciones! – hacían cada vez más engorrosos los trámites en un mar de sargazo burocrático que, en algunos casos, todavía se mantiene y que empantanaron, a nivel de parálisis, la función estatal.

Qué no se interpreten estas palabras como una crítica a quienes debieron utilizar ese mecanismo para poder insertarse en la función pública, una de las únicas salidas laborales que existían en esos períodos con ciertas perspectivas de desarrollo, que hicieran posible la concreción de sueños de una existencia digna en este país formado, desde su fundación, por campesinos pobres que de manera aluvional llegaron a nuestras costas, reales parias económicos de casi todos los principales países que hoy conforman la Unión Europea.

Fueron los que construyeron al país, los que impulsaron su progreso, sectores progresistas que llevaron en su momento a José Batlle y Ordóñez al poder, un modernizador que colocó a nuestro pequeño territorio, con forma de corazón, en uno de los sitiales más avanzados del continente. Un país rico en su relación producción extensiva – población. Un país de pocos habitantes que contrastaba con la fertilidad de su suelo y, por supuesto, con la riqueza que se producía. Un país que logró vivir períodos de holgura, especialmente, cuando las materias primas sin elaborar eran apetecidas por un mundo convulsionado por conflagraciones bélicas que destruyeron a Europa.

Uruguay creció en base a exportaciones redituables. Y, por supuesto, se derrumbó cuando ese fluir de riqueza, por otras razones, se redujo. Es lo que pasaría en este momento, cuando el país crece a muy buen ritmo como resultado de la buena colocación de carne en el mercado estadounidense, a donde va el 70% de nuestros saldos exportables. ¿Qué pasaría con la política exportadora, impulsada y ideologizada por el presidente Jorge Batlle, si mañana se modificaran esas contingencias comerciales? ¿Por qué no se explica claramente que paralelamente al crecimiento de las compras en EE.UU. han caído, de manera sintomática, las que se realizaban en otros destinos?

Se da la extraña paradoja de que un país donde la población, abrumada por la crisis, luego traspasar un largo proceso vinculado a luchas populares y a una concientización creciente de la población, eligió a un presidente socialista, viva una dependencia tan peligrosa como abrumadora en su comercio exterior, a lo que se debe sumar, como coletazo de la desastrosa política económica de «manual», una deuda externa tan gigantesca como impagable en la actual coyuntura del país.

Por ello pensamos que Tabaré Vázquez debe emprender una enorme cadena de equilibrios en que, cualquier desliz propio o fortuito, puede determinar contingencias de difícil solución para un país empobrecido y, ¿por qué no decirlo de manera cruda?, con parte de su población hambreada como consecuencia de mecanismos aconsejados por los organismos multinacionales de crédito para impulsar su modelo foráneo para el «desarrollo» económico que fracasó en forma rotunda.

A lo ancho y largo del país están las muestras del descalabro que, por contingencias propias del rebote de la economía basado, en lo fundamental, en la compra de carne por parte de EE.UU., parece haberse comenzado a revertir. Hay un mayor poder de compra en algunos sectores de población; se venden más vehículos que en los años anteriores, los shopping están atiborrados de compradores impulsados por las sorprendentes ofertas.

Sin embargo la cadena de locales cerrados, donde antes funcionaban pequeños comercios, talleres de distinta índole, y muchos etcéteras más, muestran que todavía en la economía uruguaya no circula la cantidad de dinero necesaria para volver a la situación previa a la crisis que se detonó al día siguiente a la devaluación en Brasil (13 de enero de 1999) y que tuvo como su vortice de dramatismo el año 2002, cuando se produjo el gigantesco descalabro bancario.

A esa altura ya vivía el país el proceso de «astringencia» sobre la sociedad, a la que se le extraían recursos presupuestales y para presupuestales, achicando la economía. El Estado dejó de comprar, pues los ministros de Economía Bensión, Atchugarry y Alfie, resolvieron utilizar los dineros de todos, recaudados por la vía de los impuestos, los que tenían fines precisos, en su «salvataje» fallido a los bancos que después igualmente se derrumbaron.

Esa «astringencia» que se vivió en la economía uruguaya y que sigue siendo la piedra angular de la actual conducción, algunos la siguen aplaudiendo, pues con ella se revirtieron los números de algunas cuentas. Pero esta la contracara: esa misma política fue el factor determinante de la actual situación que tiene como resultado perverso a ese millón de personas que viven por debajo de la línea de la pobreza.

Hoy los reclamos son generales. Mientras en Economía se baten palmas y se reciben las felicitaciones de los organismos multilaterales de crédito, diversos ministerios están en ruinas. Los docentes y los policías siguen recibiendo los sueldos más bajos de la historia del país, la investigación científica – factor innegable de desarrollo – fenece por carencia de fondos, la actividad privada – en razón de que el Estado redujo sus compras – debió achicarse a niveles nunca vistos anteriormente, expulsando a miles y miles de trabajadores.

La mejoría de las exportaciones – vendemos los mismos productos que a principios de siglo, sin mano de obra incorporada – que tiene una evidente importancia coyuntural, ha mejorado algunos índices pero, el país en su conjunto, sigue postrado esperando que alguien modifique la orientación y comience a derramar, como es necesario, riqueza en los bolsillos de los uruguayos para que el ciclo de la economía se reanime con fuerza.

La esperanza es un sentimiento pequeño burgués, nos decía hace algunos años un amigo marxista leninista o marxista y leninista (no recordamos muy bien la significación de aquel embrollo ideológico), al que el materialismo se le había subido a la cabeza y adaptaba su vida a sus rígidas convicciones. Sin embargo hoy, cuando estamos viviendo un período de transición, entre el último gobierno del Partido Colorado y el primer gobierno de la izquierda en el país, esa palabra, «esperanza», es la que puede describir con más claridad nuestro estado de ánimo.

Tenemos la esperanza en que, con claridad y mesura, el nuevo gobierno reactive en ciclo económico, sin lo cual todas las otras cosas se convertirán en esperanzados proyectos muy difíciles de cumplir. Y tenemos confianza – quizás otro sentimiento pequeño burgués, como los que criticaba mi amigo – en los hombres que están al frente del proyecto entrante que a partir del 1ro de marzo se convertirán en los gobernantes que tratarán de enfilar el barco del país, contra viento y marea, rumbo al progreso.

Y por eso – como sostenía Churchil – es bueno que desde ya se definan enemigos y adversarios, que no son la misma cosa.

(*) Periodista. Secretario de redacción del diario LA REPUBLICA y del suplemento Bitácora. Montevideo. Uruguay.