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La geopolítica no duerme

Fuentes: Insurgente

Suponer a estas alturas que el presidente georgiano, Mijaíl Saakashvili, se atrevió a atacar a Osetia del Sur, el pasado 8 de agosto, sin la anuencia de Washington resultaría, cuando menos, muestra de ingenuidad política. Hay la suficiente cantidad de elementos fácticos para asegurar que el gabinete de Tbilisi se pasó de confiado al sentirse […]

Suponer a estas alturas que el presidente georgiano, Mijaíl Saakashvili, se atrevió a atacar a Osetia del Sur, el pasado 8 de agosto, sin la anuencia de Washington resultaría, cuando menos, muestra de ingenuidad política. Hay la suficiente cantidad de elementos fácticos para asegurar que el gabinete de Tbilisi se pasó de confiado al sentirse respaldado en un papel que trata de desempeñar con obsesión perfeccionista: el de «torreta exterior» de un bloque político empeñado en su hegemonía planetaria.

Y es que, de acuerdo con la conocida publicación digital Gara , en el «terreno fronterizo» que constituye Osetia del Sur pujan con denuedo el atlantismo (de la OTAN), liderado por EE.UU., y una Rusia emergente, que no admite tutelaje y ha reivindicado su condición de potencia mundial con una réplica que bien podría considerarse la primera gran batalla por recobrar la multipolaridad.

Como recuerda Knut Mellenthin, en Junge Welt , el primer indicio de que el Gobierno de Tbilisi cuenta con la bendición de su gran postor -se asegura que la república ex soviética concita la segunda mayor cuantía de ayuda castrense imperial, después de Israel – fue la actitud que se gastara la Oficina Oval en el Consejo de Seguridad de la ONU, al bloquear cada toma de posición conjunta para la renuncia a la violencia, y negarse a criticar siquiera someramente el proceder de Saaskashvili.

En el análisis de la situación habrá que tener en cuenta que, poco después de una visita a Tbilisi de la secretaria de Estado Condoleezza Rice, unas maniobras conjuntas nombradas Respuesta Inmediata congregaron en Vaziani, en las cercanías de la mencionada capital, a unos 600 efectivos georgianos, un grupo de oficiales de Ucrania, Azerbaiyán y Armenia, y a mil soldados estadounidenses, con armamento variado.

Los ejercicios se extendieron del 17 al 31 de julio. En la noche del 1 al 2 de agosto empezaron las provocaciones de las fuerzas armadas georgianas en los alrededores de Tsjinvali. Cuando el inefable Mijaíl dio la orden de ataque, en la noche del 7, se encontraban todavía en su país parte de las tropas yanquis participantes en las maniobras. Ello, sin contar que, conforme a la inteligencia moscovita, cerca de mil asesores yanquis instruyen a unos tres mil mercenarios, ucranianos, bálticos y caucásicos, muchos de los cuales se enfrentaron a las fuerzas de paz rusas en Osetia del Sur. Y que -vox populi- una parte del contingente de soldados georgianos destacados en Iraq fue transportada por aviones norteamericanos hacia el nuevo objetivo.

La razón del «oso»

Pero intentemos una clara secuencia expositiva. Siguiendo lo que ya podría pretenderse una tradición, el 8 de agosto pasado el Ejército georgiano emprendía un ataque sorpresivo contra la capital de Osetia del Sur, Tsjinvali, 100 kilómetros al noroeste de Tbilisi, con el objetivo de hacerse del control efectivo de una región jurídicamente autónoma en el seno de la república de Georgia, e independiente de hecho durante los últimos 16 años. (La otra parte del territorio del pueblo osetio, Osetia del Norte, pertenece a la Federación Rusa.)

Los combates dejaban numerosas víctimas, civiles las más, y obligaban a miles de personas a abandonar sus hogares. Como justificación de la embestida, el gabinete de Saakashvili aducía el supuesto bombardeo de aldeas de su país por los rebeldes secesionistas, en abierta violación del cese del fuego unilateral declarado por Tbilisi.

Supuesto bombardeo, sí, porque no podríamos dar cabal fe de estas aseveraciones luego de uno de los más sonados casos de escamoteo de la realidad, protagonizados por los atacantes y los grandes medios de comunicación, globalizadores de la mentira, solazados en la censura de informaciones tales como que la mayoría de los más de 60 mil habitantes de la Osetia sureña consideran a los rusos sus proverbiales protectores. Y de que muchos de los muertos presentados eran civiles osetios y no georgianos.

La respuesta de Rusia -con misión de paz en el lugar- sorprendió a más de uno, por su rapidez y su extensión: sus tropas llegaron a las inmediaciones de Tbilisi, luego de derrotar a los invasores en toda la línea, y de someter a un fuego graneado, desde tierra, aire y el Mar Negro, a bases militares y agrupaciones de fuerzas georgianas, las cuales en la retirada abandonaron una ingente cantidad de pertrechos, muchos de ellos provenientes de Estados Unidos, Israel y Ucrania, sus proveedores habituales.

El analista cubano Rodolfo Humpierre nos ayuda a desentrañar el por qué de la violenta reacción de Moscú. Baste recordar, nos dice en enjundiosa reseña, que Osetia fue dividida arbitrariamente por el imperio zarista en 1843, y que la actual zona sur quedó como distrito dentro de la entonces provincia (gubernia) de Tiflis, hoy conocida también como Tbilisi. Esta división resultó ratificada en abril de 1922, cuando se proclamó la Provincia Autónoma de Osetia del Sur dentro de la República Socialista Soviética de Georgia. Nuestra fuente aclara que ni étnica, ni cultural, ni religiosa, ni históricamente los osetios han aceptado la subordinación.

En previsión del descalabro de la URSS, en abril de 1990 el Soviet Supremo aprobó dos leyes que estipulaban el derecho de las autonomías (repúblicas, provincias, comarcas y regiones) a celebrar referendos sobre su salida de la gran federación. La legislación asentaba que la autoproclamada independencia de los territorios no podía ser modificada sin consentimiento de sus respectivas poblaciones.

Como paso previo, en el contexto desintegrador que se estaba gestando, el Soviet de Diputados Populares de Osetia del Sur había acordado, en noviembre de 1989, convertir la provincia en república autónoma, estatuto proclamado oficialmente en septiembre de 1990, estando vigente la ley soviética mencionada en el párrafo que antecede.

Sin embargo, en diciembre de ese mismo año, el gobierno de Tbilisi declaró ilegal la república autónoma, e implantó allí el estado de emergencia, sin reparar en que esta tenía el derecho, luego disfrutado por la propia Georgia, de declararse soberana, saliéndose de la Unión Soviética, decisión que los surosetios no tomaron en ese momento, al parecer frenados por la vieja aspiración de reunificarse algún día con sus hermanos de Osetia del Norte.

«Al desintegrarse la URSS, en diciembre de 1991-nos recuerda Humpierre-, las fuerzas que habían tomado el poder en Georgia proclamaron la independencia de ese país, incluyendo dentro de su jurisdicción los territorios de dos autonomías: Osetia del Sur y Abjasia. En ello Tbilisi contó con el apoyo de la ONU, en medio de la euforia con que las grandes potencias occidentales habían acogido la implosión del gran Estado Soviético».

Algunos han olvidado -les conviene la desmemoria- que, en un referendo celebrado por las autoridades surosetias, en enero de 1992, el 98 por ciento de la población se pronunció a favor de la soberanía, promulgada en mayo de ese mismo año. Y he aquí que, ante la reacción de las fuerzas georgianas, estalló un conflicto armado sofocado rápidamente mediante negociaciones que, con el auspicio de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), establecía una comisión cuatripartita, integrada por Rusia, Georgia y las dos repúblicas secesionistas: Osetia del Sur y Abjasia; y un contingente de paz, a cargo de Rusia.

Desde entonces, Osetia del Sur y Abjasia han permanecido en un limbo jurídico, al no serles reconocido su estatus soberano por ningún país del mundo, pero han sido favorecidas por el apoyo de Moscú, trasuntado incluso en la entrega de la nacionalidad rusa a todos los pobladores que la han solicitado.

Otro elemento jurídico respalda la actuación de Moscú en el encontronazo bélico ahora surgido: en 1999, Georgia se avino a un acuerdo que le confiere a Rusia la función de defender a la población civil de las regiones afectadas en caso de que cualquiera de las partes violase el cese del fuego vigente desde 1992.

¿Entonces?

En primer lugar, el argumento de Mijaíl Saakashvili de que la acción de guerra tiene el objetivo de «garantizar la integridad territorial» de su nación ante la presencia de tropas extranjeras que apoyan a los separatistas resulta fácilmente rebatible. El articulista citado arriba se pregunta cómo explicar que solo se reportaran 18 militares rusos muertos y, sin embargo, alrededor de dos mil civiles, los más de ellos en la capital surosetia, Tsjinvali, casi totalmente destruida por la artillería y la aviación georgianas. «¿Cómo podrá Saaskashvili justificar el uso de mortíferos lanzacohetes Grad contra su propia población civil?».

Ah, sucede que los mandamases georgianos, halcones nuevos de viejo tipo, se han sentido la mar de confiados en vista del espaldarazo que les han ofrecido la Oficina Oval y la cohorte de aliados europeos de esta. Y, claro, están presionados por una regulación sine qua non para entrar en la OTAN: no serán admitidos países con conflictos internos. Por tanto, había que apresurarse, ¿no? Inestimable momento aquel en que el mundo en pleno miraba hacia la Beijing olímpica, cuando el primer ministro de recio puño Vladimir Putin asistía a la apertura.

Dado el poco tiempo que depara el calendario para el ingreso en la Alianza Atlántica, diciembre próximo, había que intentar la rauda solución del problema, con un atrevido golpe de efecto que dejara a Rusia en ascuas, sin saber qué hacer. Pero, al parecer, Tbilisi no tuvo en cuenta que Moscú vigila. Y que, así como «no cree en lágrimas», descree de las intenciones de los estadistas occidentales, que propiciaron el desgajamiento de Kosovo sin que la mayoría albanesa asentada en esa región ancestralmente serbia dispusiera de los instrumentos jurídicos que respaldan a los surosetios en su clamor, y ahora, sin embargo, empecinados en evitar la separación de Osetia del Sur de Georgia.

El Kremlin demostró que está dispuesto a unir palabra y acción. Y que ha comprendido que tras el consiguiente ingreso de Georgia (y de Ucrania) en la organización militar imperialista se ¿esconde? el interés de continuar la ya añosa saga de cercar y aislar al «Oso Misha» de su entorno natural; es decir, de la mayúscula riqueza en hidrocarburos que encierran los países adyacentes al mar Caspio. Riqueza que se trasegaría hacia Occidente sin complicación alguna, gracias a la «integridad» de Georgia.

Entonces, en el fondo se trata de una cuestión geopolítica, con una justificación legal en el caso de Rusia. Y tan evidentemente geopolítico es el asunto, que algunos analistas, soslayando razones concretas como la propia voluntad del pueblo osetio, llaman a condenar a ambas partes, «enzarzadas en una puja imperial». Nosotros, sin embargo, coincidimos con aquellos que, como J.M. Álvarez en la digital La Haine , proclaman el derecho de Rusia de mantener su soberanía ante la tendencia a la fragmentación en pequeños estados de fácil y más que posible colonización yanqui. Y, con el colega, nos preguntamos: ¿Acaso esa federación impone medidas draconianas a los países del Tercer Mundo para invertir? ¿Amenaza Moscú a medio planeta, como lo hace Washington?

Relativas son las cosas, sin duda alguna. Occidente aboga por la independencia de Kosovo, y la de Chechenia, donde de férrea manera se han comportado tanto Rusia como muchos de los combatientes secesionistas chechenos, entre los que se cuentan Shamil Basayev, entrenado por la CIA, y otros que también han asesinado a civiles y hasta han tomado por asalto una escuela llena de niños, con un resultado trágico. Occidente aboga por lo que conviene a sus intereses materiales, apañándoselas para convencer a los incautos -la gran prensa mediante- del derecho legítimo de títeres como Saakashvili, y de la falta de derecho de los osetios del sur a la plena soberanía.

Haciendo el pillo, Occidente ha pecado aquí de tonto. Sí, no alcanzó a prever la magistral jugada de Rusia, que, conforme a un destacado politólogo, supo aplastar con rapidez y eficiencia a las hordas militares de Georgia, a pesar de los refuerzos de ese país transportados por el Pentágono desde Iraq; que no aceptó la tregua unilateral ofrecida por Tbilisi, y que, luego de avenirse a una bilateral solo tras consolidar sus posiciones en el campo de batalla, trasladó el conflicto a la dimensión político-diplomática cuando el imperialismo comenzó a movilizar su maquinaria militar y mediática mundial.

Por supuesto, nadie deberá apresurarse a cantar victoria, porque la leña amontonada podría materializar el fantasma de Osetia del Sur en los cuatro confines del Cáucaso. Y claro que más allá. ¿Alguien creerá que la geopolítica duerme?