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Postal desde ‘Oleoducstán’

La guerra líquida

Fuentes: Tomdispatch.com

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Lo que pueda suceder en el inmenso campo de batalla por el control de Eurasia, será lo que proporcione el argumento final a la tumultuosa deriva hacia un nuevo y policéntrico orden mundial, también conocido como el Nuevo Gran Juego.

Nuestra vieja y buena amiga, la disparatada «Guerra Global contra el Terror» con la que el Pentágono ha renombrado astutamente la «Larga Guerra», comporta otra guerra similar, aunque medio escondida, mucho más importante: la guerra global por la energía. Suelo pensar en ella como la Guerra Líquida, porque su torrente sanguíneo está conformado por los oleoductos que zigzaguean por los potenciales campos de batalla imperiales del planeta. Dicho de otro modo, si su asediada y crucial frontera estos días es la Cuenca del Caspio, su tablero está conformado por la totalidad de Eurasia. Pienso en ella, a nivel geográfico, como Oleoducstán.

Todos los yonquis geopolíticos necesitan un chute. Yo me enganché al tema de los oleoductos a partir de la segunda mitad de la década de 1990. He cruzado el Caspio en un buque de carga azerí sólo para seguir el oleoducto de Baku-Tblisi-Ceyhan a través de Caucaso, que ha costado unos 4.000 millones de dólares y que es más conocido en este juego de ajedrez por su acrónimo, BTC (Oh, a propósito, el mapa de Oleoducstán está plagado de acrónimos, ¡por tanto, es mejor que nos acostumbremos a usarlos!).

También he recorrido varias de las solapadas Rutas modernas de la Seda, u Oleoductos de la Seda, para posibles flujos futuros energéticos desde Shanghai a Estambul, anotando, en plan Hágalo Vd. mismo [1],  mis propias rutas para el GNL [gas natural licuado]. Solía seguir vorazmente las aventuras del, en otra época, Rey Sol de Asia Central, el ahora difunto Turkmenbashi o «líder de los turcomanos», Saparmurat Niyazov, jefe de la inmensamente rica en gas República de Turkmenistán, como si fuera un héroe de Conrad.

En Almaty, la antigua capital de Kazajstán (antes de que la trasladaran a Astana, en el medio del medio de la nada), sus vecinos se sintieron perplejos cuando manifesté un impulso irresistible a llegar hasta Aktau, la ciudad del boom petrolífero del país. («¿Por qué? No hay nada allí»). Al entrar en la habitación de los mapas, que semejaba el Espacio Odyssey, en la sede moscovita del gigante energético ruso GAZPROM -donde se detalla digitalmente cada uno de los oleoductos de Eurasia-, o en la sede de la Compañía Nacional Iraní del Petróleo (NIOC, por sus siglas en inglés), con sus pulcras filas de expertas vestidas con el chador, sentí como si estuviera entrando en la cueva de Aladino. Y el hecho de no leer nunca en la misma frase las palabras «Afganistán» y «petróleo» sigue siendo una fuente de infinito jolgorio para mí.

El año pasado, el petróleo te salía por un ojo de la cara. Este año, está relativamente barato. Pero no se engañen. No se trata del precio aquí. Nos guste o no, la energía sigue siendo eso de lo que quiere apropiarse todo aquel que es alguien. Por tanto, consideren este escrito sólo como la primera entrega de un cuento muy largo sobre algunos de los movimientos que se han hecho, o que se harán, en el enloquecedor complejo del Nuevo Gran Juego, que avanza sin pausa sin que importe para nada el resto de fuerzas que esta semana se introduzcan en los titulares.

Olvídense de la obsesión de los medios con al-Qaida, con el «muerto o vivo» Osama bin Laden, con los talibanes -nuevos, moderados o clásicos- o con la «guerra contra el terror», cualquiera que sea el nombre que adopte. Todo eso es pura filfa comparado con el juego geopolítico de alto riesgo y pornografía dura que va detrás de los fluidos de los oleoductos del planeta.

¿Quién dijo que Oleoducstán no iba a resultar divertido?

Llamando al Doctor Zbig

En su mágnum opus de 1997 «El gran tablero de ajedrez», Zbigniew Brzezinski -extraordinario profesional de la realpolitik y ex asesor de seguridad nacional de Jimmy Carter, el presidente que lanzó a EEUU a sus modernas guerras por la energía- trazó precisamente con algún detalle cómo había que aferrarse a la «primacía global» estadounidense. Posteriormente, su plan maestro sería debidamente copiado por ese letal puñado de Doctores No que se congregaron en el Bill Kristol Project para un Nuevo Siglo Americano (PNAC, por sus siglas en inglés, en caso de que Vds. hubieran olvidado el acrónimo, ya que su portal en Internet y sus seguidores se esfumaron).

Para el Dr. Zbig, quien, como yo, consigue su chute en Eurasia -es decir, pensando a lo grande-, todo se reduce a promover precisamente el surgimiento de una serie propicia de «socios estratégicamente compatibles» con Washington en los lugares donde los flujos de energía son más abundantes. Y eso debería hacerse, como él señalaba cortésmente entonces, a fin de moldear «un sistema de seguridad trans-euroasiático más cooperativo».

En estos momentos, el Dr. Zbig -entre cuyos fans está evidentemente el Presidente Barack Obama- debe haberse dado cuenta de que, en cierta manera, se ha hecho que descarrile al tren euroasiático que tenía que entregar los productos energéticos. Al parecer, la parte asiática de Eurasia no se muestra muy conforme con esos planes.

Con crisis financiera global o no, el petróleo y el gas natural son las claves a largo plazo de una inexorable transferencia de poder económico de Occidente a Asia. Aquellos que controlen Oleoducstán -y a pesar de todos los sueños y planes puestos en marcha, parece que no va a ser Washington- tendrán la última palabra en todo lo que esté por venir, y no hay ningún terrorista en el mundo, ni siquiera una larga guerra, que pueda cambiar eso.

El experto en energía Michael Klare ha sido decisivo a la hora de identificar los vectores clave en el salvaje y continuado barullo mundial para apoderarse de Oleoducstán. Esos vectores oscilan desde la creciente escasez (y dificultad para alcanzarlas) de los suministros de energías primarias hasta los «penosamente lentos desarrollos de las energías alternativas». Aunque puede que no se hayan dado cuenta, las primeras escaramuzas de la Guerra Líquida en Oleoductán han tenido ya lugar, e incluso en la peor de las épocas económicas, los riesgos aumentan constantemente dada la implacable rivalidad entre Occidente y Asia, bien sea en el Oriente Medio, en el escenario del Caspio o en los estados africanos ricos en petróleo como Angola, Nigeria y Sudán.

En efecto, en esas primeras escaramuzas del siglo veintiuno, China ha reaccionado con prontitud. Incluso antes de los ataques del 11-S, sus dirigentes estaban formulando una respuesta a lo que consideraban como una invasión de reptiles de Occidente sobre el gas y el petróleo de las tierras de Asia Central, especialmente en la región del Mar Caspio. Para concretar, en junio de 2001, sus dirigentes se unieron con Rusia para formar la Organización para la Cooperación de Shanghai. Es conocida como la SCO (por sus siglas, en inglés) y este es un acrónimo que deberán memorizar. Va a estar omnipresente durante todo un tiempo.

Volviendo a entonces, los miembros junior de la SCO eran, por decirlo así, los Estanes, las ex repúblicas de la Unión Soviética ricas en energía -Kirguizistán, Uzbekistán, Kazajstán y Tayikistán-, a las que la administración Clinton, y después la nueva administración Bush, dirigidas por esos ex energéticos hombres, habían estado mirando codiciosamente. La organización quería convertirse en una sociedad cooperativa regional a múltiples niveles económicos y militares que, según la veían tanto rusos como chinos, funcionaría como una especie de manta de seguridad alrededor del borde superior de Afganistán.

Irán es, desde luego, un nódulo energético crucial en Asia Occidental, y los dirigentes de ese país también iban a demostrar que no eran mancos en lo que se refiere al Nuevo Gran Juego. Irán necesita de al menos 200.000 millones de dólares de inversión exterior para modernizar de verdad sus fabulosas reservas de gas y petróleo y así poder vender mucho más a Occidente de lo que las sanciones impuestas por EEUU le permiten ahora. No sería de extrañar que Irán se convierta pronto en un objetivo en Washington. No sería de extrañar un ataque aéreo contra aquel país que sigue siendo el sueño húmedo final de toda suerte de Likud/niks así como de Dick («Pescador») Cheney y de sus chamberlanes y camaradas de armas neocon. Según lo ven las elites de Teherán y Delhi y las de Pekín y Moscú, un ataque estadounidense, que ahora está fuera de la pantalla del radar hasta al menos 2012, sería una guerra no sólo contra Rusia y China, sino contra todo el proyecto de integración asiática que la SCO está llamada a representar.

Baratijas globales [2]

A la vez que la administración Obama trata de poner orden en sus políticas centroasiáticas, afganas e iraníes, Pekín continúa soñando con una versión segura y caudalosa, alrededor de la energía, de la antigua Ruta de la Seda, que se extendería desde la cuenca del Caspio (los Estanes ricos en energía más Irán y Rusia) hasta la provincia de Xinjiang, su Lejano Oeste.

La SCO ha ampliado sus objetivos y alcance desde 2001. En la actualidad, Irán, India y Pakistán disfrutan de «estatuto de observador» en una organización que cada vez más persigue controlar y proteger no sólo los suministros energéticos regionales, sino todo Oleoducstán en cualquiera de sus direcciones. Este es, por supuesto el papel que a la elite gobernante en Washington le gustaría que jugara la OTAN a través de Eurasia. Dado que Rusia y China esperan que la SCO juegue un papel similar por toda Asia, va a ser inevitable que se produzcan toda suerte de enfrentamientos.

Pregunten a cualquier experto importante de la Academia China de Ciencias Sociales en Pekín y les dirá que la SCO debe entenderse como una alianza, única a nivel histórico, de cinco civilizaciones no occidentales -rusa, china, musulmana, hindú y budista- y, por ello, capaces de evolucionar hasta formar la base de un sistema de seguridad colectiva en Eurasia. Ese es un pensamiento que desasosegaba a los clásicos estrategas globales en el interior de Beltway [3], como el Dr. Zbig y Brent Scowcroft, asesor de seguridad nacional del Presidente George H. W. Bush.

Según el punto de vista de Pekín, el naciente orden mundial del siglo veintiuno vendrá sobre todo determinado por un cuadrilátero de países BRIC -para aquellos de Vds. que ya están coleccionando los acrónimos del Gran Juego, se refiere a Brasil, Rusia, India y China-, más el futuro triángulo islámico de Irán, Arabia Saudí y Turquía. Añádanle una Sudamérica unificada y no esclavizada por Washington, y ya tienen una SCO-plus global. Al menos en las mesas de dibujo, es un sueño de altos octanos.

La clave de todo esto es una continuada entente cordiale chino-rusa.

Ya en 1999, viendo cómo la OTAN y EEUU se expandían agresivamente por los distantes Balcanes, Pekín identificó este nuevo juego como lo que era: una guerra en desarrollo por la energía. Y en juego estaban las reservas de petróleo y gas natural de las tierras que se extienden desde el Norte de África hasta la frontera china. Y no serían precisamente de importancia menor los oleoductos que llevarían la energía carbonizada en esas tierras hasta Occidente. Dónde se construirían, qué países atravesarían, iba a determinar muchas cosas en el mundo futuro. Y ahí fue donde el imperio de las bases militares estadounidenses (piensen, por ejemplo, en el Campo Bondsteel en Kosovo) se topa con Oleoducstán (representado, allá por 1999, por el oleoducto AMBO).

AMBO, acrónimo en inglés de Corporación Petrolífera Búlgaro-Macedonia-Albanesa, una entidad registrada en EEUU, está construyendo un oleoducto por valor de 1.100 millones de dólares, alias «el Transbalcánico», cuya terminación está prevista para 2011. Llevará el petróleo del Caspio a Occidente sin atravesar ni Rusia ni Irán. Como oleoducto, AMBO encaja bien en una estrategia geopolítica de crear una red energética y de seguridad controlada por EEUU que fue primero desarrollada por Bill Richardson, Secretario para la Energía del Presidente Bill Clinton, y después por el Vicepresidente Dick Cheney.

Detrás de la idea de esa «red» hay una apuesta arriesgada de militarización de un corredor de la energía que se extendería desde el Mar Caspio, en Asia Central, a través de una serie de ahora independientes ex republicas soviéticas, hasta Turquía, y de allí a los Balcanes (y de ahí a Europa). Esto supone sabotear los grandes planes energéticos de Rusia e Irán. El mismo AMBO llevaría el petróleo desde la cuenca del Caspio a una Terminal situada en la ex república soviética de Georgia en el Caucaso, y después se transportaría mediante buques petroleros a través del Mar Negro hasta llegar el puerto búlgaro de Burgas, donde otro oleoducto lo llevaría hasta Macedonia y de ahí hasta el puerto albanés de Vlora.

En cuanto al Campo Bondsteel, es la base militar «duradera» que Washington se ganó en las guerras por los restos de Yugoslavia. Sería la mayor base exterior que EEUU había construido desde la Guerra de Vietnam. La filial de Halliburton, Kellogg Brown & Root (KBR) fue quien la levantó, junto con el Cuerpo de Ingenieros del Ejército, sobre 400 hectáreas de tierra agrícola cerca de la frontera macedonia, en el sur de Kosovo. Piensen en ese campo como una versión amistosa, de cinco estrellas, de Guantánamo, con una serie de extras para los que están allí estacionados que incluyen masaje Thai y montones de comida basura. Bondsteel es el equivalente balcánico de un portaviones gigante inmovilizado, capaz de ejercer vigilancia no sólo sobre los Balcanes sino también sobre Turquía y la región del Mar Negro (considerada en el lenguaje neocon de los años de Bush como «el nuevo punto de contacto» entre la «comunidad euro-atlántica» y el «Gran Medio Oriente»).

¿Cómo podrían Rusia, China e Irán no interpretar la guerra en Kosovo, después la invasión de Afganistán (donde Washington había intentado anteriormente emparejarse con los talibanes y promover la construcción de otro de esos oleoductos que evitaran Irán y Rusia), seguida de la invasión de Iraq (ese país de inmensas reservas de petróleo), y finalmente el reciente conflicto en Georgia (ese cruce crucial para el transporte de la energía), como guerras claras por Oleoducstán? Aunque rara vez nuestros medios dominantes imaginaron esta vía, los dirigentes rusos y chinos vieron una dura «continuidad» en la política que venía del imperialismo humanitario de Bill Clinton a la Guerra Global contra el Terror de Bush. El encontronazo, como advirtió entonces públicamente el Presidente ruso Vladimir Putin, era inevitable, pero esa es otra historia de alfombras mágicas, otra cueva en la que entraremos en otra ocasión.

Noche lluviosa en Georgia

Si Vds. quieren entender la versión de Washington de Oleoducstán, tienen que empezar con la Georgia por donde campa la mafia. Aunque su ejército fue aplastado en su reciente guerra con Rusia, Georgia sigue siendo vital para la política energética de Washington en lo que, hasta ahora, se ha convertido en un genuino arco de inestabilidad, debido en parte a su continua obsesión por eliminar a Irán del flujo energético.

Fue alrededor del oleoducto de Baku-Tblisi-Ceyhan (BTC), como señalé en 2007 en mi libro «Globalistan», donde se tomó forma y se solidificó la política estadounidense. El mismo Zbig Brzezinski voló a Baku en 1995 como «asesor energético», menos de cuatro años después de que Azerbaiyán se independizara, vendiendo la idea a la elite de allí. El BTC tenía que ir desde la Terminal de Sangachal, a una media hora al sur de Baku, a través de la vecina Georgia hasta la Terminal Marina del puerto turco de Ceyhan, en el Mediterráneo. Ahora ya operativo, es como una serpiente de acero de 1.767 kilómetros de longitud y 44 metros de ancho que se extiende por seis zonas en guerra (actual o potencial): Nagorno-Karabaj (un enclave armenio en Azerbaiyán), Chechenia y Daguestán (ambas regiones en conflicto de Rusia), Osetia del Sur, Abjazia (sobre la que pivotó la guerra entre Rusia y Georgia de 2008) y el Kurdistán turco.

Desde un punto de vista puramente económico, el BTC no tiene sentido. Se podía haber construido por casi nada, hablando relativamente, un oleoducto «BTK», que fuera desde Baku a través de Teherán hasta la isla de Kharg de Irán, y habría tenido la ventaja añadida de circunvalar tanto la Georgia corroída por la mafia como la tambaleante Anatolia Oriental de población kurda. Esa habría sido la vía realmente barata para llevar el petróleo y el gas del Caspio hasta Europa.

El Nuevo Gran Juego se aseguró de que eso no fuera así y a esa decisión le siguieron otras muchas. Incluso aunque Moscú no planeara ocupar Georgia a largo plazo en su guerra de 2008 ni apropiarse del oleoducto BTC que ahora discurre por su territorio, el analista del gas y petróleo del Alfa Bank, Konstantin Batunin, señaló lo obvio: aunque se corte por poco tiempo el flujo del petróleo del BTC, las tropas rusas dejaron muy claro a los inversores globales que Georgia no era un país fiable para el tránsito de la energía. Es decir, los rusos ridiculizaron el mundo de Zbig.

Por su parte, Azerbaiyán era, hasta hace poco, la historia de verdadero éxito en la versión estadounidense de Oleoducstán. Asesorado por Zbig, Bill Clinton «robó» literalmente Baku al «extranjero cercano» promoviendo el BTC y la riqueza que fluiría de él. Ahora, sin embargo, con el mensaje de la Guerra entre Rusia y Georgia calando hondo, Baku se permite de nuevo a sí misma ser seducida por Rusia. Para acabar de rematarlo, el Presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, no puede soportar al hortera del Presidente de Georgia, Mijail Saakashvili. Eso apenas sorprende. Después de todo, los precipitados movimientos bélicos de Saakashvili hicieron que Azerbaiyán perdiera al menos 500 millones de dólares cuando se cerró el BTC durante la guerra.

La guerra relámpago de la seducción energética rusa se centra como un láser también sobre Asia Central. (Hablaremos más sobre ello en la próxima entrega sobre Oleoducstán). Se dedicó a ofrecerse a comprar gas turcomano, uzbeco y kazaj a precios europeos en vez de los anteriores precios rusos, mucho más bajos. De hecho, los rusos han ofrecido el mismo negocio a los azeríes: por eso ahora, Baku está negociando un acuerdo para que el oleoducto de Baku-Novorossiysk tenga más capacidad, lo que hará que siga su trazado hasta las orillas rusas del Mar Negro, mientras está considerando bombear menos petróleo para el BTC.

El Presidente Obama tiene que entender las graves implicaciones de todo esto. Menos petróleo azerí por el BTC -su capacidad máxima es de un millón de barriles al día, enviados en su mayoría hacia Europa- significa que el oleoducto puede quebrar, que es lo que Rusia quiere.

En Asia Central, algunas de las mayores apuestas se concentran en el monstruoso campo de petróleo de Kashagan, en la «onza» de Kazajstán, la joya absoluta de la corona del Caspio, con reservas de hasta 9.000 millones de barriles. Como es habitual en Oleoducstán, todo gira alrededor de por qué rutas se hará llegar al mundo el petróleo de Kashagan una vez que comience a producir en 2013. Esto augura, desde luego, la Guerra Líquida. Al astuto Presidente kazaco Nursultan Nazarbayek le gustaría utilizar el Consorcio del Oleoducto del Caspio (CPC, por sus siglas en inglés), controlado por Rusia, para bombear el crudo de Kashagan al Mar Negro.

En ese caso, los kazacos tienen todas las cartas. La cantidad de petróleo que fluya de Kashagan decidirá si el BTC -en otro tiempo promovido a bombo y platillo por Washington como la ruta final para que Occidente escapara de la dependencia del petróleo del Golfo Pérsico- vive o muere.

¡Bienvenidos, pues, a Oleoducstán! Tanto si nos gusta como si no, en los buenos y en los malos tiempos, es razonable apostar que todos vamos a convertirnos en turistas de oleoducto. Por eso, sigamos con el flujo. Apréndanse los acrónimos fundamentales, mantengan los ojos abiertos a todo lo que ocurra en las bases estadounidenses por todos los centros petrolíferos del planeta, observen dónde se construyen los oleoductos y hagan cuanto puedan para controlar la próxima serie de monstruosos acuerdos energéticos chinos y los fabulosos golpes maestros del ruso GAZPROM.

Y, mientras están en ello, consideren ésta como la primera postal enviada desde nuestra gira por Oleoducstán. Volveremos (adaptando un tanto la cita de Terminator). Piensen en esto mientras se abre una puerta a un futuro en el cual qué fluye, dónde y hacia quién puede convertirse en las cuestiones más importantes sobre el planeta.

N. de la T.:

[1] En el original DIY: «do it yourself«

[2] El autor juega con el doble sentido del término en inglés. Bric-a-brac significa baratijas, pero BRIC es también el acrónimo de los países Brasil, Rusia, India y China

[3] La Beltway es una autopista que circunvala Washington, en este caso el autor se refiere a todo lo referente a las cuestiones políticas y de gobierno estadounidenses.

Pepe Escobar es el corresponsal errante de Asia Times y analista de Real News. Puede contactarse con él en: [email protected]

http://www.tomdispatch.com/post/175050/pepe_escobar_welcome_to_pipelineistan