En unos de sus magistrales escritos, Carlos Real de Azúa llegó a definir al Frente Amplio como una «verdadera contra-sociedad». («Partidos Política y Poder en el Uruguay», Facultad de Humanidades y Ciencias, Montevideo, 1988). Describía así un proceso asambleario desde las bases, de radicalización política y social de masas. Donde confluía una práctica colectiva de […]
En unos de sus magistrales escritos, Carlos Real de Azúa llegó a definir al Frente Amplio como una «verdadera contra-sociedad». («Partidos Política y Poder en el Uruguay», Facultad de Humanidades y Ciencias, Montevideo, 1988).
Describía así un proceso asambleario desde las bases, de radicalización política y social de masas. Donde confluía una práctica colectiva de ruptura. No solo con el régimen bipartidista de blancos y colorados, sino con el modelo socio-económico de dominación apuntalado por las clases propietarias locales y el capital imperialista.
De aquella experiencia fundacional no sobrevive nada.
La «admirable alarma» de 1971 es un apolillado recuerdo
La democracia liberal sustituyó a la dictadura militar. Con el paso de los años vinieron las renuncias. El programa de «reformas estructurales» fue abandonado.
Una por una las demandas fundamentales se fueron archivando: reforma agraria, nacionalización de la banca y del comercio exterior, reforma urbana, no pago de la deuda externa, rompimiento con el FMI.
Fue entonces que el vaciamiento programático devino en progresismo. Mejor dicho: en reformismo sin reformas.
Donde los eufemismos «cultura de gobierno» y «lealtad institucional» sirvieron para disfrazar la capitulación de tupamaros, estalinistas y socialdemócratas. Todos ellos terminaron por inclinarse ante la «democracia de mercado».
La presidencia de Mujica (como antes la de Tabaré Vázquez) representa una línea de estricta continuidad en esa capitulación. En tal sentido, nada nuevo.
Su gobierno es hijo del «proyecto progresista». Donde la «disciplina fiscal y monetaria» y el beneficio a los empresarios (locales y extranjeros) vienen acompañados de políticas sociales compensatorias para mitigar las miserias sociales. Ninguna «reforma estructural» ha sido realizada en lo que va de su mandato
Muchos esperaban un «giro a la izquierda» y la acentuación del «gobierno en disputa»
Aunque Mujica había confirmado al «equipo de Astori» y se había comprometido en el «respeto a las reglas de juego». Esto es, a las condiciones de acumulación de capital que emanan de los centros imperialistas.
Cuando se cumple la mitad de su período de gobierno, Mujica no tiene nada distinto para mostrar. La ecuación del «país productivo» se resume a lo heredado: modelo agro-exportador; concentración-extranjerización de la tierra; instalación de multinacionales forestales, sojeras y mineras; refugio de todo tipo de negociados financieros; endeudamiento externo y sometimiento a las instituciones financieras internacionales
En todo caso, se decía, el segundo gobierno del Frente Amplio avanzaría en una cuestión central: mejorar la «redistribución del ingreso» para así «disminuir la brecha de desigualdad». Ni siquiera eso.
Según el Instituto Cuesta-Duarte del PIT-CNT, «el flagelo de las bajas remuneraciones afecta al conjunto de los trabajadores uruguayos»; 813 mil trabajadores tuvieron en 2011 un ingreso menor a 10 mil pesos líquidos mensuales. (Informe de Coyuntura 2012).
O sea: más de la mitad de la fuerza de trabajo sobrevive en la precariedad salarial. Mientras en 1988 la masa salarial total representaba un 34% del Producto Bruto Interno (PBI), en 2011 fue de 32,3%. O sea: «la brecha de la desigualdad social» sigue favoreciendo a los más ricos.
Que la «bonanza económica» no derrama hacia abajo ya se sabía. Pese a todos los «planes sociales» más de 450 mil personas viven en la extrema pobreza, la mayoría son niños y jóvenes entre los 4 y 16 años. El gobierno lo reconoce.
Tanto que ha decidido aumentar el «gasto» para atender a 30 mil hogares en «situación crítica» y a otros 100 mil que si bien «salieron de la pobreza» se mantienen aún en «situación de vulnerabilidad».
La «movilidad social» es parte de la mitología que re-alimenta el progresismo
Igual que la propaganda sobre la «ampliación de la clase media». El mapa de la injusticia social se puede ver a través del territorio fragmentado: en Punta Carretas, Villa Biarritz y Pocitos, la pobreza es el 2,7%; en Manga, Piedras Blancas, Marconi, Casavalle, Borro, Unión y Aires Puros, es el 64%. En el interior del país, la pobreza rural alcanza el 30%.
Todas las encuestas dan que la cotización de Mujica viene a la baja. Igual que la gestión de su gobierno. Las ilusiones se fueron deshilachando.
En el Frente Amplio registran el dato y proponen abrir un debate para «actualizar» las señas de «identidad». Porque a la izquierda (oficial), «no se le cae una idea, y no tiene otra respuesta que suavizar las medidas de la derecha» (Gerardo Caetano).
Otros plantean avanzar en una «alternativa al sistema capitalista» (Partido Comunista); emular a la «socialdemocracia de los países nórdicos» (Partido Socialista), y hasta «aumentar los impuestos a la renta del capital». (Pedro Buonomo, uno de los economistas del «ala socializante» que asesora al presidente).
Nada creíble. Suena a farsa
Sobre todo porque proviene de una elite burocrática y oportunista. Que asumió como insuperable el orden del capital; que gestiona la subordinación de los trabajadores a los intereses patronales.
Vale decir, que renegó de cualquier lucha por la transformación política, económica y social. La vuelta de Tabaré Vázquez al ruedo político es un síntoma claro de la «crisis de proyecto» del Frente Amplio: su figura aparece como la principal carta para vigorizar la maquinaria político-electoral. Y apostar por un tercer gobierno progresista.
Aunque desde ya sepamos que, de darse, lo único que eso garantiza es más de lo mismo. Es decir, la continuidad del programa económico que, en 2005, certificaron las corporaciones empresariales y las instituciones financieras internacionales.
Periódico En Lucha Nº 7, editorial Octubre-Noviembre 2012