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Guerras remotas sin fin

La invasión de Afganistán, seis años después

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Seis años después de una guerra que fue lanzada para derrocar a los talibán, soldados británicos siguen siendo muertos en sangrientas escaramuzas en un conflicto en el que una victoria final es imposible.

El 7 de octubre fue el sexto aniversario de la invasión de Afganistán por EE.UU., Gran Bretaña y sus aliados, en una operación bautizada Libertad Duradera. Pero seis años después, Gran Bretaña es una vez más, como en Iraq, el socio menor, el que pierde las vidas de sus soldados y tiene poca influencia real sobre la guerra.

El resultado del conflicto en Afganistán será decidido en Washington e Islamabad. No existe posibilidad alguna de derrotar a los talibanes mientras se puedan retirar, volverse a entrenar y a reorganizar, en los refugios montañosos de Pakistán.

Ayer, supimos de la muerte de otro soldado británico. Aunque su identidad no ha sido revelada, se cree que el muerto actuó como mentor del príncipe William.

Otros dos fueron heridos cuando su vehículo fue alcanzado por una explosión al oeste de Kandahar, lo que hizo llegar el número de soldados británicos muertos en Afganistán desde 2001 a 82.

El gota a gota de las pérdidas británicas subraya lo poco que se ha logrado en los últimos seis años, y la rapidez con la que se pueden perder todos los triunfos. Gran parte del sur de Afganistán era más segura en la primavera de 2002 de lo que es ahora y en ningún momento durante los años desde entonces existe alguna evidencia en los discursos de los sucesivos ministros británicos de que tengan mucha idea de lo que estamos haciendo allí y de lo que esperamos lograr.

Esta semana, el líder conservador David Cameron dijo a sus partidarios que restauraría Afganistán como «prioridad número uno en la política exterior.» La observación subrayó cómo este conflicto ha desaparecido en la práctica del orden del día político.

Sin embargo, Afganistán está sembrado de huesos de soldados británicos muertos en fútiles campañas en el Siglo XIX y después. La lección de esas guerras olvidadas hace tiempo es que el éxito militar en el terreno en Afganistán es siempre elusivo y que, incluso cuando se logra, rara vez se convierte en un éxito político duradero.

Los talibanes llegaron al poder en Afganistán gracias al apoyo paquistaní y abandonaron Kabul y Kandahar sin combate cuando dicho apoyo fue retirado en 2001 en los días y semanas después del 7 de octubre. Pero seis años después, los talibanes están de vuelta.

La violencia no da señales de terminar. Atentados suicidas, tiroteos, ataques aéreos y bombas al borde de la ruta han matado a 5.100 personas en los primeros nueve meses de este año, un aumento de un 55% respecto al mismo período en 2006.

Fui a Afganistán en septiembre de 2001, unos pocos días después del 11-S, cuando se hizo obvio que EE.UU. iba a tomar represalias derrocando a los talibanes, porque habían sido los anfitriones de Osama bin Laden y de al Qaeda.

Lo que sobrevino fue una guerra muy peculiar, que se distinguió, sobre todo, por una falta de combates reales. Cuando fueron retirados el apoyo paquistaní y el dinero saudí, el régimen talibán se desmoronó a una velocidad extraordinaria. A comienzos de 2002, pude conducir de Kabul a Kandahar sin sentir que estaba arriesgando mi vida.

Pero ahora, a pesar de toda el habla de progreso y democracia, y la presencia en el terreno de miles de soldados británicos, estadounidenses y de otros países de la OTAN, es imposible emprender semejantes viajes por el país con seguridad.

Sin embargo, en 2001, desde el momento en que vi las primeras bombas estadounidenses que caían sobre Kabul y el chisporroteo de los débiles cañones antiaéreos de los talibanes, se hizo obvia la desigualdad total de los dos lados.

Los combatientes talibanes que sabían que serían atacados, simplemente huyeron antes de que los aniquilaran. La victoria fue demasiado fácil. Los talibanes nunca ofrecieron una resistencia final ni siquiera en sus bastiones de apoyo en las zonas centrales pashtunes en el sur. Fue un asunto típicamente afgano que mantuvo las tradiciones de los 25 años anteriores cuando traiciones repentinas y cambios de alianzas, no batallas, decidieron quién sería el vencedor.

Conduciendo desde Kabul hacia Kandahar, siguiendo los pasos de los talibanes, visité la ciudad fortaleza de Ghazni en las carreteras hacia el sur, donde los talibanes se habían desmaterializado repentinamente y recibido una amnistía de facto a cambio de renunciar sin combate al poder.

Qari Baba, el gobernador de aspecto pesado de la provincia de Ghazni, que había sido nombrado el día antes, dijo: «No veo a ningún talibán aquí,» lo que era sorprendente ya que el patio frente a su oficina estaba repleto de hombres de aspecto hosco con turbantes negros, que portaban metralletas.

«Todos eran talibanes hasta hace 24 horas,» murmuró un oficial de la Alianza del Norte.

Un hecho que debiera haber facilitado la presencia en Afganistán de tropas británicas, estadounidenses y de otros países extranjeros fue que los talibanes eran profundamente odiados por su crueldad, su ciego fanatismo religioso (que condujo a la prohibición del ajedrez y del vuelo de cometas) y la creencia de que eran títeres de la inteligencia militar paquistaní. Y, a diferencia de Iraq, la presencia extranjera en Afganistán ha gozado de apoyo mayoritario, aunque eso está cambiando.

El intento de trazar paralelos entre Iraq y Afganistán es engañoso porque Sadam Husein había tratado de dirigir un Estado altamente centralizado. En Afganistán el poder siempre ha estado fragmentado. Pero Afganistán en 2001 e Iraq en 2003 estaban empantanados en la pobreza. Un motivo por el que tanto los talibán como Sadam Husein fueron derribados con tanta rapidez es que los afganos, igual que los iraquíes, ansiaban una vida mejor.

No la obtuvieron. La falta de puestos de trabajo y de servicios como la electricidad, el agua potable, hospitales y alimentos continuó o empeoró.

Iraq es potencialmente un país rico por su riqueza petrolífera. En Afganistán el único equivalente del dinero del petróleo es el que proviene de los campos de dormidera de los que dependen cada vez más los campesinos empobrecidos. Uno de los motivos por los que los talibanes perdieron el apoyo de los campesinos pashtunes en 2001 – aunque esto fue apenas destacado por los vencedores – es que impusieron una prohibición altamente efectiva de los cultivos de dormidera. Si EE.UU. adopta una política de destrucción de las plantas de dormidera mediante la pulverización de productos químicos desde el aire, también se verán engolfados en la misma ola de impopularidad. El tráfico con el opio alimenta la ilegalidad, el dominio de los señores de la guerra y un Estado inestable.

Tanto Afganistán como Iraq son países notablemente difíciles de conquistar. Lo han sido durante siglos, han sido zonas fronterizas en las que vecinos poderosos se han enfrentado a través de testaferros.

La victoria en Afganistán no es probable seis años después del inicio de la guerra para derrocar a los talibanes. Incluso una expansión masiva de la cantidad de soldados sólo significaría ofrecer más objetivos, y más víctimas. Los ejércitos de ocupación, o la percepción de ocupación, siempre provocan una reacción.

En última instancia, lo que suceda en Afganistán será decidido mucho más no por escaramuzas en la provincia Helmand, sino por los acontecimientos en Pakistán, el gran apoyo de los talibán, que están totalmente fuera del control británico. Y la agenda tanto en la guerra afgana como en la iraquí es determinada en última instancia por las necesidades políticas internas de EE.UU. Los éxitos en países remotos tienen que ser fabricados o exagerados. Los compromisos necesarios son excluidos, dejando a iraquíes y afganos por igual con la deprimente perspectiva de una guerra sin fin.

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Patrick Cockburn es autor de ‘The Occupation: War, resistance and daily life in Iraq’ [La ocupación: guerra, resistencia y vida diaria en Iraq], finalista en el National Book Critics’ Circle Award [Premio del Círculo Nacional de Críticos Literarios] para el mejor libro de no-ficción de 2006.

http://www.counterpunch.org/patrick10062007.html