En estos días se encuentra reunido el Foro de Sao Paulo en La Habana. Numerosos partidos políticos participan en este evento en el que, salvo milagro, se firmará una declaración de apoyo cerrado al régimen de Daniel Ortega. Ocurre que la mayor parte de la izquierda funciona con un marco teórico elaborado, preconcebido, en el […]
En estos días se encuentra reunido el Foro de Sao Paulo en La Habana. Numerosos partidos políticos participan en este evento en el que, salvo milagro, se firmará una declaración de apoyo cerrado al régimen de Daniel Ortega. Ocurre que la mayor parte de la izquierda funciona con un marco teórico elaborado, preconcebido, en el que trata de hacer encajar la realidad, independientemente de que los hechos señalen una realidad distinta a la que esa izquierda quiere ver.
Ciertamente, desde algunas voces de la izquierda se defiende al régimen de Daniel Ortega aludiendo a que con la derecha sería peor o que la lucha contra el neoliberalismo justifica la utilización de cualquier medio, a tal punto que la crítica a lo nuestro se interpreta como un regalo al enemigo. Con frecuencia la izquierda latinoamericana ha caído en un pragmatismo funcional para defender causas indefendibles sin explorar en explicaciones sin trampas que permitan alcanzar el conocimiento objetivo de la realidad Por esa razón, ha tolerado la supresión de la libertad en nombre de la libertad. Y ha tolerado la corrupción y despotismo de algunos sus líderes, por ejemplo de Ortega, en nombre de la necesidad urgente de acceder o mantenerse en el poder. Pero una moralidad socialista no se puede construir a partir del despotismo y la corrupción.
El espíritu conservador en la izquierda se manifiesta habitualmente en la incapacidad de cultivar un sentido de la crisis, una atención crítica continuada a lo que sucede en la vida real. Se prefiere obviar los hechos, enmarcarlos en todo caso en un cuadro explicativo unilateral y acrítico, con tal de salvar unas categorías ideológicas y políticas ya obsoletas. Este espíritu conservador no está preparado para depurar legados ideológicos y producir ideas e imágenes más ricas y adecuadas a nuevas situaciones. Convierte lo revolucionario en una pieza arqueológica en lugar de hacer de ello una palanca para, si hace falta, recomenzar de nuevo. Es verdad que la idea de criticar lo propio no tiene una historia muy extensa y la del pensamiento crítico menos todavía, pero las gentes de izquierda necesitamos recorrer un camino que nos libere de camisas de fuerza intelectuales que nosotros mismos hemos construido, mediatizados por nuestros propios temores.
Para quienes defienden a Ortega y Murillo, hagan lo que hagan, una formulación recurrente es la siguiente: «No hay duda que el hecho de criticar a los nuestros no puede sino favorecer el proyecto imperial sobre la región». Es una formulación descorazonadora y lo que es peor, reflejo de un viejo lenguaje y de un pensamiento que ha hecho mucho daño a las izquierdas en su historia. Este espíritu inquisitorial, amenazante al decir «quién actúa fuera de lo nuestro es ya parte del enemigo», debe ser dejado atrás, en ese oscuro pasado a veces fronterizo con el dogmatismo más perverso. Al contrario, en América Latina, como en cualquier parte del mundo, el pensamiento crítico necesita fundarse sobre una visión realista de la sociedad sobre la que se desea actuar. Una visión que incluye el diagnóstico de lo que somos y la crítica de nuestros errores, como condición para reconstruir. Precisamente, el mejor servicio al imperialismo es vivir en la mentira, en la adulteración de la realidad, en el ocultamiento de nuestros errores en la negativa a una autocrítica, en creer de forma errática que defender a Daniel Ortega es defender lo nuestro, nuestro proyecto libertario.
El pensamiento crítico es un pensamiento de combate. No se acomoda en la costumbre, en la inercia, para terminar diciendo «este líder es un hijueputa pero es nuestro hijueputa, y hay que seguir apoyándolo». Pensamiento de combate quiere decir rebelarse para hacer caminos nuevos, no importando que se pierdan privilegios, puestos políticos, ni electorados cautivos. Pero, además, el pensamiento crítico debe ser una herramienta para construir identidades colectivas, mediante la movilización en la calle pero también de las ideas. Identidades construidas no alrededor de una cúpula, de un caudillo, sino desde la relación democrática de base, desde el valor de la multitud que actúa consciente y rechaza la sumisión. Finalmente, el pensamiento crítico tiene toda su fuerza en el rigor con que acomete no sólo la crítica del campo contrario sino que también del campo propio.
Muchas voces de izquierda tienen una opinión anticuada sobre la realidad de Nicaragua. Anticuada porque pertenece a lo que fue, no a lo que es en la actualidad. Es una construcción ideológica la que expresan esas voces, no parten de los datos, más bien los obvia porque sólo así la ideología puede prevalecer. Me da pena, pues el socialismo deseable necesita más que nunca construirse desde los datos de una realidad viva, sea la que sea. Yo, con humildad, aconsejaría a los defensores de Ortega que vayan estos días a Nicaragua. Que hablen si quieren con las autoridades, pero que hablen también con la gente, que vayan a las universidades y barrios, que dialoguen con los pobladores y escuchen sus testimonios que denuncian el despliegue de fuerzas paramilitares que disparan con armas de guerra. Vayan, vayan, a Nicaragua, sean consecuentes con la idea de que la verdad es siempre revolucionaria.
¡Viva Sandino!
Iosu Perales. Periodista y politólogo. Veterano de la solidaridad con Nicaragua, autor del libro «Los buenos años: Nicaragua en la memoria»
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