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Entrevista con Ernesto Herrera (Corriente de Izquierda)

La izquierda radical a contramano de lo «posible»

Fuentes: Marxismo Revolucionario Atual

Uruguay se encuentra en vísperas de una elección nacional decisiva. Tabaré Vázquez, derrotado en otras ocasiones, esta vez se encuentra adelante en todas las encuestas y muy probablemente sea el vencedor. Allá como aquí, la «izquierda ha rebajado su programa y ampliado las alianzas hacia la derecha. Las analogías posibles con la situación brasilera son […]

Uruguay se encuentra en vísperas de una elección nacional decisiva. Tabaré Vázquez, derrotado en otras ocasiones, esta vez se encuentra adelante en todas las encuestas y muy probablemente sea el vencedor. Allá como aquí, la «izquierda ha rebajado su programa y ampliado las alianzas hacia la derecha. Las analogías posibles con la situación brasilera son muchas.» La revista Marxismo Revolucionario Atual buscando comprender un poco mejor lo que ocurre en el subcontinente, entrevistó al compañero Ernesto Herrera, militante uruguayo y dirigente de la Corriente de Izquierda, una de las fuerzas que componen el Frente Amplio.

MRA: Todo indica que la victoria electoral está vez es inevitable…

CS: Es lo más probable. Las últimas encuestas le asignan al Encuentro Progresista-Frente Amplio-Nueva Mayoría (así se presenta la alianza electoral) una ventaja que puede ser decisiva para ganar ya el 31 de octubre, es decir, en el primer turno.  Tabaré Vázquez (Encuentro Progresista) supera el 50% de la intención de voto; Jorge Larrañaga (Partido Nacional) tiene un 32%; y Federico Stirling (Partido Colorado) un 11%. Igualmente hay que manejarse con cierta prudencia todavía, porque el tramo final de la campaña electoral recién comienza y no se puede descartar un segundo turno donde las cosas se complicarían.

De todas maneras y considerando la hipótesis más probable, la izquierda alcanzaría luego de varios intentos frustrados, el gobierno nacional…

Es cierto, nadie piensa que Tabaré Vázquez pueda perder. Esa es la percepción general en el movimiento social, en las organizaciones sindicales y estudiantiles, en los barrios populares, en la clase media descontenta y, sobre todo, en la militancia de los partidos de izquierda. También entre las clases propietarias y los medios de comunicación controlados por los poderes económicos. Incluso instituciones financieras internacionales como el FMI y el BID asumen esta realidad, por eso ya se ha realizado varias reuniones con los asesores económicos de Tabaré Vázquez.
Ahora, se debe matizar lo de izquierda, las palabras tienen su significado y es mejor no entreverlas. Toda la propuesta programática del «cambio posible» se presenta bajo el signo progresista y a la alianza político-electoral como de centroizquierda. El discurso de las figuras principales del Encuentro Progresista y el Frente Amplio ha sido el de diferenciarse de lo que entendemos por izquierda en el más estricto sentido del término, y de tomar distancia de todo aquello que pueda identificarse con protesta y rebeldía social, lucha de clases y manifestación de anti-imperialismo.

Pero un triunfo de Tabaré Vázquez tendrá un impacto fuerte sobre el sistema político…

Derrotar a la derecha y alcanzar el gobierno nacional es un acontecimiento trascendente, porque será un golpe letal para un bipartidismo burgués en pleno proceso de descomposición y esto tendrá consecuencias sobre los puestos de mando ejecutivo del Estado capitalista.
Por ejemplo, que se anuncie que un dirigente histórico de los tupamaros (como el senador José Mujica) pueda ser el ministro de Producción y Desarrollo, o que algunos dirigentes socialistas, comunistas, y hasta sindicalistas, ocupen funciones de gobierno o asuman parte de los 3 mil «cargos de confianza» que hay en el Estado, son señales que un cambio en el sistema político va a ocurrir.
Pero todo esto se inscribe en la idea de un recambio sin ruptura. La campaña electoral -prácticamente sin movilizaciones de masas- anticipa el tipo de gobierno que se propone. El «cambio posible» está vinculado a la «superación de la pobreza», a revertir «el estancamiento del país», al «tránsito pacífico», y a la identificación con las «tradiciones democráticas y progresistas» que impactan sobre todo en el «ciudadano de centro».
No se pueden confundir las cosas: nada de esto modifica lo esencial de la naturaleza del régimen de dominación, aún si aceptamos la tesis que un triunfo progresista puede abrir una fase de relativa inestabilidad en términos políticos como consecuencia del propio recambio en el personal gobernante del Estado capitalista.

Entonces no coincides con otras opiniones de la izquierda de que un gobierno progresista podría concebirse como «una derrota histórica» de la derecha política y el neoliberalismo…

En el Frente Amplio se acuño el concepto de «lealtad institucional» (en su momento, la Corriente de Izquierda fue la única organización frentista que se opuso a esto).  La conclusión es muy simple; el «respeto irrestricto» a todas las reglas de juego de la «democracia representativa». El eje central de la propuesta progresista es asegurar que ese «cambio posible» se realice en un cuadro de «gobernabilidad democrática» que sea capaz de encauzar eventuales desbordes sociales,  reducir las demandas de tipo «corporativista», y desarticular cualquier movimiento de superación de la democracia liberal.  
Es cierto que los políticos más conservadores y reaccionarios quedarán afuera del gobierno. Pero la estrategia del progresismo incluye la formación de un gobierno de coalición con fracciones y dirigentes de los partidos burgueses, con capas significativas de las clases propietarias. Y la estrategia de alianza con fracciones de la burguesía es vital para sostener el proyecto de «Uruguay productivo» que está basado en la idea de una amplia «concertación para el crecimiento». Por eso, se aceleran los pasos para establecer mecanismos de negociación que aseguren la paz social entre patrones y trabajadores.
Si a esto le agregamos la crisis política de los partidos de la derecha, se puede entender mejor por qué ya no existe un veto de las elites burguesas, ni de los militares, ni del imperialismo, a un eventual progresista.
Entonces, de ninguna manera se puede hablar de una «derrota histórica» de la derecha, es una exageración.

¿Tampoco se puede hablar de una victoria popular entonces?

En un aspecto sí, porque la inmensa mayoría del movimiento popular, de los trabajadores, los desempleados, los militantes de la izquierda, los jóvenes,  las organizaciones de derechos humanos, lo sentirán como un triunfo político propio, lo asumirán como el resultado de una larga historia de acumulación de luchas obreras, estudiantiles, de movilizaciones democráticas, de resistencias antineoliberales…
Pero no sería responsable decir que estamos ante un paso adelante en la conciencia democrática radical, antiimperialista o anticapitalista, menos todavía que se han modificado las relaciones de fuerzas entre trabajo y capital. Y es muy discutible afirmar que una victoria del Frente Amplio puede abrir una dinámica en dirección a la agudización de la lucha de clases.
Hay que tratar de distinguir. Es verdad que hay una capa de militantes y luchadores sociales que sienten que llegó «la hora del pueblo», de las trasformaciones, y que ven la conquista del gobierno como una vía de aproximación al poder…como en la estrategia de revolución por etapas en los años ´60 y ´70. Esta idea está presente todavía y atraviesa a las diferentes organizaciones frentistas…incluso muchos militantes tupamaros creen que la derechización de sus principales dirigentes y la propuesta de alianza con la «burguesía nacional» es una simple operación de maquillaje para ganar las elecciones.
Sin embargo, hay otras cuestiones a considerar, como por ejemplo, que casi el 40% del actual electorado del Frente Amplio se considera «demócrata de centroizquierda», que el componente obrero, clasista, es mucho menor en la estructura frentista, y que las posiciones «moderadas» se impusieron ampliamente en el último Congreso del Frente Amplio (diciembre 2003). Todo ello favorece la estrategia del «cambio posible».

En términos de programa de gobierno ¿se proponen cambios sustanciales?

El carácter de centroizquierda de la alianza EP-FA-NM, sepulta toda relación con el programa fundacional del Frente Amplio en 1971. Un programa democrático, antioligárquico y antiimperialista, que sin definirse socialista adquiría (en el cuadro de una coyuntura pre-revolucionaria nacional y regional) una dinámica anticapitalista. Las 30 medidas de gobierno del ´71 tenían, en ese sentido, el mismo carácter que las 40 medidas de la Unidad Popular en el Chile de Allende.
La reforma agraria, la nacionalización de la banca, el monopolio estatal del comercio exterior, el no pago de la deuda externa, por ejemplo, fueron borrados del mapa. Hoy, ni siquiera está planteada la eliminación del secreto bancario, ni una reforma tributaria radical que metan la mano en las ganancias capitalistas y las grandes fortunas, y tase el movimiento del capital financiero-especulativo. No se plantea una ruptura con el núcleo duro de la matriz neoliberal, ni con los condicionamientos que vienen de las instituciones financieras internacionales. Se van a seguir respetando los compromisos que imponen las Cartas de Intención y el superávit primario del FMI, el pago de los intereses de la deuda externa (que significan el 35% de lo que el país exporta), el mantenimiento de las AFPS (fondos de pensión privados) y la «reforma» del Estado.
Hay que tener en cuenta, además, que el anuncio sobre quien será el ministro de Economía (Danilo Astori, senador y economista del ala social-liberal del FA] se hizo nada menos que en Washington.
El programa del progresismo no es una amenaza para los capitalistas. El impuesto a la renta de los ricos como mecanismo de «redistribución de la riqueza» se piensa aplicar tan gradualmente que probablemente no tenga ningún resultado; no habrá un «salariazo» para recuperar el ingreso confiscado, y ni siquiera se propone eliminar los impuestos a los salarios y jubilaciones o rebajar el IVA (que hoy es del 23%). Incluso, unas semanas atrás, la dirección del Frente Amplio se negó a votar un porcentaje de aumento del salario mínimo (actualmente de 75 dólares) para el caso de ganar el gobierno.
La únicas medidas que aparecen como distintas en el libreto, son un Plan de Emergencia Social, y la de utilizar parte de las voluminosas ganancias de las AFAPs para un plan de viviendas como forma de reactivar el empleo. Hay planteos de aumentar la inversión en salud y en educación, pero no se arriesgan medidas concretas.
Tanto las resoluciones políticas del II como del III Congreso de la Corriente de Izquierda (2001 y 2002) definieron la naturaleza del programa frentista como un «reformismo sin reformas»: es decir, sin las reformas estructurales necesarias para revertir el proceso de desnacionalización y privatización de la economía. Esa definición es más válida que nunca.

De esto que tú dices ¿se puede concluir en que habrá un continuismo neoliberal como en el gobierno Lula, y que el proceso privatizador se profundizará?

Habrá como un neoliberalismo mitigado, donde la «justicia distributiva» se focalizará en los «sectores vulnerables» penalizados y excluidos. El Plan de Emergencia Social, por ejemplo, apunta a «reorientar las prioridades sociales» en un sentido compensatorio y asistencialista. Y ese Plan se piensa financiar con parte de la renta que dejan las empresas públicas y con «préstamos sociales» que el BID ya se comprometió a conceder.
Pero insisto, no habrá ruptura con un modelo que cobija la guerra social del capital contra el trabajo, destruyendo conquistas y derechos, desestabilizando a los que tienen empleo estable, enfrentando a los «privilegiados» (trabajadores públicos) con trabajadores del sector privado y/o «informales»,  fracturando cohesiones y lazos sociales colectivos.
Se habla mucho de recuperar el rol «regulador» del Estado, de «retomar el control soberano de las decisiones» y restablecer el papel social y «protector» del Estado, pero esto choca con la barrera de la mundialización capitalista, con las condiciones que imponen las instituciones financieras internacionales. Y un gobierno progresista no se plantea interpelar ninguna de esas condiciones.
En cuanto al proceso privatizador, creo que habrá algunas diferencias respecto a lo que ocurre en Brasil. Los gobiernos del Partido Colorado y del Partido Nacional no consiguieron aplicar una agenda neoliberal en términos de privatizaciones como en otros países de América del Sur, entonces no tenemos una «herencia maldita» en este terreno. Hubo tercerizaciones, concesiones, flexibilización laboral, pero el proceso de grandes privatizaciones ha sido más lento. Y en esto jugó un papel central la resistencia y la movilización popular.
Hay que recordar que se organizaron y se ganaron dos Referéndum (diciembre de 1992 y diciembre de 2003) que impidieron las privatizaciones de las grandes empresas públicas (telecomunicaciones, electricidad, petrolera),  y que el próximo 31 de octubre también se vota un Plebiscito que incorpora a la Constitución un artículo prohibiendo la privatización del agua o cualquier tipo de concesión a empresas privadas en esa área.
Esto pone un límite a cualquier intento de avanzar en el desmantelamiento de las empresas estatales. En este sentido, la resistencia social ha sido muy radical y la conciencia popular es muy fuerte: bastaría decir que Uruguay (junto con Argentina) es el país de América del Sur donde las privatizaciones tienen un índice de rechazo más elevado.
Evidente, no se puede descartar a priori absolutamente nada, ni siquiera un curso tan descaradamente neoliberal como el de Lula, pero lo que digo es que aquí existen algunos límites difíciles de franquear. Tanto Tabaré Vázquez como algunos de sus asesores económicos contemplan la posibilidad de «asociar» a las empresas públicas con capitales privados (sobre todo extranjeros), incluso Danilo Astori y otros dirigentes del Encuentro Progresista son partidarios de eliminar el status de inamovilidad de los funcionarios públicos, pero eso no podrán hacerlo sin tener que enfrentar una gran resistencia con los trabajadores. Es más, una iniciativa de esa naturaleza generaría un conflicto con las direcciones sindicales y de la central obrera (PIT-CNT) porque casi un 65% de los afiliados sindicales son empleados públicos, y la alianza con las  direcciones sindicales colaboracionistas es decisiva para garantizar la paz social.

Los gobiernos de Argentina y Brasil ven con simpatía la posibilidad de un gobierno de Tabaré Vázquez…

Sin duda. Un gobierno progresista tendrá los flancos bien cubiertos en la medida que los gobiernos de Kirchner y Lula son afines por razones ideológicas, y por razones de geopolítica regional.  Un gobierno del Encuentro Progresista, refuerza la percepción de mucha gente sobre un Mercosur «antineoliberal» en condiciones más favorables para negociar con Estados Unidos el ALCA y con la Unión Europea…aunque el reciente acuerdo comercial firmado entre el Mercosur y la Unión Europea es tan malo como el ALCA. Pero se trata de negociar los términos de la dependencia, no más.

Uno de los rasgos distintivos del Frente Amplio, era el de su organización de base territorial, participativa, que ejercía un control sobre la dirección ¿eso se mantiene?

Todo el reciclaje ideológico-programático vino acompañado por un elemento clave: el vaciamiento y la desnaturalización de los Comités de Base. Esos Comités, instalados en barrios, obras, fábricas, centros de estudios y círculos intelectuales, fueron en su inicio la verdadera columna vertebral del Frente. Actuaron como organizadores, agitadores y propagandistas; como la incipiente experiencia de una democracia participativa desde abajo, donde la reflexión y los debates en estado de asamblea no paralizaban sino, por el contrario, fortalecían una acción política y social de confrontación. En tal sentido, los Comités de Base del Frente Amplio fueron hermanos gemelos de los Comités de Unidad Popular en Chile.
Nada de eso existe hoy. Tanto los Comités de Base, las Coordinadoras y el Plenario Nacional, son una caricatura funcional a lo que ya viene cocinado desde la cúpula cerrada que manejan Tabaré Vázquez y la bancada parlamentaria. La estructura orgánica es un pesado aparato burocrático, donde la democracia brilla por su ausencia y en la cual la militancia más dinámica, joven, combativa e involucrada con las luchas sociales, directamente no participa.

¿Cuáles son las fuerzas mayoritarias hoy en el Frente Amplio?

El Movimiento de Participación Popular (una alianza de los tupamaros con sectores de izquierda nacionalista y fracciones burguesas que rompieron con los partidos tradicionales de la derecha), y el Partido Socialista (que integra la socialdemocracia internacional y que se referencia con el PSOE y el PS francés). Luego vienen Asamblea Uruguay y la Vertiente Artiguista (que son una mezcla de social-liberalismo, tercera vía y socialdemocracia).

¿El Partido Comunista continúa teniendo un peso importante?

Está muy debilitado. Mantiene una implantación considerable en los sindicatos y en algunos barrios populares. Recientemente, tuvo una crisis interna que llevó a la escisión de su organización juvenil que hoy vacila entre apoyar a la izquierda radical o directamente no participar en las elecciones. La escisión respondió a que el PC ha venido acompañando la estrategia de las fuerzas mayoritarias del Frente Amplio.
En este cuadro que tú describes, me imagino que la situación de la izquierda radical será muy difícil…
La izquierda radical se encuentra a la defensiva, en abierta dispersión, y enfrenta un escenario donde la acumulación revolucionaria -como eje de delimitación en el campo de la lucha de clases-  debe ser (re)pensada y (re)organizada. Está en un verdadero laberinto. A contramano de lo «posible».
Y existen dos tipos de peligros: adaptarse a la presión triunfalista del progresismo (para no quedar a la intemperie) o por el contrario, replegarse a la espera del «desengaño» que generaría una experiencia «reformista» en el gobierno.
Además su visibilidad electoral es mínima; si contamos al 26 de Marzo (castrista, marxista-leninista) y a la Corriente de Izquierda como las fuerzas más expresivas de la izquierda radical, alcanzan el 3% de la votación del Frente Amplio. Eso ni siquiera asegura la elección de un diputado nacional.

¿Existe una coordinación o acuerdos programáticos unitarios de esta izquierda radical en el Frente Amplio?

Muy poco. Apenas un acuerdo puntual en lo que aquí se llama «acuerdo técnico» para acumular votos que, bajo el lema «Por un país soberano», se incluyen la moratoria y la auditoría de la deuda externa, la eliminación del secreto bancario, la eliminación de las AFPs, y la derogación de la Ley de Impunidad al terrorismo de Estado bajo la dictadura militar (ley que un gobierno del Encuentro Progresista piensa mantener). La Corriente de Izquierda por su parte, propone una Ley de Iniciativa Popular donde se establecen derechos económicos, sociales y democráticos para los trabajadores. Pero no se puede decir que haya una coordinación ni un acuerdo programático claro, por ejemplo, en la Convención Nacional del Encuentro Progresista (junio 2004), la Corriente de Izquierda votó en completa soledad contra la propuesta de programa de gobierno.

¿Y el momento de la Corriente de Izquierda?

Hay que poner las cosas en su justo término. La Corriente de Izquierda es una pequeña organización, con varios centenares de militantes implantados en todo el país y en los principales movimientos. Es una fuerza política muy activa en todas las luchas sociales. Pero no deja de ser una fuerza muy minoritaria. Inclusive a un escala electoral, donde puede tener un techo de 10 mil votos…poco más, poco menos. Al mismo tiempo, sufre de los dos peligros que antes te señalaba. En tal sentido, no se puede ocultar que atravesamos por una crisis en la perspectiva de acumulación y de incertidumbres en cómo orientarnos en esa necesidad de reorganizar a las fuerzas revolucionarias.

Por fuera del Frente Amplio ¿existen fuerzas significativas de izquierda radical?

Sobre todo en movimientos sociales como el de los derechos humanos, ollas populares, organizaciones juveniles, y algunos sindicatos clasistas. Allí se amplifican las prácticas contestarias y de críticas a la izquierda institucionalizada. Se trata de sectores que toman como referencia -aún de manera confusa- otras experiencias latinoamericanas: el zapatismo, los piqueteros, las asambleas barriales, los movimientos insurrecciónales bolivianos, los sin tierra de Brasil. Muchos de estos militantes han participado junto a la izquierda frentista de los Foros Sociales Mundiales en Porto Alegre y en los Foros Regionales, en las campañas antiimperialistas contra la guerra, contra el pago de la deuda externa y el ALCA, en los movimientos de solidaridad con Cuba y Venezuela, contra el Plan Colombia.

Todos los análisis e informaciones sobre la situación económica, coinciden en que hay una cierta recuperación, pero que la crisis social es muy grave…

La «recuperación» está basada, en lo fundamental, en una coyuntura internacional favorable para los precios de las exportaciones de carne, lana, lácteos. El sector agro-exportador viene acumulando ganancias cada vez mayores. Esto da la sensación que la crisis económico-financiera de 2002 fue superada. Pero no es verdad, y no solo porque el «efecto derrame» nadie lo percibe.
La crisis socio-económica es de una brutalidad aplastante. Más de 850 mil  personas viven en la pobreza (la población total del país es 3 millones 200 mil); el 54% de los niños viven en hogares pobres, y la indigencia se ha multiplicado por tres desde 2002. Los desempleados son 200 mil y los trabajadores precarios 550 mil, en una población económicamente activa de poco más de 1 millón 300 mil. Mientras que el salario real cayó casi un 30% en dos años.
Es evidente que en este cuadro desolador, el Plan de Emergencia Social del progresismo no resuelve el problema del empobrecimiento general de la población. Y que apenas se trata de llevar un paliativo a los sectores «más cadenciados».

¿Esta situación de crisis ha generado una respuesta, una resistencia social?

En este proceso de crisis, la resistencia popular ha sido muy amplia, prolongada, desarrollando una multiplicidad de luchas, demandas, y formas de organización y auto-organización. Desde los sindicatos, las cooperativas de vivienda, los desempleados, estudiantes de los liceos, y los movimientos barriales. Pero ha sido una resistencia fragmentada. De todas maneras, si bien atravesamos un período de lucha defensiva, la brutalidad de la ofensiva burguesa y el desastre socio-económico causado, genera condiciones para desarrollar una potencialidad revolucionaria en capas significativas del movimiento obrero, popular, juvenil.
Capas de luchadoras y luchadores sociales que asumen concientemente, la necesidad de romper con la lógica del pacto social, del «país productivo» y, en definitiva, con la lógica de reducir la protesta social a la defensa de las «conquistas parciales» tal cual lo pregona el reformismo.
Seguramente, la mayoría de estas y estos luchadores sociales votarán al progresismo como una forma combinada de voto castigo-voto útil para desalojar a la derecha burguesa del gobierno. Pero esto no significa una aprobación de la política progresista, ni un cheque en blanco, ni ilusiones sobre cambios sustanciales bajo un gobierno de Tabaré Vázquez. Por el contrario, esta capa de militantes y organizadores populares, agitadores sociales, y cuadros políticos radicales, inscriben su voto castigo-voto útil en el marco de una continuidad y profundización del proceso de resistencia y acumulación revolucionaria.
Es en estas capas de luchadores y luchadoras sociales que una izquierda radical debe actuar. No para imponer elaboraciones o «línea» desde fuera, ni para constituirse en una espacie de estados mayores que conducen a las tropas al combate. Porque es decisivo el respeto de las fuerzas socialistas revolucionarias de la autonomía de los movimientos sociales en lo que se refiere a su capacidad de definir los pasos y los objetivos del enfrentamiento con las clases propietarias y el programa neoliberal.

¿Se discute la posibilidad de una ruptura de la izquierda radical con el Frente Amplio?

En voz baja por ahora. En algunas franjas de militantes empieza a mirarse con más atención la experiencia que dio origen a la constitución del P-SOL en Brasil, luego de la capitulación de Lula y la debacle de la «izquierda» petista. Otros dicen: «nos quedamos hasta que nos echen». Pero sí, indudablemente, el horizonte de una ruptura está colocado y no como algo de largo plazo. En la Corriente de Izquierda, por ejemplo, muchos compañeros ya coincidimos en que la dirección del Frente Amplio es irrecuperable (desde hace bastante tiempo), no ya para un programa anticapitalista, sino para uno de reformas más o menos profundas, y que el proceso de derechización responde, entre otras razones, a la ausencia de una alternativa fuerte por izquierda. Es decir, a la incapacidad de tomar iniciativas y disputar relaciones de fuerza. Esta cuestión estará en la agenda de nuestro IV Congreso Nacional cuya fecha será fijada luego de las elecciones.


Montevideo 1º de octubre 2004
* Miembro de la dirección nacional de la Corriente de Izquierda (CI), reagrupamiento radical en el Frente Amplio. Editor del boletín electrónico Correspondencia de Prensa. Co-autor junto a Charles-André Udry de «América Latina: crisis continental y construcción de alternativas radicales», enero 2004. La entrevista también ha sido publicada por la revista A l`encontre (Suiza) www.alencontre.org
Marxismo Revolucionario Atual Nº 7, octubre 2004. www.marxismorevolucionarioatual.org