Algunos episodios de la semana que pasó merecen cierto comentario, necesariamente breve. Pero será una forma de comprometer opinión. Y como en algunos problemas tener opinión es imprescindible, van entonces en forma casi telegráfica estas reflexiones. El tratamiento dado por la mayoría del Frente Amplio EP-NM a la participación de la Armada en la Operación […]
Algunos episodios de la semana que pasó merecen cierto comentario, necesariamente breve. Pero será una forma de comprometer opinión. Y como en algunos problemas tener opinión es imprescindible, van entonces en forma casi telegráfica estas reflexiones.
El tratamiento dado por la mayoría del Frente Amplio EP-NM a la participación de la Armada en la Operación Unitas, contuvo errores serios y dejó flancos innecesarios. De hecho la forma como se tramitó la solicitud de autorización parlamentaria no permitió que se realizara una discusión que nos dejara bien parados.
En primer lugar en los organismos democráticos del FA, donde existía diversidad de opiniones y era muy fuerte la oposición a participar de la O.U. Todo parece indicar que tampoco en los partidos el tema se discutió con la necesaria participación.
Cotejar opiniones no debilita, al contrario
Tampoco se dejó margen para una discusión parlamentaria seria. El hecho de tener mayoría absoluta en ambas cámaras ¿nos exime de la obligación de brindar argumentos a favor de nuestras propuestas? Creo que no.
En estos días parece haberse puesto de modo una expresión que, a fuerza de repetirse, ha empezado a tomar un tinte ridículo: ‘el país se debe una gran discusión sobre el problema del tal por cual’. Mientras tanto se van resolviendo cosas. Muchas con acierto. Muchas que son posiciones ya acordadas en el FA, democráticamente y desde hace largo tiempo.
En otros casos, como la participación uruguaya en la O. Unitas, la decisión suponía un viraje a lo que ha sido nuestra posición durante decenas de años. Era el momento, si no de una discusión grandota al menos de una que nos permitiera abarcar todas las connotaciones que la decisión tenía. Y estar en condiciones de explicarla al pueblo.
Aludiendo a este estilo «expeditivo» de resolver drásticamente las cuestiones y diferir debates, algunos comentaristas le llaman «realismo político». Y aclaran: «puede haber errores o atrasos pero en líneas generales las cosas van bien». «La gente está conforme, tal como lo demuestran las encuestas de opinión».
No creo que eso sea realismo. Es un estilo más bien pragmático y posibilista. Y con los ojos puestos en el 2009. Mientras, se va haciendo lo que se va pudiendo, de acuerdo a los estados de ánimo de la gente. Una actitud diferente es la que se impulsa desde otras áreas y Ministerios como Salud, Trabajo, Seguridad Social y el del Interior con la ley de humanización del sistema carcelario.
Razonando en términos posibilistas no se tiene en cuenta que la fuerza política FA es un factor democrático fundamental como generador de estados de opinión en un sector considerable de nuestro pueblo. Y que, en la conformación de estados de ánimo contrarios al cambio progresista, juegan factores que están controlados por otros que no comulgan con nuestro programa.
El posibilismo pragmático es una concepción que se puede aplicar, pero hay que ser conciente que se da de patadas con todo lo que ha sido el desarrollo de la izquierda en el país y especialmente el FA. Y puede llegar a ser pan para hoy y hambre para mañana.
En los tiempos del bipartidismo
Durante 135 años el sistema político uruguayo fue, desde el punto de vista electoral, bipartidista. Había otros partidos a los que se llamaba «menores» como el socialista, el comunista o el de inspiración cristiana que conseguían poco apoyo electoral.
A la vez dentro de ambos partidos que disputaban el gobierno existían alas más o menos progresistas, más o menos antiimperialistas, más o menos partidarias de la justicia social que atraían electorado obrero al cauce de los partidos tradicionales.
Si a principios del siglo XX hubiera prevalecido el pragmatismo o, lo que después se llamó por parte de algunos dirigentes de la Corriente Batllista Independiente de los años 80, la lógica de la incidencia, la historia de la izquierda hubiera sido muy distinta.
Para empezar ¿qué sentido tenía en los años 20, 30, 40 y 50 ser socialista, comunista o demócrata cristiano si reunidos no alcanzaban el 10% de los votos?
No fueron unas semanas sino casi medio siglo. Tratando de acumular en torno a «partidos de ideas», como se les decía. Sin, o con muy poca, incidencia en el gobierno.
El pragmatismo y la lógica de la incidencia
¿A qué llamaban los «teóricos» de la CBI la lógica de la incidencia?
Al hecho de que, sustentando un pensamiento que en algunos casos era de izquierda, se militaba, se votaba y se acumulaba fuerzas dentro de los partidos tradicionales. Para tener incidencia en el gobierno, para hacerse de alguna chirola del aparato del Estado desde la cual «incidir». En ese intento la CBI fracasó y fue «recuperada» por el sanguinettismo o dispersada.
Estar fuera de los partidos tradicionales era estar privado de incidencia, de gravitación. Era una actitud puramente testimonialista, decían. Esta forma de razonar, que proporcionaba «rastrillos de izquierda» para afianzar a los partidos conservadores, se llegó a sustentar ¡hasta en las elecciones de 1999!, cuando el Dr. Batlle triunfó sobre Tabaré, para desdicha del país.
El FA como centro de «acumulación de fuerzas»
Alguien podrá decir que no siente ninguna identificación con aquellos viejos partidos de Frugoni, Lazarraga, Cardoso o Arismendi. Bien, no es el nuestro pero se respeta ese punto de vista.
Ahora bien, el país, y con él los partidos tradicionales fueron cambiando. Sobre todo en los años 60. Para los sectores progresistas que permanecían en los PPTT el ambiente se hizo irrespirable. Ya no había lugar para ningún tipo de influencia progresista en su seno. Para ser batllista, dijo Zelmar, hay que salir del P. Colorado. Erro ya había salido del P. Nacional.
Con estas tendencias progresistas, sumadas a las anteriores se conformó el FA. Para cambiarle el rumbo al país, para romper con el FMI, hacer la reforma agraria, liberar a los presos políticos, defender la industria y el trabajo nacional.
Si lo analizamos con la lógica posibilista, con los ojos deformados por las encuestas, tendríamos que decir que el FA, con su formidable composición, en su primera presentación a elecciones, fracasó. Obtuvo 18.8% de los votos. Los tradicionales, sumados, obtuvieron más del 80% de los sufragios.
¿Quiso decir esto que su fundación, su programa y su estilo habían constituido un error?
¿Qué su actitud de rechazo a la dictadura cívico-militar fue un error?
¿Qué sus denuncias, su solidaridad con los rehenes, los desaparecidos y los presos fueron errores?
Por que ninguno de esos postulados respondió a tentaciones posibilistas. Ninguna se adoptó pensando en qué resultado depararía en la hora de las encuestas.
Las actitudes de principios y no posibilistas dieron cárcel, proscripciones y mártires.
Desde el punto de vista pragmático, mal negocio. Desde el punto de vista de la acumulación de fuerzas contra el poder despótico y el neoliberalismo: fue el camino adecuado.
Desde su fundación y durante esos años de plomo el FA supo desarrollar una acción política de gran fuerza ética y emocional, parte fundamental de nuestra identidad política, estando totalmente por fuera del aparato institucional.
Hay reservas para respaldar los avances
En el presente, con la izquierda en el gobierno y enfrentada a las trabas e imposiciones del país conservador, las cosas han cambiado. Pero ahora como antes la acción política no puede reducirse exclusivamente a las instancias institucionales y a las reglas de juego que estas tienen establecidas a través de un orden legal y constitucional arcaico, hecho para conservar y no para cambiar la realidad en un sentido progresista.
Como fuerza política contamos con experiencia y reservas para contribuir en forma decisiva en la gestación de los cambios, en la superación de los obstáculos que opone la vieja sociedad de la injusticia, la impunidad y los privilegios.
Como fuerza política hemos sabido relacionarnos con inteligencia y buen pulso con las organizaciones sociales. Y con ellas ganamos la calle, las recolecciones de firmas y más de una consulta popular en las urnas.
Como diría León Duarte, con nuestro programa y con nuestra trayectoria, llevamos un Uruguay nuevo en nuestros corazones. Desde el gobierno y desde la fuerza política hay que ayudar para que aflore. Poniéndolo en la calle, haciendo que la gente esté informada y participe, que haga suyas y hasta mejore nuestras propuestas. Con más debate, con más democracia, con más participación y más lucha.