Las detenciones de hace unos días en Londres, el caos aéreo provocado posteriormente y la enorme sensación de miedo y desconfianza componen la lectura del «día después» de los acontecimientos. Las diferentes hipótesis y algunos intereses no declarados también han podido contribuir a enmarañar todavía más el escenario internacional y la campaña «contra el terror» […]
Las detenciones de hace unos días en Londres, el caos aéreo provocado posteriormente y la enorme sensación de miedo y desconfianza componen la lectura del «día después» de los acontecimientos. Las diferentes hipótesis y algunos intereses no declarados también han podido contribuir a enmarañar todavía más el escenario internacional y la campaña «contra el terror» de Washington y Londres.
Y sin caer en lecturas conspirativas, lo cierto es que tras el telón informativo se han podido entrever algunos movimientos muy preocupantes, y que podrían guardar relación con la utilización política de este tipo de amenazas, algo que en el pasado se ha repetido en diferentes países.
La mayoría de los discursos que han venido pronunciando Bush, Blair y alguno de sus aliados en torno a la llamada «guerra contra el terror» han caído en tópicos y en ocasiones se ha demostrado que estaban repletos de mentiras intencionadas, de ahí que las afirmaciones de estos días en torno al supuesto complot para derribar varios aviones en vuelo, pueda enmarcarse en experiencias anteriores.
Además, cuando esos dirigentes mencionan que al hilo de su política de agresión por todo el mundo, éste «se ha convertido en un sitio más seguro», la mayoría de la opinión pública reacciona con estupor. Los datos son más que elocuentes y muestran hasta qué punto esa política es errónea. Desde que se puso en marcha la campaña «contra el terror», el número de ataques catalogados como «terroristas» ha aumentado, los intentos para acabar con los dirigentes de al Qaeda, a quien no dudan en señalar coyunturalmente como la fuente de todos los males, siguen en libertad, y el sentimiento de ser víctima de un atentado indiscriminado ha aumentado en muchas partes del mundo, sobre todo en los países cuyos dirigentes siguen el guión neoconservador de Washington.
Londonistán
La situación de la comunidad musulmana en Gran Bretaña lleva varios años sometida a una importante presión tanto mediática como policial. Fruto de esta situación buena parte de la misma se muestra cada vez más alejada de las políticas del gobierno británico. No obstante sería un error englobar a la mayoría de la misma en las corrientes ideológicas más radicales del islamismo político.
Para comprender mejor la radicalización de las nuevas generaciones de musulmanes en Londres y otras ciudades, es necesario prestar atención a una serie de factores que interrelacionados entre sí pueden explicar mejor «esa rabia y frustración» que manifiesta en ocasiones parte de esa comunidad. En primer lugar es evidente que la política de Blair de apoyo a los planes de Bush en Palestina, Iraq o Líbano ha creado un importante rechazo entre los jóvenes musulmanes británicos. Por otro lado, la marginación económica y política ha consolidado la percepción de esos mismos protagonistas que no se ven «integrados en la sociedad británica». Si a todo ello le añadimos los ataques contra el Islam desde algunos políticos occidentales y el papel de determinados clérigos que promueven unas lecturas reaccionarias y conservadoras del Islam, obtendremos el cóctel necesario para entender mejor la situación.
Desde algunos sectores se ha venido utilizando el término «Londonistán» para intentar presentar la comunidad musulmana como la raíz de un movimiento internacional ligado a al Qaeda, una especie de cantera de candidatos a cometer atentados por todo el mundo bajo la bandera de la citada organización. Sin embargo, la mayoría de grupos y organizaciones islamistas que operan en Londres y que tienen un marcado carácter radical, no representan más que una minoría del conjunto de musulmanes de la ciudad.
Ello no es óbice para remarcar aspectos preocupantes en la coyuntura actual. El fracaso de las políticas gubernamentales han radicalizado a buena parte de esa comunidad, un ejemplo es la transformación de buena parte de la juventud de la comunidad de Bangladesh, que de militar en organizaciones de izquierda han pasado en buena medida a participar en otras de claro carácter islamista.
Pakistán
La conexión pakistaní es otro de los ejes de la reciente operación policial. Y como ocurre con los anteriores protagonistas, a la hora de analizar la participación de Islamabad no debemos perder de vista una lectura en clave interna. Los intereses del general Musharraf han influido a la hora de materializarse esta operación.
La compleja situación de Pakistán, con enfrentamientos en Waziristan entre las tropas gubernamentales y las tribus locales, la rebelión separatista en Baluchistán, el acoso político de toda la oposición contra el presidente, la radicalización islamista, hacen que política y socialmente, el país penda de un hilo.
Por su parte, Musharraf es consciente que sus únicos apoyos están en el ejército, de momento, en Washington y en los oportunistas que se arriman al poder. Y sabe también que estos apoyos suelen durar mientras se conserve el poder. El gobiernio pakistaní sabe que debe mimar estos apoyos y de ahí que en diferentes ocasiones, cuando ha visto peligrar su futuro, se hayan producido movimientos propagandísticos en la línea «de colaborar en la guerra contra el terror».
Cuando se cita la importancia de las detenciones en Pakistán para desmonta esa supuesta trama se olvida mencionar esos intereses de Musharraf, que pueden desmontar en ocasiones la mayor parte de los que se ha venido afirmando.
El terremoto que asoló la Cachemira ocupada por Pakistán el año pasado es una de las claves de este asunto. La incapacidad del gobierno y la comunidad internacional para responder ante esa catástrofe, fue aprovechada por diferentes organizaciones islamistas que llenaron el vacío de esos otros actores y supieron dotar de ayuda y asistencia a buena parte de los afectados. Paralelamente, algunos de los voluntarios procedían del Reino Unido y militaban en grupos como Hizb ut-Tahrir o al-Muhajiroun, y no han desaprovechado la oportunidad para desarrollar su proselitismo político en la zona.
Estos movimientos habrían maniobrado para articular una respuesta conjunta contra el general Musharraf, y algunos analistas locales señalan que podrían haber contactado con algunos elementos del propio ejército pakistaní. Los poderosos servicios secretos del país no habrían tardado mucho en localizar y controlar esos movimientos, y han esperado el momento oportuno, en parte en línea con la coyuntura internacional, para poner en marcha su maquinaria.
Las mentiras y manipulaciones del gobierno de Blair en ocasiones anteriores (el supuesto ataque con veneno, la redada de Forest Gate o la muerte del joven brasileño de Menezes), el ocultamiento de información en muchos de esos casos y el seguidismo ciego de la política de Washington son factores que, según la opinión pública, juegan contra las versiones gubernamentales. Las amenazas siguen existiendo, `pero la política que han abanderado hasta la fecha Londres y Washington no han acabado con ellas, al contrario, han aumentado.
La solución a esta situación debería pasar por un cambio profundo en las relaciones internacionales y en la transformación de las situaciones que han permitido las desigualdades que fomentan reacciones violentas por todo el mundo.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)