A nivel académico se siguen profundizando los estudios sobre el Estado, sus características, su presente y el futuro que tendrá dentro del marco de la llamada sociedad globalizada que, de manera más que evidente, sigue consolidando el atraso y la miseria en zonas determinadas del planeta. Cuando estamos ya a pocas horas de la elección […]
A nivel académico se siguen profundizando los estudios sobre el Estado, sus características, su presente y el futuro que tendrá dentro del marco de la llamada sociedad globalizada que, de manera más que evidente, sigue consolidando el atraso y la miseria en zonas determinadas del planeta.
Cuando estamos ya a pocas horas de la elección que provocará un cambio dramático en la administración estatal del Uruguay, parecería coherente reflexionar sobre nuestro Estado que como consecuencia negativa de las políticas de los últimos gobiernos, ha ido perdiendo las características de una Nación, involucionando desde una situación que era difícil, desaliñada alejando los aspectos organizativos que podrían haber implicado que se consolidaran en un Estado moderno. Esas características que se verificaron en distintos períodos históricos, se deterioraron y determinaron la actual situación de un Estado claramente dependiente que ha perdido sus características de Nación..
Robert Koper en 1996 publicó un trabajo (1) en que sostiene que existen por lo menos tres tipos de Estado, a los que caracteriza como premodernos, modernos y postmodernos. Los premodernos, entre los que entendemos está hoy el Uruguay, son los que mal cumplen el principio de monopolizar el uso de la fuerza, por lo que resultan más o menos caóticos, en los cuales pierden sentido elementos propios de una Nación, como las fronteras, las aduanas y los ejércitos, que carecen de sustancia y objetivo ante el desorden conceptual que se traslada a las instituciones, dentro del caos provocado por la implantación forzada de modelos económicos y de organización estatal que van a contrapelo de los intereses nacionales.
Se dirá: ¿cuáles son los intereses nacionales?. La definición debe encontrarse en el marco de un análisis humanista que ponga como centro al hombre, al habitante del país, que debe recibir los frutos del progreso, del funcionamiento democrático, de la modernización de la sociedad, extremos que deben ser orientados e impulsados, en su consolidación, por el Estado.
Una sociedad que no siga agobiada – como hoy – por un Estado con un peso insoportable, que pueda desarrollar sus iniciativas con libertad, dentro del marco de reglas de juego estrictas en su cumplimiento, pero abiertas en su concepción. Un Estado – para escapar de su característica de premoderno – que sepa mantener los principios de soberanía y de no injerencia, con un respeto estricto de los otros Estados, como de las concepciones diversas de sus habitantes.
En definitiva, un Estado democrático que convierta al Uruguay en una Nación libre y soberana, que sepa como consolidar su estructura y no languidezca, como ahora, en el marco de una globalización de única mano, en la que los uruguayos hemos perdido de manera brutal muchas de las mejores características que definían nuestra forma de vida.
Por supuesto, una soberanía que debe ejercerse de manera flexible, encuadrada en organizaciones que regulen la injerencia de unos en los asuntos internos de otros en el marco de organismos multinacionales, renunciando al uso de la fuerza entre ellos y que busquen la seguridad a través de la mutua vulnerabilidad (2).
Será una tarea lenta y laboriosa porque, no es necesario que lo afirmemos, el Estado uruguayo está muy mal. Ha sido depredado durante décadas por un clientelismo feroz (3), del que habla Emma Massera en su último libro que analiza las características de las empresas uruguayas que en lugar de dedicarse a la producción, han existido siempre para vivir, sin innovaciones ni planes de desarrollo de sus negocios, de requerimientos al Estado. Un «clientelismo» que ha deteriorado su funcionamiento, mecanismo malsano que fuera alentado por los gobiernos de blancos y colorados, que nada tiene que ver con los necesarios supuestos apoyos que pueden provenir del propio Estado para impulsar el desarrollo.
Un país, además, organizado en base a la fuerza de corporaciones con mucha, mayor o menor influencia en las decisiones de los gobiernos que han determinado que nuestro Estado sea hoy un monstruo deforme, pesado, ineficiente y no adecuado para un país que debe pasar a la modernidad para desarrollarse en el marco de la equidad. La distorsionada pirámide salarial es una muestra de ello.
¿Modernidad? Por supuesto, ya que vivimos en un país atrasado, profundamente incapaz de multiplicar su producción para el desarrollo que además, como ocurría cien años atrás, tiene un principal rubro de exportación, la carne, sin que se le haya logrado incorporar mano de obra. Un exportador nato de materias primas sin la complementación de trabajo, lo que ya es una rareza a nivel mundial.
Un país, por esa razón, que no puede redistribuir en sus etapas de crecimiento porque no existen los mecanismos para sumar valor agregado a las materias primas que producimos, todavía. de manera extensiva.
Todo ello para ir sumando al todo las características que debe tener una Nación. La primera de ellas es la independencia para la adopción de políticas de todo tipo, aceptando modelos vinculantes con otros intereses solo cuando los mismos sean favorables a los comunes del país. ¿Cómo es posible que haya gobernantes de este país que hayan tomado como paradigma a impulsar lo decidido en el Consenso de Washington? ¿Cómo es posible que los mismos gobiernos hayan impulsado planes de reformas, toda ellas basadas en manuales entregados por los organismos multinacionales de crédito que, a la vuelta de la historia – como en el caso de las AFAP o jubilaciones privadas- ellos mismos hayan reconocido su fracaso (4) ?
Reformas que han avanzado en el tiempo, profundizado aspectos negativos de nuestra sociedad, las que han determinado situaciones de hecho difíciles de enmendar. Los responsables de tal aberración, quienes aceptaron esa forma de colonización ideológica y aplicaron la receta foránea, ya están pagando por su error. El próximo domingo en las urnas los uruguayos mostrarán como se resuelven en democracia esas controversias.
Sin embargo debemos reconocer que la acción de las cúpulas blancas y coloradas fue tan dañina que el nuevo gobierno deberá emprender una tarea ciclópea, gigantesca. La de reconstruir el Uruguay nación.
Y en eso estaremos.
Notas
(1) The Post-Modern State and the Word Orden
(2) Carlos Alonso Saldivar: «El mundo roto»
(3) Socióloga.
(4) Banco Mundial.