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Uruguay

La sanción al fiscal Enrique Viana y el cáncer de la República

Fuentes: Rebelión

No hace tres meses nos enteramos que Obras Sanitarias del Estado guardaba estudios que indicaban que nuestra agua potable podía ser considerada de varias formas, pero nunca potable. Esta agua que tomamos, como había advertido el ingeniero agrónomo Daniel Panario, contiene una serie de sustancias poco aconsejables para la salud. No es ya la opinión […]

No hace tres meses nos enteramos que Obras Sanitarias del Estado guardaba estudios que indicaban que nuestra agua potable podía ser considerada de varias formas, pero nunca potable. Esta agua que tomamos, como había advertido el ingeniero agrónomo Daniel Panario, contiene una serie de sustancias poco aconsejables para la salud. No es ya la opinión de algún «enemigo de la patria»; es algo que emana directamente de informes internos de los técnicos de OSE; lo dice, digamos, la ciencia.

El agua está corrompida y no sólo el agua, pues si los encargados de la OSE obtienen informes que dicen que el agua está corrompida y los esconden y no advierten a la población, resulta que también la OSE está corrompida. Pero resulta que el asunto salta a la luz pública. Nos enteramos que quienes dirigen la OSE sabían que nos hacen beber toxinas y deciden cerrar la boca y el superior gobierno, enterado, no pide informes ni investiga el proceder de los jerarcas responsables de esta animalada. Tampoco el parlamento. Esperamos que alguien haga algo, pero nos responde un silencio cósmico. Nada. Nadie ¿Sucede esto en dictadura? No. Ya la volteamos con sacrificios inenarrables y reinstalamos el estado de derecho, disfrutamos ahora de la Democracia.

El estado de derecho significa unas cuantas cosas, y entre ellas, que todos somos iguales ante la ley, que el poder de los que tienen más será atenuado por las leyes y que el poder del Estado será repartido en tres ámbitos, para evitar que uno sólo lo acapare, pues el pasado nos ha indicado que la concentración de poder en una persona siempre es dañina para los más. Por eso, primero en Inglaterra, luego en Norteamérica y Francia y más tarde en Hispanoamérica, se hicieron unas buenas revoluciones para acabar con el despotismo. He aquí que transcurridos dos siglos, volvemos al principio con unas repúblicas de utilería que ni siquiera llegan a la talla de David frente al Goliat de las trasnacionales.

El Capital, que en un principio se benefició de los Estados nacionales que lo protegían, ha desarrollado sus músculos de tal manera que desborda ahora las estructuras nacionales. Las leyes de nuestra República no rigen para el capital trasnacional. Rigen para nosotros, que pagamos cada vez más impuestos, pero no para quienes se instalan con exoneraciones impositivas y apelan, ante cualquier conflicto en nuestro suelo, ante tribunales anacionales. Si descubrimos que cualquiera de las megaempresas contamina nuestra agua, aire, tierra o gente, no deberíamos hacer nada, pues ello alteraría el lucro de las megaempresas y ante ese sacrilegio, acudirían a sus propios tribunales y pagaríamos multas astronómicas por atrevernos a defender la salud de nuestra gente. Esta es la nueva fase de la civilización del Capital, el neofeudalismo y la erosión de las Repúblicas.

¿Por qué un gobierno autodefinido de izquierda no hace nada ante esta invasión? Porque cree que es ineluctable y no habría otro camino y considera que a pesar de que todo se contamina, al menos se reduce el desempleo y aumenta nuestro PBI. El gobierno no enfrenta a las megaempresas porque son sus aliadas, o en rigor, el gobierno es aliado de las megaempresas. Pensábamos que los partidos de izquierda llegarían al gobierno para muy diversos propósitos, pero llegaron al gobierno para abrirle aún más las puertas al capital trasnacional, darle una serie de garantías consideradas innecesarias por eminentes economistas y cambiar nuestro sistema judicial, debilitando el poder de los jueces en aras de los fiscales que perderán su independencia técnica, pues pasarán a ser subalternos de un director general que impartirá órdenes. El poder judicial pierde su capacidad de investigar y de acusar, y en suma, de controlar a los otros poderes toda vez que un director nombrado por el Ejecutivo maniata a los fiscales de la nación.

Cuando esta propuesta se hizo pública, el fiscal Enrique Viana, entre otros, advirtió del peligro que significaba. Como mejor manera de confirmar lo acertado que estaba este fiscal, se lo sanciona. Tiempo atrás fue sumariado; en un episodio oscuro e impune, fue baleado en las piernas; luego fue separado del cargo por seis meses y ahora se lo traslada por ineptitud. Cualquiera que ha visto la destreza con que se mueve Enrique Viana y ha observado la coherencia afilada de un discurso que nunca se pierde en digresiones, no puede acreditar ninguna ineptitud. Es una acusación cobarde y vil. El argumento sería que Viana, por acciones que no encuentran respaldo en una Justicia maniatada, nos hace perder dinero. También podríamos decir que la Educación y la Salud Públicas generan pérdidas al Estado. Ante este subterfugio frívolo e inadmisible, suscribimos las palabras de Víctor Bacchetta: «¿Desde cuando la función de un fiscal es ganar juicios? La función es defender las leyes y litigar. ¿Desde cuando perder un juicio significa que no se tiene razón o que no se sabe de derecho? ¿Quienes aplauden este traslado no escucharon alguna vez hablar de «las dos bibliotecas» en derecho? Las decisiones de la Justicia deben ser acatadas, pero la ejercen seres humanos y están sujetas a interferencias de todo orden. Aunque pierda un juicio, el fiscal litigante cumple la función clave de obligar al otro a justificar sus actos. Si se elimina esta función, la del que cuestiona lo hecho por otros poderes, estamos instaurando una dictadura. Es así de sencillo. Yo puedo discrepar con el fiscal Viana pero debo defender absolutamente su deber de luchar por lo que cree justo. Y en esto a Viana no le falta idoneidad, por favor. Es de una puerilidad asombrosa que argumenten, para tomar esa decisión, que genera «gastos innecesarios»».

Al tiempo que se informa que el fiscal Viana ha sido trasladado, se anuncia que ha resucitado el proyecto de megaminería ante el cual interpuso un recurso de inconstitucionalidad. No es el primer servidor público perseguido por anteponer su ética a la abominable comodidad del que sigue la corriente. Fue trasladada una inspectora que detectara que Fripur alteraba las etiquetas vendiendo pescado podrido; fue sumariada una funcionaria del INAU que fotografiara los containers donde se sucuchaba a los internos; fue trasladada la fiscal penal Diana Savio; fue trasladada la jueza Mariana Mota; fue relevado Carlos Liscano de la Biblioteca Nacional por osar responder una entrevista al diario El País y ahora fue obligado a renunciar el maestro Juan Pedro Mir, por declarar en una reunión interna de su partido oficialista, que así como van las cosas será imposible cambiar el ADN de la educación. No sólo no se pueden hacer las cosas bien, ni siquiera se puede decir la verdad. El gobierno de izquierda que habría llegado al poder porque ejercíamos el pensamiento crítico, ahora rechaza el pensamiento crítico y gobierna, no por el respaldo que tiene, no por una masa social reclamando una vida mejor, sino por el vacío generado por la apatía política; gobierna por la ausencia de pensamiento y ante una oposición que no hace ni puede hacer oposición a lo que ella hizo o hará a su turno.

Ante esta coyuntura ya no vienen a cuento definiciones de izquierda o derecha. El problema es mucho más profundo y nos retrotrae al principio de la cosa política. Aquellos pocos pero en aumento que hemos decidido ponerle freno, tenemos una gama de aliados que sólo tiene parangón en el marco de alianzas de la apertura democrática. Está en juego la salud de nuestra gente, está en juego la salud de nuestra economía y está en juego la salud de nuestra Democracia. La soja arrasa el monte nativo que protege los cursos de agua y su monocultivo ha llevado a que abandonemos otros rubros, al tiempo que permitimos que los aeroplanos fumiguen la soja y las escuelas. Miles y miles y miles de eucaliptus, como un pulpo gigante, absorben toneladas de agua antes de ingresar a la zona franca de las pasteras que son, por añadidura, las principales latifundistas de nuestro país y a las cuales ni siquiera les cobramos esa valiosa agua que devoran para hacer la pasta, antes de arrojar 150 toneladas diarias de desechos al río. Les dejamos hacer, dejamos que primaricen nuestra economía, dejamos que dicten las leyes o que no les afecten, y dejamos que presionen para sancionar a los fiscales que nos defienden y que defienden, antes que nada, y para eso están las leyes, a los más desprotegidos. Algunos podremos comprar agua embotellada para beber, para hacer el mate y para cocinar, pero una inmensa mayoría está condenada a tomar el agua de la canilla ¿Hasta cuándo soportaremos esto? No alcanza con culpar al gobierno y a quienes protege. La raíz del problema está en la apatía ciudadana. Una democracia no sobrevive sin ciudadanos que participen y que defiendan sus instituciones.

Vivimos una época oscura signada por la carencia de ideales; un vacío que apenas llenamos acudiendo a los shoppings, esos templos modernos. Los medicamentos, lejos de vencer las enfermedades, las cronifican; el cáncer ocupa el lugar que antaño ocuparon la lepra y la peste negra; el sol se convierte en un agente peligroso; los tomates no tienen gusto a tomates, las frutillas no saben a frutillas; los medios de comunicación envían al instante cartas ayunas de espíritu, pues hemos avanzado en el arte de comunicar rápidamente la nada; el cine, agoniza; la literatura, se arrastra y nos acostumbramos a aceptar lo inaceptable. Sin embargo, hasta en las épocas más oscuras la humanidad ha necesitado héroes, y cuando no los tuvo, los rescató del pasado alterando los hechos históricos. La búsqueda de héroes debe responder a la necesidad de encontrar una personificación de ciertos ideales. Una sociedad precisa de ideales y precisa de artistas que los sitúen y defiendan como una manera de defender a la belleza, porque la humanidad necesita de la belleza como del agua y del aire. Ayer veía una entrevista a Enrique Viana asombrado por su capacidad de respuesta, siempre yendo a la raíz del problema y sin escurrir el bulto ante preguntas que conducían a un terreno peligroso para un funcionario de la nación. Veía la entrevista agradecido a un hombre que se enfrentaba al poder, que suele significar enfrentarse a todos los demás, anteponiendo la felicidad general a los perjuicios que su lucha le podría acarrear, y en tanto esas cosas veía y pensaba, sentía que me encontraba ante algo bello, ante una manifestación de la belleza. «Nada ennoblece y nada une más que la lucha», decía en un discurso Zelmar Michelini, y yo pensaba en la verdad que encierran esas palabras y pensaba en otras palabras, bellas y verdaderas (bellas porque son verdaderas) con las cuales nos despediremos del lector hasta el próximo artículo: «He visto la valentía en el hombre. He visto la valentía de un hombre que se enfrenta a un caballo desbocado. Pero no he visto valentía más grande que la del hombre que se enfrenta a los demás y piensa con su propia cabeza».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.