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Uruguay

Las burocracias resisten

Fuentes: Editorial del Diario La República

La expresión pública del malestar de algunos sectores políticos del propio Frente Amplio por la remoción de dos ministros y el director de UTE, resultó inmediata y cruda a partir de la salida del Ministro Lescano. La supuse originalmente exacerbada por la maquinaria mediática y, por lo tanto, un simple síntoma pasajero. Hasta que, intentando […]


La expresión pública del malestar de algunos sectores políticos del propio Frente Amplio por la remoción de dos ministros y el director de UTE, resultó inmediata y cruda a partir de la salida del Ministro Lescano. La supuse originalmente exacerbada por la maquinaria mediática y, por lo tanto, un simple síntoma pasajero. Hasta que, intentando profundizar en la información que me permitiera abrevar en las causas de la incomodidad descubrí otras dos fuentes informativas que resultaron iluminadoras sobre este asunto. Por un lado un par de columnas de Esteban Valenti en el portal de noticias uy.press y la intervención del Presidente Mujica en su audición radial. Seguramente el lector uruguayo avisado conozca ese sitio y el hecho de que las alocuciones semanales del Presidente se pueden escuchar directamente o bajar desde la página de la presidencia. Pero como esta columna se reproduce en medios de otros países, creo útil compartir la grata sorpresa del hallazgo que permite a quienes no vivimos en Uruguay poder escuchar sus ondas hertzianas y tener por ello un contacto más estrecho aún con su realidad política.

Justamente la última intervención radial de Mujica hizo estricta alusión a las razones fundamentales del conflicto y tácitamente respondió al cuestionamiento de Valenti. Si pusiéramos en dos líneas la explicación central vertida allí, consiste en que no sustituyó al Ministro Lescano por defectos o limitaciones en su gestión sino, inversamente, por su éxito, especialmente para construir colectivos de trabajo en condiciones de garantizar la continuidad de esas exitosas políticas ante su eventual sustitución. De este modo, cualquier exaltación tanto de los logros de gestión, como de las virtudes del ministro saliente (que además de Valenti en el portal citado, hasta el propio Bordaberry subrayó en su columna habitual en este diario y carezco de razón alguna para desmentirlos) o de cualquier otro jerarca, no justifica necesariamente su continuidad ad eternum. Sin embargo, sus fundamentos siembran criterios políticos que exceden la anécdota de algunos cambios de gabinete y creo que deberían inscribirse como un hito histórico para las izquierdas, no solamente uruguayas, ya que toda su disertación giró en torno a los peligros de la burocratización y sus consecuencias políticas.

Resulta como mínimo infrecuente que un dirigente de izquierda situado en alguna posición de poder real, aluda a la burocracia, a sus riesgos y consecuencias, y se incluya entre las posibles presas de ese fenómeno degenerativo y paralizante. Menos aún que orgánicamente lo asuma un grupo político que haya alcanzado alguna cuota importante de poder y que en su interior y en las políticas que se proponga implementar, incluya a la lucha antiburocrática, aunque por el momento, en ausencia de otros pronunciamientos orgánicos, sólo atribuiría este mérito a la posición personal de Mujica. Tanto la crítica como esta lucha se vieron limitadas a la resistencia al poder normalmente burocratizado en todos los ámbitos de confrontación: desde los sindicatos al Estado, desde la sociedad civil a la sociedad política. Quizás el antecedente cercano más importante de un jerarca de Estado que aludió directamente al problema haya que encontrarlo en algunos escritos aislados del Che. De forma tal que la oratoria de Mujica constituye un momento de oxigenación de tradiciones críticas alicaídas, u olvidadas generalmente en los umbrales de las responsabilidades de gestión y ejercicio del poder. Sobre todo si se cristalizan luego en medidas concretas de freno al dominio burocrático y -agrego- tecnocrático. Y más particularmente aún en esta coyuntura de la izquierda uruguaya en la que, si ya las alarmas por los dos últimos plebiscitos perdidos y la caída de votos en las elecciones departamentales y comunales resultaban suficientemente elocuentes -intuyo que en parte emparentadas con procesos de cierta burocratización- se le suma la pérdida de votantes en estas internas recientes, aunque no contemos aún con un cómputo definitivo y resultados sectoriales precisos. Quizás me sesgue el interés particular por el tema, pero desde hace treinta años cuando escribí un libro precisamente titulado «La burocracia», lo considero un nudo goridiano de la sociología y de entre los grandes problemas a dilucidar y conjurar. Un legado irresuelto del siglo pasado, cuya carga no sólo se transfiere al actual sino que también se multiplica y agobia.

Con total claridad sostiene el Presidente que el fenómeno del burocratismo es una constante atribuible a la condición humana que acecha a la vuelta de la esquina a cualquier Estado, aunque no exclusivamente a éste sino también a la empresa privada, a los partidos y organizaciones de la sociedad civil. El Presidente no se apoya para ello en referencias a tradiciones teóricas o históricas, sino que alude a las propias impresiones posteriores a su visita juvenil a la URSS de Kruschev, y obviamente, a su propia experiencia política. Acierta en caracterizarlo como un proceso sordo que no es externo a los sujetos y sociedades sino intrínseco, al cual estamos todos expuestos. Sin embargo, a pesar de involucrar la subjetividad, sostiene que no deviene de la maldad o de la prostitución consciente. Es un fenómeno inevitable e imposible de eliminar, aunque resulte mitigable, aún sin recetas o antídotos genéricos.

Según Mujica, hay ciertas condiciones medio ambientales en las que la burocracia encuentra la savia nutricia indispensable para su reproducción: la rutina, la estabilidad, la previsibilidad, el bienestar individual, la ausencia de cambios y, sobre todo, de esfuerzos. El actual burócrata habría sido tentado pretéritamente por las condiciones de las que hoy goza como la comodidad, la seguridad y la estabilidad. Se pregunta Mujica en su habitual estilo horizontal, «¿para qué me voy a matar si la tengo segura?», al límite de concluir que se trata de una enfermedad mucho más extendida de lo que parecería. Así concluye que las burocracias estabilizadas son la «gangrena» en todos los ámbitos: privados, públicos y políticos. Es la causa esencial de la parálisis humana. En los partidos políticos también. «Los full time -dirá- los militantes profesionalizados son la antítesis de lo que debería ser un partido. Se pasan años y años. Se terminan alejando de la gente».

Reservaré algunos comentarios críticos a ciertos matices del ataque presidencial a la burocracia para otra oportunidad, ya que aquí me interesa destacar tres razones de su importancia. En primer lugar, que es ahora o nunca. Los síntomas son claros y -como el propio Mujica sostiene- hay una larga tradición batllista que ha favorecido ese medio ambiente metaforizado en Uruguay. El gobierno se topó con una estructura ya muy consolidada sobre todo a nivel de trabajadores del estado, que resulta invencible si sobre ella se monta un poder político que en vez de desarticularla y debilitarla, se consolida y estabiliza conjuntamente e infunde hacia el FA alguna forma refleja. En segundo lugar porque las estabilidades, seguridades y previsibilidades son ajenas al espíritu crítico de las izquierdas. Son ellas las que deberán estar atentas y tener políticas de freno a la inercia paquidérmica de las estructuras y su autoreproducción. Las derechas conviven con las burocracias sin problemas ni cuestionamientos.

En tercer y último término, porque además de describir el fenómeno, el presidente señala un punto que reconoce como mitigador o debilitador de las tendencias burocráticas y justifica algunas de sus recientes medidas exhibiendo algunos fundamentos, pero sobre todo, coherencia en su propia trayectoria. Parte del supuesto de que los cargos públicos son meros instrumentos, un medio para conseguir fines que son los que determina el programa. La función pública no es entonces un fin que resuelve en última instancia los problemas personales de existencia de los beneficiarios. Pude señalar en varios artículos varios gestos de Mujica, pero también de otros dirigentes como el Intendente De los Santos que suponen resignaciones personales.

A mi entender, la conclusión más importante es la búsqueda del mecanismo de rotación y de construcción de colegiados en sustitución de los cargos unipersonales. Es sólo un punto de partida de una larga ristra de institutos que podrían mitigar tendencias diversas a la molicie y el culto a la personalidad. El presidente lo reconoce, aunque también lo relativiza situándolo en cada circunstancia. No es momento de discutir esto último, pero si aún así hubiera casos en que la rotación fuera transitoriamente imposible, jamás deberá olvidarse que así como un hipotético estado poscapitalista deberá asumir transitoriamente el reemplazo del viejo para autoextinguirse, lo mismo deberá esperarse de un dirigente de izquierda.

En la semana se ha lanzado al éter, nada menos que desde la máxima responsabilidad de conducción del Uruguay, un llamamiento al debate sobre cuestiones cardinales disimuladas por urgencias y silenciadas por el interés personal. Esperemos que los receptores y enriquecedores del desafío lanzado no se encuentren adormecidos en la estabilidad ni subyugados por las conquistas individuales, ya que el tren de la historia tiene maquinistas y personal burocrático que lo envilece al límite de su detención.

Emilio Cafassi es Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. [email protected]

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.