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La mala aplicación de los términos "lealtad" y "obediencia"

Las cosas por su nombre

Fuentes: La Quincena

Tal vez porque nuestro idioma es el más rico en expresiones idiomáticas, se acostumbre rebuscar entre sinónimos ―y no tanto― la palabra que quede más linda, sea menos agresiva, menos directa, o menos molesta para quien habrá de leerla o escucharla. Hay tantas en el Castellano que bien se puede elegir. Pero la existencia de […]

Tal vez porque nuestro idioma es el más rico en expresiones idiomáticas, se acostumbre rebuscar entre sinónimos ―y no tanto― la palabra que quede más linda, sea menos agresiva, menos directa, o menos molesta para quien habrá de leerla o escucharla. Hay tantas en el Castellano que bien se puede elegir.

Pero la existencia de tantos vocablos no significa que haya sobrantes. Simplemente hay una para cada cosa y hasta los sinónimos tienen alguna sutil diferencia entre sí. Mucho se podrá «dibujar» la expresión escrita y/o hablada para que no peque de grosera… Pero cuando se busca claridad… sólo se puede llamarle al pan, «pan» y al vino, «vino».

Hay palabras solemnes ―como «lealtad» y «obediencia»― que además de su significado literal, tienen otro mucho más amplio, más profundo, más importante. Es difícil imaginar que alguien pueda ignorar tanto lo que significan, como lo que encierran. Sin embrago, últimamente se vienen aplicando mal.

Y no son los niños de escuela los que se equivocan. Ellos, muy por el contrario, usan los dos términos correctamente y dicen ―sin riesgo al menor error― que los perros y los caballos son leales y obedientes. Los que confunden la cosa son los militares de carrera… y no será por carencia de educación adecuada, porque la tienen.

No me voy a meter en el análisis de lo que es la doctrina castrense, porque aunque la conozco, no soy capaz de entenderla. Se me dificulta mucho comprender que el cerebro humano logre ―a fuerza de aprendizaje, condiciones y vocación― dejar de funcionar con la luz propia que de por sí posee para hacerlo en función de cualquier orden recibida, como operando un interruptor interno que lo deje a oscuras de su propio discernimiento.

Lo que haré es corregirles el error gramatical, porque en ese tema sí que tengo las cosas claras y ―que yo sepa― el idioma no discrimina entre uniformes y ropas de civil. No puedo escuchar a algunos de ellos justificar en público su «proceder» en lo que también mal denominaron «guerra», amparados en la lealtad y obediencia a las órdenes recibidas; y aceptarlo sin decir nada. No me cabe. Soy civil, y orejana.

Pondré un único ejemplo que habrá de comprobar dos cosas: una, que no hay lealtad ni obediencia capaz de hacer milagros; y la otra, que un militar también es un varón de la raza humana, y como tal, hay cosas que sólo puede hacer… si quiere hacerlas.

De toda la vasta gama de torturas y delitos de lesa humanidad que hicieron víctima al «enemigo» «cumpliendo órdenes», elegiré la violación: el abuso sexual; así que seré muy clara y le diré a las cosas por su nombre.

El ser humano macho está hecho de una forma y el ser humano hembra de muy otra. Si el hombre fuera capaz de obtener la erección necesaria para fornicar por la fuerza, cuando en realidad no tiene ganas de hacerlo… la prostitución masculina efectiva habría existido mucho antes de que la droga hiciera posible tal «milagro» por dinero. Y para saber esto no hay que ser médico ni psicólogo, basta con ser hombre o ser mujer.

El sexo mentido, y/o por obligación, es exclusividad femenina, les guste o no. El varón en cambio, puede mentir cualquier cosa menos una erección. Y sin ella, el abuso sexual no es posible. El delito de violación, entonces, puede ser ejercido únicamente por aquél que sienta el deseo de cometerlo.

Dejémonos de aceptarles justificativos ridículos, disfrazando de «lealtad» y «obediencia» a supuestas órdenes imposibles de cumplir. Todos los violadores fueron voluntarios y lo hicieron porque les gustó. Y el que siente placer violando, no puede ser menos que sádico y aberrante. No puede justificarse y mucho menos pretender el perdón.

¿Cuál fue el motivo entonces del resto de las torturas? ¿Órdenes o voluntades? Responder esta pregunta no creo que sea cosa de gramática, sino de sentido común.

Ojalá resurja ―como el ave Fénix― el cada vez menos común de los sentidos, y el batir de sus alas traiga justicia.