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Las miserias de los Premios Nobel de Economía ante el capitalismo del desastre

Fuentes: Rebelión

Cada mes de octubre la Real Academia de las Ciencias de Suecia anuncia a las personalidades –académicos y líderes políticos– y organizaciones ganadoras del Premio Nobel. Con ello se galardonan sobresalientes trayectorias científicas y políticas, así como contribuciones en beneficio de la humanidad y de la paz internacional. En 1895 Alfred Nobel (1833-1896) instituyó estos galardones que comenzaron a entregarse en el año 1901. Nobel fue un industrial e inventor sueco que patentó más de 350 inventos, entre los cuales sobresalía la dinamita. Al morir su hermano Ludvig en Francia, se publicó por error un obituario con el nombre de Alfred Nobel y la leyenda “Murió el mercader de la muerte”. Esa situación generó en Alfred un sentimiento de culpa y remordimiento ante los usos perversos de la dinamita. Fue así como en su testamento consignó que parte de la fortuna lograda con sus inventos se destinara a galardonar a quienes hicieran aportes a la humanidad en ámbitos como la medicina o fisiología, la física, la química, la literatura y la paz. Sin embargo, una distorsión de esta voluntad de Alfred Nobel se introduce en 1968 con la aprobación y la posterior entrega, por vez primera (1969), del denominado Premio de Ciencias Económicas del Banco de Suecia en Memoria de Alfred Nobel, instituido y financiado por el Sveriges Riksbank y custodiado y autorizado por la Fundación Nobel.

En sus orígenes, el mediáticamente llamado Premio Nobel de Economía fue entregado a trayectorias de alta calidad académica, incluso con vocaciones y perspectivas diversas y heterodoxas dentro de la ciencia económica. Fue el caso economistas como Jan Tinbergen (galardonado en 1969), Paul A. Samuelson (1970), Simon Kuznets (1971), John R. Hicks (1972), Kenneth Arrow (1972), Wassily Leontief (1973), Gunnar Myrdal (1974), Friedrich August von Hayek (1974), Herbert A. Simon (1978), Arthur Lewis (1979), y James Tobin (1981). Sin embargo, desde que dicho galardón fue entregado a Milton Friedman en 1976, el viraje coincidió con la formación de un consenso neo-conservador en la teoría económica y que rompió con el consenso neoclásico/keynesiano 

De lo que se trata con el denominado Premio Nobel de Economía es de crear una plataforma artificial para proyectar, más allá del acartonamiento de la academia, alguna teoría que se pretenda instalar en el debate público y en los ámbitos del diseño y ejercicio de la política económica. El galardón encierra una serie de rituales y códigos de comunicación en torno a un paradigma dominante y a la cercanía de las ciencias económicas con la toma de decisiones y las estructuras de poder. Ese ritualismo es parte del mayor pedigrí y arrogancia que se atribuyen los economistas, al sentirse infalibles y cercanos a los físicos y a las formas en que éstos construyen el conocimiento científico.  

Los laureados con el Nobel de Economía alcanzan una proyección internacional que los sitúa como referentes en la formación de nuevos economistas en las universidades a través de la publicación de manuales. Ello en sí mismo no sería un problema, a no ser porque esos libros de economics (titulados regularmente como Economía, Fundamentos de Economía, Principios de Economía, Introducción a la Economía, Curso de Economía Moderna, Macroeconomía, Microeconomía) no se rigen por el rigor metodológico y la contrastación empírica en sus argumentos; son reiterativos en extremo eludiendo toda diferencia entre un autor y otro, y tampoco ocultan la orientación ideológica esos autores. Además de influir en una formación sesgada y limitada de los estudiantes universitarios tras ningunear otras tradiciones del pensamiento económico, se incide con esos manuales en las miradas de los tomadores de decisiones y de los planificadores y consultores de organismos internacionales y de los sectores públicos nacionales. En ello radica el meollo del asunto: se trata de perspectivas teóricas y de prescripciones de política económica preñadas de juicios de valor y de una cosmovisión del mundo signada por el eficientismo y la racionalidad tecnocrática. Estos economistas del mainstream inciden también en la opinión pública a través de libros y de columnas de opinión donde abordan múltiples temáticas de interés general: desde lo que ellos consideran que incide en el desarrollo de los países, el comportamiento de la economía mundial y el tratamiento de las crisis económico/financieras, hasta la repulsión o simpatía que les genera algún líder político, sea en Estados Unidos o en algún otro país. Es el caso de Joseph E. Stiglitz, Paul Krugman o de Ben Bernanke.

El problema que subyace en todo ello radica en la concepción que prevalece en este mainstream en torno a lo que es el análisis económico y lo que es la construcción del conocimiento científico, así como en torno a la función de ambos en la sociedad contemporánea. La fastuosa y errónea división de la ciencia económica en economía positiva y economía normativa evidencia, en parte, esa concepción al pretender ocultar el papel de la ideología en la construcción de la teoría económica, así como la tentación de hacer creer que construyen una ciencia aséptica e infalible. En el caso de Stiglitz y Bernanke, la Fundación Nobel obvia que fueron funcionarios públicos y responsables directos del modelo económico que se ejerce desde hace cuatro décadas en la economía mundial: el primero como Jefe del Consejo de Asesores Económicos del Presidente de los Estados Unidos (1995-1997) y Primer Vicepresidente y Economista Jefe del Grupo del Banco Mundial (1997-2000); el segundo como Presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos (2006-2014), donde justo en los momentos más álgidos de la crisis inmobiliario/financiera de 2007-2009 tomó decisiones controvertidas que impactaron negativamente en la estructura económica mundial. Además, la Reserva Federal, como regulador del sistema bancario, hizo caso omiso respecto a las hipotecas subprime en aquellos años. Se crearon paquetes de deuda que, posteriormente, fueron vendidos, generando con ello burbujas especulativas que contagiaron al conjunto de la economía global. Se impuso en esas decisiones y omisiones el mantra del monoteísmo de mercado en aras de privilegiar la denominada exuberancia financiera.

Como parte de la corriente principal de la ciencia económica, los Premios Nobel acuden a la modelización para representar la realidad de la economía mundial o de las economías nacionales. El problema de los modelos económicos consiste en que parten de supuestos infundados y faltos de realismo, simplifican la realidad y no representan el carácter complejo de un capitalismo signado por las contradicciones, el conflicto y la desigualdad. Esas modelizaciones omiten factores y circunstancias no económicas y privilegian solo la fase de intercambio. Son justo esas dimensiones no económicas y que lindan lo simbólico/cultural, las relaciones de poder y de dominación, lo institucional, los problemas de confianza, las decisiones discrecionales, entre otros factores, los que realmente explican las crisis económicas. De ahí que a la Fundación Nobel no le importen las consecuencias políticas y mundanas de las teorías y modelizaciones premiadas, ni tampoco la densidad del rigor en la capacidad explicativa de esos modelos económicos. Importa resolver, cual técnica administrativa, los problemas propios del sistema bancario/financiero. Se premia en las últimas décadas no a economistas que desentrañan el sentido histórico y las causas profundas de las crisis en el capitalismo, sino aquellos que diseñan modelos econométricos y paliativos para atemperar las crisis: por ejemplo, en el año 2022 se galardonó a dos especialistas en matemáticas que laboran en la Universidad de Stanford, Paul R. Milgrom y Robert B. Wilson, por diseñar nuevos mecanismos de subasta para la venta de activos financieros en manos de empresas públicas y que suele ser complicado venderlos. Se trata de ejercicios de técnica o ingeniería administrativa que pretenden construir soluciones para los mercados financieros, las corporaciones globales e, incluso, para los gobiernos y los bancos centrales. Lo mismo aquellos académicos laureados por sus “contribuciones a la teoría de contatos” (Oiliver Hart y Bengt Holmström), y “por su trabajo en el análisis empírico de precios de posesiones de capitales” (Eugene Fama, Lars Peter Hansen y Robert J. Shiller). 

El caso extremo de la incoherencia intelectual lo representaron Abhijit Banerjee, Esther Duflo y Michael Kremer, quienes recibieron el Premio en el año 2019 por recurrir a los métodos experimentales de la farmacéutica en aras de “aliviar la pobreza”, situando el problema como uno de incentivos entre los pobres y los docentes en torno a los bajos niveles educativos. Lejos están de estas modelizaciones experimentales los aportes de la psicología, de la pedagogía y de otras disciplinas de las ciencias sociales que pueden contribuir a la comprensión de la pobreza y de las problemáticas propias de la educación. Las recomendaciones de estos “economistas experimentales” para evitar el ausentismo de los docentes es la precariedad laboral a través de contrataciones temporales con base en resultados; mientras que el ausentismo de los niños en edad escolar se contrarrestaría, según los premiados, a través del suministro de desparasitantes que atenúen las lombrices. Sobre los círculos virtuosos de la educación y un sistema de salud de calidad, la medicina familiar y comunitaria, prácticamente nada se habla en sus manuscritos. De más está decir que los pobres son vistos como un objeto, como “conejillos de indias” con los cuales realizar ensayos clínicos.

Lo mismo podría argumentarse en torno a William D. Nordhaus, premiado en el año 2018. En el contexto de la moda académica del cambio climático diseñó una metodología para crear mercados destinados a la gestión de las emisiones contaminantes, otorgándole el derecho a aquellas empresas que paguen por ello. El propósito explícito de Nordhaus consiste en no sacrificar las posibilidades de crecimiento económico; aunque implícitamente señale que sea posible mercantilizar el aire que respiramos. 

Estas soluciones cosméticas esbozadas por los Premios Nobel de Economía no son más que cortinas de humo para encubrir las contradicciones y problemáticas profundas de un capitalismo del desastre fincado en el rentismo, el extractivismo y la financiarización. A su vez, con sus narrativas se afianza la mercantilización de la vida social, se entroniza el mercado como mecanismo (des)articulador de la sociedad y se perpetúa la racionalidad tecnocrática forjada en lo cuantitativo y en la eficiencia económica. Subyace también en esta forma de realizar análisis económico una violencia epistémica que ningunea cualesquiera otras teorías o métodos para comprender el sentido del proceso económico. Esa violencia y colonización se extiende a otras ciencias sociales y al ámbito de las políticas públicas; más cuando estas últimas se implantan en el sur del mundo y en realidades radicalmente distantes de los principios y directrices emanados de los Estados Unidos y, en menor medida, de Europa. El pensamiento neo-conservador se nutre de esa pretendida cientificidad alegada por los economistas convencionales. Incluso los enfoques que toman distancia del núcleo de la ortodoxia se tornan funcionales a ese mantra neo-conservador socavador de las instituciones modernas y de los proyectos de desarrollo nacional: pensemos en el estudio de las asimetrías de información y en las suaves críticas de Stiglitz (condecorado en el 2001) al Fondo Monetario Internacional; en el atrevimiento de Paul Krugman (premiado en 2008) para incorporar las variables territoriales y la localización de la actividad económica, así como augurar “el retorno de la economía de la depresión”; en el “descubrimiento” (los pueblos originarios y las comunidades autóctonas lo saben desde hace miles de años) de Elinor Ostrom (galardonada en el año 2009) de las virtudes de la propiedad comunal en contextos de mercados competitivos; y la incorporación –aunque sin recurrir al rigor metodológico y sin conocer a fondo el sur del mundo– que realizan Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson (premiados en el 2024) de la relevancia de la calidad o no de las instituciones en las posibilidades de desarrollo económico. Estas posturas sucumben ante el conductismo economicista, las teorías de la elección racional, la economía del cambio climático, el enfoque del equilibrio económico, y la teoría de las expectativas racionales que dan por resuelto y finiquitado el problema de los ciclos económicos. La misma postura de Amartya Sen (galardonado en 1998) en torno a la economía del bienestar, se torna funcional en el diseño de la política social focalizada y en la misma agenda de organismos internacionales como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

A grandes rasgos, la infalibilidad no es algo que caracterice al análisis económico, ni mucho menos a las propuestas teóricas e ideológicas esbozadas por los Premios Nobel y que se presentan como algo dado de una vez y para siempre sin aceptar alternativas. La misma Reina de Inglaterra Elizabeth II, el 5 de noviembre de 2008 y al fragor del cisma inmobiliario/financiero de aquel año, al asistir a la inauguración de un edificio en la London School of Economics and Political Science increpó a los economistas respecto a su incapacidad para prever y alertarnos del desastre en el sistema bancario y en los mercados financieros globales.

Cabe destacar también que entre los Premios Nobel de Economía destaca la nacionalidad estadounidense. Para el año 2024, 56 de los 98 laureados tienen esa nacionalidad, sin mencionar a un puñado de economistas que provienen de otras nacionalidades y que realizan su carrera académica en los Estados Unidos. De ese total, 15 provienen de la Universidad de Chicago, 11 de la Universidad de Harvard, la misma cantidad del Massachusetts Institute Technology (MIT), 8 de la Universidad de Princeton, 7 de la Universidad de Stanford, 6 de la Universidad de Berkeley, 5 de la Universidad de Yale y 4 de la Universidad de Colombia. Solo por mencionae las principales universidades. Evidenciando con ello el predominio de la racionalidad anglosajona y la influencia de una red de universidades que concentran un amplio poder en el ámbito académico y en el propio de la consultoría y la asesoría en el sector público.

Más allá de ignorar los aportes de los galardonados con el Premio Nobel de Economía, es imperativo que desde el sur del mundo las universidades debatan críticamente con esas posturas y que sus académicos brinden respuestas respecto al desastre y crisis estructural de la economía mundial y apuesten a pensar con cabeza propia en torno a los problemas públicos y a las posibilidades de desarrollo nacional. De lo contrario, la miseria de las propuestas y prinicipios emanados de otras latitudes serán las que continuarán orientando y regulando la vida de los pueblos.

Isaac Enríquez Pérez. Académico en la Universidad Autónoma de Zacatecas, escritor, y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios prospectivos.

Twitter: @isaacepunam

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