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Cumbre de la OTAN

Los despropósitos de Bush en Riga

Fuentes: La Estrella Digital

La cumbre de la OTAN celebrada la pasada semana en la capital letona, donde se discutió sobre la participación de la Alianza Atlántica en Afganistán, sirvió para mostrar, una vez más, cómo el presidente de EEUU es capaz de retorcer los argumentos que utiliza a fin de alcanzar sus propósitos. Cabe dudar si lo hace […]

La cumbre de la OTAN celebrada la pasada semana en la capital letona, donde se discutió sobre la participación de la Alianza Atlántica en Afganistán, sirvió para mostrar, una vez más, cómo el presidente de EEUU es capaz de retorcer los argumentos que utiliza a fin de alcanzar sus propósitos. Cabe dudar si lo hace por mala voluntad o por ignorancia, y como ambos factores estuvieron presentes en la desastrosa decisión que condujo a la invasión de Iraq, con el caos subsiguiente, es lícito seguir atribuyéndoles cierto peso en sus decisiones.

Suponiendo -lo que ya es mucho suponer- que Bush sabía cuál era el país donde estaba (y que no confundía Letonia con Lituania o Estonia), debiera haber conocido también algo sobre las normas que rigen la OTAN antes de proferir los despropósitos que se escucharon en su boca. Entre estas normas ocupa un lugar destacado el Tratado del Atlántico Norte, que es algo así como la «Constitución» de la OTAN, pues determina su misión y especifica los modos de actuar y demás peculiaridades de la Alianza.

Dado que Bush aludió al tan traído y llevado artículo 5º del Tratado, antes de proseguir conviene reproducirlo aquí parcialmente, para que el lector pueda juzgar por sí mismo:

Art. 5. Las Partes convienen en que un ataque armado contra una o contra varias de ellas, acaecido en Europa o en América del Norte, se considerará como un ataque dirigido contra todas ellas y en consecuencia acuerdan que si tal ataque se produce, cada una de ellas, en ejercicio del derecho de legítima defensa individual o colectiva, reconocido por el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, asistirá a la Parte o Partes así atacadas, adoptando seguidamente, individualmente y de acuerdo con las otras Partes, las medidas que juzgue necesarias, incluso el empleo de la fuerza armada para restablecer y mantener la seguridad en la región del Atlántico Norte. […] (Cursivas de A. P.)

Leído y laxamente interpretado, se puede entender por qué la OTAN ofreció a EEUU su colaboración inmediata tras los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001, aunque para ello fuera preciso considerar a los aviones comerciales como «armas» de ataque. Sin embargo, EEUU rehusó el ofrecimiento y desencadenó su doble guerra sucesiva contra Afganistán e Iraq. Estaba en su derecho imperial a hacerlo, a equivocarse atribuyendo a un Estado soberano -Afganistán- las tropelías de una organización terrorista -Al Qaeda- en él parcialmente instalada (recuérdese la residencia en Hamburgo del principal núcleo terrorista), y a pretender resolver, mediante la fuerza militar, los conflictos de Oriente Próximo, democratizando esta región a sangre y fuego. No necesitó de la OTAN para proporcionar al terrorismo universal ese excelente campo de reclutamiento y prácticas que es el Iraq postsadámico que observamos hoy.

Ahora que las cosas van bastante mal en Afganistán, y puesto que la OTAN aceptó empeñarse -con el beneplácito de la ONU- en ese país (mostrando de nuevo que la Alianza actúa a menudo como instrumento de la política exterior de Washington) con su esfuerzo militar y con apoyo económico, Bush aumenta la presión. En la citada reunión se le ocurrió afirmar que el principio fundamental de la OTAN es que «el ataque a uno es un ataque contra todos» y que se aplica «tanto si hay un ataque en territorio propio como si es sobre nuestras fuerzas desplegadas en misión de la OTAN en el exterior».

¡Pues no, señor! Si un miembro de la OTAN, con el asentimiento de los demás, ataca a un país situado fuera del ámbito geográfico que precisa el Tratado y es enfrentado por las armas de la resistencia local, no puede invocar el Tratado para pedir ayuda: sencillamente, no es aplicable. Fuera de Europa o de América del Norte, la OTAN no opera de acuerdo a su carta fundacional a menos que se modifique el Tratado o se cree una nueva alianza militar euroamericana. Esto debía saberlo Bush, o debía habérselo recordado el secretario general, cuando hizo sus extemporáneas declaraciones.

Además, Bush parecía ignorar que la ayuda implicada en el «todos para cada uno y cada uno para los demás», por él invocada, no es automática ni total. Se lee en el texto reproducido que es cada miembro de la OTAN el que juzga cómo colaborar a la defensa mutua. Cualquier Gobierno es libre de decidir la forma de reaccionar ante un ataque, sin estar forzado a implicar a sus ejércitos en la reacción común.

Bush ha vuelto a mostrar, en la última cumbre atlántica, que de la OTAN sólo le importan los servicios que pueda prestar a EEUU. No debería extrañarnos. Si él puede prescindir de los Convenios de Ginebra (sólo alude a ellos, contrito, cuando se ve hostigado por la opinión pública o pierde unas elecciones); si soslaya la Constitución de EEUU para convertir su Gobierno en una semidictadura; y si ignora los más elementales derechos humanos cuando obstaculizan su omnipotencia como Comandante en Jefe ¿por qué habría de importarle un simple artículo del Tratado del Atlántico Norte?

Eso es para él un obstáculo irrelevante, acostumbrado como está a saltarse, siempre que puede y le dejan, los famosos checks and balances (frenos y contrapesos) que constituyen el elemento esencial de la separación de poderes en cualquier sistema democrático, como nos enseñó a todos, precisamente, la ya veterana Constitución de EEUU.


* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)