El martes 12 de enero el mundo constató que aquellos que nada tienen pueden tener menos aún. El terremoto en Haití devastó lo poco de reconstrucción que se hizo bajo la ocupación de la ONU y cuyo mando militar hasta entonces pertenecía la potencia regional con pretensiones globales llamada Brasil. En el momento el país […]
El martes 12 de enero el mundo constató que aquellos que nada tienen pueden tener menos aún. El terremoto en Haití devastó lo poco de reconstrucción que se hizo bajo la ocupación de la ONU y cuyo mando militar hasta entonces pertenecía la potencia regional con pretensiones globales llamada Brasil. En el momento el país intenta sobrevivir entre la carrera por el aumento de la ayuda humanitaria, la disputa por la reconquista de la hegemonía absoluta en la región por los EE.UU. y la poca capacidad de institucionalizar allá cualquier cosa que no sea la extrema pobreza, la corrupción y la violencia entre los pobres.
Es preciso reconocer que la tragedia del sacudón sísmico sólo empeoró lo que ya era pésimo. Otros temblores de tierra alcanzaron naciones del continente, como Nicaragua, El Salvador y México, y la sociedad no se desintegró por eso, por el contrario. La desintegración social del país más pobre de América es fruto también de un comportamiento de su élite predatoria directamente influenciada por los EE.UU. Es imposible comprender mínimamente lo que hoy pasa en Haití sin darnos cuenta de la represión violenta y la acción imperial que la parte francófona de la Isla de Española has sufrido. Se trata del mismo pueblo que orgullosamente conquistado su independencia en 1804, antes que Brasil, Argentina y México. Las glorias de su nacimiento no se reeditaron en el siglo XX, cuando los haitianos sobrevivieron bajo una mezcla de ocupación militar de los EE.UU. y de dictadura con aires imperiales.
La «dinastía» de los Duvalier, iniciada con François (1957-1971, Papa Doc) y su hijo François (1971-1986, Baby Doc), precedida de la ocupación militar de los EEUU de 1915 a 1934, dejó profundas raíces de violencia entre la población. La dictadura que fuera derrumbada por un levantamiento popular en 1986, tenía como base el terror que los Tonton Macoutes, la milicia paramilitar pro-régimen de los Duvalier, causaba en la sociedad. La democracia vivió pocos meses, pues estos mismos miembros de la conocida Milicia Voluntaria en Defensa de la Seguridad Nacional, se negaban a ser juzgados por crímenes de lesa humanidad por el gobierno del entonces elegido ex-padre católico Jean Bertrand Aristide. La nueva tragedia haitiana comenzaba cuando después de pocos meses de ejercicio del poder, un golpe liderado por el Ejército derrumba el ex-cura y reabre las puertas para intervenciones estadounidenses o patrocinadas por la ONU.
En 1994 Aristide retorna al país por la fuerza de las tropas de ocupación y la «ayuda» es acompañada de recomendaciones para privatizar las pocas empresas estatales. En 2000 y 2004 el brazo de los EE.UU. sumado a los intereses de la oligarquía local y los para-militares desestabilizan todas las tentativas del gobierno soberano. Definitivamente, «ayudar» a reconstruir el país no es vender lo que resta o arrumar contratos para empresas amigas de gobiernos de turno.
Distinguidas fuentes académicas serias apuntan que la reconstrucción de Haití implica la necesidad urgente de subsidio y promoción a la agricultura familiar, base de la producción primaria del país. En 1970, esta nación producía 90% del alimento consumido. Actualmente 55% de la comida es importada. Cualquier reestructuración seria y de largo plazo comienza por la soberanía alimentaria. Sólo falta que lo permita el Departamento de Estado de los Estados Unidos.
La «ayuda humanitaria» que llega con la 4ª Flota del Imperio
En el momento en que este artículo es leído, es posible que el presidente Obama y la pro-cónsul del Imperio Hillary Diane Rodham Clinton ya hayan consolidado el país llamado Ayití en el idioma kreyol (créole francés) como campo de pruebas para una ocupación de tipo protectorado. Toda comparación histórica es medio forzosa, pero no hay como negar la visión del Caribe como el actual Mare Nostrum estadounidense. Los EE.UU. operan en las aguas antillanas y caribeñas como los romanos operaron con sus galeras en el Mediterráneo.
La declaración de 21 de enero de 2010, de la Casa Branca, alojaría una División entera de armas combinadas del Comando Sur para la «ayuda» humanitaria de Haití. El contingente anunciado llegaría a 20.000 hombres y mujeres en armas o en el apoyo al combate. Aún si consideremos las estadísticas más terroríficas, de 1 millón y medio a 2 millones de haitianos sin casa, o sea, 1 de cada 4 habitantes del país viviendo en las calles, la presencia de tropas leales a Washington (aunque bajo contrato mercenario) ya es por sí sola una exageración.
Por su parte, el secretario-general de la ONU, Ban Ki-Moon, convocó a los países que componen las fuerzas conjuntas de ocupación del país más pobre de América, la MINUSTAH, a recibir el refuerzo de 3.500 soldados profesionales (entre combatientes y policías). Así, la ONU que en teoría promueve una «ocupación del Bien» en la tierra de los Duvalier, estaría intentando ampliar el volumen de tropas para continuar haciendo su función por la mitad.
Aún no pudiendo comparar la acción unilateral de los EE.UU., que a nada respetan, ni siquiera a los organismos multilaterales globalizados de los cuales ellos forman parte, con la MINUSTAH, es preciso repetir que ¡no hay ocupación militar buena en el mundo! La ONU entró para evitar también el desgaste del Imperio que promovió la invasión en 1994, con el pretexto de restaurar el orden constitucional que el propio Imperio hube ayudado a derrumbar. Es la ONU que desde 2004 ocupa el país después de un golpe de tipo institucional al haber derrumbado nuevamente y evadido del país al ex-padre y entonces presidente Jean Bertrand Aristide.
Seamos francos, el absurdo de la ocupación de las Naciones Unidas cuyo mando militar al Brasil ejerció está en consolidar una oligarquía heredera política de los Duvalier, implicando todas sus consecuencias. Hasta el terremoto, los cascos azules eran el Ejército del país, y la policía local un brazo auxiliar. El control político era dividido con la presencia de los descendientes de los Macoutes (en sus escalones más bajos), reciclados como habitantes de favelas, tomando en la noche los barrios empobrecidos. Finalmente, una ocupación militar cuyo modelo de estabilidad fue mantener las estructuras céntricas en su lugar y no abrir margen para la contestación.
El Brasil fue y es cómplice de eso. Aunque de forma menos brutal que el extinto Ejército del país, las tropas de la ONU llegaron a reprimir protestas estudiantiles, sindicales y campesinas, inclusive con muertos. El fusil azul del multilateralismo opera de forma a evitar el «baño de sangre» de la rebelión popular, y con eso, asegura a la élite mulata -porque en Haití la pobreza es de pigmentación más intensa, de piel más oscura- su forma de vida y el comportamiento de predador y chupa sangre de los aportes que vienen de fuera.
La «nueva era» llegó en la 4ª Flota
Ahora eso cambió. Después del terremoto de 13 de enero, inmediatamente seguido de otro en escala más pequeño, la prepotencia estadounidense y las pretensiones políticas de Hillary Clinton delante de un Barack Obama más enflaquecido, elevan la temperatura en la región y, de hecho, subordinan a las demás fuerzas extranjeras allí presentes. Los absurdos narrados por los Médicos Sin Fronteras en el control del aeropuerto y en los aterrizajes fallidos de aviones rellenos de equipamiento hospitalario y personal especializado revelan el inicio de la «nueva era». En esta era retornamos a 1915, cuando los EE.UU. ocupan la parcela francófona de la Isla de la Española y de allá salen solamente en 1934, dejando la sociedad tradicional deshecha en pedazos.
Entiendo que lo mínimo a hacer es condenar tanto la ocupación de los estadounidenses como a de la MINUSTAH y, reforzar de todas las formas posibles lo que resta de auto-organización social haitiana. En este ítem, la reanudación de la productividad en el sector agrícola del país es fundamental, y en este asunto, por suerte, es posible una acción solidaria entre campesinos. Si aceptáramos como válidas, al menos como opinión pública latino-americana, la ocupación de la ONU antes y de los EEUU a partir de ahora, ideológicamente estaremos naturalizando la presencia de la 4ª Flota en los puertos y en la espalda del Continente.
Poco importa si el Big Stick (palo largo, símbolo de la política externa de los EEUU) vino travestido de «ayuda» humanitaria, es ocupación militar y represión sobre los civiles de la misma forma. Los navíos de guerra de los EE.UU. tanto transportan personal y equipamiento (como el hospital embarcado); como protegen los cruceros turísticos en las aguas del Mar del Caribe y aseguran el esparcir del miedo y la sensación de orden venida de fuera para los famélicos haitianos.
La solución para Haití y para cualquier pueblo bajo flagelo es la reorganización social e identitaria de sí mismo. Así, el orgullo kreyol y afro-caribeño de la independencia de 1804 es el arma más peligrosa para las pandillas de Tonton Macoutes, para la oligarquía mulata y corrupta y para los dos ejércitos invasores (el de la ONU bajo mando brasileño y el estadounidense respondiendo a Obama e Hillary). Un ejemplo de eso es la coalición denominada de Plataforma Haitiana por la Defensa de un Desarrollo Alternativo, PAPDA (Plateforme Haïtienne de Plaidoyer pour un Développement Alternatif – www.papda.org). Parte de su programa (encontrado en el portal de Internet) es la prueba viva de los argumentos expuestos arriba.