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China 1989

Los manifestantes, el Partido y la matanza de Beijing

Fuentes: Il Manifesto

Todos creemos saber algo de los acontecimientos que sucedieron en China, en Beijing, hace 30 años. Hablamos habitualmente de «los sucesos», de lo que ocurrió en la Plaza de Tiananmen en términos de un relato sencillo. Protestas y demandas de reformas democráticas por parte de estudiantes universitarios, que el Partido Comunista afrontó con una cruda […]

Todos creemos saber algo de los acontecimientos que sucedieron en China, en Beijing, hace 30 años. Hablamos habitualmente de «los sucesos», de lo que ocurrió en la Plaza de Tiananmen en términos de un relato sencillo. Protestas y demandas de reformas democráticas por parte de estudiantes universitarios, que el Partido Comunista afrontó con una cruda represión, lo que condujo a la «matanza de Tiananmen».

Sabemos también que Beijing ha borrado de modo efectivo esos días de la historia oficial: nadie habla de ellos, a nadie se le permite referirse a ellos, y no se puede encontrar información en el internet chino «revisado». Además, no será fácil hoy en día encontrar una persona joven en China que sepa algo de este tema. No se duda de ninguno de estos hechos. Sin embargo, la historia de lo que pasó durante esos días de mayo y junio de 1989 entraña en realidad una mezcla más compleja de elementos de lo que habitualmente se reconoce.

Hubo mucha gente que protestó en las calles durante esos días, tanto estudiantes universitarios como gente de otras categorías sociales. Por supuesto, a las historias que provienen de los «líderes» de las protestas en Beijing se les ha dado la cobertura mediática más amplia, incluso años después de los sucesos. Algunos de ellos escaparon a la represión gracias a la solidaridad de muchos otros; algunos lograron llegar a Hong Kong y desde allí volaron a los Estados Unidos.

Unos cuantos de entre ellos han contado su experiencia de aquellos días. A algunos les cambió la vida por completo: unos cuantos se hicieron millonarios, otros se convirtieron al cristianismo. Sin embargo, se sabe mucho menos de las historias de la gente que murió (trescientas personas, de acuerdo con las cifras del Partido Comunista, pero muchas más, que se cuentan por miles, de acuerdo con activistas, familias de las víctimas y una serie de organizaciones humanitarias), o acerca de los miles de detenidos (el último en ser liberado, que era en aquel entonces trabajador de una fábrica, salió de prisión en 2016). Se puede saber más acerca de muchos de los protagonistas de los acontecimientos en el libro de Louisa Lim The People’s Republic of Amnesia: Tiananmen Revisited .

En los relatos de los medios, ha habido muy escasas menciones de los problemas inherentes que tenía también «el movimiento estudiantil» (a este respecto, Beijing Coma de Ma Jian constituye un libro excelente para llegar a entender los diversos errores y limitaciones con las que tenían que bregar los manifestantes estudiantiles).

Todavía menos gente sabe -o, si lo saben, juzgan digno de resaltarlo – las particulares condiciones económicas y el «clima» que reinaba en las fábricas durante esos años, factores que siguen siendo cruciales para China, tal como es hoy en día. Por añadidura, la decisión del Partido Comunista de lanzar al ejército contra la gente que protestaba en las calles y plazas tuvo lugar en un momento dramático para el PCC, pues tenía que lidiar con las secuelas de la Revolución Cultural, que había terminado sólo un decenio antes.

Las reformas puestas en práctica por Deng Xiaoping estaban cambiando el país a un ritmo veloz, lo que condujo, entre otras cosas, a nuevos criterios para valorar la «eficiencia» de quienes se encontraban en posiciones de poder, diferentes de los del pasado.

El Partido estaba cambiando de un modelo de «gestión política» del país a un modelo de «gestión económica»: este proceso causó una serie de problemas y una generalización de la corrupción, lo cual fue una de las muchas razones de las protestas durante ese periodo.

Debido a este complejo trasfondo, «los hechos» en torno a la Plaza de Tiananmen todavía los estudian los investigadores, y a veces se descubren nuevas revelaciones.

Entre la multitud de diferentes interpretaciones, veredictos y excesivas simplificaciones comunes, la secuencia básica de los acontecimientos sigue siendo la misma: la matanza cometida contra estudiantes, trabajadores y ciudadanos corrientes de Beijing; la dramática decisión del Partido Comunista de proceder a medidas represivas, al final de una lucha interna que marcaría para siempre el rumbo del PCC; y en el trasfondo de todo ello, la «primavera china», que había sido resultado de un periodo de intensa y vivaz actividad cultural y política durante los años 80.

El año 1989 constituye un parteaguas en la reciente historia de China, pues fue este el año en que el contrato social entre el pueblo chino y el Partido Comunista se vio efectivamente transformado, poniendo al país en la senda de crecimiento económico que le ha llevado a su estatus como poder global de envergadura hoy en día.

Empezar por el final: las repercusiones de la matanza de Beiying

En junio de 1998, el presidente norteamericano Bill Clinton viajó a China y asistió a una ceremonia de bienvenida organizada en la Plaza de Tiananmen en Beijing. Los medios norteamericanos criticaron al presidente, acusando a Clinton de respaldar el intento del Partido Comunista de borrar de la memoria los sucesos de 1989. De hecho, la administración Clinton había estado intentando justamente eso, por el bien de la política de Clinton de acercamiento con China tras el embargo que le había sido impuesto a causa de la matanza.

A este respecto, resulta interesante advertir que, desde 1949, Washington se había mostrado siempre muy preocupado por China durante su fase «maoísta». Por supuesto, se trataba de un recelo ideológico, basado en el temor de que el comunismo se extendiera cada vez más. Luego, tras la apertura realizada por Deng Xiaoping, los EE.UU -sobradamente encantados de aprovechar la oportunidad de romper el frente comunista y aislar a la Unión Soviética- comenzaron un largo proceso de acercamiento a China, que terminó con el ingreso de Beijing en la OMC, lo que tuvo lugar en 2001: el año en que se sucedieron las masivas protestas contra la globalización en Génova, y también el año en que la historia de los Estados Unidos estaba a punto de cambiar para siempre.

Para apoyar la integración de China en las instituciones económicas mundiales, los EE.UU. ocultaron bajo la alfombra episodios como los de 1989 (contribuyendo así a realzar el perfil de un país que llegaría a ser visto, hoy en día, como «enemigo»). Los norteamericanos demostraron estar equivocados muchas veces en su valoración de la probabilidad de que las reformas económicas trajeran la democracia de manera automática.

Ciertamente, los acontecimientos de 1989 demostraron justo lo contrario. Lo que ocurrió el 4 de junio de 1989 acabó por ser un precedente sancionado del camino autoritario emprendido por el capitalismo global desde entonces. De acuerdo con Naomi Klein, fue precisamente este «shock» el que empujó finalmente a China por el camino neoliberal hacia la globalización.

Si volvemos a 1998, con la visita de Clinton a China y la controversia acerca del lugar que representaban simbólicamente los acontecimientos de 1989, Jay Mathews, reportero del Washington Post que estaba presente en Beijing en 1989, sintió la necesidad, diez años después de los hechos que rodearon Tiananmen, de poner de relieve una serie de hechos cruciales, empezando por un debate sobre un punto que podría parecer trivial en principio, pero que resulta de hecho bastante importante: a saber, que vincular la palabra «matanza» con «Tiananmen» es un error, pues, como escribe Mathews, «por lo que puede determinarse de la evidencia disponible, no murió nadie esa noche en la Plaza de Tiananmen».

Mathews no ponía en tela de juicio el hecho de que el ejército matara, desde luego, gente esa noche: de acuerdo con muchos otros testigos, periodistas y demás, reconstruyó la siguiente secuencia de acontecimientos: «Murieron esa noche cientos de personas, la mayoría de ellos trabajadores y transeúntes, pero en distinto lugar y en circunstancias diferentes. El gobierno chino estima que se produjeron trescientas muertes. Las estimaciones occidentales son algo más elevadas. Muchas víctimas fueron tiroteadas en los alrededores de Changan Jie, la Avenida de la Paz Eterna, como a un kilómetro y medio de la plaza, y en enfrentamientos dispersos en otras partes de la ciudad, donde, habría que añadir, unos cuantos soldados fueron golpeados o abrasados por trabajadores airados».

Deberíamos dejar muy claro este hecho, nadie – aparte de algunos teóricos de la superconspiración, o por recurrir a un término mejor, de los negacionistas – tiene duda alguna del hecho de que tuvieran lugar estos sucesos violentos en China in 1989, tanto en Beijing como en otras ciudades.

No obstante, tal como apuntaba Mathews en su artículo, si reconocemos la «excesiva simplificación» de los hechos realizada por los medios, podemos llegar a una comprensión del complejo conjunto de circunstancias que rodean a lo que pasó en 1989.

«El problema», escribe Mathews, «no estriba tanto en ubicar los asesinatos en el lugar equivocado sino en sugerir que la mayoría de las víctimas eran estudiantes». Tal como escriben George Black y Robin Munro en su libro Black Hands of Beijing: Lives of Defiance in China’s Democracy Movement , «lo que tuvo lugar fue una matanza, no de estudiantes sino de trabajadores y residentes corrientes, precisamente el objetivo pretendido por el gobierno chino».

Black y Munro apuntan asimismo que la represión más violenta ocurrió en los barrios occidentales del extrarradio de Beijing, no en la Plaza de Tiananmen. Jonathan Fenby, historiador y experto en Asia y China, coincide asimismo en que fue allí donde se produjo la verdadera «matanza», contra los trabajadores y residentes locales. Cientos de trabajadores fueron masacrados en las calles. Esta es la razón por la cual una serie de especialistas académicos y disidentes chinos prefieren utilizar la expresión «matanza de Beiying», en lugar de la de «matanza de la Plaza de Tiananmen».

El Partido

¿Cómo reaccionó el Partido Comunista a las crecientes protestas, ocurridas al mismo tiempo que la visita de Mijail Gorbachov a China a finales de mayo? Este es uno de los aspectos más interesantes cuando se examina la situación en 1989. El Partido Comunista atravesó muchas fases diferentes en ese periodo, como puede verse en las sucesivas purgas y en las luchas internas sin restricciones, en el establecimiento de un «Comité Permanente» paralelo, compuesto por los llamados «ocho inmortales», y hasta en el nombramiento, por medios que eran técnicamente inconstitucionales, de Jiang Zemin, alcalde de Shanghai, como nuevo Secretario del Partido Comunista.

El hecho de que los que resultaran muertos fueran trabajadores en su mayoría nos permite comprender mejor de qué modo filtró el Partido la información que le llegaba del mundo exterior, no tanto y no sólo de la misma Plaza de Tiananmen. En 1989, el Partido ya llevaba trabajando dos años para dejar al margen la influencia política de Hu Yaobang. Se trataba de un reformista al que se juzgaba demasiado indulgente con las protestas que se habían convertido en un rasgo recurrente en China desde 1986.

Hu murió el 15 de abril de 1989 de un ataque al corazón sufrido durante una reunión del Partido, y el luto por su muerte se convirtió en el acontecimiento que desencadenó las protestas a gran escala de los estudiantes, que ocuparon ese día la Plaza de Tiananmen.

Deng Xiaoping había decido que debería purgarse a Hu, aunque este último había sido escogido por Deng mismo como sucesor suyo (habría que esperar hasta 2005 para que la imagen de Hu quedara finalmente rehabilitada). El anciano Deng era el gran manipulador de los hilos del teatrillo en el seno del PCC, aunque vivía ya entonces en su residencia particular, lejos de Zhongnanhai, el Kremlin chino. Estaba rodeado, sin embargo, de su personal, que podía suministrarle información puesta al día acerca de lo que sucedía en el país.

La casa del anciano Deng sería escenario de la reunion más importante durante esos frenéticos días de junio de 1989. Deng, veterano político y consumado estratega, captó de inmediato la naturaleza del problema: si las protestas estudiantiles se extendían a los trabajadores, la situación se volvería desastrosa para el PCC.

Deng recalcó repetidamente que deberían hacerse reformas, pero que era necesario tener orden para que eso pasara: la población debería estar trabajando, no protestando.

Pensó que había logrado arreglar la situación marginando a Hu Yaobang, pero su substituto, Zhao Ziyang, se sentía predispuesto a las reformas, y esto pronto se convirtió en un problema para los «ocho inmortales».

En 2001 se publicaron Los papeles de Tiananmen [ The Tiananmen Papers ], un libro que contiene material de extraordinaria importancia para una mejor comprensión de lo que estaba pasando dentro del PCC durante esos días.

Como escribió Marina Miranda en un artículo de 2001 publicado en Mondo Cinese , el libro es «una colección de documentos neibu , es decir, altamente confidenciales y cuya circulación quedaba restringida al seno del Partido Comunista Chino». Estos documentos de alto secreto debe haberlos filtrado alguien que gozaba de un papel privilegiado dentro del mecanismo interno del Partido.

Quien los filtró, supuestamente «un alto funcionario del Partido», decidió adoptar un particular pseudónimo: Zhang Liang. «Esta elección del pseudónimo», escribe Miranda, «posee un claro significado político: es el nombre de un estratega que murió en el año 187 antes de Cristo, conocido por su odio hacia la muy denigrada dinastía Qin (221-207 antes de Cristo), cuyo tiránico gobierno se compara así con el régimen del Partido Comunista». Mao acabó asociado también con la dinastía Qin, al igual que Xi Jinping en época más reciente. De acuerdo con un especialista académico en China, Kai Vogelsang, los Qin no sólo pusieron en práctica la primera idea del Imperio Chino tal como hoy lo concebimos habitualmente, sino que crearon también un sistema social caracterizado por un nivel extremo de vigilancia.

Al mirar atrás a los acontecimientos de 1989, los documentos de los Tiananmen Papers resultan de crucial importancia. Son muchos los que han debatido acerca de su autenticidad, sin embargo. A este respecto, Miranda, junto a otros muchos especialistas académicos en China, sostiene que se puede dar por concluida la controversia, pues tenemos muy buenas razones para fiarnos de la reputación de los expertos académicos que recopilaron y publicaron los documentos: «podemos, en cualquier caso, tomar la reputación académica seria de la que gozan los compiladores del libro como garantía de la autenticidad del material: Perry Link, profesor de Lengua y Literatura Chinas en la Universidad de Princeton, y Andrew J. Nathan, Profesor de Ciencia Política en la Universidad de Columbia».

Los años 80 y las protestas

Ilaria Maria Sala, que estaba presente en Beijing en 1989, escribía recientemente acerca del espíritu de esa «primavera china»: 1989 fue el punto culminante de un periodo enormemente notable a finales de los años 80: «el país se encontraba en medio de una agitación social, política y cultural», escribe Sala, «un mundo ebrio de posibilidades: revistas y periódicos eran más interesantes, con largos artículos de investigación publicados en nuevos medios de noticias, los llamados Baogao Wenxue («Reportajes literarios»).»

En 1988 «se estaba produciendo una profunda reflexión sobre la historia china», y se planteaban nuevas preguntas sobre lo que de verdad significaban la identidad y la cultura chinas. En su artículo, Sala recuerda el modo en que lo describió Link, el especialista académico de la Universidad de Princeton que trabajó en los Tiananmen Papers : «en todos los campos todos los intelectuales suscitaban estas grandes cuestiones. Es un contraste enorme con lo que hoy sucede», escribe Sala.

Las posibilidades parecían infinitas. En los campus «los tablones de anuncios ofrecían clases de idiomas y de baile, así como foros de debate que permitían hablar con bastante libertad a los estudiantes acerca de una amplia variedad de temas».

Al mismo tiempo, el mundo del trabajo se encontraba en plena turbulencia.

Desde un punto de vista económico, el periodo de reformas había creado dos tendencias claras: la proletarización de enormes masas de la población y el surgimiento de una nueva clase de capitalistas.

El proceso de proletarización se produjo, en términos generales, como resultado de tres factores: la emigración forzosa del campo a las ciudades, el derrumbe de las empresas de gestión estatal en las ciudades y la disolución de los negocios locales en las aldeas. El desplazamiento rural a las ciudades constituyó una tarea inmensa, que implicó a cerca de 120 millones de personas desde 1980, en algo que puede sostenerse que haya sido la mayor migración de la historia humana (véase Walker R. & Buck D., «The Chinese road, Cities in the Transition to Capitalism,» New Left Review , agosto de 2007).

Un segundo factor responsable de la creación de una nueva clase salarial en China fue el desmantelamiento de las empresas de propiedad estatal (SPE).

Las SPE habían sido el núcleo de la industrialización maoísta, y contabilizaban cuatro quintas partes de la producción no agrícola del país. La mayoría de estos gigantes se ubicaba en las ciudades, donde empleaban a cerca de 70 millones de personas en 1980. Las primeras etapas del desmantelamiento se iniciaron en 1988, y el proceso prosiguió a un ritmo rápido tras la conmoción de 1989, momento en que se aplicaron drásticas medidas en el contexto de una economía recalentada marcada por una elevada inflación.

Se llevaron a cabo otras reformas durante la década siguiente, confirmando el significado de lo que había ocurrido en 1989. En 1994 se alentó una mayor eficiencia mediante recortes en la mano de obra. Esta nueva dirección de la gestión condujo a despidos masivos a finales de los años 90, cuando el capitalismo chino experimentó su primera crisis de sobreproducción, la cual marcó una brusca transición de la vieja economía de escasez a una nueva economía de plusvalía. El resultado fue espectacular: el empleo en las empresas de propiedad estatal había quedado reducida a la mitad, a medida que 40 millones de personas se encontraron sin el tradicional «tazón de arroz de hierro», símbolo y garantía de seguridad en el empleo en las viejas empresas del Estado.

Para este grupo de individuos, la mayoría de edad mediana, se avizoraba la perspectiva de convertirse en una suerte «infraclase urbana», tal como explicaba Dorothy Solinger en su artículo «From Master to Marginal in Post-Socialist China: The Once-Proletariat as New Excluded Entrepreneur», publicado en Social Exclusion and Marginality in Chinese Societies (Hong Kong Polytechnic University, Center for Social Policy Studies, 2003).

«Irónicamente», escribía Solinger, «en su marcha hacia la modernización y la reforma económica, aun cuando la dirección política china haya dado rienda suelta y alentado a las fuerzas del mercado, ha detenido al mismo tiempo el pleno desenvolvimento de algunos de los principales procesos que surgen de modo general de la mercantilización en otras partes. Así pues, en China, en lugar de la creciente opulencia, el aumento del nivel educativo y el aburguesamiento de una gran parte de la clase trabajadora, que se ha producido en muchas sociedades junto al desarrollo económico – y de manera muy señalada entre los vecinos de China en el Este de Asia, como Corea del Sur, Japón y Taiwán- esta informalización de la economía urbana representa una regresión , no un ascenso para una parte bastante numerosa de la población urbana».

Por ende, esta población urbana se enfrentaba al difícil cometido de la reubicación social en el campo laboral, sobre todo teniendo en cuenta sus orígenes culturales: «A la abrumadora mayoría de ellos se les privó de educación formal, habiéndose visto obligados a dejar la escuela y sumarse a la Revolución Cultural (lo que incluía, para la mayoría, un periodo prolongado en el campo), durante una década más o menos después de 1966, y viéndose por lo tanto desprovistos de toda capacitación».

Estos procesos, que llegaron a su punto álgido en los años 90, fueron el resultado directo de lo que había sucedido en China a finales de los 80. En octubre de 1983, el Diario del Pueblo escribía que los trabajadores no tenían de qué quejarse: la recesión que se había adueñado del mundo capitalista a principios de los años 80 ofreció la oportunidad a las autoridades chinas de recordar a los trabajadores del país que estaban mejor de lo que habían estado alguna vez, señalando el elevado desempleo de Occidente como prueba de «la superioridad del socialismo».

La dirección china consideró éste el momento de pregonar sus éxitos: tal como escribe Jackie Sheehan en su libro Chinese Workers: A New History (Londres, NuevaYork, 1998), se trataba de una situación en la que «algunos trabajadores ya estaban advirtiendo los beneficios del aumento salarial y de de las bonificaciones, de acuerdo con las reformas, y todos esperaban beneficiarse en un próximo futuro».

Pero estas expectativas acabaron desmentidas por la realidad, porque estaban empezando a aparecer signos de patente injusticia: «Había muy escasa aceptación entre los trabajadores de la idea de Deng Xiaoping de que todo iría bien si ‘unos cuantos se hacen ricos primero’; esto lo consideraban sencillamente como una injusticia distributiva». Por añadidura, «muchos trabajadores se sentían hondamente agraviados hasta por diferencias salariales que no se considerarían muy grandes de acuerdo con criterios occidentales ahí donde se advertían, sin embargo, como injustas […]. Un resentimiento especialmente agudo fue el que provocó la brecha cada vez mayor entre las bonificaciones pagadas a los trabajadores y las que recibían los gestores superiores de las empresas, que en algunos casos podían ser de veinte a treinta veces mayores que el pago equivalente a los trabajadores».

Sin embargo, el efecto negativo de las reformas sobre las relaciones entre los trabajadores y la gerencia pronto se extendería «más allá de las disputas sobre el aumento de la desigualdad de renta, por seria que ésta fuera».

En una época en la que se exigía más y más eficiencia a los trabajadores, durante las frenéticas horas de mayo y junio de 1989, «las deficiencias de gestión se convirtieron en significativa manzana de la discordia de un modo como nunca antes había sucedido», escribe Sheehan, una cuestión que Deng mismo recalcó repetidamente. Después de que expresaran su solidaridad con los estudiantes, comenzaron a bullir las tensiones en la olla a presión que era China en 1989.

La ‘agitación’ y el resultado final

En este contexto, la presencia de los estudiantes en la Plaza de Tiananmen comenzó a ser causa de gran preocupación para el Partido Comunista, temeroso de volver al periodo de dominio de las multitudes durante los días de la Revolución Cultural.

Deng mismo expresó la creciente sensación de irritación, afirmando en una reunión del Partido a finales de abril que «no se trata de un movimiento estudiantil corriente. Se trata de agitación».

Al mismo término se recurriría en el artículo de opinión del Diario del Pueblo publicado el 26 de abril, que condenaba las protestas estudiantiles con toda nitidez. Fue éste el momento en que se deterioró sin remedio la relación entre el Partido Comunista y quienes protestaban.

Desde ese momento, Deng trabajaría junto al Comité Permanente hasta la dramática votación sobre la declaración del estado de sitio (que se revocaría sólo en 1990). En su crónica desde China, con fecha del 20 de Julio de 1989, publicada en The New York Review of Books , Roderick MacFarquhar escribió, «Dividido en la cúspide, el Partido Comunista Chino ya no podía habérselas con las múltiples presiones que sufría y se agrietó. Mientras que el primer ministro, Li Peng, actuó como líder severo a modo de testaferro, está claro que las decisiones no las tonó en última instancia su Consejo de Estado, o el Politburó, ni siquiera los cinco hombres del Comité Permanente sino el duunvirato a cargo de la Comisión de Asuntos Militares, Deng Xiaoping y el presidente Yang Shangkun, jaleados por un grupo de añosos revolucionarios virulentos».

El voto para declarar la ley marcial supuso un ejemplo claro del funcionamiento del mecanismo que se había establecido: en esencia, Zhao Ziyang era el único a favor de escuchar a los estudiantes, incluso de apoyar algo así como una «retractación» del artículo del 26 de abril (una idea que fue rechazada de forma clamorosa por parte de Bo Yibo, uno de los «ocho inmortales» y padre de Bo Xilai, de más reciente fama).

Entre el 26 y el 27 de abril, el Comité Permanente del Politburó se reunió para votar la propuesta de declarar el estado de sitio.

Los cuatro miembros votaron del modo siguiente: Li Peng y Yao Yilin votaron a favor, Zhao Ziyang votó en contra y Qiao Shi se abstuvo. En ese momento, la iniciativa pasó a los ocho inmortales: ya no había vuelta atrás.

Tal como se afirma en  The   Tiananmen Papers , «En la mañana del 18 de mayo, los ocho ancianos -Deng Xiaoping, Chen Yun, Li Xiannian, Peng Zhen, Deng Yingchao, Yang Shangkun, Bo Yibo y Wang Zhen- se reunieron con los miembros del Comité Permanente del Politburó Li Peng, Qiao Shi, Hu Qili y Yao Yilin, y con los miembros de la Comisión de Asuntos Militares, el general Hong Xuezhi, Liu Huaqing y el general Qin Jiwei, y acordaron formalmente declarar el estado de sitio en Beijing».

El Secretario General Zhao no asistió a este encuentro y poco después se le expulsó de su puesto. Antes de que se le pusiera bajo arresto domiciliario, situación en la que permanecería hasta su muerte en 2005, el 19 de mayo, a las cuatro de la mañana, Zhao acudió a la plaza y se mezcló entre los estudiantes. Acompañado por el Director de la Oficina General del Partido, Wen Jiabao (que se desempeñaría más tarde como primer ministro de la República Popylar China entre 2002 y 2012), Zhao les dijo a los estudiantes: «Hemos llegado demasiado tarde».

Antes, el 18 de mayo «Li Peng y otros funcionarios del gobierno se encontraron en el Gran Salón del Pueblo con Wang Dan, Wuerkaixi, y otros representantes estudiantiles. Li afirmó que nadie había declarado nunca que la mayoría de los estudiantes se hubiera visto envuelta en agitaciones, pero que, con excesiva frecuencia, gente sin intención de crear agitación lo que de hecho había conseguido era provocarla. Se mantuvo firme respecto a la redacción del editorial del 26 de abril y afirmó que el momento actual no era apropiado para debatir las dos demandas de los estudiantes. Wang Dan había declarado que la única manera de sacar a los estudiantes de Tiananmen consistía en reclasificar el movimiento estudiantil como patriótico y retransmitir en directo el diálogo entre los estudiantes y la dirección en la televisión».

No había más espacio para el compromiso: la decisión de «desalojar la plaza» vino directamente de Deng Xiaoping y la «matanza de Beijing» tuvo lugar durante la noche del 3 al 4 de junio.

Fue un momento en el que se cazaba literalmente a la gente por las calles de China. Mientras tanto, en la trastienda del Partido Comunista tomaba forma una idea clara: no se debía permitir que lo que acababa de pasar volviera a suceder de nuevo.

 

Simone Pieranni e licenciado en Ciencias Políticas y periodista especializado en China, fundó en 2009 China Files, agencia, con sede en Beiying, de información sobre el país asiático, en el que vivió entre 2006 y 2014. Desde 2014 trabaja en la sección de Política Internacional del diario italiano «il manifestó». Junto a Giada Messetti es autor del «podcast» sobre China «Risció», producido por Piano P. Es autor de «Brand Tibet» (Derive Approdi, 2010), «Cina Globale» (Manifestolibri, 2017) y de la novela «Genova Macaia» (Laterza, 2017).

Traducción: Lucas Antón

Nuestra fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/china-1989-los-manifestantes-el-partido-y-la-matanza-de-beijing