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Los miedos del siglo XXI

Fuentes: Rebelión

Es el primero de junio de 2020 y observo que los miedos y los odios van aflorando por doquier. He visto un enérgico discurso de Angela Merkel ante el parlamento alemán, cuando dijo que, cuando se habla con un lenguaje de odio hay que señalarlo.

Me llamaron la atención esas palabras en boca de una persona tan equilibrada y pensé que mis aprehensiones sobre algo que desde hace años se venía gestando en muchas sociedades, donde impera el neoliberalismo, tenía una fuerza que reclama enfrentarlo antes que sea demasiado tarde.

Desde finales del 2019 apareció el coronavirus y desde entonces no ha dejado de propagarse. Daba miedo lo que hoy es, con certeza, un flagelo universal de vastas consecuencias. No quiero hacer comparaciones con otras pandemias, pero esta ha golpeado duro a las personas, su psicología del comportamiento y a la economía de todos los países. Lo que ha hecho el virus es revelar las desigualdades existentes en nuestras sociedades, porque la crisis sistémica que se venía desarrollando ya había sido advertida por varios analistas y economistas. Por lo tanto la pandemia lo que ha hecho es acelerar ese dantesco fenómeno

El mundo de hoy no es el mismo de hace cuatro meses, el coronavirus ha cambiado muchas cosas, entre ellas costumbres sociales. Hay lugares donde el miedo al hambre ha provocada manifestaciones callejeras, como hemos visto en Perú, Bolivia, entre otros. ¿Y qué pasará cuando no tenga trabajo y deba llevar comida a mis hijos? Gritan muchos y las botas no acallan el hambre.

El caballo amarillo de la muerte desplegando el miedo prestará su indeseable servicio de liberar del inframundo a los más pobres y desnutridos de la región para llevarlos a descansar del sufrimiento al otro mundo, de Palmiro Soria Saucedo, exembajador de Bolivia en Cuba. En dicho país la pandemia es la coartada perfecta para sus crímenes imperfectos, represión de por medio, cubierto por una bastarda cortina de humo mediático, apuntó Ernesto Eterno en Resumen Latinoamericano, el pasado 30 de mayo.

Las fuerzas más conservadores o fascistoides vuelven a demostrar en Brasil su multiplicidad de tácticas para reapropiarse del poder.  Ignacio de Loyola Brandão publicaba en el periódico La jornada de México que ¨Cuando oí al presidente exclamar ‘¿Y qué?’ ante las muertes provocadas por el covid-19, me dieron ganas de vomitar. Enseguida pensé ‘es un monstruo’… No significamos nada para este señor Bolsonaro. Él siente desprecio, desapego, desinterés, desdén por nosotros, solo ama a sus cuatro hijos. Además de todo eso, siente desamor. Me sentí deprimido. No soy nadie, mi familia es nada, mis amigos no son, ningún brasileño tiene significado, ningún ser humano tiene derecho a la vida. A nuestro presidente no le importan un bledo nuestras existencias”.

En algunos países se han escuchado discursos radicalizados de políticos que apelan a todo tipo de violencias y a grupos de extrema derecha gritar barbaridades contra las medidas de aislamiento social indicadas por la OMS. No hay dudas de que estamos ante una crisis cuyas proporciones todavía no están muy claramente delineadas. Son los mismos que desestimaron la gravedad del coronavirus, que atacaron a la ciencia y que ahora acumulan el mayor número de muertos y contagios.

Los disturbios de esta semana en Estados Unidos son los más graves que se reportan en el país desde 1968, cuando Martin Luther King Jr. fue asesinado. Las redes sociales publicaban que una activista decía en una manifestación que el negro en Estados Unidos ha aguantado 300 años el miedo, las humillaciones, los asesinatos a manos de los blancos y ya era suficiente con el asesinato del negro George Floyd (desempleado durante la pandemia del coronavirus) de 46 años, murió en Minneapolis el pasado 25 de mayo a manos de unos policías blancos. Eso es lo que explica que alrededor de 100 ciudades norteamericanas hayan sido escenarios de grandes disturbios, de ellas 40 han declarado toque de queda, y que desplegar la Guardia Nacional, usar balas de goma, gases lacrimógenos y gas pimienta, estas son una variedad de tácticas policiales que pueden exacerbar una situación ya tensa. Pero esos métodos lejos de acallar la rabia e indignación la han redoblado. Ante ese volcán en erupción, el presidente Donald Trump anunció el despliegue del ejército en Washington para hacer frente a los manifestantes. Este último es un hecho sin precedentes. Ahora es el miedo al negro.

Destrucciones, incendios, brutalidad policial, miles de detenidos y heridos, además de otra persona muerta por disparos. Ese es el saldo de la chispa provocada por el asesinato de George Floyd. Y el presidente Trump acusa a los manifestantes, los insulta y amenaza. Anatematiza a Antifa, acusándolo de ser un grupo terrorista y prepara con ello las condiciones, para hacer arrestos indiscriminados y por largo tiempo para acallar las voces de discriminados.

Los manifestantes denuncian que la muerte de Floyd es un acto de discriminación racial y exigen que se tomen medidas para evitar que sucesos así se repitan y para que los otros tres agentes que estuvieron presentes durante el suceso sean llevados ante la justicia. Según la BBC, en varias ciudades algunos jefes policiales y agentes han sido vistos uniéndose a marchas y vigilias iniciadas por el caso de George Floyd, un afroestadounidense fallecido luego de ser arrestado por policías de Minneapolis, Minnesota. Y en las redes sociales se han visto imágenes de mujeres blancas acordonando a los manifestantes negros para evitar ser golpeados por la policía. ¿Qué está pasando en Estados Unidos?

Incendiar patrullas o estaciones policiales, arrastrar por los suelos a elementos policiales durante actos de protesta, en tiempos de pandemia, no son sólo acciones de repudio contra la Policía (como institución), sino contra el mismo Estado norteamericano, escribió muy acertadamente Itzamná Ollantay el pasado 31 de mayo, en Telesur. Hay que tomar nota de esa aguda reflexión, así como de las frases: ¨No puedo respirar¨, ¨Basta ya de asesinatos de negros¨ y ¨Abrir los ojos¨, pues dicen mucho y ya tienen, en ese contexto, un significado histórico y siglos detrás que las respaldan.

No se puede proclamar una política para todo el mundo y otra para su propia casa. No se puede atacar selectivamente a unos países, supuestamente por violar los derechos humanos, y el acusador violarlos brutalmente en su propia casa.

El desarrollo de los acontecimientos, la arrogancia del poder unipolar norteamericano y la necesidad de supervivencia interna del capitalismo y de las estructuras económicas internacionales hechas a su medida lleva, sin embargo, a pensar que Trump está encerrado en su laberinto, con todas sus consecuencias. Pero ante todos estos fenómenos uno podría preguntarse, ¿Errores de cálculos o desconocimiento de las realidades?