Los santos inocentes Al bajar hacia la costa por el bituminoso, si doblas a la izquierda y entras a las calles polvorientas, te sale al paso una nube de niños y perros. Abandonados a la buena de dios, que por allí no pasó, juegan en las cunetas donde corren los oscuros afluentes, acechan parasitosis, hepatitis […]
Los santos inocentes
Al bajar hacia la costa por el bituminoso, si doblas a la izquierda y entras a las calles polvorientas, te sale al paso una nube de niños y perros. Abandonados a la buena de dios, que por allí no pasó, juegan en las cunetas donde corren los oscuros afluentes, acechan parasitosis, hepatitis y púrpura y los toman por asalto garrapatas y pulgas. Niños y perros duermen en la misma habitación, muchas veces la única, demasiadas veces en el mismo colchón. La lluvia repiquetea en las chapas del techo, pero la humedad no tiene nada de romántica, atraviesa las paredes de bloques y sirve de caldo de cultivo a hongos, moho y enfermedades bronquiales.
Nada de esto dicen las cifras que recogen el crecimiento del producto bruto, de las exportaciones y de las inversiones extranjeras. El Uruguay en cifras se va para arriba, pero el abismo entre ricos y pobres se hace cada vez mayor, porque la distribución del ingreso sigue favoreciendo a los que más tienen. Los éxitos en los números tampoco dicen nada de hacia dónde camina el Uruguay, país productivo que vende sin agregar valor a sus productos primarios y depende del vaivén de los precios internacionales. Ellos tampoco indican nada acerca de la depredación de los recursos naturales por grandes capitales protegidos por el Estado. Cifras y más cifras son exhibidas con el fin de llenar los corazones de expectativa, pero, en verdad, son cifras juntavotos y nada más.
Uno de cada diez montevideanos vive en los asentamientos irregulares, exactamente el 11% de la población. Al oeste de Camino Cibils, en la Villa del Cerro, el fenómeno recrudece: cuatro de cada cinco ciudadanos son ocupantes de terrenos. Allí la irregularidad es lo normal y también son normales las consecuencias sociales provocadas por la irregularidad. Un espectáculo que lastima las sensibilidades más delicadas y por eso, el sistema, que es sabio, lo oculta en la periferia, donde la miseria y los megaoperativos no ofendan la mirada del turismo y de los gobernantes.
Mientras que uno de cada tres montevideanos tiene menos de veinte años, la población de los asentamientos es sensiblemente más joven, pues una de cada dos personas que en ellos viven, son menores de dicha edad. En general, la pobreza tiene cara de niño en el Uruguay, casi la mitad de los 57.600 niños nacidos cada año, lo hacen por debajo de la llamada «línea de pobreza», una maldición que suma anualmente alrededor de 28.800 nuevos asalariados, empobrecidos, precarios y semiocupados.
Nacen y salen a la lucha por la supervivencia, pero el objetivo no es fácil de alcanzar. Quince de cada mil uruguayos mueren antes de cumplir su primer año de vida pero, como cabe sospechar que la guadaña es clasista y se ensaña con los nacidos lejos de Pocitos y Punta del Este, es posible que alrededor de 450 de los nacidos en la pobreza, mueran antes de su primer año de condena. Su odisea no termina ahí porque casi mil de ellos no llegarán a cumplir cinco años. De esa manera, el comportamiento tan poco democrático de la tasa de mortalidad infantil contribuye a reducir la pobreza, permitiendo al Uruguay ocupar orgullosamente lugares de privilegio en las estadísticas latinoamericanas.
Si se revisan las cifras de los problemas de salud infantiles con un sesgo de clase, se concluye en que aproximadamente 2320 de los pobres de nacimiento sufren desnutrición, 4640 tienen un peso menor al normal y, paradójicamente, unos 2700 padecen obesidad. Ellas revelan que bastante más de la mitad de los niños nacidos pobres sufren anemia por carencia de hierro en su alimentación…¡aunque la sangre de un buen porcentaje de ellos tiene demasiado plomo!. Muy pocos de esos niños reciben ayuda para superar el déficit que soportan. Sobreviven, es cierto, pero con la salud tan precaria, que no logran encarar en condiciones óptimas su educación escolar y su inserción laboral. En las escuelas bautizadas «de contexto sociocultural crítico», bastante más del 50% de los alumnos entre seis y once años presentan trastornos emocionales y de comportamiento. Son los condenados de antemano, los que salen a pelear la vida armados con escarbadientes.
En el Uruguay termina la escuela solamente un niño de cada tres que ingresan a ella, cifra que también es preciso corregir a la luz de la realidad social. En primer lugar, porque entre los egresados de primaria, uno de cada diez son los llamados «pases sociales» («los mandamos al liceo para que no jodan más en la escuela») y, en segundo lugar porque, con toda seguridad, el promedio de egresados disminuye a uno de cada cuatro alumnos en las escuelas de la pobreza. De los 28.800 pobres que nacen cada año, serán unos 7.000 los que terminen primaria y, de ellos, apenas 980 terminarán los seis años de enseñanza secundaria… nada más. El sistema educativo funciona como una máquina de picar carne y espíritu, los restos se arrojan al basurero de los desechos humanos.
El lenguaje que manejan es limitado, muy limitado, pocas palabras y no todas correctamente pronunciadas, se habla con faltas de ortografía, algo que es más evidente cuando escriben. El sistema los ha reducido a hablar algo que es un verdadero dialecto del idioma «uruguayo», esa versión nuestra del castellano. En el mismo paquete del lenguaje, vienen envasadas la decena de valores y el centenar de conceptos suficientes para abordar los problemas cotidianos propios de su modo de vivir. La escasez de términos y categorías necesariamente les recorta la conciencia de la realidad social y les impide tomar cuenta de la opresión que está en el origen de la miseria y la exclusión. Es muy elemental la visión del mundo que inculca el sistema a través de las restricciones en el lenguaje, la educación y la cultura. Basta con el sentido común más vulgar, el suficiente para asegurar el cumplimiento del rol de trabajadores irregulares y con muy bajos salarios, que les asigna la economía capitalista.
¿Se dan cuenta, ustedes, que poseen el interés y la capacidad intelectual para leer «Barrikada», del universo de conocimientos sobre el cual ni siquiera tienen noticia los asalariados empobrecidos? ¿De todo lo que no les interesa conocer, porque la ignorancia es también desinterés? El mundo de las ciencias, la literatura, la filosofía y la poesía les resulta muy lejano y muy ajeno. Se los aliena para que no precisen del pensamiento abstracto, se les cercena capacidad intelectual, los esclavos no necesitan pensar, se los castra para que obedezcan dócilmente el látigo del amo.
Como suele recordar Helios Sarthou, los sindicatos, los gremios estudiantiles, las cooperativas y los comités de base barrial fueron verdaderas escuelas de cultura y conocimientos. En ellas, los luchadores sociales anarquistas, comunistas, socialistas y tupamaros, combatían la acción castradora del intelecto, transmitían las categorías que permitían pensar la historia de los pueblos desde la opresión y para emanciparse. Por otra parte, la vida de cada revolucionario irradiaba valores y filosofía: entrega a la causa, anteponer los intereses colectivos a los personales, dar a la sociedad sin esperar recibir nada a cambio, todo por la revolución social. ¿Cuánto transmitía Ruben Sassano simplemente conversando en la esquina del bar de los armenios que daban de desayunar a veinte niños de La Teja todas las mañanas?. De esa forma, desde abajo, el lenguaje se ampliaba, se aprendía a pensar críticamente, la visión del mundo se hacía global y compleja y la conciencia se desalienaba lo suficiente para indignarse, perder la paciencia e intentar la rebelión. Pese a la persistencia del bombardeo alienante que sufrían, los trabajadores siempre terminaron rebelándose, en 1900 y en los ´60, en la Huelga General del ’73 y en el ’83 de la movilización contra la dictadura. La clase dominante pretendía seguir dominando eternamente, pero los dominados no cesaban de intentar emanciparse, de romper cadenas, todas ellas, las visibles y las invisibles. Esa es la historia de la lucha de clases.
Los vientos del pragmatismo destrozaron el ideologizado tejido social de antaño. El asistencialismo que predomina no contribuye al desarrollo y ampliación de la conciencia sino que, por el contrario, ayuda a su adormecimiento. Han hecho desaparecer el entramado familiar, laboral, social y político que se oponía a la alienación cultural y contrarrestaba la acción alienante de la cultura dominante. Al mismo tiempo se desmonetizó el valor de dedicar la vida a la lucha social, los revolucionarios han sido seducidos po rel poder, cayeron derrotados por el «socialismo», el amiguismo, el clientelismo y el «acomodo», adoptaron la cultura política cuya exclusividad se adjudicaba a la derecha. Hoy vale todo, el dicho ya no coincide con la obra, reinan la hipocresía y el doble discurso, una casta burocrática sustituyó a la militancia dando como resultado la desaparición forzosa de los referentes éticos y morales a nivel de base. El pueblo organizado ha perdido sus enormes posibilidades de desarrollo intelectual, de superar el recorte del lenguaje, los valores y conceptos, de adoptar una filosofía de vida independiente de los dueños de todo.
En la coyuntura actual cabe agregar que el pesito más en el bolsillo genera un estado de ánimo proclive a creer fervorosamente en los caudillos partidarios, una fe religiosa que se extiende al sistema en general, legitimándolo. Los pesitos se escapan entre los dedos, pero alcanzar para unos arreglitos en la casa, algunos electrodomésticos de segunda, la moto a crédito y un consumo un poquito mayor, y con ese falso «bienestar», una mejoría evidente con relación al 2002, se crea el clima subjetivo reacio a cuestionar y a exigir que se cumplan las promesas electorales. Sin haber resuelto ninguno de los problemas sociales de fondo y gracias a esos pesos provenientes del boom internacional de los alimentos, los gobernantes obtienen gratuitamente el consentimiento a su discurso de resignarse, de desesperar del socialismo, porque es imposible de alcanzar, de no luchar, no poner palos en rueda de los grandes inversores extranjeros, no rebelarse porque es inútil, aceptar pacíficamente el estado de cosas, aceptar la impunidad y los privilegios de los criminales del terrorismo de Estado y… ¡todavía, hacerlo con alegría!. Se dejó de indicar el camino, para terminar colectivamente con la vida miserable de la pobreza, el de los cambios de fondo.
Como contrapartida de su función de freno a la bronca social, el Uruguay Progresista deja abierto un hueco de ideas, tan grande es el hueco que parece minería a cielo abierto. La ñata contra el vidrio, el pobrerío mira el despilfarro del país de primera, ese del sur de Avenida Italia y rellena el vacío de pensamiento crítico a fuerza de esquina, cumbia villera y reggaeton, de telenovelas, Tinelli y spots publicitarios, cayendo en las redes de la cultura dominante. Una de las respuestas de bronca social es salir de caño a robar un banco o un Abitab, darle a un taxi o un ómnibus, arrebatar una cartera, En definitiva otra forma de desesperación social y resignación política, de aceptar que el mundo es injusto y que no hay otra manera de salir del pozo que jugándose la personal en una rapiña desesperada. Son los valores y la filosofía que favorecen el desarrollo del capitalismo y alejan a los individuos del horizonte de una sociedad socialista.
El Instituto de Estadísticas fija la frontera de la pobreza en 7.123, 84 pesos para Montevideo y 4.818,94 pesos para el resto del país. La «línea» se fija en base a relaciones entre el ingreso y el consumo de las personas. Supuestamente dejan de ser pobres las personas cuyos ingresos y consumo atraviesan la frontera hacia arriba. Es ridículo definir la pobreza solamente con criterios monetarios. Ella es, sobre todo, la reducción deliberada de la capacidad intelectual de las personas, la imposición de un modo de vida regido por concepciones que pertenecen a la clase social que las oprime, haber sido marginados de la inteligencia, la conciencia social y el conocimiento humano, las condiciones imprescindibles para emanciparse a sí mismos y a la sociedad toda.
Desde presidencia piden que se les transmitan valores para que no roben y no se arriesguen a pasar años en cárceles que violan los derechos humanos. ¿Es en serio que Mujica plantea que el millón de pobres respeten la propiedad privada?… ¿de qué propiedad privada hablarían?, ¿de la riqueza ajena a la que nunca accederán? Vamos a dejarnos de bobadas, antes, cuarenta años atrás, cuando éramos jóvenes y revolucionarios, los socialmente más jodidos, en los cantes y en las cárceles, se miraban en el espejo de las vidas ejemplares y, por lo menos, intuían otras perspectivas. Hoy se les ha privado del paradigma, del mensaje de rebelión revolucionaria, de las mujeres y hombres convencidos de luchar hasta el fin por cambiar el injusto orden social. A no quejarse de la cosecha de las tormentas que ayudaste a sembrar. Son ineludibles las responsabilidades individuales en el desarme ideológico de la sociedad, la rendición incondicional comenzó por rendiciones individuales.
Durante generaciones, los dueños del capital han dado origen a un estamento de asalariados sin garantías estatales, sindicales y políticas y, para que no luchen por su liberación, los han privado de los instrumentos intelectuales para luchar organizados por su propia liberación. Aunque todavía no lo saben, son los nuevos sepultureros del capitalismo, decía Raúl Sendic en1985. Son las mismas masas proletarias que conmueven los informativos con sus rebeliones en el norte de África, sus campamentos indignados en Barcelona y Madrid, los 300.000 israelíes que salieron a la calle (¡por fin!) o lairrupción violenta de los ingleses de origen inmigrante, racial y socialmente discriminados. El capitalismo está desanudando la venda que cegaba a sus esclavos, porque fue la lucha feroz entre los grandes capitalistas la que provocó el estallido financiero del 2008 y alimenta la crisis económica que se desarrolla actualmente, esa lucha los fuerza a recortar el ingreso de los asalariados del mundo entero y es el combustible que incendia la pradera. Muchedumbres inactivas durante décadas, que se dejaron explotar pacíficamente, sin protestar siquiera, pero que hoy dicen basta y se echan a andar.
El mundo capitalista parece estar viviendo sus «jacqueries», levantamientos masivos semejantes a aquellos de los campesinos europeos del siglo XVIII, que agrietaron el mundo feudal y prepararon la revolución francesa. Los levantamientos actuales ya no ocurren en un solo país, la explosión social que el capitalismo no puede contener abarca el mundo entero. Globalizaron el capitalismo, globalizaron el salario y ahora globalizan la rebelión social, las «jacqueries» de las masas de asalariados empobrecidos del siglo XXI.
Creo que todos saben que crisis, recorte del pesito más y lucha social llegarán al Uruguay como a toda América La Pobre. Tal vez por eso los megaoperativos hacen pensar en megarrepresión a los trabajadores empobrecidos y las «misiones de paz» en Haití y el Congo permiten pensar en «misiones de paz» en los asentamientos irregulares.
Un país de primera, puro verso.
Fuente original: Revista Barrikada