En Uruguay ya se inició la transición del gobierno de la Coalición Multicolor (CM) que asumirá el primero de marzo de 2020. Luego de varios intentos fallidos para festejar su victoria, la CM pudo celebrar en la rambla de Kibon, al este de Montevideo. El discurso del reciente electo presidente Luis Lacalle Pou merece un […]
En Uruguay ya se inició la transición del gobierno de la Coalición Multicolor (CM) que asumirá el primero de marzo de 2020. Luego de varios intentos fallidos para festejar su victoria, la CM pudo celebrar en la rambla de Kibon, al este de Montevideo.
El discurso del reciente electo presidente Luis Lacalle Pou merece un análisis aparte, aunque no develó mucho su plan político, y si lo han hecho sus asesores y legisladores electos en algunas declaraciones.
Un hecho curioso y que levantó polvareda fue la aparición, en medio de todas las banderas del Partido Nacional y del resto de los partidos que integran la coalición, de una bandera del Frente Amplio. Vale decir, bastante nueva y con los dobleces bastantes marcados, como recién comprada.
Lacalle Pou saludó a esa persona e interrumpió su discurso para aplaudirlo, mientras los concurrentes siguieron su ejemplo. El portador de la bandera sostenía un cartel que decía: «Felicitaciones. Si a ustedes les va bien a mi también.»
La foto del cartel enseguida se viralizó por las redes sociales donde levantó polémica pero sumó mucha adhesión resaltando su carácter democrático y de tolerancia. Más allá de lo curioso del hecho y de las sospechas de que fue algo armado, es interesante analizar el contenido de esa frase.
¿Qué es gobernar bien? ¿Qué es gobernar mal? ¿Existe un «buengobierno», ideal, una meta donde los buenos gobernantes y gestores deben alcanzar? ¿La democracia liberal burguesa sólo tiene dos formas de gobernar, la buena y la mala? La realidad es más compleja y plantear el debate en términos de bueno o malo es acotar el debate a niveles mínimos y llevarlo a un plano moral estéril.
Uno de los mitos de las democracias burguesas liberales de Occidente es que los gobiernos gobiernan para todos. Es verdad que los gobiernos son de alcance nacional, y las leyes rigen para todos por igual dentro de determinado territorio; pero la cuestión reside en el proyecto político que prioriza determinados sectores de la sociedad sobre otros, donde las políticas que se ejecuten van a beneficiar a algunos y perjudicar a otros en sus intereses.
Lo fundamental es pensar de qué lado de la mecha se encuentra uno -como diría músico, compositor y cantante argentino Indio Solari-, que es el modo en verso de lo que dijo Carlos Marx en aquel concepto de clase en sí y clase para sí. Además de dónde se encuentra uno, es que beneficiaría a su clase. Si fuera todo tan sencillo y lineal, en otro momento de la historia estaríamos, pero la madeja está más enredada.
Lo primero que habría que plantear es para quién gobierna determinado sector político. No existe un «buengobierno» donde no importa de qué signo político sea y si realiza determinadas acciones, va a hacerlo bien.
Son los proyectos políticos los que están en pugna: Si se prioriza al sector financiero-especulador o a los sectores productivos; si se fomenta la industria nacional o se libera el mercado para las importaciones; si se prioriza a la clase trabajadora o a los dueños de los medios de producción al final de todo.
Existe en el imaginario social, siguiendo a Cornelius Castoriadis (grecofrancpés fundador de Socialismo o barbarie), una creencia que la gestión está separada de la ideología. A su vez el sentido común dominante (neoliberal) plantea que la ideología enceguece y obstaculiza una buena gestión.
Lo bueno y lo malo lo define la moral del momento. Los valores están definidos por este sentido común reinante, aunque obviamente existen disidencias y modelos contra-hegemónicos.
La cuestión se complejiza aún más, ya que la democracia no tiene que ver solamente con los gobiernos electos, sino con tramas de poder de grupos concentrados que deciden todos los días por las grandes mayorías pero que nunca son electos.
La democracia tiene sus límites y una gran trampa retórica que nos han tendido es democracia versus autoritarismo. Más que plantear qué es la democracia (y ello merece un libro más que un artículo) es qué entendemos por autoritarismo. ¿Es solo un grupo de hombres conservadores que reprimen y tienen un discurso de enemigo interno y a eliminar?
¿Es cuando se suprime el voto y las libertades individuales? ¿Qué pasa si el derecho al voto sigue permitido pero lo que votamos no importa? ¿Cómo calificamos cuando organismos internacionales imponen modificaciones a las Constituciones de determinados países a pesar de que la ciudadanía no lo haya votado?
¿Cómo calificamos al hecho de que, por ejemplo, se prioriza el pago de la deuda pública o el rescate de los bancos antes que la gente tenga techo y salud de calidad? ¿Qué sucede cuando el pueblo se pronuncia en un plebiscito y luego el gobierno recién electo plantea políticas contrarias al resultado del plebiscito? Son los vicios de la democracia que lejos está de ser el gobierno del pueblo.
La democracia termina siendo una forma, porque puede tener muchos contenidos. Democracias que arropan en su seno partidos políticos fascistas que van en contra de la democracia, pero como se presentan a elecciones, están permitidos. La forma importa, pero no el contenido. El mundo no se acaba en la democracia.
Pueden existir gobiernos autoritarios, gobiernos electos democráticamente, democracias con realeza, democracias colegiadas, pero el denominador común es el sistema político-económico-cultural que nos atraviesa a todos.
La democracia se ha reducido al sufragio universal y a la elección de gobernantes cada determinada cantidad de tiempo para que cada ciudadano luego se retire a su hogar y espere al próximo acto eleccionario. Mientras tanto, otros eligen por nosotros o moldean nuestros gustos y antojos.
En esta economía extractiva digital, día a día engrosamos los almacenes de datos sobre nuestros gustos, deseos, aspiraciones, afinidad política, etc. Pasamos a ser de ciudadanos a consumidores y hoy somos un cúmulo de datapoints, un reservorio de base de datos donde no solo las grandes empresas comercian con estas, sino que otras las utilizan para dirigir nuestra pensamiento y elecciones.
Véase el ejemplo de Cambridge Analytica en Estados Unidos, Argentina, entre otros.
Ya lo dice el himno nacional uruguayo: «es el voto que el alma pronuncia». Pero ¿quién maneja nuestras almas?
Nicolás Centurión. Estudiante de Licenciatura en Psicología, Universidad de la República, Uruguay. Miembro de la Red Internacional de Cátedras, Instituciones y Personalidades sobre el estudio de la Deuda Pública (RICDP). Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)
http://estrategia.la/2019/12/
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