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Comentarios a un artículo de Alfredo Toro Hardy

Matices sobre el pragmatismo

Fuentes: Rebelión

Les señaló mis insuficiencias y desvaríos: fui maoísta de joven; no estoy totalmente seguro de haber cometido un desvarío político de efectos duraderos e incorregibles; leí los cuatro o cinco volúmenes de las obras escogidas o completas de Mao, no puedo precisar, que, lo admito sin rubor, aún conservo; fui lector entusiasta y poco crítico […]

Les señaló mis insuficiencias y desvaríos: fui maoísta de joven; no estoy totalmente seguro de haber cometido un desvarío político de efectos duraderos e incorregibles; leí los cuatro o cinco volúmenes de las obras escogidas o completas de Mao, no puedo precisar, que, lo admito sin rubor, aún conservo; fui lector entusiasta y poco crítico de marxistas europeos que no siempre hablaban con un exigible conocimiento de causa de lo que estaba sucediendo en China; soñé, como muchos y con escasa información, con la revolución cultural proletaria, e idealicé, también como tantos otros, las conquistas sociales, culturales y políticas de la revolución. Deng Xiaoping, lo confieso, nunca fue santo de mi devoción; sigo sin poder admirarle y no acabo de sentir entusiasmo por la línea política que representa o ha representado.

Viene todo esto a cuento a raíz de un excelente artículo, como todo lo suyo, de Alfredo Toro Hardy, «China: a treinta años de su despegue», publicado en rebelión con fecha 25 de junio de 2009 (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=87233).

Sin entrar, por falta de información, por incapacidad para seguirle en puntos de su artículo o por acuerdo con lo apuntado, en todos los pasos de su argumentación; admitiendo la atalaya geopolítica, histórica o incluso metahistórica en la que el autor se sitúa no siempre me acaba de convencer completamente; reconociendo que es posible desde luego mirar con perspectiva de altos vuelos, punto de vista usual en ATH, me gustaría apuntar dos matices en torno al artículo del excelente diplomático bolivariano, del que, innecesario es señalarlo, es difícil leer algún texto suyo sin tomar apuntes y acumular saber, y admirar sabiduría ajena, la suya claro está.

1. Señala ATH que 1979 marca el inicio de cuatro procesos fundamentales; el chino entre ellos. Fue el momento en que se inició el proceso de transformación económica bajo Deng Xiaoping, «sentándose las bases para su vertiginosa expansión». La visión estratégica de Deng se traduciría, ya en 1985, «en una política exterior definida sobre la base de los principios de no agresión, no intervención y coexistencia pacífica con todos los países, al margen de sus sistemas políticos o sociales». Deng no sólo asume como prioridad la necesidad de desarrollo económico, sino la exigencia de hacerlo en términos endógenos, definiendo estrategias económicas sustentadas en las especificidades políticas, culturales y sociales de China. Ello implicaba, apunta ATH, un modelo autóctono, alejado de las terapias de choque características del Consenso de Washington que tanto daño estaban produciendo por doquier y un proceso de apertura económica bajo control político que «difería radicalmente del experimento de apertura económica y política simultánea que en esos momentos desarrollaba Rusia y que habría de propiciar el colapso de su sistema». No en balde en 1989, concluye en este punto ATH, Deng «prefirió la represión sangrienta del movimiento estudiantil que reclamaba la democratización política, antes que permitir la pérdida de control político del proceso por parte del partido».

No sé si en este caso «represión sangrienta» es expresión adecuada para explicar lo sucedido. Admitámoslo.

Sea como fuere, lo del modelo autóctono alejado de las terapias de choque es, probablemente, una afirmación parcialmente verdadera, pero por si acaso el lector/a lee con excesivo entusiasmo no habría que olvidar el inmenso sufrimiento que el proceso industrializador chino ha causado y está causando entre amplísimos sectores del campesinado y el proletariado chino. Parece más bien, mirado como se quiera mirar, un proceso de acumulación de capital generador de enormes diferencias sociales. Acaso sea una forma de situar a China en el mapa, de generar riquezas que serán distribuidas, de intentar luchar contra la pobreza de sectores de la ciudadanía. Tal vez. Pero no es forzosamente un desvarío apuntar que las condiciones sociales y laborales de amplias capas de trabajadores, que la penetración cultural de los valores empresariales entre sectores mayoritarios de la población, recuerdan, en sus grandes rasgos, procesos históricos que remiten a la irrupción e implantación de un capitalismo sin apenas vértices compasivos.

Por lo demás, «preferir» acaso no sea la palabra adecuada para señalar la determinación de Deng en 1989. El movimiento estudiantil de la época no era todo él un movimiento reaccionario envuelto en ensoñaciones falsarias occidentales. Y aunque lo fuera. Es sabido que otros dirigentes de la época, vencidos, por no escribir machacados, por Deng, intentaron otros senderos y, sobre todo, defendieron que los tanques de un país que quería construir el socialismo, que se denominaba República socialista, no debían entrar nunca a fuego y metralla en la plaza ocupada de Tian’anmen. ¿No se produjo acaso una matanza comparable a lo ocurrido en México años atrás? ¿No fue otro elemento más, y no cualquiera, de la desolación que corrió como el viento agitando la cebada por las mentes y corazones de luchadores comunistas de todo el mundo en momentos en que algunos muros caían y países enteros empezaban a desintegrarse?

2. Sostiene ATH que la aparición en escena de Deng se inserta dentro de un contexto que remonta su origen a 1965. A partir de ese año y hasta 1976 tendrá lugar un enfrentamiento entre dos tendencias definidas al interior del partido comunista chino. De un lado el maoísmo y del otro los pragmáticos que postulaban «una mayor liberalización económica».

«Mayor liberalización económica» significa aquí introducir mecanismos y normas empresariales. El primero, la tendencia maoísta, señala ATH, era responsable de políticas caracterizadas «por su rigidez, dogmatismo y grandes costos económicos y humanos, tales como la colectivización agraria y el desarrollo de la industria pesada entre 1953 y 1957 y el «Gran Salto Adelante» entre 1958 y 1962″. Los segundos, señala, propugnaban una mayor flexibilización del aparato productivo, buscando relajar los excesos ideológicos.

Puestas así las cosas la disyuntiva se cae, se disuelve de inmediato. No dudo de lo primero -o mejor dicho, dudo, pero no sé por ignorancia mía si la descripción de ATH es exacta-, pero presentar la segunda línea como defensora de mayor flexibilización y de contención de excesos ideológicos hace que las cartas del juego ya estén marcadas para la discusión. Flexibilización, insisto, significa aquí introducir típicos mecanismos de producción y distribución capitalistas, y contención de excesos es contención de algunos supuestos excesos, no de los propios, que desde luego no eran cualesquiera, por novedosos que pudieran ser en aquellos momentos en China. Uno de ellos, como es sabido, un pragmatismo -nada flexible por lo demás, tan inflexible como la posición adversaria- que cree, como firme principio-guía, que lo que cuenta en última instancia es la práctica y esta práctica es analizada, básicamente, por sus resultados económicos, por el crecimiento desaforado, por el desarrollo económico-social entendido en términos básicamente monetarizados.

Señala ATH a continuación que gracias al apoyo del primer ministro Zhou Enlai, Deng, que había sido marginado políticamente, volvió al centro del poder. En 1975 fue designado viceprimer Ministro y vicepresidente del partido. Un año después caerá de nuevo en desgracia tras producirse la muerte de Zhou. Es el momento en que la llamada Banda de los Cuatro, encabezada por Jiang Qing, la esposa de Mao, impondrá una política de izquierda radical. La propia muerte de Mao ese mismo año de 1976 «dejará sin basamento político a la esposa de éste y a sus correligionarios». Con el encarcelamiento de la Banda, Deng volverá al poder, transformándose poco tiempo después en la figura fundamental del partido, señala ATH.

Dejó de lado términos como imposición y correligionarios. No es esencial la discusión pero no sería insustantiva políticamente la discusión semántica.

Fue, según creo, eso que cuenta ATH. Pero la llamada, no por ATH, «banda de los cuatro» (obsérvese: banda, desconozco las connotaciones del término chino pero no deben ser seguramente ningún sendero de amapolas con música de Vivaldi de fondo) con intenciones nada bienintencionadas, fue vencida políticamente utilizando los métodos de siempre, los pactos de siempre, los procedimientos usuales. Cultura neoestalinista en estado puro practicada por los pragmáticos y renovadores del Partido Comunista china. Deng a la cabeza.

Presentar al grupo encabezado por Jiang Qing como «izquierda radical», esta sí es una adjetivación de ATH, como si radical fuera sinónimo de izquierdismo o de alejarse años-luz de todo contacto con la realidad, no es sino otra forma de jugar en un campo donde los límites ya han sido marcados previamente. Sin consenso desde luego.

ATH finaliza su artículo señalando que «si bien hay que lanzarse al vacío no pueden dejar de construirse mallas de protección. Las mismas se dirigen en diversas direcciones: políticas de protección social y desarrollo de capital social, defensa del ambiente, lucha contra la corrupción y aptitud de gobernabilidad asentada en la promoción de la capacidad de respuesta individual».

No estoy seguro que lanzarse al vacío sea siempre inevitable y me gustaría estar seguro que las mallas de protección chinas protegen, intentan proteger, a los sectores más desfavorecidos y desposeídos de un proceso histórico que tiene sus luces pero cuyas sombras son también alargadas. Como suele ocurrir en todos los procesos conducidos desde el vértice y con escasa participación de las bases de una pirámide social, inmensa en este caso.