El encuentro cumbre de la Liga Arabe que comienza hoy en la capital de Arabia Saudita relanzará el plan de paz para Medio Oriente redactado en Beirut hace cinco años y que sigue siendo, a pesar del tiempo transcurrido, la única perspectiva razonable de resolver el conflicto palestino-israelí, que el año entrante entrará en su […]
El encuentro cumbre de la Liga Arabe que comienza hoy en la capital de Arabia Saudita relanzará el plan de paz para Medio Oriente redactado en Beirut hace cinco años y que sigue siendo, a pesar del tiempo transcurrido, la única perspectiva razonable de resolver el conflicto palestino-israelí, que el año entrante entrará en su séptima década. En estrecho resumen, la propuesta estipula el pleno reconocimiento de Israel por parte de los países árabes a cambio de la devolución a los palestinos, por parte de Israel, de Gaza, Cisjordania y la Jerusalén oriental, Al Qods en árabe, en donde la nación ocupada aspira a establecer la capital de su Estado. A pesar de los desastres causados a los países de la región por la cruzada «antiterrorista» de Estados Unidos, o tal vez por eso mismo, los gobiernos árabes muestran en esta iniciativa, y por primera vez en muchos años, un propósito de unidad y coordinación que no ha sido precisamente característico de los integrantes de la mencionada liga de naciones.
La postura regional mencionada constituye, a su vez, un golpe difícil de encajar para la diplomacia occidental, la cual se ha dedicado a administrar el conflicto y a dar legitimidad, por medio del llamado «Cuarteto» (Estados Unidos, la ONU, Rusia y la Unión Europea), a los planes israelíes de anexión de la mayor parte de las tierras ocupadas y de desarticulación definitiva de la aspiración palestina a un Estado propio. Ante el reagrupamiento de los árabes, el «Cuarteto» se enfrenta a la alternativa de adoptar, en lo fundamental, el plan de Beirut de 2002, o disolverse.
Tal es el telón de fondo en el que transcurrirá la cuarta gira de la secretaria de Estado estadunidense, Condoleezza Rice, a la región. La funcionaria va con la pretensión de lograr que los árabes exhiban «gestos de reconciliación concretos» hacia Tel Aviv. El propósito es, por supuesto, irrealizable, no sólo porque la reconciliación es consecuencia, y no requisito previo, de una negociación, sino porque en la circunstancia actual Washington no está en condiciones de dictar condiciones a los gobiernos de la zona. A estas alturas, cuando la aventura sangrienta de George W. Bush en Irak se ha revelado como un desastre monumental en todos los terrenos -político, militar, diplomático, económico, moral, social y humano-, bien haría la secretaria de Estado en mostrar una cualidad nada frecuente entre los representantes oficiales de Estados Unidos: la humildad. De otra manera, no conseguirá más que agitar el avispero de los justificados sentimientos antiestadunidenses en la región y acrecentar la distancia que antiguos aliados inveterados de la Casa Blanca, como el propio país anfitrión de la cumbre, marcan ahora con respecto de Washington.
Moscú y Bruselas, por su parte, se han quedado sin motivos para permanecer en el «Cuarteto», a menos que éste empiece a dar signos de interés real por la consecución de una paz justa y digna entre israelíes y palestinos, y deje de servir de tapadera a la ocupación y a la atrocidad cotidiana de Tel Aviv contra los habitantes de las tierras invadidas. Ante la cohesión recientemente mostrada por la Liga Arabe, se hace evidente la inoperancia de los subterfugios diplomáticos y la necesidad de poner sobre la mesa la única solución de fondo al viejo y sangriento conflicto, que no es otra que la estipulada en las declaraciones 242 y 338 de la ONU, es decir, la retirada de las tropas ocupantes israelíes a las líneas previas a la guerra de 1967 y el ejercicio del derecho palestino a la autodeterminación.
Este derecho pasa necesariamente, por cierto, por el reconocimiento de Occidente a la representación que los palestinos se dieron en elecciones incontestablemente democráticas. En sus propias filas, Europa occidental no le ha hecho el feo a gobernantes con pasado nazi, como el austriaco Kurt Waldheim, ni a políticos señalados por sus vínculos con la mafia, como Silvio Berlusconi. No tiene, en consecuencia, autoridad moral alguna para descalificar a los dirigentes palestinos porque éstos se niegan a reconocer a Israel antes de que ese país los reconozca a ellos.