Los desechos cotidianos de hogar, lo que vulgarmente llamamos «la basura», parece no sólo un problema de antigua data en Montevideo, sino además un problema en permanente agravamiento. Basta recorrer las calles para percibirlo. Y es de tal gravedad -económica, sanitaria, ambiental, sindical, política, estética− que se hace necesario hurgar en sus causas. Todo intento […]
Los desechos cotidianos de hogar, lo que vulgarmente llamamos «la basura», parece no sólo un problema de antigua data en Montevideo, sino además un problema en permanente agravamiento.
Basta recorrer las calles para percibirlo.
Y es de tal gravedad -económica, sanitaria, ambiental, sindical, política, estética− que se hace necesario hurgar en sus causas.
Todo intento de «solucionar» tan espinosa cuestión con «equipos especializados», «turnos extras» y otras medidas por el estilo están condenadas a naufragar en la problemática de fondo, que en general ni se la menciona.
Hagamos un punteo preliminar de la sociedad montevideana en el rubro «basura».1
La gente se desentiende
Se desentiende de una cuestión que le atañe directamente.
Es como un proceso de escamoteo y desresponsabilización. Llamativo. Pongamos un ejemplo, de otra latitud: la sociedad alemana, incluidas sus ciudades, abrumada, hace ya algunas décadas, por la acumulación de desechos de origen domiciliario (que se suman a los industriales y generales de la sociedad, que por cierto no son menores) encaró una preselección domiciliaria de desechos en general y plásticos en particular (divididos, a su vez, los más comunes, en polietileno, polipropileno, poliestireno, polivinilcloruro, etcétera).
Ese solo ejemplo nos muestra dos modelos de comportamiento muy diferenciados, divergentes.
Si hacemos un ligero paneo por países occidentales (dejamos a Asia aparte porque presenta otra problemática, desde otras culturas), vamos a ver que los planes de recuperación de desechos están más desarrollados en los países «centrales», y que en los países periféricos existe mucha mayor laxitud sobre el tema (o en todo caso, intentos de recuperación mucho más embrionarios o parciales). Entendemos que esto tiene que ver con que las exigencias laborales; sus jornadas son mucho más altas en la periferia planetaria que en sus centros.
Pero sin descartar esa desigualdad básica, material, de la vida cotidiana en los centros planetarios y en sus «arrabales», tenemos otros motivos también fuertes enraizados en el propio devenir histórico: los países industrializados han recibido antes el problema, que de alguna manera «les pertenece», lo han ido percibiendo a medida que surgía y han encarado así, mal que bien algún tipo de solución; una de las más significativas -que no los ennoblece, ciertamente− es el trasiego de desechos del centro planetario a la periferia: ese «comercio», a menudo apenas piratería, nos ha agregado en la periferia planetaria «otro» problema de basura encima del que ya teníamos.
¿Cómo se gesta la cuestión, cada vez más crítica, de los desechos en nuestras sociedades periféricas? Incorporando casi todos los «paquetes tecnológicos» procesados en el Primer Mundo y que nos llegan más o menos de golpe, sin transición y, sobre todo, en sus últimos desarrollos tecnológicos, conociendo poco y mal sus pasos previos, procesados precisamente en los países «pioneros», por ejemplo en nuestro tema, con el tratamiento de la basura (véase el recuadro).
Volvamos a nuestro entorno: tradicionalmente, cualquier ciudad, como Montevideo, contaba con recuperadores; el botellero, el papelero… Clasificadores: envases de vidrio (incoloros o coloreados, con distinto valor), papeles (blancos o impresos, también con distinto valor de mercado), hojalata y metales (cotizaciones diversas para bronce, plomo, estaño…), grasas y huesos vacunos, ramaje (materia prima excelente −biomasa− para engendrar energía, que se usa intensamente en poblaciones pequeñas, por ejemplo en Suecia, pero que en nuestro país está totalmente desaprovechada).
Ejemplos de diferencias centro/periferia:
• cuando el centro acaba con la vida útil de camiones, maquinarias diversas, aviones, se los suele remitir a la periferia como novedad tecnológica de cuasi última generación. Aunque estén totalmente amortizados en el Primer Mundo, en el Tercero los pagaremos como nuevos.
• el centro planetario tiene hoy depuradoras; la periferia sigue tirando, como hace siglos, los detritus industriales, generalmente muy tóxicos, a las corrientes de agua. Las depuradoras, están apenas irrumpiendo y lo hacen, para las zonas bacanas mucho más que para las industriales.
• Lo mismo pasa con las aguas cloacales. En Asia se usaron, tradicionalmente, las excretas humanas como abono. Lo cual es químicamente correcto. Porque los componentes minerales básicos de los cuerpos vivos −potasio, nitrógeno, fósforo− son los mismos de las excretas. Pero en los ’80 los suecos, que pensaban hacer lo mismo con sus propias deposiciones, filtradas y retenidas en las depuradoras, no pudieron. Porque observaron que los lodos cloacales humanos de Estocolmo, por ejemplo, tenían, amén de N, P y K, una serie temible de otros metales adversos a la vida humana (y a la vida en general): mercurio, plomo, cadmio, níquel, zinc, arsénico, aluminio, plata. La caca nuestra rioplatense, por el alto grado de urbanización, es más bien como la sueca, no como la bengalí o la india de hace unas décadas. Asì miradas las cosas, no podemos aprovechar ni siquiera nuestra propia mierda. Suecia, por ejemplo, deposita sus lodos cloacales en diques de cola entre montañas, igual que los detritus altamente tóxicos de la extracción minera..
• Como ejemplo del abismo que, pese a la globalización, separa al centro de la periferia planetaria, mientras en nuestras latitudes lidiamos con los enormes depósitos de desechos, inclasificables y fuente de todo tipo de contaminación, algunos estados «centrales» como los nórdicos, Noruega y Suecia, están dedicados a la «recuperación energética» de los desechos, aprovechando su combustión. Este abordaje «libera» al mundo empresario de toda idea de límite puesto que la rentabilidad aumenta con la mayor «producción» de desechos.
La idea motriz de semejante solución a la cuestión de los desechos funcionaría en un mundo infinito. En una especie de rueda perpetua de uso y recuperación. Pero semejante solución -la de un tecnooptimismo radical− choca con dos inconvenientes: la ley de la entropía (no existe la recuperación energética perfecta) y, pequeño detalle, la condición finita de nuestro planeta y consiguientemente de nuestro universo.
Entendemos que un aprovechamiento energético de los desechos profundiza el foso al cual un desarrollo tecnológico desbocado nos está llevando a todos.
Aquella recuperación, relativa, −que no podemos idealizar porque se trataba de tareas residuales con un proletariado aun más excluido− fue perdiendo pie a medida que los desechos hogareños y urbanos se fueron ampliando, sobre todo cuando el estilo de «use y tire» fue imponiendo una cultura del derroche, no ya del ahorro.
A mediados del siglo pasado el american way of life se abre paso impetuosamente. Primero en los países centrales, industrializados, colonialistas o neocolonialistas, adelantados, subdesarrollantes -elija el lector el calificativo más certero−. Y los primeros en seguir ese nuevo modelo, seremos muchos países de los mal llamados latinoamericanos.
Allí, nosotros. Los mismos que supimos importar «autos baratos», los colachatas de posguerra -Mercury 1947, Buick 1948, Cadillac 1950− cuando todavía no habíamos aprendido a cuidarlos para que no se desvencijaran en tan poco tiempo.
El material plástico (flexible, los llamados termoplásticos) fue el falaz protagonista de esa «revolución» del consumo que se expande desde mediados del s XX.
En tiempos más recientes, con la conciencia ecológica golpeando a la puerta, la recuperación de materiales empezó, sin embargo, a estar más trabada en Montevideo. Las autoridades sanitarias y municipales fueron regulando para limitar la actividad privada y «espontánea» de los recuperadores, cada vez más indigentes, buscando la desaparición de la basura -una desaparición estética, no material−, primero en contenedores y luego a través de un circuito de recolección, en inmensos enterraderos de desechos. El grito característico del «botelleeero» ya se había perdido en la modernidad galopante…
Como el elemento más nocivo de la «montaña de basura» -porque ya no alcanza con enterrar la basura− son los plásticos (aunque también los desechos químicos son una, otra, «bomba de tiempo»), se fue generando en muchas ciudades de los países «centrales» una política restrictiva para su uso y un celo cada vez mayor para su reciclaje. El ejemplo que dimos de Alemania. En nuestra tierra, siguió por décadas la fiesta del «plástico a toda hora». Luego de décadas de sordera, parecería estar llegando «la hora de la verdad plàstica» a Montevideo…
Análogamente, a medida que se empezó a hacer conciencia de los ciclos de recuperación biológica, en diversas ciudades y pueblos de los países «centrales» se fue generando un movimiento en favor del compostado, que en nuestro país y en nuestra capital resulta apenas visible, aunque empiezan a aparecer ensayos, intentos…
Vamos viendo la problematicidad pluricausal de esa «molestia» que tan a menudo campea en calles montevideanas.
Podríamos creer que la responsabilidad recae sobre la población. Por cierto, que existe una responsabilidad individual, que nos atañe a todos, pero el abordaje de tan compleja cuestión nos deriva hacia otros «actores» sociales:
▪ La proliferación del plástico, el abandono de los reciclajes clásicos son políticas.
▪ Políticas emprendidas por el sistema empresario (que se regula a sí mismo siguiendo la rentabilidad propia, la empresaria; jamás la social o ambiental) y/o por el sistema político que nos gobierna o deja que nos gobierne el mundo empresario.
Así que la acumulación insensata de «basura» es responsabilidad sistémica. Y no (sólo) responsab¡lidad individual, ésa que las maestras en los parvularios procuran despertar.
Plásticos entre nosotros
Montevideo se ha caracterizado por una sobrepresencia de plásticos en los supermercados. La bolsita o el folie como un separador higiénico, se va superponiendo con nuevos productos y envoltorios, de tal modo que un producto cualquiera puede llegar al hogar recubierto con tres o cuatro coberturas plásticas (el queso fue recubierto en un folie, alojado en una bolsita de la sección lácteos, y re-ubicado a una bolsa de plástico, p. ej., y así sucesivamente.
La respuesta del comerciante ante el porqué de tanto plástico es terminante: −es lo más barato (la más común; puede sobrevenir la «elegante»: es lo más higiénico).
Lo grave es cuando el político tiene la misma respuesta. Porque el precio de compra de un producto poco suele tener que ver con el costo, social, material, ambiental, de ese mismo producto.
Porque el político tiene que optar, por hacer una política, considerando tales factores o considerar apenas el mero precio de compra comercial de un producto.
Pero la situación es más grave. No sólo tantos políticos calculan como tenderos, al decir de Marx; también investigadores, intelectuales caen en la misma, falaz noción de costos. Fernando Gonella, Julia Muñoz y Carol Wallace en una investigación universitaria2 entienden como una desventaja para el uso del vidrio para envases que sea «hoy en día […] uno de los materiales más costosos dentro de los usados para envases. Se ha tornado caro tanto en su producción, distribución y recuperación.»
Los autores han adoptado la noción de costo vigente, sin distancia crítica; es la noción que le interesa a los fabricantes de termoplásticos, que calculan un costo jibarizado sobre su propia producción sin considerar el verdadero costo ambiental de los envases plásticos.
Recuperación biológica de los desechos vegetales
Casi la mitad en peso de la «basura hogareña» es compostable. Poner los residuos orgánicos en «la bolsa de residuos» únicamente aumenta el mal olor, la putrefacción (sobre todo en verano) y el desperdicio biológico. Hay ciudades donde han ido prosperando las huertas en balcones, en terrazas, en techos. Donde la población ha empezado a recuperar tierra. Porque los desechos alimentarios, compostados, constituyen tierra. ¡Y qué tierra! Y con la tierra son plantables las aromáticas, primero, pero suma y sigue, verduras de hoja, morrones, tomates…
Estamos hablando de recuperar algo que cualquier barrio «fuera del centro» solía tener, y que sus habitantes solían hacer «naturalmente». Pequeñas huertas, por ejemplo.
Nuestro país se ha desquiciado como consecuencia de nuestra ubicación geopolítica (una política globalista que «ayuda» a los países enriquecidos y empobrece a la periferia), pero también como resultado de otra política, otros políticos empeñados en acompañar el desafío de la Cuba socialista al «patrón de la vereda» continental, que ha significado exilio, destierro y muerte para una parte de la sociedad uruguaya. Y emigración, promovida por quienes se aferraron al status quo proclamando «Ámalo o déjalo». Así, hemos llegado a una situación de enorme vulnerabilidad, de la cual estamos reponiéndonos lentamente.
Y como sociedad nos estamos debatiendo en una serie de situaciones cruciales; la basura no es sino un emergente de nuestra crisis.
No se trata de pelearse por la enorme montaña de desperdicios que nos desquicia; se trata de ir achicando el daño.
Notas:
1 Véase, ya casi como inquietud paleontológica, mi nota «Con la basura, ¿qué hacemos?», Brecha, Montevideo, 25 mayo 1989.Tengo muchas otras notas sobre esta cuestión, posteriores. Por ejemplo, «Basura nuestra de cada día», Vera Donna, no. 14, Montevideo, abr. 2001.
2 Análisis y evolución del negocio del vidrio hueco para envases en el Uruguay, UDELAR, 2009.
Fuente: http://revistafuturos.noblogs.org/
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