Se ha hecho lugar común, reiterativo, señalar, restregar que Daniel Ortega ganó con el 38% de votos. Que el 62% no votó por él ni por el FSLN. Los números son claros. Son claros, cierto, pero no tan claras las interpretaciones. Tampoco el valor objetivo de ese porcentaje. Siguiendo su línea, puede decirse que el […]
Se ha hecho lugar común, reiterativo, señalar, restregar que Daniel Ortega ganó con el 38% de votos. Que el 62% no votó por él ni por el FSLN. Los números son claros.
Son claros, cierto, pero no tan claras las interpretaciones. Tampoco el valor objetivo de ese porcentaje. Siguiendo su línea, puede decirse que el 71% no quería a la ALN. Y así.
Demuestran los datos que, a mayor número de partidos, mayor fragmentación del voto. Ante una mayor oferta, el electorado tiende a dividirse. Europa está llena de esos casos.
En Holanda, las elecciones de noviembre pasado dieron 41 diputados, sobre 150, al partido más votado. Pese a obtener un escaso 30% de votos, le toca formar gobierno.
La democristiana Ángela Merkel, en Alemania, preside el gobierno por haber ganado las elecciones de septiembre de 2005. Con el 35,6% de votos. El PSD obtuvo un 34.3%.
En las elecciones autonómicas celebradas en Cataluña, en España, ganó la democracia cristiana, con el 31,5% de votos. El Partido Socialista, que obtuvo el 26.8%, gobierna.
Nadie pone en duda la legitimidad de esos gobiernos. Tampoco su derecho a gobernar, solos o coaligados con otros partidos. Es parte del juego democrático. La lucha de ideas.
Una nota diferencia a Nicaragua. El FSLN ganó pese a la campaña de terror dirigida por EEUU. A pesar de la injerencia extranjera. Su 38% vale oro. Oro puro, ganado a pulso.