El primer tirón de orejas que recibió mi ideología perfecta tuvo lugar en Managua, durante la celebración del décimo aniversario de la revolución sandinista. El segundo fue en un barrio popular de Buenos Aires y el tercero días atrás en Oviedo (Asturias), durante el segundo seminario internacional Por el progreso del mundo. Managua, julio de […]
Managua, julio de 1989. ¿En Nicaragua hay socialismo o capitalismo? (Ana, estudiante, 11 años.)
Buenos Aires, diciembre de 2001. ¿Qué quiere decir «militancia»? (Sandra, piquetera, 17 años.)
Oviedo, octubre de 2006. ¿Por qué en España los comunistas hablan de «internacionalismo» y en Cuba dicen «patria o muerte»? (Miguelito, estudiante, 15 años.)
«Acá hay una revolución, ¿qué te inquieta?» Respuesta de Ana con pregunta sin respuesta: «¿Y por qué en los super hay de todo?» Ana vivía en Cuba y en Managua descubría «las contradicciones del sistema». Alojada en casa de un comandante, dijo sentirse feliz: piscina, cocineros, jardineros, ayudantes, coches y choferes. Entonces, Ana ajustó la mira y disparó el misil: «¿el compañero comandante es revolucionario?»
Con los niños despiertos hay que andarse con cuidado. Si a la joven argentina le hubiese dicho que estudie a James Petras, aún me estaría flagelando. Por esto, a Miguelito de Oviedo puse de ejemplo la heroica Gran Guerra Patria de los rusos contra los nazis. Respuesta de Miguelito: «¿Gran Guerra Patria?» No quedó más que sugerirle la lectura del breve ensayo Nuestra América, de Martí, y El hombre y el socialismo en Cuba, del Che.
Pero ahora, a raíz del triunfo de Daniel Ortega en los comicios presidenciales de Nicaragua, hago mi propia pregunta: ¿cuán leal será el ex guerrillero al sandinismo y a las ilusiones de una revolución que en el camino de la guerra se perdieron?
Ante las opiniones del sacerdote y sociólogo belga Francoise Houtard y su apoyo a Ortega («¿Existe una izquierda en Nicaragua?», La Jornada, 28/10/06), el escritor nicaragüense Sergio Ramírez respondió con algunas reflexiones típicas del «liderazgo alternativo, más moderno y democrático» (oh, ah, uh) que coincidían con las declaraciones del coronel retirado estadunidense Olivier North en Managua: «Un triunfo de Ortega sería lo peor para Nicaragua» («Pecados veniales», La Jornada, 5/11/06; «North», La Jornada, 23/10/06).
North y Ramírez, faltaba más, son night and day. North es un criminal de guerra y Ramírez un miembro prominente del Ateneo Hispanoamericano de la Cultura Significante. Con todo, los textos del padre Houtard y el caudillo literario de Masatepe ameritan ser analizados y cruzados con otros que circulan en páginas web y medios impresos.
Ejes centrales de la polémica: ética, moral, política. Asuntos complejos que giran en torno al carácter «de izquierda» de Daniel Ortega, y al hecho de que ningún joven revolucionario en sus cabales asociaría su trayectoria con la del Che o Sandino, general de hombres libres.
Sin embargo, entre la ética del padre Houtard y la de Ramírez, no hay opción. Houtard responde a la causa antimperialista y de los pobres y Ramírez (tras adherir a la revolución sandinismo que le arrimó un silloncito en el poder) es fiel a Jesús… de Polanco, dueño del grupo español Prisa que quisiera partirle la madre a «la Cuba de Castro» y «la Venezuela de Chávez».
No es el caso de Daniel Ortega. Claro, a los intelectuales puros nos gustaría que el líder del Frente fuese más «ético» y menos corrupto. Pero a ver. ¿Con qué ética se manejó Sergio Ramírez cuando junto al magnate Polanco, el lobbysta andaluz Felipe González, el golpista venezolano Gustavo Cisneros y otros reaccionarios de América Latina suscribieron aquel patético «¡Gracias Judith Miller!», desplegado en media plana del New York Times en octubre de 2005?
La bendecida (periodista del Times que había sido encarcelada por negarse a revelar sus fuentes a un fiscal independiente) fue saludada de este modo por los «abajo firmantes» de hace un año: «Las nobles acciones de Miller han generado atención mundial y merecen el respeto de los amantes de la libertad en todas partes. Nos sumamos a sus colegas y conciudadanos en reconocer sus convicciones y valentía».
Miller acabó pidiendo disculpas, y aceptó que había difundido información falsa (¡las armas de destrucción masiva!) como participante clave en la estrategia de propaganda de la Casa Negra para promover la guerra contra Irak. Ramírez aún no pidió disculpas. Sus cuates del Ateneo no lo autorizan.
El reduccionismo pueril es un riesgo de la política: se unifican varios conceptos en uno; la conducta de las personas pasa a depender de un solo factor; se cree que las propiedades del todo responden únicamente a las propiedades de sus partes y, por fin, de la probeta sale el dirigente ideal. ¿De veras?
En Nicaragua triunfó el Frente. Lo demás (Sandinista de Liberación Nacional) sobra. Sus inteligentes críticos del Movimiento desaparecieron. Lo demás (Renovación Sandinista) sobra. Y el sandinismo, identidad política mayoritaria del pueblo nicaragüense, pasó otra prueba de fuego. Washington se muerde las uñas.