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Nicaragua: Elecciones 2006

Fuentes: Argenpress

En el terreno estrictamente político en Nicaragua arrastramos un viejo problema con eso del primitivismo intelectual de las élites dominantes. En la medida en que el poder se reproduce merced a la lógica pura y dura de su propia inercia, en esa medida sus beneficiarios pueden hacer la economía de grandes justificaciones ideológicas. No hace […]

En el terreno estrictamente político en Nicaragua arrastramos un viejo problema con eso del primitivismo intelectual de las élites dominantes. En la medida en que el poder se reproduce merced a la lógica pura y dura de su propia inercia, en esa medida sus beneficiarios pueden hacer la economía de grandes justificaciones ideológicas. No hace falta entonces una cultura muy refinada ni tradiciones intelectuales con algún esplendor. Nuestras burguesías criollas han sido históricamente -como las llamaba André Gunder Frank- simples ‘lumpen-burguesías’ ávidas de acumular lo que sea y al precio que sea.

La elección en 2001 fue inequitativa por la utilización desproporcionada de los recursos y los apoyos indebidos del gobierno Alemán en favor del candidato oficial: Enrique Bolaños. Los comicios de 2006, serán siempre inequitativas. Bolaños interviene como un factor importante en favor del candidato oficial: Eduardo Montealegre y los recursos de los que hecha mano son desequilibrados, por el apoyo oficial y norteamericano.

La más brutal campaña de imposición de un candidato presidencial en la historia de Nicaragua, orquestada en este año 2006 por Enrique Bolaños y la embajada norteamericana en Managua, está fracasando porque partió del supuesto equivocado de que las oligarquías pueden seguir manipulando al pueblo para que éste vote en contra de sus propios intereses.

El proselitismo del presidente Bolaños en favor del candidato de la ALN-PC (Alianza Liberal Nicaragüense – Partido Conservador), Montealegre, lo deja sin autoridad moral para ser el factor de conciliación nacional en un proceso electoral tan cerrado como el que habrá el próximo 5 de noviembre del 2006. Con su abierto activismo, el mandatario terminó de dilapidar el poco capital político que le quedaba en el último tramo de su gobierno.

Las elecciones están siendo: la confrontación entre una oligarquía sin escrúpulos y un pueblo que quiere poner un alto al desastre nacional y no admite ya ser manipulado. Este proyecto político de Bolaños, la oligarquía y la embajada estadounidense comienza hacer agua por los siguientes elementos.

• El no repunte de Edmundo Jarquín es consecuencia de su carencia de propuestas distintas de las del gobierno bolañista, repudiado por la mayoría. (1)

• La utilización de los recursos públicos que ha hecho Bolaños para apoyar a Montealegre, su indecente activismo personal, el uso de programas sociales para comprar votos en beneficio de su candidato (2) y la manipulación de televisión y radio en contra del candidato del sandinismo.

• El mensaje que Bolaños envió a los empresarios con vistas a las elecciones al intervenir en la vida interna de las cámaras empresariales.

• El fracaso de Bolaños de generar un clima de miedo equiparable al de 1990, al reprimir a los movimientos sociales (trabajadores de la salud, médicos, etcétera) y tratar de manipular las movilizaciones de protesta (paro del transporte y protestas estudiantiles) para justificar nuevas intervenciones policíacas.

El fracaso rotundo que se ve venir de esta pretensión de Bolaños y de la Embajada de Estados Unidos por imponer a Montealegre en la silla presidencial no significa que vayan a desmovilizar a los neosomocistas y a ceder. En los meses que faltan seguirán violentando de manera ilegal el proceso electoral, y el gobierno continuará recurriendo a todos los mecanismos ilícitos conocidos que antaño denunciaba: desde la utilización del aparato estatal y uso de recursos públicos y televisión, hasta acciones no permitidas por la ley electoral.

Enrique Bolaños ha echado a andar el intento de su reelección a través de una escandalosa y ridícula campaña propagandística y política para hacer triunfar al candidato oficial de la rupestre derecha: El banquero Eduardo Montealegre, es el usufructuario de la cultura del privilegio y heredero de tradiciones y prácticas del conservadurismo nicaragüense. (3)

El estilo estadounidense invadió la campaña electoral nicaragüense. Este se basa en dos pilares: las encuestas y el bombardeo televisivo. Así, el candidato oficial se beneficia de grandes recursos económicos para pagar anuncios televisivos. En cuanto a las decenas de encuestas donde lo proclaman en los primeros lugares, muchas de ellas se sospechan que son falsas y buscan influir en las tendencias del voto.

Los recursos del gobierno se utilizan para apuntalar la imagen del candidato presidencial. Según informes independientes, el gobierno Bolaños también usa la vieja táctica de distribución de créditos y dádivas oficiales con fines proselitistas. En 2006, la derecha oficial trata de establecerse en el poder para profundizar la agenda conservadora. Ahora el ALN-PC, con la bendición de Washington, busca imponer una agenda conservadora más ‘profesional’.

En esta campaña de la derecha neoliberal, asumida como auténtica declaración de guerra contra los sectores desposeídos del país, la oligarquía no repara en recursos, estrategias ni aliados. En una sociedad inequitativa cimentada en injustas estructuras de poder heredadas del colonialismo racista europeo, los sectores pudientes apelan a la solidaridad de clases para enfrentar lo que definen ‘el auténtico peligro para Nicaragua’.

Históricamente, la violencia ha sido la actitud y el instrumento de la derecha política para retener el poder, una violencia ideológica, de mentiras, de compra de voluntades, de calumnias y difamaciones. Cientos o miles de millones de pesos invertidos en retener oprobiosamente el poder exhiben la violencia del gran capital sobre la ciudadanía.

Si el dinero a raudales decide quién gobierna, el gobierno neoliberal que llega obedecerá al dinero a raudales. Si los barones del dinero así quieren ganar, así inevitablemente querrán gobernar. Tanto gastan, tanto han de recuperar con creces. Para la gran mayoría de los medios de comunicación, en poder del capital, fácil es tergiversar, caricaturizar o desacreditar a quien disiente de la lógica neoliberal, o parece disentir, de las convicciones dogmáticas del gran capital.

Los poderes económicos tienen el sartén por el mango, acaparan el poder, entonces se oponen de una manera concertada, drástica y cueste lo que cueste a que haya una modificación del actual status quo económico, político y social, a todas luces eso es lo que esta ocurriendo en la campaña electoral. La consigna de los barones del dinero de mantenerse en la Presidencia explica por qué la derecha puede transitar por algunos atajos indebidos. En la hora del pánico y la incertidumbre, cuando la tormenta augura el inminente naufragio, cuando el dinero no es suficiente para ganar, bien vale la pena echar mano de lo que sea para salir adelante, así sea al precio de renunciar a lo que alguna vez se fue.

Uno de los principales promotores de la campaña de odio contra el sandinismo es Bolaños, comprometido con el orgullo de su nepotismo, para garantizarles la impunidad a sus protegidos luego del escandaloso tráfico de influencias y extorsiones cometidas al amparo del poder presidencial. Bolaños sabe que sólo Montealegre les garantiza el olvido de todas las fechorías perpetradas al cobijo de su administración. Mediante un auténtico pacto, Montealegre garantizaría impunidad y Bolaños malgastaría los recursos públicos a favor de su campaña.

El papel de Bolaños es impulsar de manera escandalosa la campaña del candidato oficial, Montealegre, cuyas manos han intervenido en hechos como el ocultamiento del fraude del siglo, el caso de los Certificados Negociables de Inversión (CENIS), (4) en el cual se prestaron gustosos los funcionarios del gobierno Bolaños a colaborar para encubrir la gran estafa, cuya carga financiera habrán de pagar los nicaragüenses durante varias generaciones. Impunidad y continuismo es la garantía bolañista con su candidato. ¡Esto sí es peligroso para Nicaragua! Impunidad ante el fraude de antes y los nuevos usos del tráfico de influencias. Continuismo en un proyecto económico que ha hundido más a los nicaragüenses en la pobreza.

Con la complicidad, o por lo menos la ceguera negligente de la autoridad de la Procuraduría General de la República, que incumple con velar por los bienes del Estado, el bolañismo opera desde la estructura de gobierno para ampliar su campaña difamatoria empleando recursos públicos para denostar la figura del candidato del sandinismo a la Presidencia. A tal grado ha llegado la venalidad de Bolaños, que incluso el PLC (de derecha, pero que no goza del apoyo de Bolaños y de los norteamericanos) ha advertido de los riesgos que representa la descarada intervención presidencial de apoyo al figurón bolañista de las delicadas manos dizque limpias.

Enrique Bolaños está contaminando de modo riesgoso el proceso político electoral. Apenas había declarado que asumiría la ley electoral (es, no participar en el proceso electoral), y días después rompió su promesa de quedarse callado, violando las leyes electorales e impulsando la campaña del miedo. El objetivo político de la campaña del miedo es permear a las capas sociales bajas y, desde luego, en la clase media y alta. Bolaños piensa que son personas que se les puede convencer con argumentos desprovistos de cualquier lógica y de mínimo pensamiento analítico.

La derecha política y Bolaños saben que los nicaragüenses están influenciados por los grandes medios masivos. La prensa, en particular las cadenas de radio y televisión, cumplen su papel de fábrica de comunicación. Como ha explicado Noam Chomsky, su función es manufacturar el consenso: vaciar las mentes de la gente en un molde uniforme y asegurar el alineamiento de cada individuo aislado con el modelo de dominación impuesto; el modelo de la clase dominante.

La mayoría de los canales de televisión juegan un papel clave en la conformación de una multitud de telespectadores de signo conservador, reaccionario. Individuos atomizados, crédulos, despolitizados, maleables, que componen la nación y también son ciudadanos y votan en las elecciones. Un público que recibe de manera simultánea las mismas imágenes e informaciones y, por lo tanto, las mismas ideas. Los programas y noticieros transmitidos están concebidos a partir de la psicología y los prejuicios corrientes de la mayoría de la población y se da una interacción en el sentido de una uniformidad cada vez mayor.

Esa masificación, que en tiempos de campañas electorales el telespectador no identifica como propaganda política, se instala en la conciencia de la gente y, gracias a ella, por un efecto de repetición, los que mandan y sus empleados hipnotizan a la multitud. La repetición homogénea de falacias, mitos y eslóganes como ‘noticia’, tiene, siempre, valor de confirmación. La repetición obstinada fija la idea, aunque esa idea haya sido producto de una maniobra de simulación.

El arte del camuflaje es practicado por la clase dominante y sus ‘comunicadores’ de masas para controlar y domesticar a la población. No quieren que la gente piense ni participe. Y explotan, a través de los medios, la psicología y los prejuicios de las masas. Explotan la necesidad de odiar a alguien, la búsqueda de un chivo expiatorio. Suscitan ese odio y a veces apasionan a la gente, la sublevan y le conceden una actividad. En todo lo anterior es la base objetiva de la campaña del miedo impulsada por Bolaños, la embajada norteamericana y la derecha política.

Por otro lado, el gobierno de Bolaños ha cooptado personajes cuya actuación pasada se destacaron por promover contrarreformas políticas y económicas para garantizar la injusta estructura de poder oligárquico, como el impulsor de la contrarreforma neoliberal, Mario de Franco, uno de los principales responsables del empobrecimiento del campo y la migración de miles de nicaragüenses; hermano del pro estadounidense Silvio de Franco, cuyas coincidencias ideológicas, además de las de sangre, radican en su comunión con las tesis del patrón: Estados Unidos. Esos son parte de la cúpula que desde el gobierno de Bolaños sometieron a los nicaragüenses para avalar la implementación del modelo neoliberal.

Este hermanamiento de afinidades conceptuales entre derechistas de anteriores regímenes neoliberales con el ALN-PC se expresa ahora en el apoyo a un proyecto retrógrado expuesto por el candidato oficial Montealegre. El objetivo de fondo del Pacto Bolaños – Montealegre es: mantener el status quo económico y político sacramentado en el ajuste económico de los años noventa.

De consumarse la ‘imposición’ del candidato de la Embajada de Estados Unidos, Montealegre (ALN-PC), el país entraría en una etapa de ingobernabilidad, de protestas sociales con un presidente atado de manos por los poderosos intereses que costean su campaña política y mediática. La elección de Montealegre sería ideal para los ricos y los poderosos quien abierta y reiteradamente está ofreciendo darles todo lo que piden.

Dentro de la estrategia de concentrar la riqueza, la teoría de Montealegre es que más concentración de los ingresos en las bases altas: los ricos, los capitalistas, la teoría es que cuando ganan más, invierten más. Cuando hay más pobreza la mano de obra es más barata y eso también es otro incentivo. Entonces forma parte de toda una filosofía, una ideología que dice que sólo se puede avanzar enriqueciendo a los ricos y a los inversionistas extranjeros. Para Montealegre es la única forma de conseguir el desarrollo y eso significa que estas medidas forman parte de una estrategia, no es una simple táctica, que está fijada para los próximos cinco años mientras estén en el gobierno.

Mientras se están empobreciendo a los viejos, a los niños, a los consumidores, bajando los salarios reales y concentrando la riqueza en el otro lado, la hipótesis de Montealegre es que los ricos van a invertir. Pero lo que es obvio y va contra esta lógica, es que cuanto más pobres son los consumidores y asalariados, hay menos demanda, no hay dinero para comprar entonces los capitalistas locales simplemente copan las súper ganancias y la invierten en otro lado, o lo invierten en el turismo exclusivo para los extranjeros ricos o lo mandan a bancos de Miami o de otros lados.

Los efectos de la política económica que Montealegre predica de que esta gran concentración de los ingresos y la gran reducción del estándar de vida van a provocar inversiones productivas, las consecuencias concretas de los últimos dieciséis años nos demuestran que son falsos. ¿En qué van a invertir los capitalistas que genere empleo? No han hecho ninguna gran inversión en empleo. No hay una vuelta a invertir en el campo para producir alimentos o para procesar las materias primas. Y eso es la prueba de que la estrategia de más ricos, más inversión, no es una estrategia económica, es una estrategia política para hacer a los ricos más ricos con un país estancado y más pobre y más dependiente.

La actual disputa presidencial es entre dos opciones (5) Este 5 de noviembre del 2006 será un punto de inflexión entre la continuidad de un país injusto o la transformación social, económica y democrática. Es un momento de definición entre política senil, viejos intereses, viejos partidos de la derecha y la posibilidad de una nueva cultura política, formas de competencia y una profunda conciencia entre los ciudadanos de sus derechos y obligaciones.

Las elecciones de noviembre del 2006, será la oportunidad de situarnos correctamente frente al mundo globalizado, lo más avanzado de la ciencia política y la formación de los estados, manteniendo el anhelo permanente de salvaguardar nuestra soberanía e independencia y con ello elevar nuestros valores culturales.

Las elecciones del 5 de noviembre, será la posibilidad de realizar una transformación económica para defender el papel del Estado en la economía y en la organización del sistema financiero, para que éste responda a las necesidades nacionales y no a las de la especulación, el agio y la falta de recursos para el desarrollo propio. Será la oportunidad de favorecer una política social integral, producto de reformas estructurales ligadas a formas distributivas. La política social del Estado no puede sustentarse en la caridad y la filantropía, sino en crear condiciones para la igualdad de oportunidades.

En ese sentido el Estado requiere una reforma energética, educativa, laboral, fiscal, cultural y un acuerdo mínimo de 20 años para recuperar el poder adquisitivo real de los salarios, mejorar los ingresos de los trabajadores, crear fuentes de empleo y fortalecer con ello el mercado interno. No es solución la creación de empleos efímeros.

La reforma significa que los sectores de la derecha política no podrán ejercer impunemente una política de intolerancia, de valores retardatarios, de políticas privatizadoras y conservadoras contra las libertades y derechos civiles. No podrán privatizar para beneficio de la vieja oligarquía los recursos naturales (agua, biodiversidad, geotermia, etcétera) ni de la electricidad.

En las elecciones de noviembre, se trata de escoger un candidato que se comprometa a impulsar políticas sociales como el combate contra una pobreza que en grados diversos afecta a más del ochenta por ciento de la población. Se trata de multiplicar fuentes de trabajo que atenúen el éxodo laboral a Estados Unidos, Costa Rica, El Salvador y otros países de la región centroamericana. Se trata de distribuir la riqueza con mayor equidad. Actualmente, el 10 por ciento de los nicaragüenses detenta el 40.7 por ciento de la riqueza y el 82 por ciento de la población vive en la pobreza.

Nicaragua ha iniciado el nuevo milenio como una nación partida, porque su sociedad está socialmente dividida entre unos pocos ricos y la mayoría empobrecida. Daniel Ortega no inventó ni fomentó esa polaridad, sino da cuenta de ella y la convierte en advertencia para todos, en especial para quienes han mandado en el país en el ejercicio del poder político y el reparto de la riqueza y el ingreso en los últimos dieciséis años.

Alertar e insistir en una herida como ésta es siempre impertinente, más aún cuando los grupos hegemónicos de la sociedad satisfecha se las empezaban a arreglar para iniciar una nueva celebración de la estabilidad financiera y un ilusorio despertar al consumo de las capas medias.

Y fue entonces que el irredento e inoportuno Ortega mete su cuchara y sostiene: no hay porque celebrar; lo que hay que hacer es asumir la realidad cuarteada que define a Nicaragua y emprender una marcha larga, sin prisa, pero sin pausa, que vaya dejando atrás tanta pobreza y se atreva a encarar el núcleo duro del cáncer social de la Nicaragua moderna que es su impresentable desigualdad social.

Se puede ahora reprochar a Ortega que haya puesto en el centro de su discurso la cuestión social, que sigue definida por la pobreza de sus masas, y la injusticia distributiva, pero se hizo y se hará ahora con toda fuerza y a la luz del día. Nada más ha dicho Daniel Ortega, pero nada menos, y fue eso lo que lo convierte en un personaje indeseable, peligroso e inadmisible para los corredores del poder, infestados por el privilegio y copados por una corrupción que la democracia recién llegada no pudo o no quiso enfrentar como debía.

En las elecciones de noviembre no se trata, como hace dieciséis años, de un referendo sobre la permanencia del FSLN en el poder. Se trata de si en los próximos años caminaremos bajo la dirección de la derecha neoliberal o con el cambio progresista: hay dos proyectos de futuro claramente distintos que expresan esa diferenciación.

Las encuestas, actoras también en la lucha electoral, han ido construyendo una imagen en la que quienes definirán el resultado son los indecisos. El porcentaje de este electorado volátil varía, pero no es menor de 25 puntos porcentuales. Si eso fuera cierto, ganar ese electorado es lo que se disputan las dos opciones políticas: más de lo mismo que representan los candidatos neoliberales (José Rizo, Eduardo Montealegre y Edmundo Jarquín) o realizar el cambio que representa el sandinismo.

En la contienda electoral se ha construido otra imagen en la que quienes pudieran decidir la elección a favor de Montealegre (el candidatos de la derecha neoliberal favorito de los norteamericanos) son los votantes del PLC, que representan alrededor de 20 por ciento del electorado. La derecha pro-norteamericana trata de impulsar, otra vez, el voto útil a favor de Montealegre. En esta ocasión el asunto es no ideológico y, en consecuencia, trata de convencer a los liberales de todos los colores y sabores; el asunto es romper la disciplina del PLC y repartirse los votos. Montealegre, además del apoyo de los poderes fácticos, cuenta a su favor con el conservadurismo de la mayoría del cuerpo social.

Históricamente la mayoría de los miembros de la extrema derecha política no tienen sensibilidad popular. En su carácter de miembros de la llamada elite de un país mayoritariamente conservador y racista, desprecian a los indígenas por ‘indios’, y al pueblo por ‘chusma’, por razones a la vez étnicas y de clase. Creen que los trabajadores y los oprimidos de todo tipo no tienen memoria, capacidad de pensar y decidir ni voluntad, que son una masa voluble, maniobrable, con una capacidad infinita para soportar robos, estafas, vejámenes e infamias de todo tipo.

Como desprecian el país real -su ideal está fuera de las fronteras y anhelan ser reconocidos como iguales por gentes más blancas y rubias que sus connacionales-, no son capaces de pensar en la posible consecuencia de sus constantes actos de usurpación (léase corrupción) y de su prepotencia. Como se creen omnipotentes e impunes, porque desde hace cientos de años ellos o sus semejantes dominan las palancas del poder económico, religioso y político, actúan irresponsablemente.

Para hacerlo cuentan con el miedo, con la presión patronal, con la cloaca ideológica que se vuelca diariamente desde la pantalla chica y por la mayoría de las radios. Pero aunque los conservadores puedan apoyar puntualmente a la extrema derecha política, no son iguales a éstos y sus miedos y certezas pueden ser muy sacudidos o por las movilizaciones sociales o por los efectos nefastos de las políticas hambreadoras y destructivas de los arrogantes, de los aventureros insensibles y racistas en el poder.

La derecha neoliberal parte de la idea nazi de que los pobres, los marginados, los dominados, los subalternos, ni tienen memoria ni tienen capacidad de juicio. Y de que, por lo tanto, con una buena dosis de mentiras repetidas hasta la saciedad, ocultando la realidad social, y con los palos necesarios para no recordar ni pensar demasiado, será posible mantener el actual sistema neoliberal, donde poquísimas personas controlan la riqueza y el aparato estatal, despojando a las demás de sus derechos y de sus bienes (ambientales, sociales, personales, como los ahorros o los seguros).

Para conquistar a los electores volátiles el planteo de Daniel Ortega tiende a ser mesurado. Sin embargo, lo que más pudiera ser del interés de los indecisos y de los jóvenes es el desarrollo de la propuesta central del sandinismo: las políticas públicas. Las que tendrán que ser financiadas cuidando los equilibrios macroeconómicos. Ello no es trivial. Entre esos propósitos hay una contradicción innegable.

No hay razón para descuidar la inflación. Pero sin el objetivo de cuidar la creación de empleos es indudable que alzas en las tasas de interés internacionales pudieran provocar incrementos en las tasas domésticas, generando presiones fiscales que pudieran restringir la capacidad de acción presupuestal y, con ello, se impondrían límites a las políticas expansivas. Sin duda, hay un margen básico establecido por la disminución de las remuneraciones de los altos funcionarios, por ello es necesario reducir la cuenta petrolera actual de US$ 700 millones de dólares, con el Convenio Petrolero con Venezuela.

Lo central de las políticas públicas es resolver los problemas sociales que se han generado con 16 años de neoliberalismo. Desempleo, marginación, concentración del ingreso, reducción de posibilidades de educación, migración, ruptura familiar, inseguridad son el producto de un régimen excluyente. Resolverlo implica recuperar la capacidad de crecer y generar empleos formales con remuneraciones adecuadas. Esto no será posible sin inversión pública. Sin ese impulso seguiremos padeciendo un estancamiento estabilizador.

Ante las necesidades de inversión en Nicaragua, el Banco Central debe dejar de ser un mero instrumento para el control de cambio, la inflación y la estabilidad macroeconómica como función primordial y ampliar su horizonte para convertirse en una entidad promotora del empleo y el desarrollo a largo plazo, con tasas de interés apropiadas para impulsar la economía. Los objetivos de la política económica tienen que ser el desarrollo, el crecimiento, el empleo, la formación de capital económico y humano.

Nicaragua requiere invertir al menos 10 por ciento del PIB nacional, alrededor de 500 millones de dólares, para impulsar la ampliación de infraestructura en áreas estratégicas como energía, transporte, vivienda y telecomunicaciones. Con ellas el PIB podría crecer alrededor de dos puntos porcentuales al año. La propuesta de Ortega tiene que señalar la importancia de que las necesidades totales de inversión del país sólo se pueden satisfacer a través de una combinación de inversión pública, privada, extranjera y ahorro social.

Los requerimientos para sacar a Nicaragua de su marasmo económico significan recursos que pueden provenir, en parte, de los precios preferenciales del petróleo ofrecidos por Venezuela. Harán falta, sin embargo, recursos adicionales que exigirán mayor recaudación tributaria. Los ingresos públicos tendrán que fortalecerse para cumplir con las exigencias de una propuesta incluyente. Simplificar la legislación tributaria y confiar en los contribuyentes será decisivo. Pero otra vez puede resultar insuficiente. Ampliar la base de contribuyentes y modificar la tasa para los estratos de altos ingresos, reducir sustancialmente las exoneraciones, ayudaría sustancialmente.

Para impulsar el proyecto alternativo de nación es necesario rechazar la privatización de las fuentes energéticas, y desarrollo de las mismas con tecnología actualizada, preservación del medio ambiente y, sobre todo, con la gente y nunca contra la gente. Es urgente reducir los sueldos de los altos funcionarios, y disminuir el aparato burocrático para lograr más eficiencia, pero ante todo para tener recursos que invertir en áreas estratégicas y para el gasto social. Con ese mismo propósito, es imprescindible luchar contra la corrupción.

Es necesario, también, hacer obras intensivas en mano de obra y usando, en lo posible, insumos de origen nacional. Rescatar de las instituciones de seguridad social y apoyo a los sectores marginados. Promover la inversión pública para detonar la inversión privada como medio para romper el estancamiento económico y recuperar el crecimiento de la economía nacional, de la demanda interna y del empleo.

Con precisiones de este tipo, Ortega pudiera ganar el elusivo electorado volátil y a los jóvenes que necesitan saber si las cosas van a cambiar en el futuro inmediato que, indudablemente, se beneficiarían de una dinámica económica que permita un crecimiento alto y sostenido, con mejoras sensibles en los ingresos per cápita.

Ortega pudiera ganar los electores volátiles y los jóvenes si propone un plan serio y creíble para ‘romper la barrera del subdesarrollo’, pues la padecen como una fuerza gravitacional. Considero que esta barrera sólo podrá romperse combinando inversión pública y privada, separando instrumentos y objetivos de la política económica, con una visión de largo plazo, una visión de Estado, no electoral.

Los candidatos neoliberales (Jarquín, Montealegre y Rizo) sólo tienen en su arsenal las dos estrategias que ha utilizado en el pasado, lo demostraron en sus intervenciones en Miami. Seguir denostando a Daniel Ortega, aunque los rendimientos de esa campaña han decrecido, sino que los réditos iniciales pueden revertirse frente a la campaña prepositiva del sandinismo.

La otra es convencer de que ellos no harán lo que Bolaños ha hecho. Incapaz de cumplir con lo ofrecido. Tomarán distancia de un presidente torpe e ineficiente. Ello reduce el asunto a si generan confianza de que la política neoliberal puedan mejorar las cosas. Lo mismo ocurre con la campaña contra Ortega. Así que la apuesta de los candidatos neoliberales es a convencer no de votar por ellos, sino de no votar por Ortega.

Otra de las lecciones más notables de la presente campaña presidencial es que los miembros de las elites no han aprendido a vivir con la diferencia política. La continuidad de la cultura autoritaria se hace presente en la desconfianza que en muchos inspira la diferencia política, el terror a la diversidad de opiniones, el pánico ante una heterogeneidad que entienden como un obstáculo para las decisiones del poder autoritario. La radicalización del tono de los tres candidatos neoliberales (Montealegre, Rizo y Lewites) en esta contienda presidencial tratan de imponer una visión binaria a nuestras opciones electorales.

La hostilidad frente a opiniones contrarias a las propias, muestra que la derecha política no ha logrado aceptar que para resolver las divergencias pasa por la aceptación de la alternabilidad en el gobierno; sin embargo, existen partidos políticos y una Asamblea en la que se discuten y se eligen ciertas líneas de acción de entre distintas alternativas.

En lugar de ver en el pluralismo político una fuente de riqueza, se le mira como en tiempos del somocismo: como un enemigo maligno al que había que abatir, física o moralmente, porque representaba una amenaza para la unidad esencial de la nación de ‘los de arriba’. En esa Nicaragua somocista, los sandinistas eran antipatriotas, porque el somocismo era el partido de las grandes mayorías y de las causas nacionales. En favor de los enemigos del cambio están el poder político, el poder económico y el grueso del poder de los medios de difusión. Pero también debe tomarse en cuenta que al lado de la derecha están la intolerancia y la discriminación.

La persistencia de las actitudes antipluralistas también llama la atención hacia una inocultable nostalgia por la Nicaragua dictatorial del pasado por parte de un sector de las elites empresariales y de la derecha política neoliberal. Como si no conociéramos los costos de la homogeneidad política forzada, algunos expresan la misma añoranza por ese sistema político supuestamente terso y funcional en el que todos nos reconocíamos como miembros de la gran familia liberal que era también la hija de la dictadura somocista, y ésta era el referente común que tenía en el representante de turno de la dinastía somocista a su más fiel intérprete.

Notas:
1) La muerte del candidato Herty Lewites acaecida el 2 de julio del 2006 disminuye la posibilidad de un triunfo electoral del Movimiento de Renovación Sandinista (MRS), cuyo nuevo candidato es Edmundo Jarquín funcionario, durante catorce años, del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
2) Funcionarios del gobierno Bolaños que trabajan en el sector social son candidatos a diputados en la casilla ALN-PC.
3) Para mayor información véase el libro: Oscar-René Vargas, El Síndrome de Pedrarias. Cultura Política en Nicaragua, CEREN, Managua, Nicaragua, julio 1999, 220 páginas.
4) Oscar-René Vargas, Elecciones 2006: La Otra Nicaragua Posible, Centro de Estudios de la Realidad de Nicaragua (CEREN), Managua, Nicaragua, mayo 2006, p. 203-211.
5) Oscar-René Vargas, La disputa presidencial es entre dos opciones, El Nuevo Diario, Año XXVII, Edición Nº 9286, Managua, Nicaragua, jueves, 22 de junio de 2006, p. 12-B.