El tiempo, como concepción y ritmo de vida, tiene una forma muy particular en Nicaragua. Es frecuente oir hablar de la «hora nica» que institucionaliza todo atrasao. Llego a Chichigalpa, en el Occidente del país, para reunirme con los ex trabajadores de la caña de azúcar que están sufriendo los efectos de los agrotóxicos utilizados […]
El tiempo, como concepción y ritmo de vida, tiene una forma muy particular en Nicaragua. Es frecuente oir hablar de la «hora nica» que institucionaliza todo atrasao. Llego a Chichigalpa, en el Occidente del país, para reunirme con los ex trabajadores de la caña de azúcar que están sufriendo los efectos de los agrotóxicos utilizados por toneladas en los cañaverales de la zona. En los últimos cinco años se han contabilizado 1383 muertos por Insuficiencia Renal Crónica (IRC) y son miles los ex trabajadores que están graves y desempleados. Nadie les ofrece trabajo y tienen que arreglársela para poder sobrevivir.
Al llegar, me encuentro con un grupo importante, impaciente, con ganas de hablar, estrechar manos, mirar fijo a los ojos, dar palmaditas en los hombros. Tienen ya media hora de estar esperándome, a pesar de haber llegado puntual me doy cuenta que esta vez la «hora nica» falló, porque el deseo y la urgente necesidad de hablar, contar sus dolorosas historias y hacerme partícipe de su lucha, cuenta más que los rituales y la idiosincrasia de un pueblo. Más tarde, Pedro Rivas Varela, uno de los afectados, me dirá «para nosotros es importante que el mundo sepa y conozca lo que está pasando en este lugar, y necesitamos que internacionalmente se respalde nuestra lucha».
Chichigalpa es un pueblo chiquito, pero bien conocido en toda Nicaragua porque su nombre está vinculado a la producción de azúcar y ron. Aquí, en 1898, el empresario Alfredo Francisco Pellas fundó el Ingenio San Antonio, uno de lo más grande ingenios azucareros de Centroamérica y las empresas Nicaragua Sugar State y Compañía Licorera de Nicaragua S.A., dando origen a la tradición de una de las familias más poderosas de la región.
Decenas de miles de trabajadores han dado los mejores años de sus vidas «matándose» en los inmensos cañaverales que forman el Ingenio San Antonio y sus alrededores (aproximadamente 55 mil manzanas), muchos de ellos salieron gravemente afectados de IRC y fueron despedidos, quedando al desamparo, otros murieron sin haber podido conseguir una pensión que, ahora, sus viudas estan reclamando.
Nos reunimos en la casa de Carmen Ríos, viuda y Presidenta de la Asociación Nicaragüense de Afectados por IRC «Domingo Téllez», una de las organizaciones de cañeros que se han formado en estos últimos años.
La gente llega, se asoma, mira adentro de la casa y lentamente entra buscando un espacio donde sentarse, lista para hablar, contar su vida. Historias que van más allá del drama, porque también son una expresión de la lucha y la resistencia.
Rufino Benito Somarriba tiene 53 años y trabajó en el Ingenio San Antonio desde 1975 hasta 1984. Está sentado frente a mí, casi recostado en su silla, mirándome y hablando en voz baja.
«Trabajé como temporal regando herbicida por varios años y nunca me contrataron como permanente. Llevaba la bomba de riego en mi espalda. El veneno se derramaba y me mojaba todo el cuerpo.
Trabajaba de 9 de la mañana hasta las 3-4 de la tarde seguido. Me tocaba recorrer grandes distancias en el ingenio, había que cruzar ríos y charcos, yo no sabía que estaban contaminados.
Se sudaba muchísimo y el agua se terminaba rápido, así que me tocaba tomar agua del río o de la que se utilizaba para riego.
Nunca pensé que esa agua estuviera contaminada o que el líquido que me mojaba el cuerpo me iba a dejar en el estado en que estoy ahora. Tal vez fue por el atraso cultural en que vivimos, pero ellos se aprovecharon y no nos dijeron nada. Nunca nos dieron equipo para protegernos, sólo una mascarilla que no servía para nada.
Trabajé también en ‘riego de pala’ o sea tenía que entrar en los lagos artificiales, donde convergen las aguas negras, altamente contaminadas, que salen del proceso industrial del azúcar y desatascar las presas para regar los campos. Un trabajo sucio y duro, porque el agua hedía, me empapaba todo y me agarraba una grande picazón en todo el cuerpo. Nosotros le llamamos la ‘mierdosa’. Una vez me salí y me dí cuenta que estaba sangrando del pene.
En 2002 supe que estaba enfermo. La presión se me disparó y me dolía todo el cuerpo, pero sobre todo la nuca. Ya había dejado de trabajar en el ingenio y me habían trasladado en la licorera.
Me hicieron los exámenes y salí ‘pegado’, con 5.2 de creatinina. Actualmente tengo 16, pero hubo momentos que llegué a tener 24″.
La creatinina es un valor que determina la funcionalidad de los riñones y el valor normal no llega a 1. Cuentan los afectados que después de que se descubrieron muchos casos de IRC, el Ingenio San Antonio decidió sacar a más de 5 mil personas que trabajaban y vivían en los terrenos del ingenio o en sus alrededores, obligando a los trabajadores a hacerse análisis en la clínica del mismo ingenio. Si una persona salía con una creatinina de 1.2 para arriba, de inmediato se le despedía o se le negaba el trabajo temporal, aconsejándoles recurrir al Instituto de Seguridad Social (INSS) para comenzar los trámites para la pensión.
A veces a lo que no se «enganchaban», los hacían trabajar por contrato sin ningún tipo de derecho a prestaciones. Como no podían recurrir contra la empresa, se los podía explotar otro poquito…
Pedro Joaquín Rivas Varela se involucra en la discusión y habla de su situación. «Tengo 42 años y entré a trabajar en el Ingenio con 0.4 de creatinina y hoy tengo 2.3.
Me acuerdo que el trabajo era muy duro. Comenzaba a las 6 de la mañana y terminaba después de haber cortado por lo menos 2 hectáreas de caña. Trabajábamos descalzos y no teníamos ni siquiera tiempo para comer. Uno andaba con su pichinga colgada y comía sin parar de trabajar, sino no te daba tiempo de terminar el trabajo.
No nos podíamos organizar sindicalmente o protestar, porque éramos trabajadores temporales y te sacaban de inmediato.
A las 10 de la mañana llegaba la pipa del agua y de allí nosotros agarrábamos para beber. Agua del mismo ingenio. Todas estas enfermedades están relacionadas con el agua del ingenio, contaminada por la gran cantidad de pesticidas que se utilizaron.
Las avionetas pasaban entre seis y siete de la mañana, porque había poco viento y el sereno de la noche humedecía la tierra y facilitaba la penetración del pesticida.
Todo eso pasaba mientras nosotros estábamos trabajando y tiraban el veneno sin importarles que nosotros estuviéramos allí. También las casas de la gente que vivía cerca de los cañaverales salían afectadas.
Hoy siguen tirando un veneno que llamamos «madurador» y que sirve para que la caña acelere el proceso de maduración. Lo tiran varias veces antes de la zafra y es bien dañino.
A veces los trabajadores se desmayaban y los llevaban al hospital para darles suero, pero después regresaban al campo para seguir trabajando. En 1998, cuando la empresa supo que aproximadamente 3 mil personas estaban afectadas, sacó a las familias que vivían en el ingenio o cerca de él y comenzó a practicar exámenes clínicos a todos los que se presentaban para participar en la zafra.
En el año 2000 la misma empresa aceptó que el agua estaba contaminada. Lo que más nos preocupa es que el Ministerio de Salud sabía perfectamente de la situación y en Nicaragua existe la Ley 274 que reglamenta el uso de herbicidas, pesticidas y agrotóxicos sintéticos, pero no la aplicó. No hizo nada.
Hasta el mismo Gobierno dijo que somos ‘chatarras humanas’, pero esto es el resultado de años de explotación y contaminación, donde nadie dijo nada.
Los resultados son dramáticos. Según nuestros cálculos han muerto 1383 compañeros y en los últimos años hay un promedio de 46 muertos mensuales. Justo la semana pasada enterramos a ocho.
Estamos luchando para que se nos dé una pensión vitalicia por riesgo laboral y para que se reforme la Ley 456 en su artículo 1, donde se reconozca la Insuficiencia Renal Crónica como enfermedad profesional para todos los trabajadores de la agroindustria azucarera.
Pero no termina allí, porque queremos que los dueños del Ingenio San Antonio nos indemnicen por los daños que nos han causado y por los muertos».
La gente sigue hablando y los casos son muy similares.
Bismark Velásquez explica que la IRC es una enfermedad que te quita la energía y que seguir trabajando empeora la situación. Tiene un hermano y su padre muertos y él está afectado con «piedras» en los riñones y con 1.6 de creatinina después de 15 años de trabajo. Ahora está desempleado y no sabe cómo resolver las necesidades de su hogar.
Gonzalo López trabajó 35 años como técnico informático en el Ingenio San Antonio. Nunca tuvo contacto con el corte de la caña o el riego de herbicida, pero sí con el agua que tomaba a diario en su oficina. Ahora tiene dos años de haberse jubilado. La empresa lo sacó cuando se dio cuenta de la enfermedad.
Comenzó con una creatinina de 2.3 y en pocos años se le subió a 7. Casi no camina y ha gastado toda su liquidación para curarse, ya que el Seguro no pasa nada y una sóla inyección vale 68 dólares. «A la empresa no le interesa el trabajador -dice- no me ayudaron y sólo me dijeron que me fuera».
Para José Luis Suárez, quien nos atiende en el patio de su casa, tendido en una cama, la situación es aún más dramática.
«Tengo 59 años y trabajé 38 años en el ingenio haciendo de todo. Los dueños de la empresa han traído la muerte a ese lugar y a sus habitantes. Desde hace tres meses estoy en esta cama y no puedo levantarme. Tengo 14 de creatinina y me siento como uno de los héroes y mártires que han aguantado hasta el final esta enfermedad.
Cuando en 1999 me presenté para trabajar en la zafra, me sacaron sangre y resulté enfermo de IRC. Entonces me rechazaron y me tiraron a la calle a morir. Me dieron una pensión de 1.500 córdobas mensuales (85 dólares) que no me alcanza ni para una semana.
La vida es sagrada y vale mucho y nosotros que fuimos trabajadores, necesitamos que se denuncie todo esto a nivel mundial, porque fue criminal tirar todos estos pesticidas y contaminar el agua de esta manera.
Aquí no fueron sólo los trabajadores los afectados, sino todo el pueblo, pero como esos señores son ricos y poderosos, gozan del apoyo del Gobierno y de los políticos, y también los medios de comunicación los cubren. En el ingenio hay siete ríos que la empresa utiliza para el proceso industrial del azúcar y están totalmente contaminados».
Con José Luis fuimos a un cañaveral para ver de cerca las pozas de desechos del proceso industrial. Nos paramos en la entrada del ingenio. Quería tomar una foto al rótulo que delimita la propiedad, pero un guardia de seguridad me lo prohibió. «No se puede. Tenés que pedir permiso a la administración», me dijo y de nada sirvió explicarle que estaba en suelo público. El arma que andaba fue una razón suficiente para no seguir discutiendo.
Llegamos al Centro de Salud donde el INSS y el Ingenio San Antonio financiaron un pequeño cuarto para atender a la gente enferma de IRC. Entramos para hablar con la doctora y saber un poco de la atención que dan a los enfermos.
La sala estaba repleta de gente y la consulta comenzaba a las 12.30. Un minuto después de la hora señalada tocamos a la puerta una, dos, tres veces y al final oímos la voz hostíl de la doctora gritando «¡Estoy comiendo!» «Vaya atención», me dije. Más tarde los cañeros me informaron que de todas maneras ese lugar no sirve para nada, porque sólo te preguntan cómo sigue la enfermedad y te dan acetominofen. Los medicamentos específicos para la enfermedad nunca están y la palabra que más se escucha en este lugar es «¡no hay!»
La isla de las mujeres solas
Finalicé esta entrevista con una persona que completa el cuadro dramático que se vive en Chichigalpa. En el recorrido que hicimos por los cañaverales me indicaron un lugar que le llaman «La isla de las mujeres solas». Aquí no hay hombres, todos murieron de IRC.
El fenómeno de las viudas es tan dramático como el de los afectados. Piden que se les dé una pensión, como prevé la Ley del Seguro Social, pero cada vez hay una excusa o un falso elemento legal para no otorgarles nada.
Carmen Ríos es la presidenta de la Asociación «Domingo Téllez». Risa contagiosa y ojos que se le salen cuando se enoja al recordar el drama que viven las viudas.
«La situación es bien difícil para todas las viudas. El INSS utiliza muchas estrategias para no dar las pensiones. A veces dicen que sus maridos murieron antes de la aprobación de la Ley 456 (que ordena la materia jurídica), pero cuando cumplen el requisito tampoco se la dan.
Hay 232 viudas sin pensión y la lucha de nuestra Asociación es lograr esaas pensiónes. Además de reformar la Ley 456, para que se reconozca la IRC como enfermedad profesional para todos los sectores de la agroindustria azucarera y no sólo para los que trabajaban en el campo.
Tenemos pruebas de actos de fraude y corrupción en el INSS y los estamos denunciando. Hay que dejar en claro una cosa, la enfermedad que sufren y se han muerto miles de personas no es por el exceso de trabajo, sino por el agua contaminada por los pesticidas y estamos luchando para que se realicen análisis serios del agua.
La riqueza de los empresarios viene a costa de la sangre de los obreros. Levantamos nuestro grito de dolor para que el mundo nos escuche, para que mire hacia ese lugar donde la gente muere cada día. La muerte se ha vuelto algo normal y nos estamos acostumbrando a despertar y esperar la noticia de un nuevo fallecido. Se mueren muchachos de 18 y 20 años y hasta niños de 10 años. Mi marido se murió a los 46 años después de trabajar 24 en el ingenio. Se murió soñando con una pensión que nunca vio.
Ahora dicen que no tengo derecho a recibirla porque no cotizó las 750 semanas como prevé la ley, pero eso no tiene nada que ver porque él tiene derecho a una pensión por riesgo laboral, independientemente de las semanas que trabajó. Pero lo peor es que me di cuenta que desde hace varios años esta pensión existe y que alguien la está cobrando. ¡Así es la corrupción aquí!
Hay cientos de viudas solas, de niños y niñas sin protección y miles de hombres enfermos y sin trabajo, quienes deambulan por las calles.
Estamos dispuestos a luchar. Si nuestros padres y abuelos no pudieron llevar adelante una lucha, que no crea el gobierno, el Seguro Social y los empresarios que por ser campesinos no tenemos la capacidad de luchar. Hay gente preparada entre nosotros y llevaremos esta lucha hasta el final.
Tengo 50 años y soy mujer, viuda y lucho por mis derechos, los de mis hijas y los de mi marido ya fallecido, y esto a pesar de ser la ‘chatarra humana de Occidente'».
En Chichigalpa, Giorgio Trucchi ©
Rel-Uita 7 de febrero de 2006