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Nicaragua, Nicaragüita…

Fuentes: Rebelión

La situación en Nicaragua está al rojo vivo. Mucho se ha escrito ya al respecto, y en el campo de la izquierda las aguas están divididas: ¿apoyar o no apoyar a Daniel Ortega? El presente texto quizá no aporte nada nuevo; en todo caso, presenta más preguntas que respuestas. Pero preguntas, en definitiva, que podrían […]

La situación en Nicaragua está al rojo vivo. Mucho se ha escrito ya al respecto, y en el campo de la izquierda las aguas están divididas: ¿apoyar o no apoyar a Daniel Ortega?

El presente texto quizá no aporte nada nuevo; en todo caso, presenta más preguntas que respuestas. Pero preguntas, en definitiva, que podrían funcionar para profundizar un debate imprescindiblemente urgente en el campo de la maltrecha izquierda: ¿tanto nos han golpeado, tanto se ha castigado al campo popular que la disyuntiva termina siendo apoyar o no a un presidente-empresario elegido en elecciones dentro de la legalidad capitalista? ¿Tanto hemos retrocedido que la disyuntiva se da entre si es «bueno» o «malo» un funcionario público que «hace cosas por su pueblo»? ¿Y los ideales socialistas revolucionarios que levantara la Revolución Sandinista hace 40 años? ¿Dónde queda aquello de poder popular, de gobierno obrero y campesino? ¿El socialismo se restringe a programas asistenciales?

Porque no hay que olvidar que el sandinismo histórico, no hay que olvidar que los valores revolucionarios que pusieran en marcha jóvenes luchadores en la década del 60 del pasado siglo cuando fundaron el Frente Sandinista de Liberación Nacional, inspirados en muy buena medida en el marxismo (Carlos Fonseca era un consumado marxista), no se restringen a un presidente atornillado en el poder (y que coloca a dedo a su esposa como vicepresidenta). No hay que olvidar que el ideario socialista en nombre del que se llevó a cabo esa gloriosa gesta que fue la revolución del 19 de julio de 1979 no se reduce a apoyar a alguien «no tan bueno» pero «mejor que lo que podrá venir».

Quizá vale recordar los ideales del Mayo Francés, tan lejanos ahora en el tiempo que parecen utopías tontas: «¡Seamos realistas: pidamos lo imposible!», pero imprescindiblemente necesarios. ¿Abandonamos los principios revolucionarios que permitieron las primeras revoluciones socialistas de la historia para quedarnos con la democracia burguesa y programas asistenciales? ¿Tan bajo hemos caído?

Abel Bohoslavsky, histórico militante socialista argentino, leyendo uno de tantos materiales de análisis de la situación actual de Nicaragua, se pregunta (pregunta que hago mía): «Si Somoza era el hijo de puta de Roosevelt, ¿el «desastrado timonel» Ortega sería «nuestro» hijo de puta? Si ese desastrado timonel «hipotecó la tradición revolucionaria del sandinismo», tiene «desprecio por la opinión de la base sandinista» y además hizo un «pacto con los enemigos… siempre volátil y transitorio» -todo eso durante 18 años (pacto Ortega-Alemán)- ¿hay que ir a ayudarlo para que «enderece el rumbo?»«.

Apoyar los gobiernos progresistas que aparecieron estos últimos años en Latinoamérica abre preguntas en la izquierda: ninguno de ellos, desde la Revolución Bolivariana con Chávez al orteguismo (¡no sandinismo!) actual en Nicaragua, pasando por distintas variantes (el PT en Brasil, matrimonio Kirchner en Argentina, Evo en Bolivia, Correa en Ecuador, etc.) no cuestionó realmente las bases del capitalismo. Fueron, o son, procesos redistributivos con más justicia social que los planteos neoliberales de capitalismo feroz. Pero no tocaron los resortes últimos de la propiedad privada. ¿Es acaso el actual gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo un planteo revolucionario? Decir que mejoró un poco las condiciones generales de la población nicaragüense puede ser loable (puede ser, tampoco lo afirmaríamos categóricamente, porque ¿a qué costo las mejoró: llenando de maquilas el país con salarios bajísimos), pero eso no es el ideario de una revolución socialista. ¿O sí?

Un planteo capitalista revestido de un discurso progresista y con pirotecnia verbal antiimperialista no deja de ser capitalista, con explotación de la mano de obra, con clases sociales enfrentadas. Eso no hay que olvidarlo: ¡los procesos socialistas no pueden entenderse si no es en la lógica de la lucha de clases! ¿A quién representa Daniel Ortega: al campesinado pobre, a los trabajadores urbanos, a los subocupados del comercio informal, o a la nueva clase empresarial ex sandinista que se enriqueció con la tristemente famosa piñata cuando tuvo que dejar el poder en 1990? ¿Por qué los revolucionarios sandinistas que adversaron eso no siguieron en el FSLN?

Sin dudas en la convulsionada sociedad nicaragüense el imperialismo estadounidense está trabajando. Eso ni se discute. América Latina, lo sabemos, es la reserva estratégica de Washington, y nada de lo que aquí pase en términos políticos escapa a su control. Con absoluta seguridad hay agentes del imperio trabajando a toda máquina en Nicaragua. Pero eso solo no explica los acontecimientos actuales.

Como dice Abel Bohoslavsky: «En Nicaragua hay una insubordinación cívica elementalmente democrática (cese de la represión, cese del autoritarismo gubernamental, cese del nepotismo). Se trata de una rebelión democrática contra un régimen de origen democrático (aunque probadamente fraudulento en lo institucional) originado en el Pacto Ortega-Alemán y Ortega-Iglesia. Tiene un sentido histórico-político inverso a las guarimbas dadas en Venezuela, aunque no sea ni pretenda ser revolucionario. Endilgarle ese calificativo es parte del fraude propagandístico orteguista«.

Si durante los 11 años de gobierno de Ortega-Murillo todo estuvo «tranquilo», si el gobierno de Estados Unidos no disparó a matar como sí lo hizo con todos los experimentos progresistas de Latinoamérica, eso abre interrogantes. ¿Qué pasó ahora que se rompió el pacto del gobierno con los sectores empresariales, con la Iglesia católica, con Washington?

No está claro. Podría pensarse que la construcción del canal interoceánico por parte de capitales chinos, o la estación de investigación electrónica rusa instalada en Managua, son un peligro para la geoestrategia de Washington. ¿Todo esto es la reacción a ese «atrevimiento» de Ortega? En el patio trasero de la gran potencia nadie puede osar instalar bases militares chinas y/o rusas. ¿Esta sería la causa?

Quedarse con la idea que todo lo que se está viviendo en el país es solamente una nueva «revolución de colores» no alcanza. El orteguismo no es, precisamente, un gobierno revolucionario: es la expresión de esta nueva burocracia empresarial surgida de la lejana Revolución Sandinista, donde la figura de Daniel Ortega se consolidó como líder absoluto sacándose de encima cualquier atisbo de crítica. Y de principios revolucionarios, de socialismo, de transformación radical de la sociedad a manos de obreros y campesinos… ¡nada!

¿Hay que defender o no este proceso entonces? Difícil disyuntiva. Por supuesto que el imperio no tolera afrentas, e incluso gobiernos redistributivos de «capitalismo con rostro humano» son su enemigo. En ese sentido, si cae Ortega podrá venir un gobierno absolutamente neoliberal, suspendiendo la presencia chino-rusa en Nicaragua. Pero la situación actual en la patria de Sandino, ¿es una revolución? ¿Se trata entonces de defender lo «menos malo»? Un canal construido por los chinos, ¿es un avance para el campo popular?

La sublevación actual de la sociedad, quizá mezcla de activistas pagados por la CIA y reacción espontánea ante el nepotismo autoritario de un ex socialista (acusado de violador, por cierto), de momento está trayendo solo muertos, siempre pobres, siempre del campo popular. No hay organización alternativa, no hay proyecto superador. Los ideales revolucionarios están guardados por ahora, y los líderes históricos que se salieron (o fueron sacados) de la estructura sandinista, hoy día son marginales.

Es cierto que la propaganda de la derecha ya puso a Ortega como «villano de la película», igual que en su momento Chávez, o Khadafi, o Saddam Hussein. El guión ya está escrito. Sumarse a las voces de la derecha, a la prensa comercial, a los lacayos de Washington que vociferan contra la «barbarie» en marcha, es un error. Defender un gobierno empresarial que pactó con el enemigo de clase, también.

¿Quién saldrá beneficiado de todo esto? El «pobrerío» seguramente no. No hay condiciones para una real y profunda sublevación popular como la de 1979. Entonces… ¿otra vez gana el imperio?

Blog del autor: https://mcolussi.blogspot.com/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.