A mediados de la década de los ochenta los destinos de Afganistán y Nicaragua estuvieron entrelazados en el ajedrez de la confrontación este-oeste.
Hoy, cuando el autoritarismo de Ortega alcanza niveles indecibles y su sumisa alianza con Putin abre los espacios a Rusia en la región, a la vez que Biden es sospechoso de debilidad e ineficiencia en su acción exterior, tiene sentido preguntarse si la derrota norteamericana en Afganistán tendrá consecuencias para la política de su administración en Nicaragua.
Valoremos antecedentes. En marzo de 1985 Mijaíl Gorbachov se convirtió en secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética. Un mes después recibió en el Kremlin al presidente Daniel Ortega encabezando una delegación de alto nivel de Nicaragua. La Casa Blanca, el Departamento de Estado y el Congreso norteamericano consideraron dicho encuentro como una afrenta del Kremlin y su nuevo líder, tenida cuenta la abierta confrontación que sostenía Ronald Reagan con los sandinistas en Nicaragua. ¿Qué significado tenía esa temprana visita al nuevo líder de la Unión Soviética?
Quiénes participamos de aquel encuentro con Gorbachov vimos con claridad que vendrían grandes cambios en la política interna e internacional de la URSS; que ésta no estaba ya en condiciones de seguir sosteniendo compromisos externos que agravaban peligrosamente las limitadas posibilidades de su economía. No resultaba difícil interpretar que el apoyo militar de la URSS a la guerra con la Contra en Nicaragua entraba en un terreno cuesta arriba y que las expectativas y necesidades del ejército sandinista entraban en un terreno pantanoso, en momentos que Reagan y los Contras se volvían más amenazantes.
Por ello quizás Gorbachov urgió a Ortega a no hacer nada que provocara aún más la hostilidad norteamericana, a no saltar etapas, a mantener la economía mixta conservando el espacio del sector privado en la economía, mantener el pluralismo político, la unidad de la dirección sandinista y el movimiento de masas. Lo que Gorbachov no dijo era, quizás, el mensaje más importante. Estaba de nuestro lado, pero no se comprometió con el esfuerzo de guerra. Y pidió hacer gestiones con los países del CAME para compartir con ellos la cooperación con Nicaragua.
La guerra librada por el ejército soviético en Afganistán desde 1979 era una carga demasiado pesada para las limitadas capacidades de la economía de la URSS, agotadas por su ineficiencia y tras décadas de carrera militar contra Estados Unidos.
En la guerra ruso-afgana los muyahidines habían recibido apoyo de no pocos países incluidos Irán y China. Sin embargo, Estados Unidos, en complicidad con Pakistán, era el soporte principal de la logística de la lucha contra los comunistas. Este involucramiento norteamericano manejado de manera encubierta bajo la responsabilidad de la CIA se había convertido en una de las banderas de la nueva administración Reagan. El presidente americano alardeaba de su compromiso con los muyahidines, así como lo hacía con el apoyo que daba la Contra.
Para no pocos analistas la creciente presencia soviética en Nicaragua era la contrapartida a la injerencia norteamericana en Afganistán. Reagan incluso sostuvo solemnemente en el Congreso de los Estados Unidos que si no se lograban sus objetivos en Centroamérica sus alianzas en el mundo se debilitarían.
La salida definitiva de los soviéticos en Afganistán sería parte del preámbulo del derrumbe de la URSS, y de cierta manera lo sería meses más tarde para la revolución sandinista con la derrota en las elecciones de 1990.
En 2021, le toca el turno al ejército norteamericano sufrir una derrota indiscutible en Afganistán, acompañados de todos sus aliados de la OTAN, tras dos décadas de ocupación. Esta derrota se convierte, desde una perspectiva más amplia, en la primera victoria del islam sobre occidente desde la edad media.
¿Tendrá esta histórica derrota norteamericana alguna consecuencia sobre Nicaragua y el resto de nuestra región? Los analistas coinciden en que la imagen de Biden y su gobierno están afectadas nacional e internacionalmente. Esta imagen de debilidad conspira contra las decisivas y próximas elecciones legislativas de mitad de mandato en Estados Unidos. Por otra parte, en importantes miembros de la OTAN hay incertidumbre sobre cómo y hasta dónde confiar su seguridad en su hasta ahora todopoderoso aliado estratégico.
La derrota americana en Afganistán llega mientras Ortega y Putin intentan restablecer la presencia rusa en Centroamérica. Recientemente, Serguei Shoigu ministro de Defensa ruso ha declarado que Nicaragua cuenta con apoyo de su gobierno incluyendo amenazas que representen “el uso abierto de la fuerza militar”, lo que es mucho decir. Estas declaraciones se suman a otros tantos apoyos materiales, como la escuela de entrenamiento militar de lucha antidrogas, blindados, seguridad y espionaje cibernético, acompañamiento internacional e incluso la visita de Putin al país. Desde luego esta vez no se trata de la defensa de la revolución sandinista. Se trata de apoyar el sostenimiento de un régimen autocrático en Nicaragua para que opere como aliado incondicional de la política internacional de Putin.
Hasta hace pocos años la política de Washington con Ortega había sido consistentemente pragmática. Mientras hubo alianza con el empresariado nicaragüense, poco importaba su retórica y su autoritarismo político. Ortega recibía una actitud complaciente y apoyo financiero. Todo a cambio de una política inmigratoria Trumpista, aseguramiento a las inversiones americanasy apoyo a la contención del narcotráfico.
Abril 2018 lo cambió todo. Ortega dejó de ser confiable para el gobierno de Estados Unidos. Paso de factor de estabilidad y seguridad a convertirse en un riesgo para la región, acusado además de delitos de lesa humanidad imprescriptibles. Ortega se volvió un socio incómodo, un dictador cuestionado y solo respaldado por su minoría partidista, las armas y … Putin.
En Nicaragua el gobierno americano teme a un caos producto de un vacío de poder post-Ortega, que inicie una situación de inestabilidad indeseable a sus intereses. Teme olas de migrantes. Para EE. UU., en la región la estabilidad ha sido siempre más importante que la ausencia de democracia. Ya en el pasado no pocos sangrientos autócratas y déspotas han sido sus aliados. En este caso, sin embargo, Ortega se reelegirá a su gusto imponiendo su bota a lo interno y burlándose de todo el mundo, incluyendo a Estados Unidos y sus sanciones. Pero más aún, lo hará habiéndose convertido en socio sumiso de Putin, dispuesto a servir de plataforma de Rusia, adversario del gobierno americano.
Tras sufrir una dura derrota en Afganistán, la presión sobre la política exterior de Biden se incrementa. En vista de la presencia rusa en Nicaragua y la actitud desafiante de Ortega ante la comunidad internacional, Afganistán -“tumba de los imperios”- podría tener impacto en la política de Biden en la región y en especial para nuestro país. Una vez más Afganistán, Rusia y Nicaragua parecen conectarse. Veremos.
Julio López Campos fue Director del Departamento de Relaciones Internacionales del FSLN.