Partiendo de la base que la historia de la humanidad moderna tiene mucho que ver con la «historia de la lucha de clases», en Uruguay la misma alcanza en las décadas del 50 y 60 del siglo XX, puntos altos de su desarrollo. La presencia de clases dominantes acumuladoras de las riquezas nacionales en función […]
Partiendo de la base que la historia de la humanidad moderna tiene mucho que ver con la «historia de la lucha de clases», en Uruguay la misma alcanza en las décadas del 50 y 60 del siglo XX, puntos altos de su desarrollo.
La presencia de clases dominantes acumuladoras de las riquezas nacionales en función del sudor y trabajo de las clases dominadas y explotadas, hace que cuando las mismas toman conciencia de tal situación, hacen conciencia también de que más que productores en si para la sociedad en su conjunto… deben reparar en que colectivamente son una clase social que debe pensarse en clave de «clase para si» y en función de la dinámica que es para realizar y reproducir diaria, cotidianamente e históricamente, material y culturalmente, a la sociedad en que a decir del literato… «olvida que los frutos del árbol, vienen de lo que el mismo, tiene sepultado». Esta frase poética que sintetiza la iniquidad conque el sistema capitalista somete a la Humanidad desde hace más de 5 siglos, se traduce en esa ecuación que dice que el 20% de la población se redistribuye el 80% de la riqueza producida y el 80% de la población debe sobrevivir con el 20%. Hilando más fino, muchos economistas nos hablan de «acumulaciones más estrechas, dentro de burbujas y bóvedas de acumulación global en los campos financieros, comerciales, industriales y del agronegocio, biotecnologías y nuevas tecnologías que en la actual fase de desarrollo de la revolución científico-tecnológica, parecen no tener freno» – son el nuevo «dejar pasar, dejar hacer», al sistema capitalista… aunque el saldo depredatorio para las naciones, no signifique «desarrollo y progreso».
A mediados de los 50, el Imperialismo Norteamericano, retorna a su patio trasero de las Américas. Luego de abrir un tardío segundo frente en la Segunda Guerra Mundial, para ir en ayuda de los «aliados» que luchaban contra el eje nazi-fascista de Alemania-Japón-Italia, solo por sus propios intereses geopolíticos y económicos sobre la «arrasada Europa» y para poner coto a el avance de la URSS, se instala en la misma con su poder militar, sus corporaciones industriales y financieras. El retorno de la vieja política Monroe «América para los (norte) americanos» , y su vieja asociación con las oligarquías nativas, que apostando a sus propios intereses conjugados con su socio mayor, jamás apostaron a un Uruguay salido del modelo de «capitalismo deforme y dependiente, por la presencia del latifundio y el imperialismo, y subdesarrollado».
Aquellos tiempos
El Uruguay como país pautado siempre dentro de una economía «subdesarrollada, dependiente y deforme» en sus fases de desarrollo capitalista, ha logrado en 3 períodos históricos concretos, ciertos niveles de desarrollo y progreso institucional… que no necesariamente reubica a esta sociedad en mejores términos de «justicia social y económica» que como decía Artigas, nos lleve a la «pública felicidad» de los orientales.
La historiadora Ana Frega nos ubica en un primer período que va de 1890 a 1918, con el siguiente resumen:
«La crisis económica y financiera de 1890 obligó a repensar la viabilidad del país. Los distintos gobiernos debieron abordar la reformulación del modelo agroexportador, el fomento de la industria de bienes de consumo y la búsqueda de mecanismos para la contención de los conflictos sociales. El contexto internacional -expansión imperialista y Primera Guerra Mundial- incidió fuertemente en los caminos tomados y los resultados obtenidos, especialmente en lo referente a la política de nacionalización y estatización de servicios públicos. Las líneas vertebradoras del período son:
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El aumento del intervencionismo estatal, con el establecimiento del Banco Hipotecario, el Banco de la República, el Banco de Seguros del Estado o las Usinas Eléctricas del Estado, entre otras empresas públicas.
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El avance de la institucionalidad democrática, sintetizado en la Constitución de 1918.
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La profundización del proceso de secularización, que supuso la eliminación de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas, las leyes del divorcio o la separación de la Iglesia y el Estado.
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La búsqueda de mecanismos de integración social como, por ejemplo, la legislación social, la expansión de la enseñanza primaria o la creación de liceos en el interior del país.»
Un segundo período la historiadora Esther Ruiz nos lo ubica entre 1946 y 1964, bajo el título de el «Uruguay próspero» y su crisis.
«El Uruguay de la posguerra. Fue el período de desarrollo del llamado «neo-batllismo» y del modelo de crecimiento basado en la industrialización por sustitución de importaciones. Esta experiencia en una primera etapa mejoró las condiciones de vida de algunos sectores asalariados y fue acompañada por la ampliación de la organización sindical.
Casi todos los estudiosos que han incursionado en el período 1945- 1955 coinciden en señalar que fue la etapa en que se cumplió el desarrollo industrial más importante del país en el contexto de una economía de crecimiento «hacia afuera». Otros autores han caracterizado esta etapa como «edad de oro», o «etapa de crecimiento acelerado». Otros académicos han hablado del «Uruguay feliz», que al decir popular se caracterizó como de «las vacas gordas», y que se tradujo en la expresión «como el Uruguay no hay». Ninguna de estas calificaciones, como tampoco la tan mentada prosperidad de la década, puede aceptarse sin un análisis crítico.
El Uruguay emergió a la posguerra, como ha señalado Francisco Panizza, con importantes reservas en moneda extranjera, un nivel de vida en ascenso y con sus líderes políticos llenos de confianza en el país y su futuro. Esto iba acompañado por la convicción, compartida por gran parte de la sociedad, de constituir «una democracia perfecta» y con un «nivel de vida comparable al de los países europeos y a la vanguardia en cuestiones de justicia social».
Esta concepción, dirigismo de Estado, fue acompañada de la búsqueda del bienestar general de la sociedad, de la extensión de las clases medias y el alcance de la felicidad, al menos por gran parte de los pobladores del país. La historia ha probado que deseos y realidades difícilmente coinciden, pero sin embargo, en algunos sectores de la sociedad ha perdurado el recuerdo de esos años como el período (o los períodos) en que «todo fue mejor».
Hasta aquí la sintética descripción de dos períodos de «años dorados» en Uruguay, que nos hacen ambas historiadoras.
Una caracterización que se desprende de estos períodos vistos, es la de un Estado Capitalista agendado por ambos partidos tradicionales de la burguesía nacional, que pasa de ser árbitro de las cuestiones y dinámicas económicas y sociales que dentro de la sociedad se dan en su curso de «liberalismo político», a convertirse en Estado «dirigista, asistencialista y en última instancia el ESTADO BENEFACTOR». Vemos también en estos procesos de desarrollismo capitalista, que no cambian la esencia del mismo, la presencia de sus crisis estructurales y sus crisis cíclicas que los convierten a no mucho de andar en procesos inviables y no sustentables, el primer período analizado desemboca en la «gran crisis del capitalismo que tiene su rostro uruguayo en la dictadura de Gabriel Terra», y el segundo con la crisis de 1955 que trae consigo la multiplicación de un movimiento huelguístico de empleados públicos y de la industria en varios gremios, los frigoríficos en especial con obreros estaqueados en el Cerro por una brutal represión y donde aparecen en 1952 las Medidas Prontas de Seguridad, siendo estos hechos la antesala de lo que será a partir de los 60, la «modalidad de gobiernos autoritarios». El desarrollismo que pretende ser planteado dentro de los estrechos márgenes que da el sistema, tanto nacional como internacional, sino pasa a cambios profundos y estructurales, revolucionarios, seguirá con su «vieja imagen de meseta», ladera en ascenso… cumbre en meseta horizontal… ladera en descenso.
Tercer período, el desarrollismo «progresista»
Las décadas de los 50/60 en cuadros coyunturales de agudización de la lucha de clases, generan un desarrollo de las organizaciones de lucha y propuesta de la clase trabajadora y de movimientos sociales, que van configurando formas más calificadas de organización y del nacimiento de Propuestas Programáticas que se irán plasmando en Programas de movimientos y partidos políticos de izquierda que ingresan también en un proceso de organización unitaria. El Congreso del Pueblo, con sectores de productores de la ciudad y el campo y la clase obrera sindicalizada parirá un programa, se articula la Convención Nacional de Trabajadores (CNT) y finalmente surge a principios de los 70 el Frente Amplio.
Antes de la Dictadura Fascista, que asoló el Uruguay por más de 12 años, el FA representaba en el «imaginario colectivo» de los sectores populares del Uruguay, la posibilidad cierta de un articulador político que desde el gobierno comenzara a instrumentar «los cambios necesarios y revolucionarios» que construyeran los caminos de una sociedad de nuevo tipo, antioligárquica, antilatifundista y anticapitalista, para lo cual varios puntos de su programa y Plataforma Política de cambios, certificaban este camino a recorrer. Partidos y movimientos de izquierda que lo integraban, garantizaban desde sus posturas y lucha histórica el rumbo a seguir. Pero las cosas cambiaron en los veinte años de la pos dictadura, y el «Progresismo» llegó al gobierno, con un programa vaciado de sus contenidos de cambios revolucionarios frente a la caída del paradigma transformador de lo que había sido el «socialismo real», los elencos gubernamentales del gobierno y las direcciones políticas de la fuerza política, fueron ganadas por posturas «reformistas y socialdemocratizantes» que solo se animaban a transitar sobre un «único camino posible de capitalismo con rostro humano, bien administrado».
Hoy día, el «Encuentro Progresista – Frente Amplio», lleva 3 lustros en función de gobierno en Uruguay y a fines del 2019, en las elecciones nacionales, pedirá al electorado que le vuelva a depositar su confianza. Quiero presentar aquí, en apretada síntesis de un trabajo de «Compromiso Socialista», lo que han sido las gestiones de las administraciones progresistas.
«El modelo socio económico llevado adelante se asienta sobre el marco jurídico que se desarrolló durante el neoliberalismo de la década de los 90…
Se mantuvieron las leyes Forestal (1987), Ley de Zonas Francas (1987), Ley de arrendamientos agrícolas (1991), Ley de Puertos (1998), Ley de Promoción y Protección de Inversiones (1998) Ley de la Seguridad Social,( privatización de la misma con la creación de las AFAPs, que hoy frente a un déficit de la misma acumulan un activo de más 10 mil millones de dólares). Redujeron a la mitad los aportes patronales al BPS. El Progresismo aprobó leyes como la Ley de Participación Público Privada, reducción del IRAE del 30 al 25 %, mediante las Leyes nros.18092 y 19.283 de titularidad de inmuebles rurales se ampliaron los derechos de compra de capitales extranjeros y aceleraron la extranjerización de nuestras tierras (48%). Se llevó a cifras históricas la exoneración tributaria al capital y la concesión de Zonas Francas, representando en 2016 esta «renuncia tributaria» 1.800 millones de dólares anuales.
Las inversiones que arribaron al país han estado dirigidas fundamentalmente a la compra de tierras y unidades productivas que hasta ese momento eran de capitales nacionales, al sector de la construcción con foco en obras de infraestructura funcionales a las industrias exportadoras de materias primas y en residencias de alto poder adquisitivo. Los capitales brasileños que llegaron al país mediante la IED (Inversión Extranjera Directa) pasaron a controlar el complejo cárnico del Uruguay al manejar el 48 % de la faena y 60 % de la exportación. El 50 % de la industria arrocera y la totalidad de la producción de maltas y cervezas (grupo AMBEV).
Tras los dos primeros gobiernos del FA, se encontró al Uruguay siendo un país de economía primarizada, exportando productos de escasa elaboración e importando productos elaborados tanto de consumo como de capital. En los últimos doce años se multiplicó por once la cantidad de hectáreas plantadas con soja, (1.100.000 htrs.) colocándose como principal cultivo agrícola. La soja trajo consigo el uso masivo de agrotóxicos (su importación aumentó en 120%), generando este cultivo una mayor dependencia de insumos extranjeros, además de una alta contaminación en los cursos de agua, de la cual los uruguayos sufren hoy día las consecuencias.
La forestación tuvo una fuerte expansión en los últimos veinte años, pasando de 53.000 hectáreas en 1990 a cerca de 1.000.000 en la actualidad. Tres empresas extranjeras: Forestal Oriental/UPM, Montes del Plata y Weyerhauser (que acaba de vender sus bosques) controlaban cerca del 70 % de la superficie forestal total.»
A modo de conclusión
El Modelo o período del Progresismo Uruguayo, da muestras claras en los terrenos social (+ de 1.200.000 no resuelven con sus ingresos sus necesidades básicas, 150.000 desocupados), en lo económico déficit fiscal de 4,3 % con pagos por amortización e intereses de deuda externa de millones de dólares… una nómina de más de cien importantes empresas comerciales e industriales cerradas, en lo político el abandono de las «candidaturas comunes» hacia las elecciones nacionales por «cuatro candidatos» que responden a distintas corrientes dan muestras de un «viejo consenso logrado a uno atado con hilos»… aunque muchos opinan que es la vieja táctica de muchos partidos de la burguesía para mantenerse en el poder «ser oposición y oficialismo» a la vez.
Lo del principio, «se hace camino al andar» en la muestra de estos tres períodos de desarrollo en Uruguay, y también como decía el gran Machado… «y al volver la vista atrás/ se ve la senda que no se ha de volver a pisar» … cuando quienes nos hablaron de liberación nacional, socialismo y comunismo, no son capaces de llevar la «imaginación al poder», como exigían los revolucionarios del mayo francés, hay una senda que no estamos sabiendo transitar.
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