Días pasados, un articulista que escribe en esta contratapa tituló su artículo «los largos plazos también existen». ¡Albricias, pensé, no soy el único que piensa así! No me voy ha referir en estas pocas líneas a lo sabido, la existencia de plazos constitucionales y demás. Compartir el aforismo que los largos plazos también existen implica […]
Días pasados, un articulista que escribe en esta contratapa tituló su artículo «los largos plazos también existen». ¡Albricias, pensé, no soy el único que piensa así!
No me voy ha referir en estas pocas líneas a lo sabido, la existencia de plazos constitucionales y demás.
Compartir el aforismo que los largos plazos también existen implica preguntarse quién es el sujeto que se mueve en esa dimensión, quién el protagonista que piensa, no una, sino varias jugadas, para ganar no una sino varias partidas.
Si de largos plazos se trata cómo establecemos qué tareas acometer primero. La primera prioridad es la atención a la emergencia social, entendida en sentido amplio. Pero esta ya nos plantea una primera opción.
Desde ahora debemos crear las condiciones para que el próximo plan de emergencia se constituya en un poderoso estímulo a formas de organización popular que hagan de ese esfuerzo algo sustancialmente distinto a lo que han sido los planes focalizados y aistencialistas, dirigidos a una población desorganizada y pasiva
a quienes los gobiernos neoliberales alcanzan su bandeja (cuando no la roban por el camino) para perpetuarlos en esa situación de espera, sin cabal conciencia de sus derechos, en la pasividad y en la desmovilización.
El partido Frente Amplio
El plan del nuevo gobierno debería tener como objetivos organizar gente para la demanda, para intervenir y aportar iniciativas y no para aliviar o disimular la exclusión y la pérdida de la ciudadanía.
¿Quién los promotores de esta participación, de este crecimiento de la ciudadanía como un nuevo compromiso con el cambio?
Por supuesto, en primer lugar los funcionarios y las autoridades del nuevo gobierno, sin los callos cerebrales generados en decenios de descontrol y despilfarro, nuevos jerarcas portadores de otra ética y otro estilo: la concepción de la labor de gobierno como militancia, como espíritu de sacrificio, como entrega. Funcionarios que den ejemplo de despojamiento y respeto por la ley.
Lamentablemente la desarticulación de la sociedad uruguaya ha llegado tan lejos que toda acción emprendida exclusivamente desde el aparato estatal puede quedar flotando en el éter de las buenas intenciones si no hay protagonismo societario, sin gente abajo organizada, sin demandas ni pedidos de cuentas.
Una vez más vale la pena preguntarse ¿quién animará el desarrollo de esa conciencia ciudadana? ¿ ¿Quién sembrará las pautas políticas de una nueva ciudadanía protagonista en la emergencia social?
Los sujetos serán muchos. Un nuevo sistema de comunicación concebido en términos pluralistas y al servicio de la sociedad será importante.
Un aspecto clave será la organización política. En ese terreno soy «partidista». Comparto una concepción de la acción política donde los partidos tienen un papel fundamental que cumplir. Sin partidos no hay democracia, no hay democratización del Estado y puede naufragar el mejor plan de emergencia y las mejores y más honradas intenciones.
El «partido», en este caso, es el Frente Amplio. La gente eligió que así fuera. No ahora sino desde hace más de treinta años. El FA tiene que funcionar con autonomía del gobierno, como respaldo y como estímulo, como señalador crítico cuando es necesario, como creador de corrientes de opinión.
Como educador político. Como memoria y reproducción de su propia saga, de su pasado de lucha y de sacrificio. La primera fuente de cultura es la lucha popular y la memoria crítica de nuestra propia experiencia de lucha.
Los trabajadores de la cultura
Por lo demás, hay una parte de la propia «cultura de izquierda» que no trascurre por los canales partidarios. Va por los libros, por la música popular, por los grandes poetas y dramaturgos.
Esa cultura popular de resistencia, ese fermento revolucionario que ha existido y existe abajo no nació con el Frente Amplio.
A principio del siglo XIX, los sindicatos anarquistas, en sus locales con fondo de glicinas, tenían conjuntos de teatro. Se exhibían las obras de las vanguardias europeas. Se sentía el orgullo de interpretar obras de Florencio Sánchez, que fue como voluntario blanco a las guerras civiles y se hizo anarquista por el resto de su fecunda vida, escribiendo sin cesar sobre las penurias del pueblo y sublevando a la gente contra la injusticia.
También se exhibían las obras de Ernesto Herrera. Como Sánchez, EH fue voluntario a la guerra civil, pero se enroló con los colorados. Y como aquel, ante el horror de las masacres, se hizo anarquista y escribió obras de condena al caudillismo y al militarismo.
Obreros y lectores
Cuando recién empecé a militar conocí a León Duarte. Ya de joven había leído a Emilio Zola y a Gorki. Sabía que la lucha de movimiento obrero ni había empezado cuando él llegó ni terminaba en las puertas de la planta en la que él trabajaba. Que antes que él naciera y su sindicato, cien o doscientos años antes, había habido huelgas de millones de obreros, muchos mineros, metalúrgicos y ferroviarios muertos y muchas victorias traicionadas.
Que había habido, para gloria del movimiento obrero, una Comuna de París y una revolución cantonalista en España. Un alzamiento popular antifascista en 1936 que sacudió el planeta y que internacionalistas de todas partes fueron allá, a Madrid o al Ebro a morir por esa revolución. Leyendo sobre la historia de su clase, habían aprendido la gran lección de la dignidad humana.
Sabían que en todas partes había gente como él, como, Duarte, que no estaba dispuesta a aflojar o a conformarse con migajas.
Por eso Duarte, o Gatti, o Héctor Rodríguez, o Gerardo Cuesta, enseñaban casi con su sola presencia. Solo bastaba verlos cómo se plantaban ante un patrón o ante un gobernante o un comisario prepotente. Percibir su dignidad y su orgullo por estar allí, representando a los trabajadores, actitud en la que estaban condensadas las enseñanzas del movimiento obrero y las luchas de los hombres humildes de todas partes. Reconstruir una cultura a la vez vieja y nueva
La dictadura trató de destruir esa cultura. Y apartar a los obreros de su memoria y de sus libros, de sus artistas populares, de sus cantautores, de sus poetas, de sus maestros y sus profesores. Por eso la saña contra Universidad y contra Secundaria, contra Marcha y contra la prensa popular y opositora. Contra el canto popular y contra las murgas.
Para llevar a cabo el plan de emergencia y el conjunto del programa del FA precisamos reconstruir esa cultura.
¿Cómo reanudamos el hilo de esa otra visión del mundo que no es la de los dominadores, que no está achacada de consumismo y resignación y tampoco de anquilosamiento?
No estamos empezando de cero
Precisamos una acción de «emergencia cultural» complementaria de la otra, con muchos campos de realización, con diversidad de escuelas y estilos. Con espíritu de renovación, de cambio, con trabajadores de la cultura dispuestos a «servir al pueblo».
Sembradores de rebeldía, dinamiteros de las rutinas y las perezas mentales. Combatientes contra la chabacanería y el «vulgarismo» que, como enseñaba Gramsci y lo demuestra la televisión argentina, es siempre reaccionario.
No estamos empezando de cero, claro. En ningún campo. Sin ir más lejos, ahí están, siempre maestros, siempre enhiestos y solidarios, Ruben Olivera y Daniel Viglietti. Con el talento y con la pasión, manteniendo la llama encendida de la rebeldía y de la memoria. También se crea y se militan en otros campos, como el teatro, el carnaval, la literatura, la producción histórica, el periodismo de investigación y el video.
Nada de los frutos de esta cultura es ajeno a la realización de un plan de emergencia y de un programa de gobierno, creo.