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Noviembre no es septiembre, 2008 no es 2001

Pakistán no es Afganistán, e India no es EE.UU

Fuentes: TomDispatch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

    Introducción del editor de TomDispatch, Tom Engelhardt

    El monstruo en el espejo de India

    La única referencia histórica omnipresente en los medios estadounidenses inmediatamente después del 11 de septiembre de 2001, fue, como era de esperar, «Pearl Harbor» – y esas palabras de código para describirlo: «infamia» y «día de infamia,» lanzadas en letras altísimas a toda primera plana de los periódicos. Lo que se había vivido, se dijo entonces comúnmente, fue «el Pearl Harbor del Siglo XXI.» Y con esa imagen del ataque japonés que comenzó la Segunda Guerra Mundial para EE.UU., aparecieron poderosos recuerdos, aunque sólo conscientes a medias, de cómo terminó esa guerra, de holocausto nuclear, y por lo tanto el sitio donde cayeron las torres del World Trade Center fue rápidamente bautizado como «Campo Cero,» que anteriormente había sido un término reservado para el lugar en el que había tenido lugar una explosión atómica.

    Como era de esperar, lo que siguió fue la idea de que el 11-S fue un «acto de guerra,» y que estábamos «en guerra,» promovida rápida y fuertemente por el gobierno de Bush; y todo esto habría sido apropiado para un ataque por sorpresa de un Estado con armas nucleares, pero no para un ataque de 19 terroristas respaldados por una organización variopinta diseminada desde Hamburgo, Alemania, a las estepas afganas. A la mayoría de los estadounidenses les importó un pepino en esos días que el marco para entender lo que había sucedido ese día había sido tan exhaustivamente deformado; y después el resto fue fácil – aunque desastroso – incluyendo la «Guerra Global contra el Terror» del presidente. Ahora, «11-S» se ha convertido en el «Pearl Harbor» del Siglo XXI, el antecedente y la analogía preferida, y por lo tanto, no es sorprendente que haya estado en los labios de todos los medios, con pocas excepciones, durante la reciente masacre y sitio en Mumbai [Bombay], India.

    Arundhati Roy, la activista india y autora de la novela galardonada «El dios de las pequeñas cosas,» fue una de las primeras, más fuertes, más sanas, voces en este planeta nuestro que enfrentó a George W. Bush y su Guerra Global contra el Terror. «La voz más fresca de la Tierra,» la llamé en 2003. Fue una inspiración. Ahora, se ocupa de los eventos en su propio país, en Mumbai, y explica por qué la utilización allí del 11-S como la analogía preferida, como otrora usamos «Pearl Harbor» aquí, llevará en direcciones que no serán menos terribles.

    El artículo que sigue fue publicado por la excelente revista Outlook India, que la comparte con TomDispatch.com. Tom

9 no es 11

(y noviembre no es septiembre)

Arundhati Roy

Hemos perdido los derechos a nuestras propias tragedias. Mientras la carnicería en Mumbai seguía haciendo estragos, un día horrible tras el otro, nuestros canales de noticias de 24 horas, nos informaron que estábamos viendo «el 11-S de India.» Y como actores en una mala imitación hecha en Bollywood de una vieja cinta de Hollywood, se esperaba que nos atuviéramos a nuestros roles y dijéramos lo correspondiente, aunque sabemos que todo ha sido dicho y hecho antes.

A medida que aumentaba la tensión en la región, el senador estadounidense John McCain advirtió a Pakistán que si no actuaba rápido para arrestar a los «malos,» poseía información personal de que India lanzaría ataques aéreos contra «campos terroristas» en Pakistán y que Washington no haría nada, porque Mumbai era el 11-S de India.

Pero noviembre no es septiembre, 2008 no es 2001, Pakistán no es Afganistán, e India no es EE.UU. Así que tal vez deberíamos recuperar nuestra tragedia y buscar en los escombros con nuestros propios cerebros y nuestros propios corazones rotos para poder llegar a nuestras propias conclusiones.

Es extraño cómo, en la última semana de noviembre, miles de personas en Cachemira, vigiladas por miles de soldados indios se formaron en filas para depositar sus votos, mientras los sectores más ricos de la ciudad más rica de India terminaban pareciendo Kupwara desgarrado por la guerra – uno de los distritos más asolados de Cachemira.

Los ataques de Mumbai son sólo los más recientes de una serie de ataques terroristas contra ciudades y pueblos indios durante este año. Ahmedabad, Bangalore, Delhi, Guwahati, Jaipur y Malegaon han sufrido todos explosiones seriales de bombas en las que cientos de gentes de a pie han sido muertas y heridas. Si la policía tiene razón sobre los arrestados como sospechosos en esos ataques anteriores, hindúes y musulmanes, todos nacionales indios, ello indica que obviamente algo anda muy mal en este país.

Si estabais mirando la televisión, tal vez no oísteis que también murió gente de a pie en Mumbai. Fue acribillada en una concurrida estación de ferrocarriles y en un hospital público. Los terroristas no distinguieron entre pobres y ricos. Mataron a todos con la misma sangre fría.

Los medios indios, sin embargo, se quedaron petrificados ante la creciente ola de horror que traspasó las fulgurantes barricadas de «India refulgente» y esparció su hedor por los vestíbulos marmoleados y los salones de bailes de cristal de dos hoteles increíblemente lujosos y de un pequeño centro judío.

Se nos dice que uno de esos hoteles es un ícono de la ciudad de Mumbai. Es absolutamente cierto. Es un ícono de la fácil, obscena injusticia que los indios de a pie sufren todos los días. Un día en el que los periódicos estaban repletos de emocionantes obituarios de la gente guapa, sobre las habitaciones de hotel en las que habían vivido, los restaurantes gourmet que adoraban (irónicamente uno se llamaba Kandahar), y el personal que los atendía, un pequeño recuadro (patrocinado, creo por una pizzería) en el rincón izquierdo superior de las páginas interiores de un diario nacional decía: «Hambriento ¿eh?» Y luego, estoy segura que con la mejor intención, informaba a sus lectores que, en el índice internacional del hambre, India aparece por debajo de Sudán y Somalia.

Pero, claro está, no se trata de esa guerra. La que todavía se libra en los bastis Dalit (asentamientos) de nuestras aldeas; en los bancos de los ríos Narmada y Koel Karo; en la hacienda gomera en Chengara; en las aldeas de Nandigram, Singur, Chattisgarh, Jharkhand, Orissa, Lalgarh en Bengala Occidental; y en los tugurios y villas miseria de nuestras gigantescas ciudades.

Esa guerra no aparece en la televisión. Todavía no.

De modo que tal vez, como todos los demás, deberíamos encarar la que sí aparece.

El terrorismo, y la necesidad de contexto

Hay una línea de falla feroz, implacable, que atraviesa el discurso contemporáneo sobre terrorismo. A un lado (llamémoslo Lado A) están los que ven al terrorismo, especialmente al terrorismo «islamista,» como una plaga odiosa, insana, que gira alrededor de su propio eje, de su propia órbita, y no tiene nada que ver con el mundo que lo rodea, nada que ver con la historia, la geografía o la economía. Por ello, el Lado A dice que el intento de colocarlo en un contexto político, o incluso de tratar de comprenderlo, equivale a justificarlo y es un crimen en sí.

El Lado B cree que, aunque nada pueda llegar a excusar o justificarlo, el terrorismo existe en un momento, un sitio y un contexto político particular, y que negarse a ver ese hecho sólo agrava el problema y pone en peligro a más y más gente. Lo que es un crimen en sí.

Los dichos de Hafiz Saeed quien fundó el Lashkar-e-Taiba (Ejército de los Puros) en 1990 y quien pertenece a la tradición salafi de línea dura del Islam, ciertamente refuerza el caso del Lado A. Hafiz Saeed aprueba los atentados suicidas, odia a los judíos, a los chiíes y a la democracia, y cree que la yihad debe ser librada hasta que el Islam, su Islam, dirija el mundo.

Entre las cosas que dijo están:

«No puede haber ninguna paz mientras India siga intacta. Acuchilladlos, acuchilladlos tanto hasta que se arrodillen ante vosotros y pidan clemencia.»

E: «India nos ha mostrado el camino. Quisiéramos dar a India una respuesta ojo por ojo y reciprocar de la misma manera matando a los hindúes, tal como está matando a los musulmanes en Cachemira.»

Pero ¿dónde acomodaría el Lado A los dichos de Babu Bajrangi de Ahmedabad, India, quien se ve como demócrata, no como terrorista? Fue uno de los principales factores en el genocidio de 2002 en Gujarat y ha dicho (ante las cámaras):

    No perdonamos un solo negocio musulmán, incendiamos todo… cortamos a hachazos, quemamos, incendiamos… creemos en quemarlos porque esos hijueputas no quieren ser cremados, le tienen miedo… Tengo sólo un último deseo… que me condenen a muerte… No me importa si me cuelgan… denme sólo dos días antes de colgarme e iré y gozaré a todas anchas en Juhapura donde hay siete u ocho lakhs (siete u ochocientos mil) de esa gente… los liquidaré… que mueran unos pocos más… debieran morir por lo menos 25.000 a 50.000.

¿Y dónde colocaríamos en la situación del Lado A la biblia de la Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS) [Asociación de Voluntarios Nacionales]: «We, or, Our Nationhood» definida por M S Golwalkar, quien llegó a ser jefe de k RSS en 1944? (RSS es el corazón ideológico, la compañía propietaria del Partido Bharatiya Janata, BJP [Partido del Pueblo de la India], fundamentalista hindú, y sus milicias. La RSS fue fundada en 1925. Al llegar los años treinta, su fundador, Dr K B Hedgewar, admirador de

Benito Mussolini, había comenzado a modelarlo abiertamente según las líneas del fascismo italiano.)

Dice:

    Desde ese día maligno, cuando los musulmanes llegaron por primera vez a Indostán, hasta ahora mismo, la nación hindú ha estado combatiendo valerosamente por enfrentar a esos expoliadores. El espíritu de la raza se ha estado despertando.

O:

    Para mantener la pureza de su raza y cultura, Alemania chocó al mundo al expurgar el país de las razas semitas – los judíos. En esto se ha manifestado al máximo el orgullo racial… una buena lección para que la aprendamos y nos beneficiemos en Indostán.

Por cierto, los musulmanes no son los únicos en las miras de la derecha hindú. Los dalits han sido sistemáticamente focalizados. Recientemente, en Kandhamal en Orissa, los cristianos fueron objeto de dos meses y medio de violencia que dejó a más de 40 muertos. Cuarenta mil personas han sido expulsadas de sus casas, la mitad de ellas viven ahora en campos de refugiados.

Todos estos años, Hafiz Saeed ha vivido como un hombre respetable en Lahore como jefe de Jamaatut Dawa, que muchos creen que es una organización de tapadera de Lashkar-e-Taiba. Sigue reclutando a muchachos para su propia yihad fanática con sus retorcidos y feroces sermones. El 11 de diciembre, Naciones Unidas impuso sanciones contra Jamaatut Dawa. El gobierno paquistaní sucumbió a la presión internacional y puso a Hafiz Saeed bajo arresto domiciliario.

Babu Bajrangi, sin embargo, salió en libertad bajo fianza y vive como un hombre respetable en Gujarat. Un par de años después del genocidio, abandonó el Vishwa Hindu Parishad (VHP) [Consejo Mundial Hindú], (una milicia de la RSS) para sumarse a Shiv Sena (otro partido nacionalista de derecha.) Narendra Modi, el antiguo mentor de Bajrangi, sigue siendo ministro jefe de Gujarat.

Por lo tanto el hombre que presidió el genocidio de Gujarat ha sido reelegido dos veces, y es profundamente respetado por las mayores casas corporativas de India: Reliance y Tata. Suhel Seth, empresario de la televisión y portavoz corporativo, dijo recientemente: «Modi es Dios.» Los policías que supervisaron y a veces incluso ayudaron a las turbas hindúes en sus desmanes en Gujarat, han sido recompensados y ascendidos.

RSS tiene 45.000 filiales y 7 de millones de voluntarios que predican su doctrina de odio por toda India. Incluyen a Narendra Modi, pero también al ex primer ministro Atal Bihari Vajpayee, al actual líder de la oposición, L K Advani, y a un sinnúmero de otros importantes políticos, burócratas, policías y agentes de inteligencia.

Y por si eso no bastara para complicar nuestro cuadro de la democracia secular, debiéramos hacer constar que hay numerosas organizaciones musulmanas en India que predican su propia intolerancia estrecha.

Por lo tanto, resumiendo, si tuviera que elegir entre Lado A y Lado B, escogería el Lado B. Necesitamos contexto. Siempre.

Un estrecho abrazo de odio, familiaridad aterradora y amor

En este subcontinente nuclear, ese contexto es la Partición. La Línea Radcliffe, que separó a India y Pakistán y desgarró Estados, distritos, aldeas, campos, comunidades, sistemas acuáticos, hogares y familias, fue trazada virtualmente de un día al otro. Fue el golpe final, de despedida, de Gran Bretaña en 1947.

La partición provocó la masacre de más de un millón de personas y la mayor migración de una población humana en la historia contemporánea. Ocho millones de personas, hindúes que huían del nuevo Pakistán, musulmanes que huían de un nuevo tipo de India, abandonaron sus hogares sin otra cosa que la ropa que llevaban puesta.

Cada uno acarrea, y transmite, una historia de inimaginable dolor, odio y horror, pero también de añoranza. Esa herida, esos músculos desgarrados, pero todavía no cercenados, esa sangre y esos huesos astillados todavía nos aprisionan en un estrecho abrazo de odio, familiaridad aterradora, pero también amor. Ha dejado a Cachemira atrapada en una pesadilla de la que parece no poder emerger, una pesadilla que ha costado más de 60.000 vidas.

Pakistán, el País de los Puros, se convirtió en una república islámica, y luego muy rápido en un Estado corrupto, militar violento, abiertamente intolerante de otras fes.

India, por otra parte, declaró ser una democracia inclusiva, secular. Fue una empresa magnificente, pero los predecesores de Babu Bajrangi habían estado trabajando duro desde los años veinte, inyectando veneno en el torrente sanguíneo de India, debilitando la idea de India, incluso antes de que naciera.

En1990, estuvieron listos para hacer una tentativa de llegar al poder. En 1992, turbas hindúes incitadas por

L K Advani invadieron Babri Masjid [la Mezquita de Babur] y la demolieron.

En 1998, el BJP había llegado al poder en el centro en Delhi. La «guerra contra el terror» de EE.UU. les dio fuerzas. Les permitió hacer exactamente lo que querían, incluso cometer genocidio y luego presentar su fascismo como una forma legítima de democracia caótica.

Esto sucedió cuando India había abierto su inmenso mercado a las finanzas internacionales y era de interés para las corporaciones internacionales y las firmas mediáticas que poseían que fuera presentada como un país que no podía hacer nada malo. Eso dio a los nacionalistas hindúes todo el ímpetu y la impunidad que necesitaban.

Éste es, por lo tanto, el contexto histórico más amplio del terrorismo en el subcontinente – y de los ataques de Mumbai. No debería sorprendernos que Hafiz Saeed del Lashkar-e-Taiba sea de Shimla (India) y que L K Advani de la RSS sea de Sindh (Pakistán).

De un modo muy parecido a lo que hizo después del ataque al parlamento en 2001, el incendio en 2002 del Expreso Sabarmati, y el atentado en 2007 del Expreso Samjhauta, el gobierno de India anunció que tenía evidencia «incontrovertible» de que el Lashkar-e-Taiba, apoyado por la Inteligencia Inter-Servicios (ISI) de Pakistán, estaba detrás de los ataques de Mumbai.

El Lashkar ha negado su participación, pero sigue siendo el principal acusado. Según la policía y las agencias de inteligencia, el Lashkar opera en India mediante una organización llamada los «Muyahidín Indios». Dos nacionales indios, Sheikh Mukhtar Ahmed, un agente especial de la policía que trabaja para la Policía de Jammu y Cachemira, y Tausif Rehman, residente de Kolkata en Bengala Occidental, han sido arrestados en conexión con los ataques de Mumbai.

De modo que la clara acusación contra Pakistán se confunde un poco.

Casi siempre, cuando estas historias se desdoblan, revelan una complicada red global de soldados de a pie, entrenadores, reclutadores, intermediarios y agentes clandestinos de inteligencia y contrainteligencia que trabajan no sólo a los dos lados de la frontera entre India y Pakistán, sino simultáneamente en varios países.

En el mundo de hoy, el intento de precisar el origen de un ataque terrorista y de aislarlo dentro de las fronteras de una sola nación-estado es muy parecido a tratar de precisar el origen del dinero corporativo. Es casi imposible.

En circunstancias semejantes, los ataques aéreos para «eliminar» campos terroristas podrán eliminar los campos, pero ciertamente no «eliminan» a los terroristas. Y tampoco lo logra la guerra.

También, en nuestra busca de la autoridad moral, no tratemos de olvidar que los Tigres por la Liberación de Tamil Eelam, los LTTE de la vecina Sri Lanka, uno de los grupos terroristas más letales, fueron entrenados por el ejército indio.

Soltando Frankensteins

Gracias en gran parte al papel que fue obligado a jugar como aliado de EE.UU., primero en su guerra en apoyo a los islamistas afganos y luego en su guerra contra ellos, Pakistán, cuyo territorio se tambalea bajo estas contradicciones, se precipita hacia la guerra civil.

Como agentes reclutadores para la yihad de EE.UU. contra la Unión Soviética, fue tarea del ejército paquistaní y del ISI nutrir y canalizar fondos a las organizaciones fundamentalistas islámicas. Después de haber conectado a esos Frankensteins y de soltarlos al mundo, EE.UU. esperaba poder frenarlos cuando quisiera como a perros mastines. Ciertamente no esperaba que fueran de visita al corazón del país el 11 de septiembre. Así que, de nuevo, había que rehacer violentamente a Afganistán.

Ahora los despojos de un Afganistán asolado de nuevo han sido arrastrados por la corriente hasta las fronteras de Pakistán.

Nadie, menos de todo el gobierno paquistaní, niega que regenta un país que amenaza con hacer implosión. Los campos de entrenamiento de terroristas, los mullahs extremistas, y los maníacos que creen que el Islam gobernará, o debería gobernar, el mundo, son en su mayor parte residuos de dos guerras afganas. Su ira recae sobre el gobierno paquistaní y los civiles paquistaníes tanto, si no más, que sobre India.

Si, en este momento, India decide ir a la guerra, tal vez la caída de toda la región en el caos será total. Los residuos de un Pakistán en bancarrota, destruido, llegarán a las costas de India, poniéndonos en peligro como nunca antes.

Si Pakistán colapsa, podemos esperar que tendremos como vecinos a millones de «protagonistas no-estatales» con un arsenal de armas nucleares a su disposición.

Cuesta comprender por qué los que comandan el barco en India se muestran tan ansiosos de copiar los errores de Pakistán y condenar a este país al invitar a EE.UU. a inmiscuirse aún más torpe y peligrosamente en nuestros asuntos extremadamente complicados. Una superpotencia nunca tiene aliados. Sólo tiene agentes.

En el lado positivo, la ventaja de ir a la guerra es que es el mejor camino para que India evite enfrentar los serios problemas que se acumulan en el frente interno.

Los ataques de Mumbai fueron transmitidos en vivo (¡y exclusivamente!) por todos o casi todos nuestros 67 canales de noticias de 24 horas y Dios sólo sabe cuántos internacionales. Los presentadores de la televisión en sus estudios y los periodistas en «campo cero» mantuvieron un torrente interminable de comentarios excitados.

Durante tres días y tres noches contemplamos incrédulos como un pequeño grupo de hombres muy jóvenes, armados de fusiles y artefactos, dejaron al descubierto la impotencia de la policía, de la Guardia Nacional de Seguridad de elite, y de los comandos de la marina en esta nación supuestamente poderosa, con armamento nuclear.

Mientras lo hacían, masacraron indiscriminadamente a gente desarmada, en estaciones ferroviarias, hospitales, y hoteles de lujo, sin interesarse por su clase, casta, religión o nacionalidad.

(Parte de la impotencia de las fuerzas de seguridad tuvo que ver con que tenían que preocuparse por los rehenes. En otras situaciones, en Cachemira, por ejemplo, sus tácticas no fueron tan delicadas. Edificios enteros fueron volados. Se utilizaron escudos humanos. Los ejércitos de EE.UU. e Israel no dudan en enviar misiles crucero contra edificios y de lanzar bombas «segadoras de margaritas» contra fiestas matrimoniales en Palestina, Iraq y Afganistán.)

Pero esto era diferente. Lo mostró en directo la televisión.

La disposición imperturbable de matar – y ser muertos – de los muchachos terroristas, fascinó a su público internacional. Presentaron algo diferente de la dieta usual de atentados suicidas y ataques con misiles a la que la gente se ha habituado en las noticias.

Era algo nuevo. Duro de Matar 25. La horripilante representación continuó sin parar. Los índices de audiencia de la televisión subieron por los cielos. Preguntad a cualquier magnate de la televisión o anunciador corporativo que mide el tiempo de emisión en segundos, no minutos, lo que vale eso.

Finalmente los asesinos murieron y murieron duramente, todos menos uno. (Tal vez algunos escaparon en el caos. Tal vez nunca lo sepamos.)

Durante todo el enfrentamiento los terroristas no hicieron demandas ni expresaron deseos de negociar. Su propósito era matar gente, e infligir todo el daño que les fuera posible, antes de ser matados ellos mismos. Nos dejaron totalmente desconcertados.

Daño colateral

Cuando decimos: «Nada puede justificar el terrorismo,» lo que queremos decir la mayoría significa que nada puede justificar la toma de vidas humanas. Lo decimos porque respetamos la vida, porque pensamos que es preciosa.

¿Qué pensamos por lo tanto de los que no se interesan para nada por la vida, ni siquiera por la propia? La verdad es que no tenemos la menor idea de qué pensar, porque podemos sentir que incluso antes de morir, han viajado a otro mundo en el que no podemos alcanzarlos.

Un canal de televisión (India TV) transmitió una conversación telefónica con uno de los atacantes, que se llamó «Imran Babar». No puedo garantizar la veracidad de la conversación, pero las cosas de las que habló fueron cosas contenidas en los «correos electrónicos de terror» que fueron enviados antes de varios otros ataques con bombas en India. Cosas de las que ya no queremos hablar: la demolición de la Babri Masjid en 1992, la matanza genocida de musulmanes en Gujarat en 2002, la brutal represión en Cachemira.

«Estáis rodeados,» le dijo el presentador. «Es seguro que moriréis. ¿Por qué no os rendís?»

«Morimos todos los días,» respondió de una manera extraña, mecánica. «Más vale vivir un día como león y luego morir de esta manera.» No parecía querer cambiar el mundo. Sólo parecía querer llevárselo consigo.

Si verdaderamente los hombres eran miembros del Lashkar-e-Taiba, ¿por qué no les importaba que una gran parte de sus víctimas fueran musulmanes, o que su acción probablemente resultaría en un duro contragolpe contra la comunidad musulmana en India, por cuyos derechos pretendían combatir?

El terrorismo es una ideología despiadada, y como la mayoría de las ideologías que tienen el ojo puesto en la visión general, los individuos no cuentan en sus cálculos, excepto como daño colateral.

Siempre ha formado parte de la estrategia terrorista exacerbar una situación mala a fin de sacar a la luz las líneas de falla ocultas, e incluso es a menudo su objetivo. La sangre de los «mártires» irriga el terrorismo. Los terroristas hindúes necesitan hindúes muertos, los terroristas comunistas necesitan proletarios muertos, los terroristas islamistas necesitan musulmanes muertos. Los muertos se convierten en la demostración, la prueba de la calidad de víctima, que es central para el proyecto.

Un solo acto de terrorismo no se propone de por sí el logro de una victoria militar; en el mejor de los casos quiere ser un catalizador que provoca otra cosa, algo mucho más grande, un cambio tectónico, un realineamiento. El acto en sí es teatro, espectáculo y simbolismo, y hoy en día el escenario en el que piruetea y realiza sus actos de bestialidad es la televisión en vivo. Incluso mientras los ataques de Mumbai eran condenados por los presentadores de la televisión, la efectividad de los ataques terroristas era aumentada mil veces por las transmisiones en la televisión.

A través de las interminables horas de análisis y los interminables ensayos de opinión editorial, en India por lo menos, ha habido muy poca mención de los elefantes en la sala: Cachemira, Gujarat y la demolición de la

Babri Masjid.

En su lugar hubo diplomáticos en retiro y expertos en estrategia que discutían el pro y el contra de una guerra contra Pakistán. Hubo ricos que amenazaban con no pagar impuestos a menos que se garantizara su seguridad. (¿Está bien que los pobres sigan sin protección?) Hubo gente que sugirió que el gobierno renunciara y que cada Estado en India fuera entregado a una corporación distinta.

Hubo la muerte del ex primer ministro V P Singh, el héroe de los dalits y de las castas bajas, y el villano de los hindúes de casta superior, que pasó sin ser mencionada.

Hubo Suketu Mehta, autor de «Maximum City» y co-escritor de la cinta de Bollywood «Mission Kashmir», que nos dio su versión del famoso discurso de George W Bush «Por qué nos odian». Su análisis de los motivos por los que fanáticos religiosos, tanto hindúes como musulmanes, odian Mumbai: «Tal vez porque Mumbai representa el lucro, sueños profanos y una apertura indiscriminada.»

Su receta: «La mejor respuesta a los terroristas es soñar más, ganar aún más dinero, y visitar Mumbai más que nunca.»

¿No pidió Bush a los estadounidenses que salieran de compras después del 11-S? Ah, sí. El 11-S… parece que no nos podemos librar de ese día.

Historia tenebrosa de sospechosos ataques terroristas

Aunque un capítulo de horror en Mumbai ha terminado, otro podría acabar de comenzar. Día tras día, una sección poderosa, vociferante, de la elite india, acicateada por presentadores merodeadores de la televisión que hacen que Fox News parezca casi radical e izquierdista, se ha dedicado a atacar descuidadamente a los políticos, a todos los políticos, glorificando a la policía y al ejército, y pidiendo virtualmente un Estado policial.

No es sorprendente que los que se han engordado con la cosecha de la democracia (tal como es) pidan ahora un Estado policial. La era de la «cosecha» se acabó hace tiempo. Ahora estamos en la era de agarrar por la fuerza, y la democracia tiene una costumbre terrible de servir de obstáculo.

Simplismos peligrosos y estúpidos como ser que la policía es buena, los políticos son malos, los jefes ejecutivos son buenos, los ministros jefes son malos, el ejército es bueno, el gobierno es malo, India es buena, Pakistán es malo, son repetidos por canales de televisión que ya han llevado a sus espectadores a un estado de histeria casi incontrolable.

Trágicamente, esta regresión a la infancia intelectual sucede cuando la gente en India estaba comenzando a ver que, en el negocio del terrorismo, víctimas y perpetradores a veces intercambian sus papeles.

Es una noción que el pueblo de Cachemira, en vista de sus terribles experiencias de los últimos 20 años, ha refinado hasta un arte exquisito. En el resto del país seguimos aprendiendo. (Si Cachemira no se quiere integrar voluntariamente a India, comienza a parecer como si India se integrará/desintegrará hacia Cachemira.)

Las primeras preguntas serias comenzaron a ser formuladas después del ataque al parlamento en 2001. Una campaña de un grupo de abogados y activistas denunció que gente inocente había sido implicada por la policía y la prensa, cómo se fabricó evidencia, cómo testigos mintieron, cómo el debido proceso había sido violado de modo criminal en cada etapa de la investigación.

Finalmente, los tribunales absolvieron a dos de los cuatro acusados, incluyendo a S A R Geelani, el hombre del que la policía afirmó que era el cerebro de la operación. Un tercero, Showkat Guru, fue absuelto de todas las acusaciones en su contra, pero luego fue condenado por una nueva ofensa, comparativamente menor.

La Corte Suprema confirmó la sentencia a muerte de otro de los acusados, Mohammad Afzal. En su dictamen, el tribunal reconoció que no había pruebas de que Mohammed Afzal perteneciera a algún grupo terrorista, pero siguió diciendo, de un modo bastante chocante: «La conciencia colectiva de la sociedad sólo quedará satisfecha si la pena capital es adjudicada al malhechor.»

Hasta hoy no sabemos realmente quiénes eran los terroristas que atacaron el parlamento indio y para quienes trabajaban.

Más recientemente, el 19 de septiembre de este año, tuvimos el controvertido «encuentro» en Batla House en Jamia Nagar, Delhi, donde la Célula Especial de la policía de Delhi mató a tiros a dos estudiantes musulmanes en su departamento alquilado, bajo circunstancias seriamente cuestionables, afirmando que eran responsables de atentados seriales en Delhi, Jaipur, y Ahmedabad en 2008. Un comisionado asistente de policía, Mohan Chand Sharma, quien tuvo un papel clave en la investigación del ataque al parlamento, también perdió la vida. Era uno de los numerosos «especialistas en encuentros,» conocidos y recompensados por haber ejecutado sumariamente a varios «terroristas».

Hubo una protesta contra la Célula Especial de un amplio espectro de personas, que iban desde testigos presenciales en la comunidad local a altos dirigentes del partido del Congreso, estudiantes, periodistas, abogados, académicos y activistas, todos los cuales exigieron una investigación judicial del incidente.

En respuesta, el BJP y L K Advani elogiaron a Mohan Chand Sharma como «Corazón Valiente» y lanzaron una campaña concertada en la que atacaron a los que se habían atrevido a cuestionar la integridad de la policía, diciendo que hacerlo era «suicida» y calificándolos de «antinacionales.» Evidentemente, no ha habido ninguna investigación.

Sólo días después del evento de Batla House, otra historia sobre «terroristas» apareció en las noticias. En un informe sometido a una corte de sesiones, el Buró Central de Investigación (CBI) dijo que un equipo de la Célula Especial de Delhi (el mismo equipo que dirigió el encuentro de Batla House, incluido Mohan Chand Sharma) había secuestrado a dos hombres inocentes, Irshad Ali y Moarif Qamar, en diciembre de 2005, colocado dos kilos de RDX (explosivos) y dos pistolas sobre ellos, y luego los había arrestado como «terroristas» que pertenecían a Al Badr (que opera desde Cachemira).

Ali y Qamar, que han pasado años en la cárcel, son sólo dos ejemplos entre cientos de musulmanes que han sido encarcelados, torturados, e incluso asesinados sobre la base de acusaciones falsas.

Este modelo cambió en octubre de 2008 cuando el Escuadrón Anti-Terrorismo (ATS) de Maharashtra, que investigaba las explosiones de septiembre de 2008 de Malegaon, arrestó al predicador hindú

Sadhvi Pragya, a un autoproclamado hombre santo, Swami Dayanand Pande, y al teniente coronel Purohit, oficial en servicio del ejército indio. Todos los arrestados pertenecen a organizaciones nacionalistas hindúes, incluyendo a un grupo supremacista hindú llamado Abhinav Bharat.

Shiv Sena, el BJP, y la RSS condenaron al ATS de Maharashtra y vilificaron a su jefe, Hemant Karkare, afirmando que formaba parte de una conspiración política y declarando que «hindúes no pueden ser terroristas.» L K Advani cambió de opinión sobre su política respecto a la policía e hizo discursos incendiarios ante inmensas reuniones en las que denunció al ATS por atreverse a poner en entredicho a hombres y mujeres santos.

El 25 de noviembre, los diarios informaron que el ATS estaba investigando el posible papel del influyente jefe de VHP, Pravin Togadia en las explosiones en Malegaon (una ciudad de mayoría musulmana). El día siguiente, en un extraordinario vuelco del destino, Hemant Karkare fue muerto en los ataques de Mumbai. Es probable que el nuevo jefe, sea quien sea, tenga dificultades para resistir la presión política a la que probablemente será sometido respecto a la investigación sobre Malegaon.

Aunque Sangh Parivar parece no haber llegado a una decisión final sobre si es o no antinacional y suicida cuestionar a la policía, Arnab Goswami, presentador en la televisión Times Now, ha cogido al toro por los cuernos. Se ha dedicado a nombrar, satanizar y a acosar verbalmente a personas que se han atrevido a cuestionar la integridad de la policía y de las fuerzas armadas.

Mi nombre y el del conocido abogado Prashant Bhushan han aparecido varias veces. En un caso, mientras entrevistaba a un ex agente policial, Arnab Goswami se volvió hacia la cámara: «Arundhati Roy y Prashant Bhushan,» dijo. «Espero que estéis mirando esto. Pienso que sois detestables.»

Para que un presentador de televisión haga algo semejante en una atmósfera tan cargada y frenética como la que prevalece actualmente equivale a incitación, así como a una amenaza, y probablemente hubiera costado su puesto a un o una periodista, si las circunstancias fueran diferentes.

De modo que, según un hombre que aspira a ser el próximo primer ministro de India, y otro que es la imagen pública de un canal dominante de televisión, los ciudadanos no tienen derecho a presentar dudas sobre la policía.

Éste es un país con una historia tenebrosa de sospechosos ataques terroristas, investigaciones turbias, y «encuentros» falsos. Es un país que alardea de la mayor cantidad de muertes bajo custodia del mundo pero que se niega a ratificar el convenio internacional sobre la tortura. Un país en el que los que llegan a las salas de tortura son los afortunados, porque por lo menos han escapado a ser «encontrados» por nuestros Especialistas de ‘Encuentro’. Un país en el cual la línea entre el hampa y los Especialistas de ‘Encuentro’ virtualmente no existe.

El monstruo en el espejo

¿Cómo deben ver los ataques de Mumbai aquellos de entre nosotros cuyos corazones han sentido repulsión al conocer todo esto, y qué podemos hacer al respecto?

Hay aquellos que señalan que la estrategia de EE.UU. ha tenido éxito porque EE.UU. no ha sufrido un ataque importante en propio terreno desde el 11-S. Sin embargo, hay quienes dirían que lo que afecta actualmente a EE.UU. es mucho peor.

Si la idea detrás de los ataques terroristas del 11-S fue incitar a EE.UU. a mostrar cómo es realmente, ¿qué mayor éxito podrían haber reivindicado los terroristas? Los militares de EE.UU. están empantanados en dos guerras que no pueden ganar, que han convertido a EE.UU. en el país más odiado del mundo. Esas guerras han contribuido enormemente a la desintegración de la economía estadounidense y quién sabe, tal vez en última instancia del imperio estadounidense.

(¿Podría ser que el maltratado, bombardeado, Afganistán, la tumba de la Unión Soviética, sea también el que arruine a EE.UU.?)

Cientos de miles de personas, incluidos miles de soldados estadounidenses, han perdido sus vidas en Iraq y Afganistán. La frecuencia de los ataques terroristas contra aliados/agentes de EE.UU. (incluida India) y contra intereses estadounidenses en el resto del mundo ha aumentado dramáticamente desde el 11-S

George W Bush, el hombre que dirigió la reacción de EE.UU. al 11-S, es un personaje despreciado no sólo internacionalmente, sino también por muchos entre su propia gente.

¿Quién puede posiblemente afirmar que EE.UU. esté ganando la «guerra contra el terror»?

La seguridad interior ha costado miles de millones de dólares al gobierno de EE.UU. Pocos países, ciertamente no India, pueden permitirse ese tipo de factura. Pero incluso si pudiésemos, el hecho es que esta vasta patria nuestra no puede ser asegurada y vigilada tal como lo ha hecho EE.UU. No es ese tipo de país.

Tenemos como vecino a un Estado hostil con armas nucleares que pierde lentamente control, tenemos una ocupación militar en Cachemira y una minoría vergonzosamente perseguida, empobrecida, de más de 150 millones de musulmanes a los que se apunta como comunidad y que son empujados contra el muro, cuyos jóvenes no ven justicia en el horizonte, y quienes, si perdieran totalmente la esperanza y se radicalizaran, terminarían como una amenaza no sólo para India, sino para todo el mundo.

Si 10 hombres pudieron resistir a comandos militares y a la policía durante tres días, y si se necesita medio millón de soldados para controlar el Valle de Cachemira, sacad la cuenta. ¿Qué clase de seguridad interior puede asegurar India?

Y en realidad no se logrará simplemente así como así.

Las leyes antiterroristas no son hechas contra los terroristas; son hechas para la gente que no que no es del gusto de los gobiernos. Por eso llevan a una tasa de condena de menos de un 2%. Son sólo un medio para sacar de la circulación por mucho tiempo sin fianza a gente inconveniente y terminar por permitir que se vaya.

Es muy poco probable que terroristas como los que atacaron Mumbai sean disuadidos por la perspectiva de que se les niegue la fianza o que sean condenados a muerte. Es lo que quieren.

Lo que vivimos ahora es un contragolpe, el resultado cumulativo de décadas de soluciones rápidas y hechos sucios. La alfombra se aplasta bajo nuestros pies.

La única manera de contener – sería ingenuo decir terminar – el terrorismo es mirar al monstruo en el espejo. Estamos parados en una encrucijada. Un letrero dice «Justicia,» el otro «Guerra Civil.» No existe un tercer letrero y no hay modo de retroceder. Elegid.

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Arundhati Roy nació en 1959 en Shillong, India. Estudió arquitectura en Nueva Delhi, donde vive actualmente, y ha actuado como diseñadora, actriz y guionista de cine en India. Una edición de décimo aniversario de su novela «El Dios de las cosas pequeñas» (Random House), por la que recibió el Premio de Booker de 1997, será oficialmente publicada dentro de algunos días. Es también autora de numerosos títulos de no ficción, incluyendo «An Ordinary Person’s Guide to Empire.» Este artículo fue publicado por Outlook India, que lo comparte con TomDispatch.com.

(Copyright 2008 Arundhati Roy.)

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