El presidente W. Bush amenazó con una intervención militar en Pakistán. Sorprendente: el general dictador Pervez Musharraf -siempre entretenido en violar los derechos humanos de los paquistaníes- ha sido y es el mejor aliado que la Casa Blanca tiene en la región. Pero la amenaza no nace de la voluntad de imponer la «democracia y […]
El presidente W. Bush amenazó con una intervención militar en Pakistán. Sorprendente: el general dictador Pervez Musharraf -siempre entretenido en violar los derechos humanos de los paquistaníes- ha sido y es el mejor aliado que la Casa Blanca tiene en la región. Pero la amenaza no nace de la voluntad de imponer la «democracia y la libertad» también allí: una cosa son las dictaduras y otra los regímenes autoritarios, como se decía en Washington durante las dictaduras militares del Cono Sur. Eran regímenes autoritarios, por supuesto, y nada más. Ocurrió que el Consejo Nacional de Inteligencia (CNI), integrado por los 16 organismos de espionaje de EE.UU., dio a conocer el martes 17 unos extractos de la Evaluación Nacional de Inteligencia sobre la «guerra antiterrorista» que destaca una consecuencia imprevista de las invasiones a Irak y Afganistán: las zonas tribales del noroeste de Pakistán se han convertido en santuario de los talibanes y de Al Qaida, «que ha reorganizado elementos clave de su capacidad de ataque» contra EE.UU. (www.dni.gov/press, julio de 2007). Si esto es así, el argumento busheano de que Irak es la fuente principal del terrorismo universal es falso. No sería novedad.
Waziristán, área montañosa paquistaní que linda con Afganistán, está habitada por alrededor de 800.000 pashtunes que viven en aldeas gobernadas por líderes de los diferentes clanes de la tribu y no pocos simpatizan con los talibanes afganos, que en su mayoría pertenecen a la misma sociedad tribal. La matanza de la Mezquita Roja de Islamabad a mediados de julio, que Musharraf ordenara, llevó a los pashtunes a romper con éste el acuerdo de octubre de 2006: ellos se comprometían a no atacar a los militares paquistaníes y a impedir los cruces de frontera entre Afganistán y Pakistán, y él a retirar las tropas que había enviado a la zona por presiones de la Casa Blanca. También Michael McConnell, director del CNI, anunció que EE.UU. no descarta una incursión militar en Waziristán (CNN, 22-7-07) y esto provocó una airada respuesta de las autoridades paquistaníes: calificaron la idea de «mal concebida, irresponsable y peligrosa» (Herald Sun, 24-7-07). Finalmente, Musharraf había apoyado a W. Bush desde el 11/9 mismo y sus efectivos han logrado detener y ejecutar a más terroristas de al Qaida que todos los servicios de espionaje occidentales juntos.
La ayuda estadounidense a Pakistán alcanzó la suma de 10.000 millones de dólares desde los atentados de las Torres Gemelas, colocándolo en segundo lugar, después de Israel. En este rubro. W. Bush presiona para que el Congreso apruebe 300 millones de dólares adicionales a fin de convertir a los cuerpos paquistaníes de frontera, una herencia colonial, en una fuerza contrainsurgente moderna. Pero la mayoría de sus 80.000 hombres son pashtunes y ayudan a talibanes y alqaidistas a pasar de un país a otro (Boston Globe, 22-7-07). Los dirigentes demócratas y republicanos culpan a Musharraf de no tomar las medidas necesarias para impedirlo y omiten el hecho de que la ocupación de Irak y Afganistán originó ese hecho. Es más fácil criticar las políticas ajenas que las propias. Una típica maniobra de desplazamiento de responsabilidades.
Invadir Pakistán, o aunque sólo fuera bombardear Waziristán, tendría repercusiones previsibles. «Provocaría más desórdenes en todo Pakistán y el mundo árabe aumentaría la insurgencia contra las tropas de EE.UU.», señaló Seth Jones, especialista del Rand Institute, un think-tank objetivista donde hacen nido los «halcones-gallina» (IPS, 20-7-07). El contexto es claro: la ocupación de Irak ha debilitado a todos los regímenes árabes de Medio Oriente que apoyan a EE.UU. -Jordania, Líbano, Arabia Saudita- y aun en Egipto y Turquía crece el resentimiento de la opinión pública contra la superpotencia. Hay, entonces, señales de que la Casa Blanca no bombardeará a los pashtunes ni recortará su apoyo a una dictadura militar que, golpe de Estado mediante, se instaló en el poder en 1999. Se dice en Washington que Musharraf se propone democratizar Pakistán y que prometió elecciones libres y transparentes para fines de este año, pero pocos creen que el general se abstendrá de meter mano en las urnas (Financial Times, 23-7-07). Si se llevaran a cabo, serían pour la galerie de un teatro más bien vacío.
El jueves de la semana pasada Tony Snow, vocero de la Casa Blanca, entró en sintonía con la estimación del CNI y dijo: «No hay dudas de que es necesario tomar medidas más agresivas» en Pakistán (Reuters, 19-7-07). El lunes de esta semana bajó el tono: «Creo que flotaba la idea, o al menos una intención o de algún modo una tendencia, de que íbamos a invadir Pakistán» (New York Times, 24-7-07). Y vea el lector lo que luego recordó: «Siempre mantenemos la opción de atacar blancos criminales, pero también somos conscientes de que Pakistán tiene un gobierno soberano». Para la Casa Blanca, el respeto a la soberanía ajena es un concepto de aplicación variable.