El triunfo de Fernando Lugo en el 2008 hizo parte del ascenso de masas, que experimenta Latinoamérica desde fines del siglo pasado, poniendo en entredicho el modelo neoliberal, que empezó su agonía con la emergencia de una novel izquierda encabezada por Hugo Chávez, seguido por Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia. Al […]
El triunfo de Fernando Lugo en el 2008 hizo parte del ascenso de masas, que experimenta Latinoamérica desde fines del siglo pasado, poniendo en entredicho el modelo neoliberal, que empezó su agonía con la emergencia de una novel izquierda encabezada por Hugo Chávez, seguido por Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia. Al igual que la revolución cubana, que abrió el periodo histórico del tránsito al socialismo, Chávez inauguró un nuevo ciclo en la historia continental: el ascenso de masas en la búsqueda de una alternancia al orden neoliberal.
El golpe de Estado que despojó a Lugo del poder en junio del año pasado representó una derrota del campo popular, pero no significó la paralización del ascenso de masas, y menos aún la solución de la crisis neoliberal.
En dos décadas de experimento este proyecto enriqueció a una elite oligárquica subordinada a las multinacionales, y condenó en la miseria a millones de latinoamericanos. El neoliberalismo, la expresión más primitiva del capitalismo global, sólo enriquece a unos pocos y genera pobreza para la mayoría. En los tiempos actuales de capitalismo senil, estructuralmente el régimen neoliberal ya no puede constituirse en proyecto ni siquiera coyuntural, tal como hoy se pretende en Paraguay con la «alianza pública privada», un engendro copiado de regímenes en vías de extinción.
El presidente paraguayo, Horacio Cartes, tiene como principales asesores a dos personajes con antecedentes no muy alentadores; el chileno Francisco Javier Cuadra, ex colaborador de Pinochet, y el ecuatoriano Roberto Izurieta, que cumplía iguales funciones durante el gobierno de Jamil Mahuat, quien abandonó el poder acusado de corrupción. Izurieta y Cuadra son una especie de superministros en la sombra. Las decisiones más importantes las toman ellos y no los ministros del gabinete oficial, que sólo cumplen órdenes.
Cartes acaba de promulgar la «alianza pública privada», ley que viola la constitución nacional y otorga plenos poderes al presidente, que a partir de ahora gobernará por decreto. La «alianza» no es otra cosa que la entrega de todos los bienes estatales (energía, hidrocarburos, vías de comunicación, industrias, servicios) a las multinacionales, y la imposición de un esclerosado neoliberalismo en un país con los niveles de pobreza más altos de Sudamérica. Un proyecto económico hambreador en un país de hambrientos, una combinación explosiva.
Apenas asumió Cartes, ya soportó un mes de activa huelga de educadores, movilizaciones indígenas y ocupaciones de tierra por campesinos. Por un lado se formó la «alianza pública privada», y por otro la alianza obrera, indígena y campesina, una coalición del movimiento popular que condena la «alianza» y declaró la guerra a las privatizaciones.
El golpe contra Lugo significó una derrota del movimiento popular, pero el neoliberalismo está desatando el conjuro. Las fuerzas del movimiento popular empiezan a reavivarse, anunciando vientos huracanados a las puertas del «nuevo rumbo» neoliberal.
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