En nuestros tiempos tan violentos y confusos, la necesidad de desarrollar, defender y confirmar nuestra dignidad es cada vez más recurrente. La dignidad se enraiza en el hecho de que somos los frutos de la Vida y del Amor, es decir, de unas realidades mayores que nosotros y que encarnamos: Somos un cuerpo espiritual, siendo la espiritualidad una característica fundamental de la vida. También podemos decir que somos un espíritu, o sea, un ser viviente, encarnado, es decir, un amor ‘hecho carne y hueso’.
La dignidad consiste en rescatar y desarrollar hasta su máxima dimensión lo más íntimo de nosotros, que es la vida y el amor en todos sus aspectos. Por eso es bueno preguntarnos: ¿A qué dedico mi existencia, mis esfuerzos, mis talentos, mis capacidades? ¿Qué es lo más importante? ¿Para qué vivir, trabajar, cansarse y morir? ¿Cómo apostar a lo mejor de mí mismo? Tenemos que entender que este proyecto es no sólo individual, sino también colectivo e incluyente de la naturaleza y del cosmos. De la misma manera que no puedo ser feliz sin trabajar para la felicidad de los demás, tan poco puedo crecer en dignidad sin que esa lucha abarque también la naturaleza y el cosmos.
Comencemos por cada uno de nosotros, recordando que somos una sola unidad con los demás, la naturaleza y el cosmos. La dignidad implica el desarrollo integral de cada uno de nosotros incluyendo la espiritualidad. Crecemos en dignidad cuando desarrollamos todas nuestras capacidades corporales, mentales, afectivas y espirituales. Debemos tratar bien nuestro cuerpo mediante una comida sana, el trabajo el descanso, el vestir (que exprese nuestra interioridad), el deporte incluyendo el baile, … y la alegría de estar vivo. Debemos desarrollar nuestras capacidades mentales, es decir, nuestra inteligencia, nuestra voluntad y nuestro ‘corazón’. No podemos dejar de conocer, aprender, reflexionar…: ¡Hay tantas cosas bellas que nos esperan! En cuanto a la voluntad, debemos aprender a ser coherente, o sea, ordenar nuestra manera de vivir según lo que pensamos y programamos. Debemos ser cumplidos en lo que decimos y no dejar a medias las tareas emprendidas. Por lo que es del ‘corazón’, nuestras capacidades afectivas irán creciendo con el paso de los años: primero en la familia, luego con las amistades, después con la vida amorosa amándonos como pareja “en cuerpo y alma’, también mediante la fraternidad sin frontera. Estamos hecho para amar; Jesús de Nazaret añadió “para amarnos los unos a los otros, como yo lo he amado”. ¡Menudo programa!
Llegamos al desafío de la construcción de nuestra dignidad en nuestras relaciones con los demás. Nadie es una isla: Juntos nos construimos en dignidad mediante la unión y comunión con los demás. El papa Francisco nos regaló de manera magistral los cuatro pasos hacia una ‘hermandad universal’ mediante ‘la fraternidad sin frontera, la amistad social, el amor político y una espiritual liberadora’. ¡Nada menos! Solamente en comunidad, o sea, unidos, reunidos, organizados y activos lo vamos a poder lograr.
Esos cuatro pasos son los medios para construirnos en una convivencia armoniosa. Esta convivencia armoniosa se asiente en cuatro pilares: la búsqueda del bien, de la justicia, de la belleza y de la espiritualidad colectiva. Nuestra dignidad crece al mismo tiempo que crece el bien, a los niveles individual y colectivo. Reza el dicho conocido: “¡Hagamos el bien sin mirar a quien!” porque somos” hechos de la misma carne y sangre”. Nuestra dignidad crece al mismo tiempo que crece la justicia, a los niveles individual y colectivo. La justicia es el trato respetuoso que todos nos merecemos y que los derechos humanos explicitan. Nuestra dignidad crece al mismo tiempo que crece la belleza, a los niveles individual y colectivo. La belleza es nuestra dimensión artística: Todos tenemos semillas de poeta, pintor, bailarín, músico, artista… ¿Hemos pensado en desarrollar estas capacidades?
¡Llegamos al broche de oro! Nuestra dignidad crece al mismo tiempo que crece nuestra espiritualidad. La espiritualidad es dinámica interior, a la vez individual y colectiva, que anima todo nuestro ser y quehacer, todo lo que venimos de leer. Es la fuerzo de la Vida y del Amor que nos habitan, como habitan la naturaleza y el cosmos. Los humanos estamos llamados a sentir esta dimensión espiritual, comunicarla, expresarla y celebrarla. Es la experiencia de un viaje interior hacia nuestras raíces más íntimas: ¿quién soy yo? Soy esta vida, este amor, esta belleza, esta fraternidad, esta armonía con la naturaleza, esta comunión con el Misterio del universo. Las religiones buscan expresar y celebrar este Misterio… religiones que tenemos que reinventar y recrear constantemente, sobre todo en nuestra época. La espiritualidad es nuestra tarea fundamental. Somos polvo de estrellas y galaxias, envueltos en el dinamismo de una creación continua y progresiva. Somos una chispa de vida y un centelleo de amor, individual, colectiva y universalmente.
¡La dignidad no es poca cosa! … Detengámonos en esta grandeza nuestra y en nuestra correspondiente responsabilidad para desarrollar nuestra dignidad y vivir en plenitud, ayudándonos los unos con los otros. ¡Feliz caminata!… en estos tiempos tan violentos y confusos. “¡El momento más oscuro de la noche es también el más cerca de la aurora!”
Pedro Pierre: sacerdote diocesano francés, acompaña las Comunidades Eclesiales de Base urbanas y campesinas de Ecuador desde 1976.
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