El acuerdo de Washington y Moscú para la localización y destrucción del arsenal de armas químicas sirias es un triunfo diplomático indudable para el Gobierno ruso y un gran alivio, al menos temporal, para el régimen de Asad. Ni en los Balcanes ni en Irak, Rusia pudo interferir en los planes de EEUU y Europa. […]
El acuerdo de Washington y Moscú para la localización y destrucción del arsenal de armas químicas sirias es un triunfo diplomático indudable para el Gobierno ruso y un gran alivio, al menos temporal, para el régimen de Asad. Ni en los Balcanes ni en Irak, Rusia pudo interferir en los planes de EEUU y Europa. Todo lo que consiguió fue hacer valer su derecho de veto e impedir que las intervenciones militares tuvieran la sanción del Consejo de Seguridad de la ONU. En la práctica, eso no fue un problema irresoluble para los norteamericanos.
Esta vez ha sido diferente. Obama acepta básicamente los principios clave de la posición rusa en relación a las armas químicas sirias. Ambos países exigen a Damasco que entregue en el plazo de una semana toda la información relacionada con su arsenal (localización de las instalaciones de producción y almacenamiento, características y cantidad). Si es posible, las armas químicas serán trasladadas fuera de Siria para su destrucción. Se marca la primera mitad de 2014 como fecha límite de un proceso que será complejo al tener que realizarse en un país en guerra.
EEUU y Rusia convertirán este acuerdo en un proyecto de resolución del Consejo de Seguridad de la ONU. Ahí se establecerá el derecho de la ONU a inspeccionar cualquier lugar de Siria para garantizar que se cumple la misión. En el caso de que alguien vulnere esa resolución, «incluida la transferencia no autorizada o cualquier uso de armas químicas por cualquier bando en Siria, el Consejo de Seguridad de la ONU deberá imponer medidas bajo el Capítulo VII de la Carta de la ONU».
Ese capítulo VII incluye el uso de la fuerza, pero el texto restringe la posibilidad de una intervención al Consejo de Seguridad, donde hasta ahora Rusia se ha opuesto de forma tajante a cualquier tipo de acción militar. El ministro Lavrov ha dejado claro que no hay nada en el texto «que acepte el uso de la fuerza ni la adopción de sanciones automáticas».
Con independencia de las amenazas que puedan surgir de Washington en los próximos días sobre lo que pasará si Asad se niega a entregar todo el arsenal químico, lo cierto es que en esta negociación se ha retirado el recurso específico al uso de la fuerza con el fin de obtener el acuerdo.
Washington ha ido de más a menos en toda esta crisis. Hay que recordar que el 31 de agosto cuando Obama anunció que pedía al Congreso la autorización para la intervención militar, también dijo que EEUU había decidido responder con la fuerza al ataque con armas químicas del 21 de agosto. Unos días después en Londres, y a preguntas de un periodista, Kerry dijo de pasada que Asad podía entregar su arsenal químico para solventar el enfrentamiento, aunque de inmediato dijo que eso no iba a suceder. Rusia le tomó la palabra, presionó a Damasco para que aceptara esa salida y convenció a EEUU de que esa opción era perfectamente viable. A partir de ese momento, la iniciativa estaba del lado de Putin.
¿Es una derrota para Obama? Desde luego lo parece, aunque no sé si se puede considerar derrota si te impiden hacer lo que en el fondo no quieres hacer. El presidente norteamericano puso un listón muy alto a la intervención militar cuando aceptó dar la palabra al Congreso. La realidad se ocupó de elevarlo aún más cuando se comprobó que la mayoría de los miembros de la Cámara de Representantes, y un porcentaje nada desdeñable del Senado, estaban dispuestos a votar en contra, una posición similar a la que mostraban las encuestas. La habilidad diplomática rusa se ocupó de cerrar el círculo.
A lo largo de estas semanas, ha quedado patente el escaso interés de Obama por implicarse en la guerra civil siria. Las acciones de su Gobierno nunca estuvieron a la altura de la retórica empleada por Kerry en sus primeras intervenciones. Con los buques de guerra preparados para atacar, se esperó a que el Congreso volviera de sus vacaciones. Cuando Moscú anunció que la negociación era posible, Obama envió a Kerry a Ginebra para conseguir el acuerdo. No para viajar a escuchar lo que Lavrov tenía que decir, sino para negociar como mínimo de jueves a sábado (esas fueron las fechas que se dieron a conocer antes del viaje de Kerry), lo que revela la intención de que el desplazamiento sirviera para algo.
Se temía que un ataque norteamericano se produciría antes de que la ONU informara al Consejo de Seguridad sobre su investigación del ataque con armas químicas del 21 de agosto. Ahora hay un acuerdo que se produce antes de que se conozca esa información. Ban Ki-moon informará el lunes al Consejo de los resultados de esa inspección. No hay nada en el acuerdo que quede condicionado a lo que Ban tenga que decir la próxima semana.
Hace unos días, en lo que es algo más que una coincidencia, se ha conocido que la CIA comenzó en las dos últimas semanas a enviar ayuda militar a los rebeldes, básicamente armas ligeras, munición, equipos de comunicación y raciones de combate. Lo más significativo es la ayuda que no aparece y que es la que más necesitan los enemigos de Asad: armas antitanque y antiaéreas con las que compensar la superioridad de medios del Ejército sirio.
Es un pequeño intento de comunicar a los rebeldes que no los han abandonado. Lo que en realidad han visto es que esta crisis de las armas químicas se ha cerrado con el triunfo de Rusia, un aliado tradicional del régimen al que combaten.
Fuente: http://www.guerraeterna.com/putin-impone-a-obama-la-salida-a-la-crisis-siria/