La triple victoria de octubre (Bolivia, Brasil y Uruguay) aunque de desiguales magnitudes, ratifica el rumbo progresista regional que las fuerzas conservadoras de cada país vienen amenazando. Las anima la indignación racista inspirada en la concepción según la cual, usurpadores de baja estofa, como indios, obreros, campesinos o guerrilleros se inmiscuyen en sus elevados asuntos […]
La triple victoria de octubre (Bolivia, Brasil y Uruguay) aunque de desiguales magnitudes, ratifica el rumbo progresista regional que las fuerzas conservadoras de cada país vienen amenazando. Las anima la indignación racista inspirada en la concepción según la cual, usurpadores de baja estofa, como indios, obreros, campesinos o guerrilleros se inmiscuyen en sus elevados asuntos e intereses, que a la vez imaginan propios de toda la nación. A excepción de Bolivia, el resto de estos triunfos no estuvo exento de angustia y dramatismo. En 2010 Rousseff se impuso en el balotaje por 12% mientras ahora lo hizo por 3% y en lo que a la primera vuelta respecta, el PT decayó 5% respecto al 2010. La intimidación no ha cesado, aunque los mayores focos de virulencia se trasladarán hacia Argentina y Venezuela. El panorama uruguayo es menos comprometedor ya que se logró la mayoría parlamentaria.
Sin embargo en ambos casos se verifica una auspiciosa reconfiguración paulatina de su base electoral y potencialmente militante. Ya no se trata sólo de alternativas políticas ceñidamente urbanas sino implantadas en todo el país, aunque extraviando algunos electores en sus tradicionales concentraciones poblacionales. El FA, no sólo ganó en 14 de los 19 departamentos, precisamente los más ricos y poblados, sino que por primera vez permite que todo departamento cuente con -al menos- un diputado progresista, federalizando aún más la representación. Una gran oportunidad para que los representantes retornen frecuentemente a sus pagos y puedan rendir cuentas de su actividad a sus electores, socializar los debates e iniciativas en las cámaras y a la vez recoger las demandas específicas de las poblaciones más vulnerables del interior. Tanto en Brasil como en Uruguay, la última etapa de cada campaña logró apelar con éxito a una -crecientemente desusada- herramienta de empoderamiento popular: la movilización masiva. Esto no significa que en las próximas elecciones departamentales de mayo el FA pueda alzarse con igual cantidad de intendencias, ya que en el interior sigue pesando más el caudillismo a la vez que la unificación de facto de los partidos tradicionales se ampliará aunque con algunos costos. A diferencia del total nacional en el que el FA supera en 4% a la sumatoria de blancos y colorados y a la vez creció en todos los departamentos a excepción de Montevideo, esta adición aventaja al FA en 15 de los 19 departamentos, lo que aconseja prudencia en las proyecciones.
Más relevante aún se presenta el incremento en el interior y la captura del 60% del voto joven y debutante, al analizar que el FA perdió casi 48.000 votos que se distribuyeron entre los 3 partidos autodefinidos como de izquierda radical y una proporción importante de los 78.000 votos blancos y anulados, permitiéndole conservar casi idéntica magnitud proporcional que en la primera vuelta del 2009, a pesar del evidente descontento que refleja lo antedicho.
La conclusión evidente es que a diferencia de Brasil, la derecha recibió en Uruguay una contundente derrota, en particular el histórico Partido Colorado por cuyas grietas se filtró buena parte del crecimiento del Partido Independiente y tal vez algo del conservado caudal frentista. Tampoco deben despreciarse desprendimientos y giros menores en el Partido Blanco que si bien superó en 2% la elección del 2009, defraudó sus propias expectativas, hasta el extremo de que en las redes sociales, algunos dirigentes y militantes llegaron a añorar el estado terrorista cívico-militar que, dicho sea de paso, buena parte del partido celebró en su momento.
La posición tanto del PI como de la izquierdista UP merece un tratamiento detenido que el espacio restante impide ahora, aunque resta saber si sus electores estaban al tanto que en vez de candidatos a la presidencia, votaban candidatos a la prescindencia.
Las buenas perspectivas no deberían adormilar la militancia ni transmitir confianza en automatismos. Será fundamental profundizar la derrota de la derecha en el balotaje, potenciando en primer lugar la recuperación de las calles y las plazas, sede natural del encuentro de los codos y combustible urbano del tractor electoral.
Con el masivo festejo popular, las urnas deglutirán sobres de alegría.
Emilio Cafassi. Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. [email protected]
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