La guerra sin cuartel ya es una realidad. Estados Unidos ha enviado a China una declaración oficial de guerra -boicot a Huawei- con su correspondiente ultimátum: tres meses. Después del aumento de las escaramuzas en los últimos meses entre norteamericanos y chinos (incluyendo presiones norteamericanas para que europeos y aliados no contrataran la tecnología 5G […]
La guerra sin cuartel ya es una realidad. Estados Unidos ha enviado a China una declaración oficial de guerra -boicot a Huawei- con su correspondiente ultimátum: tres meses. Después del aumento de las escaramuzas en los últimos meses entre norteamericanos y chinos (incluyendo presiones norteamericanas para que europeos y aliados no contrataran la tecnología 5G con Huawai o la detención de su vicepresidente, Meng Wanzhou, en diciembre pasado), Donald Trump decidió declarar el viernes pasado el estado de «emergencia nacional» argumentando la necesidad de proteger las redes informáticas de Estados Unidos de los adversarios extranjeros. De China, claro, y más concretamente de Huawei. Poco después retrasó el plazo de aplicación: tres meses. Algo normal en Donald, primero actúa y luego piensa.
Tras declararse la «emergencia nacional», con la que se prohibía que empresas que contraten con proveedores extranjeros participar de las redes de telecomunicaciones estadounidenses, las divisiones norteamericanas amenazaron con un ataque por ‘software’ y ‘hardware’. Ello supuso que Google amenazara con dejar sin actualizaciones de software (Android) a Huawei, lo que convertiría a sus teléfonos vendidos en obsoletos casi al instante y sus próximos terminales en cacharros de escaso valor. También que múltiples compañías norteamericanas (Intel, Qualcomm, Broadcom, Micron Technology o Western Ditigal) hicieran lo propio con respecto al hardware (microchips y memorias). Finalmente, el inminente ataque quedó en un ultimátum: tres meses.
Las consecuencias de la guerra para Huawei
De producirse definitivamente la guerra -el veto entrará en vigor el próximo 19 de agosto si nada lo remedia- sería imposible a día de hoy determinar el resultado de la batalla y los daños colaterales, los cuales serían sufridos en casi todo el planeta.
Por un lado, Google dejaría de suministrar software y componentes a Huawei, lo que implicaría que los terminales y las tabletas chinas dejaran de actualizarse con las correspondientes versiones de Android y no pudieran usar aplicaciones tan exitosas y populares como Gmail, Youtube o Google Maps, entre otras (sin embargo, Google Play y Google Play Protect seguirán operativas).
Múltiples analistas afirman que un golpe de esta naturaleza tendría importantes consecuencias en Huawei dado que tendría que crear su propio sistema operativo y sus propias aplicaciones y que ello sucediera de forma rápida y exitosa. Algo que no se antoja sencillo cuando a nivel mundial Android representa el 85% y el resto está copado por iOS de Apple. El sector de los sistemas operativos es muy restringido. En cuanto a la venta de las aplicaciones la situación es similar, pues el 70% de las descargas se realizan en Google Play Store y el 22,6% en Apple Store. Casi el 93%.
Ren Zhengfei, el fundador de Huawei, considera, sin embargo, que el impacto del ataque en la empresa, en caso de producirse, sería asumible. Basa su consideraciones en que Huawei obtiene el hardware de empresas norteamericanas y chinas al 50% -al menos, antes del inicio de la contienda arancelaria- y también en la ventaja tecnológica de su compañía respecto a la tecnología 5G. Según él, este adelanto se estimaría en unos dos o tres años. De sus palabras se deduce que el suministro de hardware lo tendrían solucionado aumentando la producción de las empresas chinas y el daño en el software espera ser compensado con el adelanto tecnológico en 5G.
La respuesta china
Por otra parte, la respuesta de China a la amenaza norteamericana puede consistir en restringir las exportaciones de ‘tierras raras’, imprescindibles para la fabricación de productos de alta tecnología como automóviles eléctricos. No hay que olvidar que la subida de aranceles norteamericanos a China hace dos semanas fue respondida por el gigante asiático con una subida del 10 al 25% sobre productos norteamericanos (entre los que no estaban las tierras raras). Una medida muy lógica si tenemos en cuenta que China produce el 90% de tierras raras en todo el mundo.
Pero los asiáticos cuentan con más munición, pues nadie puede descartar que realicen una ofensiva sobre Apple en su territorio. La compañía de la manzana mordida, antaño arcoíris, podría quedar seriamente dañada de continuar el conflicto, pues entre las más de 200 empresas de 43 países diferentes que proveen a Apple una cantidad más que considerable son chinas (y taiwanesas). Por ejemplo, las baterías del iPhone son proporcionadas por Sunwoda Electronic, ubicada en Shenzhen, y los chips de la serie ‘A’, aunque son fabricados por Apple, son producidos por TSMC en fabricas chinas y taiwanesas.
Tampoco sería descartable que se impidiera la venta de dispositivos de Apple en China, lo que afectaría muy seriamente a la empresa norteamericana, la cual facturó en 2018 más del 15% en el país asiático. Medida que no podría tener respuesta por parte de los Estados Unidos pues Huawei no está presente en el mercado norteamericano.
El ataque chino, además, podría también tener una ramificación en Taiwán, porque muchas de las empresas que sirven a Apple están ubicadas en esta pequeña isla y tienen sus fábricas en China.
Los daños colaterales ya son una realidad
Huawei incrementó sus ventas un 34,8% en 2018 y consiguió vender 202,9 millones de terminales móviles en todo el mundo. Se trata de la tercera compañía en venta de smartphones a nivel mundial, detrás de Apple -a la que sigue muy de cerca- y de Samsung. No se trata, por tanto, de una compañía cualquiera y teniendo el mundo un nivel tan elevado de globalización resulta casi imposible que empresas del resto del planeta, norteamericanas y de cualquier otro país, no resulten afectadas por un ataque bélico a nivel comercial de la magnitud del que pretenden los norteamericanos.
Ni China es un país que se pueda boicotear ni la globalización del mundo actual permite boicotear a las empresas de una potencia mundial sin que ello suponga un golpe salvaje a toda la economía mundial. Incluidas las propias empresas norteamericanas. Una prueba de ello la hemos podido encontrar en los mercados bursátiles o en las quejas o justificaciones de Tim Cook al respecto de las ventas de Apple debido a la guerra comercial.
Lo que no es de extrañar si tenemos en cuenta que la empresa norteamericana, líder en la venta de smartphones solo por detrás de Samsung, había perdido un 3,5% de su valor en bolsa en solo esta semana y acumula un 15% desde que Donald Trump aumentó la intensidad de la guerra comercial con China hace dos semanas. Y los daños colaterales no quedan solo restringidos a Apple, pues Skyworks acumula un 21,5% en las últimas semanas, una situación catastrófica que se repite en la mayoría de empresas tecnológicas, especialmente en el sector de los semiconductores: Xilinx pierde un 17%; Nvidia, un 15%; Intel, un 13% (y hasta un 26%); VanEck Vectores Semiconductor, un 15%; Qualcomm, un 6% solo el lunes 20 de mayo…
El impredecible desenlace de la guerra
Una vez que las razones del conflicto son más que obvias -la ventaja tecnológica china en 5G y el liderazgo económico del gigante asiático-, queda por resolver cuál será el desenlace del conflicto, cuál puede ser el ganador y cuáles pueden ser los países beneficiados (si es que los hay). No es nada sencillo de predecir.
En ocasiones, conflictos de esta magnitud terminan por no tener un vencedor claro, eso que se conocen como guerras pírricas, e incluso por favorecer a un tercero. Pensemos, por ejemplo, en la I Guerra Mundial y cómo este conflicto marcó el principio del fin de la superioridad europea y el comienzo del liderazgo norteamericano. A nadie extrañe, por tanto, que este conflicto pueda favorecer a terceros países, especialmente asiáticos (India, Pakistán, Indonesia…), pero también latinoamericanos si aprovechan la oportunidad.
Queda en evidencia que ambos contendientes, chinos y norteamericanos, necesitan el uno del otro, lo que no permite descartar, por las altas presiones que ejerzan las empresas, que la situación se reconduzca. Al menos, ello es lo que están suplicando las grandes empresas, con Apple a la cabeza, aunque sus mensajes oficiales puedan diferir.
China, más allá del conflicto, debe aprender la lección -necesita un sistema operativo-, pues en este conflicto mantiene una clara superioridad en ‘hardware’ y una clara debilidad en ‘softwar’. Y Estados Unidos debe aprender la suya: ya no son los amos del mundo y los tiempos de salvajes boicots económicos ya no son posibles entre superpotencias.