Dos semanas nos separan de las elecciones primarias en Uruguay en un clima de escasa movilización, salvo en lo que a las dirigencias y militancias pertinaces respecta. Se presenta una lista cada mil habitantes aproximadamente (3 mil en total en una población apenas superior a los 3 millones). Las internas definen también el umbral (escasísimo […]
Dos semanas nos separan de las elecciones primarias en Uruguay en un clima de escasa movilización, salvo en lo que a las dirigencias y militancias pertinaces respecta. Se presenta una lista cada mil habitantes aproximadamente (3 mil en total en una población apenas superior a los 3 millones). Las internas definen también el umbral (escasísimo por cierto, apenas 500 votos) para lograr la oficialización y el derecho a la participación en la elección obligatoria y definitiva de octubre. 15 partidos se inscribieron, aunque sólo 4 tengan precandidatos a la presidencia en disputa, es decir hagan uso del carácter primario mientras los 11 restantes, sólo aspiran a ser reconocidos.
Obviamente el Frente Amplio (FA) utilizará este mecanismo -como viene haciendo desde la interna previa al primer gobierno de Tabaré Vázquez- para seleccionar al candidato único presidencial. Es un momento relevante, aunque en esta fuerza política se encuentre mediatizado por procesos colectivizantes, controles y delimitaciones que parcialmente mitigan las libertades de acción y la naturaleza fiduciaria del lazo de representación. Quien resulte electo, deberá ejecutar un programa elaborado por miles de militantes, de todas las regiones, de muy variados saberes, oficios, niveles educativos e inserciones, formalizados por más de un millar de delegados en un estadio y hecho público con suficiente antelación, al igual que las propias precandidaturas. Exactamente lo contrario a la práctica de los partidos tradicionales y de las emergencias neoderechistas que les disputan fragmentos de su caudal, cuya deriva política, económica y social se orientará con independencia de su base y electorado. Razón por la cual reivindican una democracia a secas, sin adjetivaciones ni compromisos: una democracia liberal-fiduciaria.
Sufro personalmente el desfasaje entre mi carácter de militante frenteamplista, formalmente incluido en la orgánica a través de mi comité de base en Buenos Aires, careciendo de ciudadanía uruguaya y consecuente credencial cívica para participar de estos comicios. Ello no me impedirá participar de la campaña con el candidato/a único/a a la presidencia que surja de la interna. Quienquiera resulte, tendrá mi más ferviente apoyo y activa intervención. Sin embargo, creo también como en muchas otras ocasiones electorales, que no es necesario contar con derechos políticos para tener la posibilidad de hacer pública la posición o actitud cívica respecto a las opciones. Lo he hecho escribiendo sobre alternativas en otros países de este u otro continente. Más aún, creo que quienes tenemos el privilegio de expresarnos en los medios tenemos la obligación moral e intelectual de exponer a los lectores desde dónde emitimos nuestras reflexiones y con qué fundamentos optamos por alguna alternativa.
Hay aspectos significativamente novedosos en esta interna del FA. Por primera vez hay más de dos precandidatos/as, pero más significativo aún es que ya no pertenecen a la generación excluyente de los fundadores e ineludibles referentes del crecimiento electoral y los 3 períodos de gobierno que se sintetizan en las figuras de Astori, Mujica y Vázquez. También lo expresa el hecho de que los 4 fueron lanzados en el último congreso en condiciones de plena igualdad, a diferencia de incómodas votaciones como por ejemplo asistimos en el congreso Hugo Cores de fines de 2013 votando preferencias del propio congreso.
La totalidad cuenta en su acervo dilatadas trayectorias militantes y experiencias de gestión o legislativas que sin embargo no son simétricas. Dos décadas atrás hubiera sido impensable que un indígena, un campesino o un obrero metalúrgico presidieran un país. Los esfuerzos de las derechas por denostarlos apelando a toda clase de insultos e invectivas, resultó infructuoso. Por caso Mujica, sea seguramente el más respetado y valorado de los políticos a nivel internacional porque de entre sus méritos y debilidades se le reconoce la desvinculación plena entre la participación política y el provecho económico personal. Algo que infundadamente se le atribuyó a Lula. Sin embargo, decenas de dirigentes frentistas que han ocupado u ocupan altísimos cargos ejecutivos o legislativos han honrado y honran este principio que además redunda electoralmente. No es el único.
La riqueza humana y política del FA no proviene de un único estilo, perfil o inserción social, lo que le da un carácter inédito y profundamente plural, una multivariedad sobre la que luego la militancia ponderará aspectos teóricos, ideológicos o de personalidad de líderes. Pero las discusiones actuales se dan en un contexto de cierta deserción -y sectorización- de los comités de base que tienden a desdibujar al carácter movimientista del FA y a sobrederminar algunos aspectos de las candidaturas en una suerte de distancia estructural entre la política y los movimientos sociales. Esta preocupación me parece mejor recogida en el énfasis discursivo de uno de los precandidatos, Oscar Andrade («el Boca») quien a la vez es quien proviene del ámbito sindical obrero y explicita los riesgos de autonomía y distancia entre dirigentes y dirigidos cuyo perfil, para decirlo en términos más simples aún, es el más próximo a Mujica, aunque no cuente con su apoyo.
En lo personal poco me importan las chances de victoria en la interna. Tanto su precandidatura como las 3 restantes contribuyen a la socialización y difusión del programa de la izquierda en la ciudadanía. Su fracción frentista cuenta con 4 brillantes opciones que haremos unitaria y férrea terminada la elección del 30 de este mes.
No tengo el derecho de votar, pero sí la obligación de exponerle al lector mi apoyo a Andrade. Personalmente creo que quien más se aproxima al perfil de dirigente de base.
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