«Yo no soy marxista» K. Marx Las campañas electorales de los partidos reaccionarios son muy previsibles. Ya sabemos cual es su preocupación fundamental: preservar la explotación capitalista. Cualquier atisbo de amenaza a su supervivencia les hace ponerse muy nerviosos. Al mismo tiempo, siempre se asustan con los mismos fantasmas. Hoy, un fantasma recorre el Uruguay, […]
«Yo no soy marxista» K. Marx
Las campañas electorales de los partidos reaccionarios son muy previsibles. Ya sabemos cual es su preocupación fundamental: preservar la explotación capitalista. Cualquier atisbo de amenaza a su supervivencia les hace ponerse muy nerviosos. Al mismo tiempo, siempre se asustan con los mismos fantasmas.
Hoy, un fantasma recorre el Uruguay, es el fantasma del marxismo. Pero son los reaccionarios, no esta izquierda asustada de sí misma, los que lo invocan.
En estos días el senador Reinaldo Gargano, presidente del Partido Socialista, concedió una entrevista radial. Una de las preguntas (una de las más tontas, si las hay) fue: «¿Hay explotación del hombre por el hombre, hoy día?»
En fin… Gargano comenzó por describir simplemente la realidad más evidente, que todos vemos día a día, contando un caso de quien trabaja 16 horas diarias por $80 al día (dos dólares y pico), «una brutalidad, una súper explotación» dijo textualmente; y como el periodista no quería dejarla por esa, agregó la descripción de las condiciones sociales que ayudan a esa superexplotación: » …hay casi 750.000 personas que tienen problemas de empleo en el Uruguay, entre los desocupados totales y los que tienen empleo precario, y entonces, cuando tienen una cola de 300, empezaron ofertando 1000, y terminan por allí, con una persona que dice agarro 1100 por hacer 12 hs., porque necesito llevar 1 kg. de pan a mi casa». Y tuvo la osadía de describir analíticamente y en términos simples como ocurre la explotación capitalista y como se genera la plusvalía.
El inquisidor no quería dejarla pasar así no más: «Quien dijo explotación del hombre por el hombre fue Marx». Gargano intentó driblear la incómoda jugada saliendo con Proudhon y Diderot (el ignorante que trascribió la entrevista en Internet puso «Prudón», también puso «Furgón» por Frugoni) pero el inquisidor no soltaba presa: Marx, que Marx, y de nuevo Marx, y si lo que había propuesto Marx es aplicable hoy… (qué tenés vos que ver con Marx, cantá, dale).
– Repitió usted la palabra Marx alrededor de 20 veces…
– Porque no me la responde, por eso.
Es difícil saber a veces que cosa es lo que despierta tanto terror en el otro, ¿a qué cosa que «había propuesto Marx? ¿O es la mera idea de que alguien se acuerde de Marx? ¿O su nombre?
Gargano la sacó citando a Oskar Lafontaine, un socialdemócrata europeo de izquierda que fue ministro de economía en Alemania pero se abrió, porque tuvo la decencia de no ser cómplice de un gobierno neoliberal, que dijo que no es la sociedad quien debe estar al servicio de la economía, sino «al revés, la economía debe estar al servicio de la sociedad para atender los problemas de la gente».
– En un probable gobierno del EP, ¿van a aplicar eso? (!!!!!)
– Sí, sí, sin duda.
El resto del interrogatorio lo ocupó el inquisidor en tratar de encontrar culpable a Gargano de la intención al menos de cometer otro delito capital en el futuro: mantenerse fiel a los principìos y a la palabra dada al pueblo, en caso de formar parte de un próximo gobierno; y si acaso ese gobierno no cumpliese su programa, no estar de acuerdo con eso. ¡Merecido lo tenés, Reinaldo! ¡Quién te manda poner ese mal ejemplo de Lafontaine! Y en la antesala de un gobierno del Frente, ¡es como mentar la soga en casa del ahorcado!
Las reacciones de los reaccionarios no se hicieron esperar. Un vendaval de acusaciones, que el gobierno del Frente aplicaría un «programa marxista».
Y tampoco se hicieron esperar los desmentidos de varios integrantes del Partido Socialista. No, el Frente no tiene un «programa marxista», para nada. ¿Traer a Marx, justo ahora, en medio de la campaña electoral? Como los discípulos con Cristo, nuestra izquierda alguna vez de tradición marxista huye como de la peste: «¡No lo conozco! ¡No lo conozco! ¡No lo conozco!».
No se les fue el miedo todavía, el efecto les dura.
Nuestro «Centro Carlos Marx» dedica un humilde pero sostenido esfuerzo a estudiar el pensamiento de Carlos Marx, obvio es decirlo. Y debemos confesar nuestra ignorancia: no sabemos qué es un «programa marxista». ¿Será el programa democrático-radical que se levanta en el Manifiesto Comunista? ¿Será aplicar de una toda la «Crítica al Programa de Ghota»? ¿O será algún tipo de «programa de transición» de los cuales se han propuesto tantos y tantos diferentes?
¿O acaso será la mera aspiración de terminar con la explotación capitalista, eso de lo que no se habla, y hasta parece de mal gusto hablar?
En todo caso, eso no es un «programa marxista», sino el «programa» espontáneo y elemental de todos los explotados, los condenados de la tierra.
Por esa razón, precisamente, es que es tan imperdonable, para los explotadores, cuando algún izquierdista algo molesto se sale del libreto. ¡Les dicen a los explotados que son explotados, y todavía pretenden llegar al gobierno! ¿Qué podría ocurrir si ese gobierno del Frente abriese paso a un auto-gobierno de los explotados? ¡Tienen que tener más cuidado si quieren que les demos permiso para sentarse en esos sillones!
Utilizando las categorías usadas por Marx, Gargano empezó a explicar muy sucintamente el problema de la ganancia capitalista. Capital fijo es el capital invertido en equipos, locales, materia prima, etc.; capital variable es el invertido en salarios; «… y eso suma una cantidad x, póngale U$S 1 millón, al final del proceso económico, si el resultado es U$S 1 millón, el sistema no tiene justificación» (citando una frase de un «experto económico» que no identificó). Esta demostración por el absurdo sería la «justificación» de la explotación capitalista en pos de la ganancia. Si no hay ganancia, ¿cómo puede pretenderse que haya inversión? Todos entendemos este simple razonamiento porque nos lo repiten una y otra vez.
Lo que no está dicho aquí es que ese razonamiento tautológico parte del punto de vista del capitalista. Para él, la simple producción de bienes de uso «no tiene justificación». Aunque la gente coma, se vista, se aloje, de eduque, mantenga su salud, se divierta y viva feliz con todos esos bienes, ese sistema (para ese «experto económico») no tiene justificación, la producción de medios de vida no se justifica por sí misma. Sólo lo tiene si ese proceso productivo permite generar ganancia capitalista, acumulación de capital. Entonces sí se justifica, aunque la gente pase hambre, vista harapos, viva en la calle, no pueda acceder a la educación y muera de enfermedades curables; nada de eso justifica que se les prive de la ganancia capitalista. El capitalismo es un sistema orientado a la producción de capital, no de medios de vida.
Plusvalía, o plusvalor, la palabrita que armó el lío.
El gran crímen de Marx fue demostrar que la fuerza de trabajo (la capacidad de los seres humanos de crear bienes con su trabajo, convertida en mercancía que se vende y se compra en el mercado laboral capitalista a través de la relación salarial) es la única mercancía que puede producir más valor del que cuesta. El muchacho del ejemplo necesita bienes para vivir, aunque en su indigencia eso sea vivir como la mierda. Llevar un kilo de pan a su casa y alguna cosa más, de alguna manera tener una casa si es que puede. Difícil que pueda comprar con 80 pesos lo que necesita, pero aunque pudiese. Su trabajo en la empresa seguramente generará esos 80 pesos en mucho menos de una hora, con más razón en las empresas de la moderna tecnología, en que la alta productividad del trabajo hace que cada vez sea menor el tiempo de trabajo necesario para generar el valor de los bienes que se compran con el salario. Si (exagerando) lo hace en una hora, con ella paga su salario. Pero deberá luego trabajar otras quince horas para generar la ganancia capitalista. A ese trabajo adicional lo llamó Marx «plustrabajo»; al producto que este genera y que excede en mucho lo que consumirá el trabajador para vivir, lo llamó «plusproducto»; y al valor de ese producto adicional del que se apropia el capitalista, «plusvalor» (preferimos esta traducción aportada por un compatriota traductor de «El Capital», porque es más trasparente y directa: valor de más).
También demuestra Marx que el plusvalor se puede desglosar en varias partes que pueden tener apariencia distinta aunque su origen sea el mismo. La ganancia de la gestión empresarial es una, el interés por el capital dinero que el empresario toma en préstamo es otra (el capitalista transfiere una parte del plusvalor al sistema financiero), los impuestos que le cobra el estado capitalista por su servicio de sostén del régimen de opresión capitalista es otro, también los costos de realización comercial que van a parar a manos de otros capitalistas, etc. De esta manera la ganancia del empresario capitalista se reduce porque cede parte del plusvalor a otros partícipes del sistema de explotación.
En los períodos de repliegue del capital productivo y predominio del capital financiero, como es el actual; de gran necesidad de contención de los hambrientos por la represión o la asistencia estatal, como es el actual; de gran competencia y necesidad de innovación tecnológica y de achicamiento del mercado, como es el actual, la ganancia del empresario capitalista se empequeñece más todavía. ¡Pobre capitalista! Cada vez es más caro continuar siendo capitalista.
«Jodete, pero las cosas son así» dice el empresario al trabajador cuando lo deja en la calle. Y cuando sus acreedores, el banco, y el juez, le cierran la empresa y lo dejan en la calle a él, «Así son las cosas, jodete». Marx llamó a esto concentración del capital.
«¿Y eso es porque el empresario no les quiere pagar o…?». De nuevo es nuestro conocido inquisidor, el tema son los salarios de hambre, esos de 80 pesos.
¡Claro! No es que el buen capitalista quiera explotar a los trabajadores a ese extremo, es que las circunstancias lo obligan.
En la película de Fritz Lang «El Vampiro Negro», el asesino psicópata infanticida es al final atrapado y juzgado por la organización de los ladrones, cansados ya de tanta razzia policial. Deciden tomar el tema en sus manos.
En ese singular juicio, el asesino se defiende. No me pueden condenar, soy inocente, yo no tengo la culpa, se trata de un impulso asesino que no puedo controlar, no soy yo, no es mi voluntad.
El fiscal de los ladrones usa esas mismas palabras para reclamar la condena: el acusado se ha condendado a sí mismo, si él mismo nos dice que no puede controlar su impulso asesino, obviamente es culpable. El defensor de oficio de los ladrones usa el mismo razonamiento para argumentar que es inocente, inimputable, no se lo puede condenar. Lamentablemente llega la policía y se los lleva a todos, y nos quedamos sin saber el desenlace de esta discusión filosófica.
«El sistema Babilonia (el capitalismo) es un vampiro» dice una letra de Bob Marley. Está en su naturaleza vivir de la sangre, necesita explotar y explotar, oprimir y exprimir. Dejar a la gente sin trabajo, sin vivienda, sin comida, y la gente sin trabajo ni vivienda ni comida trae más depresión y menos ganancia capitalista, y más necesidad de explotación. Y para sostener el negocio… necesitan la guerra.
Pero no es que sean malos, nos dicen los locutores de radio, los expertos económicos, los políticos de los partidos burgueses, y unos cuantos dirigentes del Frente Amplio, algún ex-guerrillero también. Las ganancias de las empresas capitalistas disminuyen, hay que evitar que cierren, el trabajador debe entender esta situación, para que la empresa capitalista pueda seguir explotando al trabajador.
No nos pueden condenar -nos dicen los capitalistas- somos inocentes, es nuestra propia naturaleza la que nos obliga a explotar y explotar y explotar.
Cierto. Explotar y explotar y explotar es su naturaleza. Son culpables. Están condenados.
Entrevista a Gargano: http://centrocarlosmarx.americas.tripod.com/Materiales/EntrevistaGargano.htm