El pasado martes asumió la presidencia de Uruguay el médico oncólogo Tabaré Vázquez, quien en los años posteriores a la dictadura militar se transformó para sorpresa de muchos, no sólo en la principal figura unificadora de la izquierda agrupada en el Frente Amplio, sino también de todas las fuerzas progresistas del país que, finalmente luego […]
El pasado martes asumió la presidencia de Uruguay el médico oncólogo Tabaré Vázquez, quien en los años posteriores a la dictadura militar se transformó para sorpresa de muchos, no sólo en la principal figura unificadora de la izquierda agrupada en el Frente Amplio, sino también de todas las fuerzas progresistas del país que, finalmente luego de más de 170 años de hegemonía de los dos partidos de la derecha tradicional, lograron desplazar del gobierno en las pasadas elecciones de finales de octubre pasado.
En América Latina para bien o para mal, el liderazgo que mantiene profundas raíces históricas -cuando es auténtico- sigue jugando en muchos casos un importante papel político a la hora de las transformaciones sociales de un país.
Los falsos liderazgos modernamente han sido productos efímeros fabricados por costosas campañas publicitarias dirigidas por especialistas en imagen, y los ejemplos más grotescos entre muchos más, van desde Collor de Mello en Brasil pasando por Abdalá Bucaram en Ecuador, hasta el malogrado políticamente Mario Vargas Llosa en Perú.
Surgido Tabaré en el seno de una típica familia obrera montevideana, pudo en medio de grandes sacrificios estudiar medicina y ser después uno de los más destacados cancerólogos del país. No es este el lugar para hacer una biografía personal del nuevo presidente de los uruguayos, pero sí señalar algunos rasgos específicos de la construcción de su especial liderazgo.
A diferencia de otros líderes latinoamericanos muchas veces provenientes de estructuras partidarias, Tabaré Vázquez, si bien ingresó en los años 80 al Partido Socialista e integró instancias de dirección, no tuvo nunca una militancia política activa, sino por el contrario, una constante y carismática participación como dirigente deportivo a nivel barrial, junto a una clara vocación de compromiso social hacia los más desposeídos, a través de estas actividades y de su misma profesión.
Cuando Vázquez irrumpe en la política como candidato del Frente Amplio a intendente de la capital en 1989, era poco menos que un desconocido entre la militancia frenteamplista salida de las cárceles, proscripta dentro del país o llegada del exilio.
Pocos años después, con el prestigio y popularidad que le confirió su pasaje por la presidencia de la capital Montevideo, el «segundo gobierno del país» y por primera vez en manos de la izquierda, Tabaré ocupa el liderazgo del Frente Amplio tras la renuncia de su fundador el general Líber Seregni. Y es en dos elecciones anteriores a ésta, el candidato a la presidencia del país del FA y del recién creado Encuentro Progresista.
Instala en la izquierda uruguaya un estilo abierto y directo de hacer política, jugándose en muchas ocasiones a marcar una radical oposición del Frente Amplio a los gobiernos neoliberales y a sus políticas privatizadoras de bienes públicos, al tiempo que inaugura un incesante contacto con la gente hasta en los lugares más olvidados del territorio nacional, haciéndose acompañar siempre por otros dirigentes pertenecientes a todo el abanico ideológico del frenteamplismo.
Al mismo tiempo, se ocupó de ensanchar la base social de apoyo de un futuro cambio de gobierno de signo progresista y antineoliberal, hacia sectores otrora solventes económicamente que fueron puestos en crisis por las políticas imperantes hasta ahora. Para ello adoptó posiciones tendientes a moderar el programa original del Frente Amplio con el apoyo de sectores centristas dentro de la coalición.
Sacudido Uruguay por una debacle económica y financiera en 2002 que prácticamente paralizó el país, dejó sin trabajo a miles y obligó a muchos a tener que emigrar, (crisis concomitante a la Argentina), Vázquez no se jugó por una estrategia de precipitar la caída del presidente Jorge Batlle, sino más bien la de esperar a las elecciones de octubre de 2004 para hacerse del gobierno.
En medio de ello poco tiempo después, el Frente Amplio tensa sus fuerzas de organización y comprueba un mayoritario apoyo en la población, cuando llama a rechazar un proyecto de ley del gobierno para privatizar la única refinería de combustibles estatal del Uruguay, alcanzando un 80 % el Sí a que la empresa no fuera enajenada.
Para la mayoría de los uruguayos Tabaré Vázquez simboliza la esperanza de detener la irrefrenable caída hacia la pobreza y la desesperanza, y abrir una etapa nueva para la sociedad uruguaya, sobre todo para aquellos sectores que han pagado muy caro, lo que Tabaré definió al decir el martes que: «acá hubo un proyecto de país que se derrumbó encima de los más débiles y un gobierno al que le pasó por encima la historia».
También expresó ante una multitud que festejaba la asunción del presidente que, «Los más pobres han perdido mucho y a ellos hay que devolverles más y más rápidamente, por eso el Plan de Emergencia», aludiendo al programa más prioritario y urgente que se plantea el nuevo gobierno; iniciativa que Vázquez definió no como un acto de caridad sino como «un deber de la sociedad, porque los pobres no son sujetos de caridad, son sujetos de derecho».
Los desafíos internos y externos son grandes y complejos, pero los uruguayos curtidos en muchas batallas por la dignidad, han mantenido la esperanza intacta, y Tabaré tiene como nadie antes, el apoyo mayoritario de la gente.
Deseamos que como en ocasiones anteriores, donde a Tabaré Vázquez le tocó asumir responsabilidades ciudadanas que ejerció con marcada sensibilidad y compromiso social, salga adelante dirigiendo un gobierno integrado mayoritariamente por uruguayos comunes y corrientes, con capacitación suficiente para encarar los cambios.