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Tiempo de bufones

Fuentes: La Jornada

Bufón, dice el Diccionario de la Real Academia Española, es un «truhán que se ocupa en hacer reír». El Diccionario de Uso del Español, de María Moliner, entra en mayor detalle: bufón, dice, era una «persona que vivía en un palacio dedicada a hacer reír a los reyes, señores, cortesanos, etcétera.»; y, en una segunda […]

Bufón, dice el Diccionario de la Real Academia Española, es un «truhán que se ocupa en hacer reír». El Diccionario de Uso del Español, de María Moliner, entra en mayor detalle: bufón, dice, era una «persona que vivía en un palacio dedicada a hacer reír a los reyes, señores, cortesanos, etcétera.»; y, en una segunda acepción, una «persona que trata de divertir a otras por servilismo».

En la farsa montada contra Andrés Manuel López Obrador en el Congreso de la Unión uno puede escoger cualquiera de estas definiciones. Pero, para los casos de los diputados que argumentaron el desafuero, de los 360 que lo votaron y del Ministerio Público -«el de la voz»- que en su confuso modo de decir adujo los imaginarios fundamentos jurídicos, me gusta más la tercera acepción.

De todos modos, hizo muy bien el jefe de Gobierno de la ciudad de México en no entrar a discutir los cínicos discursos de la truhanería y, por el contrario, tomar el lugar del acusador, denunciar los objetivos y los beneficiarios de la farsa montada en su contra y en contra de la legalidad de la República Mexicana y, acto seguido, retirarse de la sala para que los otros se quedaran literalmente hablando solos.

Podría decirse que esta decisión del Congreso de la Unión es un golpe impío dado al sistema político nacional, si no fuera porque dicho sistema político consistió y sigue consistiendo precisamente en eso: el manejo del poder público por la alianza entre los dos partidos del régimen, el PRI y el PAN, desde los años 40 del siglo XX en adelante. Dicho régimen, sin duda, ha sufrido mutaciones. Pero, como la votación del 7 de abril en la Cámara de Diputados lo confirma, su esencia se mantiene: el monopolio del control de los tres poderes de la República en manos de sus representantes y funcionarios, los políticos y funcionarios del PRI y del PAN. Así se vio en 1968, en 1988 y ahora, en 2005.

En esto acabaron las ilusiones del PRD de alianza con el PAN contra el PRI en 1999; del voto útil en 2000, y de las buenas relaciones con el «gobierno del cambio» en los primeros tiempos de Fox. Aquí condujo la alianza con el PAN y el PRI en el Senado de la República para votar, los tres partidos juntos, contra la ley Cocopa y por la negación de los derechos indígenas, defraudando tanto a lo pactado con el EZLN como a la gigantesca movilización indígena y ciudadana que significó la Marcha del Color de la Tierra. Pues esta votación, es bueno no olvidarlo, es antecedente y equivalente del fraude a la voluntad y al voto de los ciudadanos que representa hoy el desafuero del jefe de Gobierno de esta ciudad.

La resistencia contra el presente atraco por todos los medios al alcance para defender y proteger la legalidad de la República es, hoy como entonces, un derecho elemental de los ciudadanos y de sus múltiples y variadas organizaciones.

Digo esto con tanta mayor libertad cuanto que mantengo diferencias de fondo con la política, los métodos internos y la conducción del PRD y de sus dirigentes más notorios. Enuncio tres.

1) No puedo aceptar, por elemental coherencia política, la conducción de una campaña electoral del PRD por parte de destacados colaboradores del gobierno de Carlos Salinas y ejecutores de sus políticas privatizadoras, anticampesinas, «flexibilizadoras» del trabajo y subordinadoras de la soberanía a través del TLC y otros acuerdos: Manuel Camacho, Socorro Díaz, Ricardo Monreal, Leonel Cota, y la lista puede prolongarse. ¿Es esta la conducción política de lo que todavía dice ser la «izquierda» en México?

2) No concuerdo con la política electoral del PRD, consistente en designar como sus candidatos a elementos provenientes directamente del PRI o de las filas políticas de los empresarios. Estas candidaturas fortalecen la vocación del PRD de actuar como la tercera pata o el «pariente pobre» del sistema político de dominación actualmente existente, vocación que lo llevó a votar en su momento contra los derechos indígenas («error táctico», lo llamaron) y cuyos resultados están a la vista con el desafuero.

3) Habiendo leído el libro de Andrés Manuel López Obrador, Un proyecto alternativo de nación, no comparto dicho programa de gobierno (aunque pueda estar de acuerdo con algunas de sus propuestas). Se trata, en esencia, de una modernización y actualización de las concepciones políticas y económicas de la ideología del «desarrollo estabilizador».

Esta es, empero, otra discusión, necesaria para el futuro de una izquierda mexicana autónoma e independiente de las instituciones y de los financiamientos estatales, estos toboganes por donde se deslizaron desde Jesús Reyes Heroles en adelante tantos partidos y partiditos de oposición.

Ahora lo más inmediato y urgente es sostener y refirmar que Andrés Manuel López Obrador fue elegido y sigue siendo el jefe de Gobierno del Distrito Federal; que el proceso montado en su contra es una farsa; y que, en este tiempo de bufones y truhanes, la República será defendida por su pueblo por todos los medios democráticos y legales a su alcance.