La victoria del 31 de octubre tiene tan alto grado de significación, que abre para el país un conjunto de nuevas opciones. De las muchas variables existentes, resumo, a riesgo de caricaturizar en exceso, tres de las que creo principales. La primera se llama «Molde» Una primera es centrar las preocupaciones y los debates […]
La victoria del 31 de octubre tiene tan alto grado de significación, que abre para el país un conjunto de nuevas opciones. De las muchas variables existentes, resumo, a riesgo de caricaturizar en exceso, tres de las que creo principales.
La primera se llama «Molde»
Una primera es centrar las preocupaciones y los debates en las cuestiones económicas que un gobierno frenteamplista tendrá que enfrentar.
Según este encare, la economía, que todo lo manda, nos lanza al ruedo estableciendo limitaciones infranqueables.
Hay que transitar los márgenes posibles. ¿Cuáles son? Los pretiles estrechos que nos dejan los otros: los organismos internacionales, los especuladores financieros, los hipotéticos inversores, las consultoras de riesgo, dejando en manos de los manipuladores de imágenes y noticias del oligopolio mediático la comunicación pública del quehacer del gobierno.
Un margen en el cual actuar conforme a lo que pide el llamado «sentido
común». Ese paquete de ideas, sentimientos y temores, de fabricación ajena y en serie, que presentado como una papilla de conocimiento a la que se accede sin esfuerzo, no contraría ni los puntos de partida conceptuales ni los puntos de llegada funcionales para la sobrevivencia del poder establecido. Y que este poder hace emanar en forma ininterrumpida por todas sus «bocas»: cultas, incultas, académicas, y hasta de «izquierda».
Como hay compromisos externos, no hay que aumentar el gasto público más allá de lo que nos permitan.
Como hay que competir, no se podrán aumentar los salarios, que elevarían el «costo país» y harían poco competitivas nuestras exportaciones.
Una lista más exhaustiva y más precisa ya se ha redactado y ya se ha aplicado en varios países de nuestra América Latina.
En lo político, esta versión uruguaya de la «armonía universal» en el mundo del capitalismo globalizado consiste en minimizar nuestras diferencias con los gobiernos anteriores, fraternizar con sus prohombres, emitir señales de que todo va bien. Todo lo que es, ha sido así siempre y, puesto que ha sido así, así seguirá siendo.
Estas muestras de buen comportamiento, economicista y conformista, podrían ser presentadas como una actitud de madurez, como si, por fin, la izquierda hubiera aceptado «el-mundo-tal-cual-es». Este discurso tiene trabajando a su favor una cuantas trupes, que soplan, a cachete inflado, estridentes clarinetes desde los más distintos medios. Es la opción de cambio que no inmuta.
La opción «Molde» no aguanta el tinguiñazo de una pregunta digna de un párvulo » y entonces… ¿ para qué todo?» Los años de lucha, la bandera de Otorgués flameando en los barrios, los presos y las familias deshechas.
La imposibilidad de responder a la pregunta ¿ para qué todo? es tan demoledora, tan definitiva, que liquida cualquier tránsito fluido por los lineamientos de este encare. Que, más que encare, ante la masa frenteamplista, sería un descare. Y que además fracasaría, porque presentándose como viable y apacible, sembraría la confusión, el descrédito y la pérdida de sentido.
La segunda opción: un gobierno con buen elenco y pueblo quieto.
Mejores leyes, honestidad administrativa, fin del despilfarro, atención a las situaciones de desesperación social, política exterior con sentido de la dignidad nacional. Tarea principal: negociaciones políticas destinadas a ampliar los respaldos parlamentarios del nuevo elenco y a no desentonar demasiado con las indicaciones externas. Neutralizar la artillería mediática de las derechas, presentándose como muy distintos a Hugo Chávez, Néstor Kirchner y Fidel Castro.
La sede principal del quehacer político se limitaría al ejercicio del gobierno en las instituciones tradicionales de la democracia representativa al uso «uruguayensis»: Poder Ejecutivo, Parlamento, administración de los Entes Autónomos.
¿Supone cambios esta opción?
Claro que sí. Cambios sumamente positivos, una suave brisa de aire puro. Nada desdeñable, por cierto.
¿Alcanza ese encare, llamémoslo módico? Creo que para eso es un poco tarde.
No descarto la necesidad de ampliar las bases políticas del gobierno. Pero creo que, si esa ampliación se hace exclusivamente como acuerdo entre las autoridades de los partidos y el nuevo gobierno, conduce a quedar presos de un juego conocido.
Por lo demás, la derecha uruguaya, sin hábitos de ser llano, no aceptaría siquiera unas gotas de medidas populares y de justicia social. Mantendría su actitud agresiva. Hasta podría excitarse y volverse más agresiva cuanto más señales de sensatez y moderación se dieran desde el gobierno.
Demás está decir que la opción «buen elenco-pueblo quieto» dejaría intactas, o casi intactas, las bases ideológicas de la pasividad ciudadana, de la cultura consumista y conformista. Una ciudadanía apenas para ejercer en algunos aniversarios. Nuevas caras (y nuevos estamentos y nuevos grupos familiares) para el viejo conformismo uruguayo.
El único encare responsable: pueblo movilizado
La tercera manera de encarar reposa sobre la idea, contenida en todas la primera páginas del programa del Congreso Héctor Rodríguez (texto ya famoso, que ya cumplió su añito, aprende a caminar y aún no ha sido publicado), de la profundización de la democracia. Del acrecentamiento del protagonismo obrero y popular. Del estímulo a otra prensa y a otro clima de debates culturales y políticos. De la consolidación orgánica y política del FA.
De la movilización de las cabezas, de la acción crítica y creativa de la Universidad (la pública, la del país) en una resuelta toma de partido por los intereses populares para cambiar la realidad uruguaya. De la acción sin temores por parte de los críticos, de los creadores de inquietudes, de los contestatarios. De los enemigos jurados de toda forma de alcahuetería.
De la ampliación, en Montevideo y en el Interior, de las instancias de organización popular. Políticas, gremiales, culturales, barriales, cooperativas.
De encarar el plan de emergencia no como una acción de arriba abajo, sino como una instancia de reparación -de devolución de lo indebidamente apropiado- basada en el protagonismo de la gente organizada. No como una acción oficial intermediada por infinitas instancias estatales, o municipales (algunas, incluso, en manos de políticos blancos o colorados), sin presencia y sin decisión ni contralor de pueblo.
Encarar la realización del conjunto del Programa con el apoyo social de un cooperativismo fuerte, capaz de grandes acciones de masas, conocedor de la problemática del país y especialmente de la vivienda.
Con un sindicalismo clasista, con fuero sindical y negociación colectiva, conciente que este será su gobierno, tanto para defenderlo como para alertarlo y, si es del caso, para criticar a los malos funcionarios.
Un gobierno de Tabaré y su buen elenco, con el apoyo de un pueblo organizado y conciente, como el que se hizo mayoría contra viento y marea el 7 de diciembre y el 31 de octubre, es la tercera propuesta de encare, la única responsable, viable, sensata.
Es la única que está a tono con la necesidad de desarrollar los cambios en paz, con el apoyo entusiasta y arrollador de las grandes mayorías nacionales.