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Trincheras de las izquierdas y de los indigenismos

Fuentes: Rebelión

El Ché afirmaba que si las condiciones subjetivas no estaban dadas había que crearlas, entonces no se puede esperar a que se den, porque solas no se van a producir; así, el Ché reafirmaba la “ética de la acción”, donde el “revolucionario es quien hace la revolución” decía el Ché; no se “es” revolucionario, se es revolucionario en el “acto”, “siéndolo”.

De esta manera el Ché con su guerra de guerrillas, que era una forma más en la multiplicidad de las luchas, hacía de la revolución, no un estado indefinido al que debía subordinarse su radicalidad, sino que era la exigencia inaplazable del aquí y ahora. Esa era su trinchera.

¿Cuáles son las trincheras de la izquierda y el indigenismo?

La izquierda institucional que está en la maquinaria estatal, tiene otra forma de entender y hacer política, hacen política y toman decisiones políticas pero en un contexto institucional, donde siempre faltó una pasión política tan necesaria. El Estado como una maquinaria de normas y procedimientos, exige que la política deje de ser un atributo esencial del ser humano, y se convierta en una actividad reservada a un grupo de políticos profesionales; así, en esa institucionalidad para tomar decisiones no hace falta formación político-ideológica, porque es más una gestión y la izquierda institucional cree que está sobrepolitizada por estar rodeados de política y de políticos metidos en los vericuetos de la administración pública.

Esto no es política, es gestión, y confundir política con gestión conlleva un vaciamiento ideológico, por ello, muchas veces esa gestión ni siquiera tiene criterios políticos, todo depende si hay o no presupuesto, si cumple o no el POA, y cuanto más tiempo estén metidos en los laberintos de la gestión institucional menos van a percibir a la política como algo útil para su quehacer. Y la dinámica los absorbe junto con al deseo de hacer de la política una profesión, verbigracia, tener una carrera política como diputados, directores, etc., y si les decimos que hay que debatir sobre la radicalización de la democracia, las formas de entender el poder, etc., la respuesta es: “eso es para el mundo académico, teórico”, porque en su realidad esas cuestiones no les afectan en nada, cuando es más bien la base para una acción política con sentido.

La izquierda intelectual sigue construyéndose con un conocimiento basado en experiencias teóricas, ajena al proceso de cambio, como es la lógica epistemológica, y en su intención de imponer una única manera de ver el mundo y la vida, lo que imponen es una visión conservadora, porque al creer que han encontrado una única verdad lo que quieren es mantenerla, conservarla, preservando el orden social en el que se encuentra a gusto; así, esta empresa epistemológica como búsqueda de la verdad es imperialista. Y en esta su construcción epistemológica, no dejan de repetir que “la gente” no sabe o  no tiene tiempo ni luces para pensar o actuar, entonces deciden que hay que trasmitirles ideología, y en su incapacidad de producir experiencias nuevas, no quieren que la gente piense, ya que pensar implica ir más allá de los que saben, significa arriesgarse a dudar o vacilar. La izquierda intelectual se resiste a despojarse del estalinismo porque temen el proyecto de des-alienación radical, o sea el poder constituyente, y siempre caen en la imposición de un cesarismo intelectual, o sea la solución arbitraria encarnada en una gran personalidad intelectual. Hay mucha derecha en la izquierda.

La izquierda de las imágenes está ahogada en ellas, viven saciados de narrativas del siglo XX, imágenes de Lenin, Marx, Stalin, Engels, Gramsci, etc. les ayudan a atravesar una mediación mística, que les separa de las situaciones concretas en que se encuentran y de esa manera trascienden a la historia; así, pierden la experiencia concreta (la lucha política) como motor efectivo de la acción política. Solo mediante la experiencia podemos comprobar con qué imágenes y narrativas podemos contar, porque no hay imágenes vivas sin una experiencia personal y colectiva. Entonces la izquierda de las imágenes tiene que preguntarse, ¿con qué imágenes pensamos el cambio, la posibilidad de un futuro deseable en el que nos veamos involucrados? Y, si reflexionamos el presente, la conclusión es que no contamos con imágenes nuevas para pensar un mundo diferente al que tenemos, hay un desajuste entre las relaciones políticas del presente y las imágenes referidas al cambio social y esto no se soluciona con el voluntarismo, no se trata de buscar imágenes vivas, sino de encontrarlas en la lucha política; en otras palabras, las imágenes son el resultado permanente de las luchas sociales en curso.

La izquierda de las redes se resiste a reconocer que las redes no producen debate político, que es una técnica de dominación, porque estos hijos de la revolución tecnológica no se interesan en construir activamente un proyecto de convivencia compartido, se someten al neoliberalismo que les convierte en consumidores pasivos ante la política: protestan, insultan, se lamentan igual que el consumidor cuando compra mercancías, y por lo tanto no influyen en la relación de poder que es la política. La única devoción que profesan es a su smartphone, pero ignoran su pasado y ésta es una falencia crucial porque mediante el conocimiento del pasado podemos resignificar nuestro presente (“proceso de cambio”) y desde ahí comparar el pasado con el presente, que es el medio imprescindible para poder construir un proyecto de país con sentido. Entonces, si los hijos de la revolución tecnológica desconocen la historia, no tendrán la capacidad de sacrificarse e involucrarse en las tareas del país, y como viven en su realidad virtual será improbable que puedan aportar, ya que solo les mueve el número de likes y seguidores. Como no tienen un proyecto definido, no hay  participación activa y no están dispuestos a clausurar su autismo narcisista, entonces el futuro del “proceso de cambio” está en medio de la nada, con razón se les ha denominado “copitos de nieve”, por su fragilidad y evanescencia, que estéticamente caen bien, pero que políticamente no influyen de manera consciente, y si bien encandilan porque convocan a compartir, participar, todo es en un en un nivel prerreflexivo.

La izquierda sectaria asume la idea de la unidad solo en espacios estatales o en niveles dirigenciales, creando feudos de unidad pervertidos, donde la unidad puede ser un proceso táctico o estratégico o coyuntural, creando de esa forma una unidad como un camino tortuoso de cálculo político. Declaman que la unidad es importante, pero no aclaran qué clase de unidad: táctica, estratégica o coyuntural, y esta actitud devela que lo que quieren es que siempre existan gobernados y gobernantes, porque son incapaces de crear las condiciones para que desaparezca la existencia de esa división, reforzando así al capitalismo que apuesta a muerte por esa perpetua división del género humano y que rechaza que esa división responde a determinadas condiciones. Esta izquierda sectaria es impotente por propiciar espacios de encuentros más naturales para articular las fuerzas sociales, prima su prepotencia y su etnocentrismo, que solo contribuye a debilitar el proceso de transformación; son los que eligen a los que estarán en cargos jerárquicos o de relevancia, reproduciendo la nefasta práctica de la Unidad Popular chilena en que todos los cargos se repartían por cuotas y cada partido tenía una cuota y practicaba su propia política. Están convencidos que de esta forma lograran sus metas, a lo mejor lo logren porque son funcionales al sistema, pero no vencerán al enemigo.

El indigenismo autoreferencial explica su conducta política desde unos conceptos elaborados en el mundo académico, desconoce que F. Reinaga afirmó que “el indio de una vez por todas debe hacer su política”, con esto nos está diciendo que el indio no puede pensarse, ni construirse desde un conocimiento que se ha elaborado a partir de una experiencia ajena, como es la  lógica epistemológica, porque hacerlo es como un absurdo autodestructivo, en la medida en que la lógica epistemológica se ha construido en función del pensamiento de autores (Kant, Hegel, Schopenhauer) que consideran al indio un caso fronterizo de ser humano. Entonces, desde sus conceptos académicos elaborados se niegan a acercarse a otros pensamientos, debido a que su “verdad” epistemológica les impide dialogar con otros pensamientos, porque al hablar por los indios, están negando lo que plantea Reinaga “Que el indio debe ser de una vez por todas dueño de su propia voz; el indio debe decir y escribir su propia palabra. El indio de una vez por todas debe hacer su política. Debe vencer su miedo a la libertad”, demostrando de esta manera que ni quieren construirse como indios, ni mucho menos asumir la lucha de los indios.

El indigenismo excluyente a partir de una repetida reafirmación “ser lo que siempre hemos sido, pero no nos han dejado ser los colonizadores”, excluyen todo contacto con lo que no sea indígena, pero sin poder responder qué hubieran llegado a ser si no arribaban los colonizadores; se resisten a la necesidad de construir al indio del siglo 21, porque la cuestión ahora es cómo queremos construirnos de ahora en adelante, con un modelo propio de convivencia, donde los horizontes de construcción intersubjetiva y la redefinición de nuestro Proceso de Cambio se den en términos contextuales, planteando su legitimación de manera local, cultural, como algo propio. Para que de esta manera las creencias, los valores, ese entorno social que nos rodea como ideología, se justifiquen desde nuestra comunidad, desde nuestra Revolución; ya lo dijeron los zapatistas, cuando anunciaron su viaje a España este año, “iremos a decirle dos cosas sencillas: que no nos conquistaron, que seguimos en resistencia y rebeldía; y, que no tienen por qué pedir que les perdonemos nada. Ya basta de jugar con el pasado lejano para justificar, con demagogia e hipocresía, los crímenes actuales. Ni el Estado Español ni la Iglesia Católica tienen que pedirnos perdón de nada.  No nos haremos eco de los farsantes que se montan sobre nuestra sangre y así esconden que tienen las manos manchadas de ella”

El indigenismo pachamámico que se centra en los rituales, las ofrendas y la vestimenta, no comprende que la afirmación de F. Reinaga: “al subjetivismo europeo oponemos el realismo indio”, lo que quería decir es que hablar de realismo indio no quiere decir que sólo el punto de vista indio es el real, sino que sólo el indio sabe lo que es ser indio, es decir, sólo el indio tiene la experiencia de ser indio, y cuando el europeo u otro quiere hablar sobre el indio, lo hace desde una experiencia ajena, por eso es subjetivismo europeo. Así el indigenismo pachamámico de rituales y vestimenta, que deja en una soledad al indio como lo plantea el Amauta: “en la vida y en la política los seres se unen por consanguinidad, interés e ideales comunes. El indio hace 450 años sufre: la soledad social”. De esta manera el indigenismo pachamámico pensó que rituales y vestimenta generarían reconocimiento, pero esta soledad social del indio solo obtendrá reconocimiento cuando el indio tenga su propio proyecto político, porque “el indio siempre ha sido derrotado porque ha carecido de una teoría revolucionaria que guíe y dirija su acción revolucionaria. Sus grandes movimientos han sido movimientos espontáneos; no han sido conscientes; nutridos de la teoría, táctica y estrategia” (F. Reinaga)

Estas trincheras son minúsculas pero poseen poder, y están en su derecho; pero hay un pueblo desde donde podemos reimaginar la revolución, las imágenes, las consignas, la táctica y la estrategia, definir quiénes somos el nosotros, y quién es el enemigo, ésta es la trinchera de la inspiración.

Jhonny Peralta Espinoza, exmilitante de las Fuerzas Armadas de Liberación Zárate Willka.