Si alguien trata de entender la realidad política de Turquía a la luz de las noticias que los medios occidentales ofrecen a diario, sencillamente está condenado al fracaso. Porque es imposible que con una información tan fragmentaria y tendenciosa como la que se presenta del país, alguien pueda llegar a comprender qué es lo que […]
Si alguien trata de entender la realidad política de Turquía a la luz de las noticias que los medios occidentales ofrecen a diario, sencillamente está condenado al fracaso. Porque es imposible que con una información tan fragmentaria y tendenciosa como la que se presenta del país, alguien pueda llegar a comprender qué es lo que verdaderamente está en juego y cuál es el papel representado por los distintos sectores políticos e institucionales.
La actual crisis no se fundamenta en el enfrentamiento entre el bloque de fuerzas laicas (encabezado fundamentalmente por el ejército) y el partido en el gobierno (Partido de la Justicia y el Desarrollo -AKP-), por su presunta tendencia islamista y su deseo de establecer un Estado confesional.
En realidad, la pugna poco o nada tiene que ver con la dicotomía entre secularismo e islamismo. Las multitudinarias manifestaciones de las últimas semanas, las amenazas del Jefe del Estado Mayor del Ejército, el general Yasar Buyukanit, y las declaraciones de los líderes políticos de la oposición contra el actual gobierno, tratan de enmascarar un pulso de enorme trascendencia cuyo objetivo es saber quién impondrá su agenda política y económica sobre el contrincante.
Neoliberalismo frente a nacionalismo
El AKP ganó las elecciones de 2002 con una abrumadora mayoría que le permitió gobernar en solitario, lo que ha sido poco habitual durante las últimas décadas. Era un partido nuevo, aunque algunos de sus líderes provenían del ilegalizado Partido de la Virtud (islamista), cuyo principal mérito provenía de su líder Recep Tayyip Erdogan que había sido alcalde de la megalópolis de Estambul, entre 1994 y 1998, donde había desarrollado una eficiente tarea.
El amplio y heterogéneo apoyo social buscaba una vía de escape a la grave crisis económica, el desempleo masivo, la inflación galopante y la corrupción y el desprestigio de la clase política en general. Mientras, Erdogan era visto con buenos ojos pese a su estancia en la cárcel por recitar en público un poema de Ziya Gökalp, ideólogo del turquismo.
El AKP se presentó como un partido secular, moderado y cercano a las democracias cristianas europeas desde una visión musulmana. Prueba de ello fue su solicitud para formar parte del Partido Popular Europeo, y su admisión en el mismo con el estatus de Observador en enero de 2005.
Su principal compromiso político fue el ingreso de Turquía en la Unión Europea, y para ello ha llevado a cabo cuantas reformas le ha permitido el sector laico, simbólicamente encabezado por el Presidente de la República. El actual gobierno ha demostrado ser, en palabras del semanario Newsweek, «el movimiento político más abierto, moderno y liberal de la historia de Turquía».
En efecto, el gobierno de Erdogan ha mostrado sin ambages su apuesta por el neoliberalismo, en su versión UE, con un altísimo nivel de pragmatismo, mientras sus contrincantes han pospuesto una y otra vez su relativo entusiasmo europeista ante su ideología ultranacionalista cuando se ha hecho necesaria la negociación sobre cualquiera de las cuestiones intocables de Turquía (conflicto kurdo, normalización de la situación en Chipre, modificación del Código Penal, etc.). Lo que el ejecutivo ha aceptado como peaje inevitable para su proyecto de integración en la UE, ha sido definido por el sector nacionalista como «unas relaciones exteriores deshonrosas» en el marco de «un proceso que trata de arrodillar a Turquía».
Pero los grandes medios no parecen tener ningún rubor en presentar a los primeros como islamistas deseosos de frenar los avances democráticos y acabar con el régimen secular de Turquía, y a los segundos como impulsores de la modernización, el acercamiento a Occidente y defensores del laicismo. No cabe duda de que la democracia está amenazada en Turquía, pero tanto por los integristas del libre mercado y los ajustes estructurales del Fondo Monetario Internacional, como por los seculares ultraderechistas, que desprecian por igual a las minorías étnicas, las libertades y la voluntad popular.
El habitualmente denominado sector kemalista, vertebrado entorno al Ejército, es una amalgama que integra tanto a la corrupta clase política laica (un espectro que incluye desde socialdemócratas hasta ultranacionalistas), como a importantes sectores de las instituciones del Estado, pasando por un sector de la patronal agrupada en la muy influyente Asociación de Industriales y Empresarios de Turquía (TUSAID, en sus siglas en turco).
Hasta ahora, el Ejército ha sido un auténtico poder -omnipresente e intocable- que ha planeado por encima de gobiernos e incluso del propio Estado. Imponiendo en todo momento sus criterios por medio de la violencia o de los -eufemísticamente denominados- golpes blandos. Sin embargo, con la llegada al gobierno del AKP las Fuerzas Armadas no han escapado a su afán reformista, y eso está provocando importantes enfrentamientos como los que ahora están teniendo lugar.
Un Estado al margen del Estado
Las Fuerzas Armadas Turcas (TSK, en sus siglas en turco) son una poderosa maquinaria militar únicamente superadas en número, en el marco de la OTAN, por los Estados Unidos. La renovación armamentística supone desde hace décadas una prioridad nacional que todos los gobiernos, hasta ahora, han atendido sin reservas. Y las partidas destinadas a nuevas adquisiciones han sido manejadas por los propios mandos militares sin control parlamentario alguno. De hecho, el presupuesto militar, que supone un 5% del PIB (lo que sitúa a Turquía como el primer país de la OTAN que más gasta porcentualmente en defensa), es elaborado por el Estado Mayor y su aprobación por el poder legislativo se ha limitado a una mera formalidad sin debate alguno.
En 1996 Turquía aprobó un plan de modernización de las TSK, con un presupuesto previsto de 150 mil millones de dólares (USD) para un plazo de 30 años, encaminado fundamentalmente a la adquisición de material de alta tecnología. Este descomunal programa militar, sin precedentes en la historia del país, trasciende las fronteras nacionales y responde a la decisión del alto mando de incrementar su prestigio y poder en la escena nacional y regional, desarrollar una industria bélica y consolidar al ejército como actor principal en el terreno empresarial y comercial de Turquía.
El programa supone también una poderosa herramienta para la política exterior del país pues sus previsiones de compra (primer cliente de la industria alemana y cuarto de la estadounidense) pueden servir como elemento de presión para mejorar su acercamiento a Occidente y para reforzar su liderazgo en la región.[1]
Otra prueba de la autonomía del estamento militar, fue la firma de un acuerdo en materia de defensa con el estado de Israel, también en 1996. Este convenio posibilita, por ejemplo, el que las fuerzas aéreas sionistas hagan uso del espacio aéreo turco (resolviendo de ese modo el problema que tenían para realizar actividades de instrucción); la producción conjunta de misiles u otro material militar; además de la actualización y modernización del armamento en poder de las TSK.
Para hacerse una idea de lo que significan estos intercambios, veamos un par de apuntes:
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Uno de los primeros contratos suscritos fue para la modernización de los aviones de guerra turcos y la puesta en marcha de un proyecto común de desarrollo de misiles, por un importe de 800 millones USD. El volumen total de las exportaciones de la industria bélica israelí era, por aquel entonces, de 600 millones.
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En septiembre de 2002, el gobierno turco anunció la modernización de 170 carros de combate M-60 por empresas israelíes. Dado que las TSK cuentan con 700 vehículos de estas características, y que todos ellos tendrán que ser renovados, el contrato podría acercarse a los 3.000 millones USD.
Esta alianza estratégica ha permitido a los mandos militares unas relaciones privilegiadas con el Pentágono y el acceso a determinadas armas que sólo se transfieren a aliados muy especiales. Por contra, poco les ha importado las críticas surgidas tras ese acercamiento, enturbiando con ello las relaciones con los países árabes de la zona.
Desde un punto de vista político, las TSK han intervenido en la vida del país a través de varias instituciones, la más importante de las cuales es el Consejo de Seguridad Nacional. Creado tras el golpe de Estado de 1960, ha sido durante años un auténtico gobierno en la sombra con una capacidad de intromisión realmente inaceptable. Hasta la llegada del gobierno Erdogan, el Consejo contaba con mayoría de militares sobre civiles y estaba capacitado para tratar cualquier asunto. Mediante sus opiniones o recomendaciones, los jefes del Estado Mayor podían modificar textos legales, paralizar iniciativas legislativas o impulsar las que fueran de su interés. Desde julio de 2003, este organismo ha perdido importancia y los militares su mayoría en el mismo. Además le han sido retiradas muchas de sus competencias y sus dictámenes son meramente consultivos para el gobierno.
Otras reformas llevadas a cabo por el ejecutivo durante la presente legislatura han dado al traste con la participación castrense en el Alto Consejo Audiovisual y en el Alto Consejo de Educación, han autorizado a que el Tribunal de Cuentas pueda conocer el presupuesto de defensa y han reformado la ley sobre el procedimiento judicial de los tribunales militares. Todo ello no ha hecho sino ahondar la brecha existente entre laicos e islamistas.
Pero con ser importante todo lo expuesto hasta ahora, hay un tercer ámbito que se obvia (o se silencia) y que tiene tanta o más importancia que los anteriores. Desde el punto de vista económico las TSK constituyen un cártel empresarial que funciona al márgen de las normas que rigen en el resto del país. Los militares constituyen una casta aparte, con un programa de estudios fuera del control del Ministerio de Educación, y con unos privilegios de los que no disfruta ningún otro trabajador: sueldos más altos que sus iguales en la Administración del Estado, una mayor cobertura social y sanitaria, prestamos en condiciones preferentes, infraestructuras hoteleras y de ocio de uso restringido…
Dos son las siglas que hacen posible este mundo paralelo de ventajas y agravios comparativos: OYAK (Organismo del Fondo de Pensiones de las TSK) y TSKGV (Fundación para el Fortalecimiento de las TSK). El primero de ellos, creado tras el golpe de Estado de 1960, realiza actividades tanto de producción como de comercialización o distribución en campos tan diversos como la fabricación de coches, el cemento, los productos agroalimentarios, el turismo, los seguros, la banca, la construcción inmobiliaria o la alta tecnología [2]. Más de 60 empresas, con unos 30 mil trabajadores, que constituyen uno de los primeros conglomerados empresariales del país, y que se alimenta de las aportaciones obligatorias del medio millón largo de militares (en torno al 10% de sus sueldos) y de los beneficios obtenidos por sus empresas. Los dividendos llegaron en 2005 a los 436 millones de euros. Por lo que respecta a la TSKGV, su poder empresarial viene derivado de la treintena de empresas, con cerca de 20 mil empleados, que se dedican exclusivamente a la producción y fabricación de armamento, material y equipo militar. Más del 80% de sus beneficios se dedican a engrosar un fondo de reserva, estimado de manera poco precisa en varias decenas de miles de millones de dólares.
Una característica común de ambos emporios es que están exentos del pago de impuestos o tasas, lo cual constituye una ventaja sustancial sobre sus competidores pese a encontrarse todos ellos en una economía de libre mercado. Contra lo que pueda parecer, esta situación no provoca ningún roce con la clase empresarial civil, pues como se ha visto anteriormente la connivencia entre las TSK, la burocracia estatal y los actores empresariales, va más allá de la competencia comercial, pues todos ellos son beneficiarios y socios en el negocio de mantener las actuales reglas del juego en Turquía, y en el provechoso reparto que de ello se deriva.
Como se ha mencionado anteriormente, el aspecto económico es el más desconocido y pese a lo que pueda parecer el que menos cambios ha sufrido en los últimos años. Sin embargo, es muy previsible que de seguir en el gobierno el AKP la agenda de reformas impuesta por Bruselas termine por afectar de manera importante a las TSK como actores empresariales, lo cual ocasionará sin duda un nuevo punto de fricción.
Enfrentamientos entre Erdogan y Buyukanit
Tras el 11-S y la guerra en Afganistán, las TSK trabajaron con satisfacción servil para que el país se convirtiera en instrumento de los EEUU para su «guerra contra el terror». Si bien tal entusiasmo no fue del todo compartido por el gobierno, su actitud ante la invasión de Iraq no significó más que un intento de poner brida al desenfreno belicoso de los militares, mediante un hábil gesto propagandístico, y desde luego un excepcionalmente tibio desacuerdo con la potencia imperial con quien, por lo demás, mantiene excelentes relaciones [3].
El nombramiento del actual Jefe del Estado Mayor, el general Yasar Buyukanit, tuvo lugar en agosto del pasado año, pero comenzó a prepararse meses antes con la visita de éste a Washington para consultas con sus homólogos estadounidenses. En el Pentágono, Buyukanit se reunió con el jefe del Estado Mayor Conjunto, general Peter Pace, el Comandante del Ejército general Francis Harvey, y el Secretario Adjunto de Política de Defensa, Eric Edelman. Aunque la administración Bush dio su visto bueno (Buyukanit es un pro-sionista firmemente comprometido en la «Guerra contra el Terror») el gobierno de Erdogan mostró ciertos reparos para su asignación en el cargo [4]. Los hechos posteriores han demostrado porqué.
En el poco tiempo que lleva en su puesto Buyukanit ha lanzado duras críticas contra la política del gobierno turco tanto en lo referente a su política exterior como en los asuntos internos del país. Una de sus últimas declaraciones ponían en entredicho la afirmación del primer ministro de que el conflicto kurdo era un asunto político.
Dos cuestiones, que coincidieron con el momento de su nombramiento, pasaron desapercibidas para la prensa occidental y dicen bastante del papel asignado al estamento militar: el comienzo de la campaña militar de Israel en Líbano (dentro del plan de operaciones diseñado por Washington para Oriente Próximo), y la culminación de un procedimiento judicial en el que se implicaba indirectamente al general Buyukanit en la presunta organización de escuadrones de la muerte para atacar a rebeldes kurdos en la región sudeste de Turquía.
Visión desde el exterior
Las TSK han sido el principal instigador de las protestas laicas contra el actual gobierno turco. Una y otra vez los medios no han cejado de repetir la supuesta «agenda oculta islamista» que tendría el AKP, haciéndose eco de la campaña propagandística difundida por los kemalistas. Pero ninguno de ellos ha tenido interés en recordar que ese ejército, autotitulado «garante del secularismo», no dudo en apoyar al grupo islamista kurdo Hezbollah (vinculado a la revolución iraní) para que actuara contra los comunistas del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) mediante asesinatos selectivos y secuestros. Sólo un ejemplo menor de lo que ha sido la guerra sucia contra los rebeldes kurdos, y que a finales de los 90 una comisión parlamentaria dictaminó que la misma había sido financiada mediante el tráfico de armas y drogas, y en ella estuvieron implicados todos los partidos que pasaron por el poder durante aquellos años excepto, curiosamente, el partido islamista Refah de Necmettin Erbakan.
También se han incluido en todas las crónicas recientes, a modo de crítica y como prueba fehaciente de sus inconfesables tendencias islamistas, el hecho de que las mujeres de Erdogan y de Abdullah Gül (ministro de Asuntos Exteriores y último candidato del AKP a la presidencia de la República) utilicen habitualmente el türban (una pañoleta, usualmente estampada con vivos colores, que tapa más o menos el cabello y según las estadísticas usado por el 55% de las turcas). Pero no ha habido espacio para recordar que quienes organizan las multitudinarias manifestaciones contra el gobierno, tienen estrechos vínculos con los inductores de recientes crímenes políticos como el del sacerdote italiano Andrea Santoro, en febrero de 2006, el del periodista turco de origen armenio Hrant Dink y, más recientemente, el de tres trabajadores de una editorial cristiana en la localidad de Malatya [5].
Lo que se vive hoy en Turquía es una dura pugna entre dos tendencias burguesas, que tratan de imporner su modelo para el país. Si como parece el AKP realmente aspira a cambiar las bases del modelo actual, en pos de una homologación «democrática» por parte de la Unión Europea, la oposición utilizará cuantos resortes tenga a su alcance para intentar frenar las reformas y salvaguardar los privilegios que le otorga el sistema actual. El revés momentáneo que ha supuesto la congelación de las conversaciones entre Bruselas y Ankara, lejos de frenar al partido en el gobierno le ha llevado a redoblar su apuesta de acelerar su programa y para ello necesita no solo una nueva mayoría parlamentaria sino también la presidencia de la República.
Las elecciones de julio desvelarán cual es el camino que toma Turquía para el futuro cercano. Pero el panorama es sombrío para la izquierda y la clase trabajadora. A la sempiterna represión, la dureza de las condiciones laborales y la ausencia de derechos y coberturas sociales ahora habrá que añadir, si gana el AKP, un descomunal programa de privatizaciones que el gobierno ha decidido aparcar hasta garantizarse una nueva victoria electoral.
* Antonio Cuesta es corresponsal de Prensa Latina en Turquía.
Notas:
[1] Las fuerzas armadas turcas, Jesús A. Núñez Villaverde. Págs. 38-40. Dentro de la obra colectiva «Turquía, el camino hacia Europa». Edinexus, Málaga 2006.
[2] Ob. cit., Jesús A. Núñez Villaverde. Págs. 44-45.
[3] En marzo de 2003 el Parlamento de Turquía negó el paso y el uso del territorio a las tropas estadounidenses para su asalto a Iraq. Sin embargo, abrió su espacio aéreo, que fue utilizado durante la guerra en más de 4.000 ocasiones para bombardear el país árabe. Turkish Daily News, 23 feb 2007.
http://www.turkishdailynews.com.tr/article.php?enewsid=66771
[4] La triple alianza: USA, Turquía, Israel y la Guerra contra Líbano. Michel Chossudovsky.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=36185