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Un repaso al rompecabezas pakistaní

Fuentes: GAIN

En estos días, la situación política en este país asiático ha estado centrada en diferentes frentes, todos ellos interrelacionados y probablemente con importantes repercusiones futuras para Pakistán y la región. La suma de todos estos acontecimientos, y los que se produzcan en las próximas semanas, pueden adelantar un escenario político caracterizado por una grave crisis […]

En estos días, la situación política en este país asiático ha estado centrada en diferentes frentes, todos ellos interrelacionados y probablemente con importantes repercusiones futuras para Pakistán y la región. La suma de todos estos acontecimientos, y los que se produzcan en las próximas semanas, pueden adelantar un escenario político caracterizado por una grave crisis en todos los aspectos, lo que sin duda condicionará la política occidental en esa zona.

Recientemente se han producido más de setenta víctimas mortales en dos ataques. Sin embargo, y a pesar de que la mayoría de los medios occidentales presentan estos hechos como fruto de la «rivalidad entre chiítas y sunitas», la clave podría estar más cerca de una lucha política entre diferentes corrientes e intereses ideológicos.

Además, es un error común en esos análisis presentar a sunitas y chiítas como fuerzas homogéneas. Dentro de cada una de esas ramas del islam existen diferentes tendencias o escuelas religiosas, en ocasiones enfrentadas entre sí. Un ejemplo pakistaní lo encontramos en torno al grupo «Tehrik», de tendencia sunita, se opone a las organizaciones salafistas (también sunitas) y para ello ha contado con algún apoyo iraní.

Y es aquí donde también incide la presencia de «manos extranjeras» en este teatro de enfrentamientos. La violencia y las diferencias entre chiítas y sunitas en Pakistán se remonta varias décadas atrás. Sin embargo, a finales de los años setenta, la revolución islámica en Irán y la invasión soviética de Afganistán serán dos impulsores de esos enfrentamientos. Así, en 1979 se creará Tehrik-i-Nifaz-i-Fiqad-i-Jafeira, una organización que defenderá los derechos de la minoría chiíta.

Este movimiento será visto por Arabia Saudita y sus aliados como un intento más de Irán por extender su influencia, y no tardarán en alentar organizaciones sunitas para enfrentarse a los anteriores. Sepah-i-Sahabah surgirá en 1980.

Ambas organizaciones sufrirán escisiones en los años 90. Lashkar-i-Jhangui (sunita) y Sepah-i-Mohammad (chiíta) llevarán adelante una agenda sectaria contra los miembros de las otras ramas, al tiempo que se disparan las acciones violentas intercomunitarias.

Problemas tribales

La división étnica, religiosa y tribal en Pakistán es fundamental también para entender la complejidad del país. Las luchas y diferencias entre las distintas tribus ha marcado en ocasiones la agenda política. Los acontecimientos en Afganistán, con miles de refugiados asentados en Pakistán, han traído a primer plano la importancia de esa estructura social.

Los lazos entre miembros de tribus en ambos estados ha ayudado a buscar refugio seguro en Pakistán a miembros talibanes, jihadistas, de Al Qaeda… lo que ha colocado en una difícil posición al gobierno del general Musharraf, quien ha querido mantener un complejo equilibrio entre sus antiguos protegidos (talibanes) y su aliado histórico (EEUU).

Durante este año, el ejército pakistaní ha lanzado diferentes ofensivas en las zonas tribales, sobre todo en torno a Waziristán. Sin embargo, sus logros han sido contraproducentes para Islamabad. Tribus como los Mehsud y los Wazir, rivales durante siglos, han reaccionado ante los bombardeos indiscriminados del ejército central uniendo sus fuerzas y unificando su agenda en torno «a la expulsión del ejército punjabí de nuestra tierra».

Otro acontecimiento que está sacudiendo los pilares del gobierno de Musharraf es el aumento de los ataques suicidas en suelo paquistaní. Durante años se ha acusado a Pakistán de entrenar y «exportar» activistas suicidas que han cometido atentados en Jammu&Kashmir, Afganistán, Irak, en el sudeste asiático… y ahora parece que los militantes suicidas se han vuelto contra su anterior patrón. Como dato significativo, algunas fuentes señalan que este año en Jammu&Kashmir, seis ataques de este tipo se han cobrado 29 vidas, mientras que en Pakistán se han producido siete con más de 80 muertos.

Hace algún tiempo estos ataques se producían de forma esporádica en Pakistán, sin embargo en la actualidad se están sucediendo en breves espacios de tiempo y cada vez con más asiduidad. Además, la diversidad de los objetivos también es un factor preocupante para Musharraf, que ve como tiene que proteger cada vez a más sectores de la sociedad. Ataques contra extranjeros, contra importantes figuras políticas del país (el propio Musharraf ha sido víctimas de dos atentados, y el nuevo primer ministro escapó de otro), contra comunidades chiítas y sunitas, contra el ejército… se suceden en Pakistán en los últimos tiempos.

Jihadistas

El flujo de militantes jihadistas es todavía muy elevado en el país. A los militantes locales se les viene sumando desde hace meses militantes procedentes de otros países, muchos huyendo de Afganistán.

Si antes estos movimientos, con Al Qaeda o el Frente Islámico Internacional de Ben Laden al frente, no buscaban «importunar» a los dirigentes paquistaníes, el apoyo de éstos a la política estadounidenses ha cambiado las cosas.

Algunas fuentes en Pakistán sostienen que estos movimientos han logrado tejer una importante red de activistas, en torno a pequeñas células llamadas Jundullah. Y a pesar de los importantes reveses que el gobierno de Islamabad les ha infligido (detención y muerte de importantes miembros de la red), su potencialidad y su capacidad de actuación es muy grande todavía.

Todo parece indicar que estas fuerzas están esperando su momentos para actuar, o bien buscan un relevo en el gobierno que les permita ejercer una mayor presión o control sobre el mismo.

Revuelo politico

Y para poner la guinda en el rompecabezas paquistaní, la situación política se puede ver complicada en los próximos meses. Las maniobras políticas de Musharraf y sus aliados para lograr que este continúe como jefe del ejército y del Estado al mismo tiempo pueden empeorar el panorama del país. El pasado año, y tras una dura negociación con la alianza islamista Muttahida Majlis-eAmal (MMA), Musharraf se comprometió a abandonar su puesto militar el 31 de diciembre de este año, a cambio la MMA apoyó la validación de la presidencia del general y sus grandes poderes.

El propio Musharraf dijo que un presidente «con uniforme era antidemocrático» y que su decisión era por el bien de la estabilidad y la «armonía política». Su cambio de opinión puede traer problemas constitucionales, pues la constitución en su artículo 63 obliga a elegir entre el cargo de jefe del ejército o presidente.

De momento, los miembros de la MMA han lanzado un llamamiento a la oposición secular de la Alianza por la Restauración de la Democracia (ARD) para unir sus fuerzas contra Musharraf.

En Pakistán todos parecen esperar su momento para lanzarse en la carrera por el poder. Los últimos que se han apuntado han sido los llamados «oficiales libres», miembros del poderoso ejército paquistaní descontentos con la política de Musharraf. De momento todos los grupos de presión están esperando su oportunidad. Los partidos políticos de la oposición, los movimientos jihadistas, los militares anti-Musharraf, todos esperan la caída del general para mejorar sus posiciones en torno al poder.