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Concisa historia de las formas democráticas en América Latina y el Caribe (desde la llegada de los europeos hasta los tiempos de liberalismo global)

Una ciudadanía sin pueblos

Fuentes: Rebelión

I. El problema de la ciudadanía en la historia de Latinoamérica y  el Caribe

El problema de la ciudadanía en su relación con el pueblo y la democracia tiene raíces históricas relacionadas con una multiplicidad de aspectos. En este texto se intentará demostrar que fundamentalmente, el problema es el resultado de una doble exclusión ejercida sobre “los pueblos” de la región. Primero, una exclusión de los pueblos respecto a la historia oficial creada por los Estados Nación surgidos durante el siglo XIX. Segundo, una exclusión de los pueblos respecto a las formas de representación política implementadas por estos Estados. Al mismo tiempo, el problema se relaciona estrechamente con los efectos generados por una colonización cultural y pedagógica que opero y opera vaciando el contenido de lo que significa ejercer la ciudadanía en esta región del planeta. 

La doble exclusión de los pueblos. Génesis del problema.

Los primeros habitantes del continente que hoy llamamos “América” llegaron a estas tierras cruzando el estrecho de Bering hace unos 20.000 años / 15.000 años[2]. En América, la llamada “revolución del neolítico”, en donde la especie humana pasó de una economía recolectora a otra productiva no se produjo hace 9000 años como en África[3], tampoco nos vimos afectados por estas comunidades africanas, sino que los recolectores y cazadores que cruzaron el estrecho de Bering desarrollaron hace unos 7000 a 5000 años de un modo propio y original. Subrayo, América tuvo su propia “Revolución del Neolítico”.[4] Específicamente, los arqueólogos hallaron vestigios de comunidades sedentarias en el Valle de Tehuacán.[5] Algunos especialistas de la cultura Mesoamericana encuentran que las particularidades de la organización político económica de la comunidad ejidal mexicana radican en el proceso de transformación surgido de esta original revolución del neolítico americana. Por otra parte, en la cordillera de los andes, también las comunidades andinas lograron la domesticación de plantas y animales bajo formas de producción inéditas para la humanidad (tanto por las relaciones de producción como por las características del vínculo entre los humanos y sus medios de producción) hablo del llamado ayllu andino.[6]

En nuestro continente, los primeros grandes centros urbanos surgen hace 1700 a 1100 años, mientras que las organizaciones estatales centralizadas políticamente en grandes extensiones territoriales aparecen hace 1100 a 500 años. No tuvimos la misma cronología que propuso y propone el mundo académico occidental para la “historia de la humanidad”. No tuvimos una edad antigua de palacios y reyes hace 5000 años, tampoco tuvimos feudalismo.  Nuestra entrada al esquema histórico que propusieron lo centros académicos europeos, se produce a partir de la llegada de los europeos al continente en 1492. En este sentido, la modernidad para llegó en barcos europeos.

Los europeos comenzarán desde 1492 a proyectar sobre los habitantes de América un pasado no americano, tampoco real. Un pasado no histórico. ¿Cómo es esto? Su imagen de los tiempos anteriores a su llegada será la imagen de un pasado bíblico primero, en donde los nativos estaban como en los tiempos de Adán y Eva (así lo expresaban los primeros conquistadores y religiosos que llegaban “al nuevo mundo”)[7], y cuatrocientos años después, se continuará escribiendo sobre una América “no real”, en la medida de ser relatos signados por la caracterizaciones de una América inferior, bárbara y salvaje. En definitiva, un conjunto de significaciones que, ligadas a las nociones de una Europa superior, civilizada y moderna, confluirán en aquello que el filósofo argentino Enrique Dussel llama “el mito de la modernidad”.[8]

Tras la emancipación, el proceso de conformación y construcción de los Estados Nación en América será llevado a cabo por las elites letradas de las ciudades portuarias,  defensoras de economías abiertas al mercado europeo. Estas elites, como señala el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro, realizarán una segunda conquista contra todos “los pueblos” (los originarios, mestizos, negros y mulatos) que, paradójicamente fueron quienes  lograron la emancipación[9].

Estas elites vencerán en las guerras civiles a todos los representantes elegidos por los “pueblos” de las provincias y regiones no hegemónicas. La victoria sobre estos sectores iniciará un proceso que llega hasta nuestros días, en donde primó la negación del pasado histórico (indígena, colonial, mestizo, gaucho, africano, católico y comunitario).

Prácticamente 300 años después del inicio de la conquista, los Estados Nación en América Latina y el Caribe que surgieron durante el siglo XIX, se basaron en una matriz de pensamiento político y económico liberal, ilustrado o iluminista, que emergió en Europa tras la Revolución Francesa. En este sentido las elites letradas de las ciudades puerto inventaran las naciones americanas desde una matriz de pensamiento iluminista durante los siglos XIX y positivista (racista, evolucionista y eurocentrica) después.

Paradójicamente, debo destacar que la contemporaneidad surgida de la revolución francesa en Europa, sí reconoce el pasado histórico. Vale decir,  la conformación de las nacionalidades europeas, en Francia, Alemania e Italia, redimensionan la esencia de sus “pueblos”, dedicando especial atención a su pasado, historia, cultura y tradiciones.[10] Por ello la contemporaneidad europea se asume como representativa de sus pueblos, devenidos de ahora en más en ciudadanos. Sus principios fundantes, son los declarados durante la Revolución Francesa de 1789: Libertad, Igualdad, fraternidad.

Principios que por otra parte, aunque se declararon como universales, fueron negados en otros lugares del planeta. Por ejemplo, los franceses revolucionarios niegan estos principios en América para los Revolucionarios negros de Haití. Los principios, según lo afirmaron los revolucionarios franceses, eran solo para los blancos europeos. Incluso con la victoria de los revolucionarios haitianos, son los haitianos y no los franceses los que vuelve universales a estos principios. En la constitución que sancionan en 1805 no distinguen color, raza y ni lugar de nacimiento.[11] Dice la Constitución Imperial de Haití de 1805:

“Tanto en nuestro nombre particular como en el del pueblo de Haití, que legalmente constituimos los órganos fieles y a los portavoces de su voluntad. En presencia del Ser Supremo, delante de quien son iguales los mortales, y que ha esparcido tantas especies de criaturas diferentes en la superficie del globo con el fin de manifestar su gloria y su poder en la diversidad de sus obras; en frente de la naturaleza entera, de la que nosotros hemos sido tan injustamente y después de tanto tiempo considerados como los hijos rechazados: Declaramos que el contenido de la presente Constitución es la expresión libre, espontánea e invariable de nuestros corazones y de la voluntad general de nuestros conciudadanos; la sometemos a la sanción de Su Majestad el emperador Jacques Dessalines, nuestro libertador, para recibir su rápida y entera ejecución.”

Y en el artículo 14 de la constitución declaran:

”Art. 14. Necesariamente debe cesar toda acepción de color entre los hijos de una sola y misma familia donde el Jefe del Estado es el padre; a partir de ahora los haitianos solo serán conocidos bajo la denominación genérica de negros.”[12]

Como puede observarse, los revolucionarios haitianos, no sólo reconocen el valor de la historia, sino que lo articulan con su memoria y su pasado de injusticias y traslados forzados, con las causas de su revolución y posterior sanción de una constitución nacional.

En síntesis, no parten de un punto cero, como en los otros casos de América herederos de la tradición republicana norteamericana y francesa, más bien, todo lo contrario.

En la mayoría de las casos de América Latina y el Caribe, este reconocimiento del pasado de los pueblos, que es lo mismo que decir, el reconocimiento de quienes habitaban las tierras, no fue el mismo. Lejos de reconocer la historia de los pueblos de las Américas, lo que primo fue una matriz de pensamiento surgida en Europa. Quienes se encargaron de introducirlo y difundirlo fueron las elites letradas de las ciudades puerto, grupos que miraban al Atlántico, fundamentalmente a los principales centros urbanos de las potencias europeas. Lo cierto es que estas elites se adueñaron de los Estados, venciendo con las armas y, en algunos casos, con la ayuda de los imperialismos europeos, a los otros proyectos de Estado Nacional. Buena parte de estos “otros proyectos” no respondían al pensamiento liberal decimonónico, sino que provenían de las tradiciones arraigadas en el periodo anterior a la emancipación. Eran proyectos que tenían su basamento en varias expresiones tales como: los movimientos de emancipación indigenistas, en las experiencias de las misiones jesuíticas, en ideas surgidas de gobernadores, coroneles y generales de las ciudades del llamado “interior” o surgían de los liderazgos revolucionarios de personalidades como Simón Bolívar, José de San Martín y José Gervasio Artigas.

En síntesis, eran todos ellos, proyectos fundados en una representación y participación más amplía, popular si se quiere, reconociendo las tradiciones, culturas y soberanías pre existentes hacia mediados del siglo XIX, incluyendo a los sectores excluidos de la ciudadanía por las elites portuarias (esclavos, libertos, indios, mulatos).

Hoy, a más de 520 años después de la llegada de Cristóbal Colón y a más de 200 años de nuestras revoluciones de la independencia, los pueblos de Latinoamérica y el Caribe aún luchan por la emancipación cultural, pedagógica, económica y política. Son otras luchas, y en algunos casos, con otros imperios de distintas características (Monopolios de empresas transnacionales dueñas del circuito completo de la circulación de mercancías, extracción, producción, venta y circulación).

Hoy a más de quinientos años de la primera fase de conquista, como señala el político e historiador dominicano Juan Bosch en su libro El Caribe. Frontera imperial, nuestra historia fue la historia de las luchas de los imperios contra los pueblos de la región para arrebatarles sus ricas tierras; fue también la historia de las luchas de los imperios, unos contra otros, para arrebatarles porciones de lo que cada uno de ellos había conquistado; y es por último la historia de los pueblos para librarse de sus amos imperiales.[13]

Los Estados Nación del siglo XIX en América Latina y el Caribe y la ciudadanía

Los Estados Nación en América Latina y el Caribe que surgieron durante el siglo XIX, se basaron en una matriz de pensamiento político y económico liberal[14], ilustrado[15] o iluminista, que emergió en Europa luego la Revolución Francesa. En este sentido, el periodo revolucionario en América, como en Europa tras 1789, se puede condensar en torno a la aspiración por la unidad de componentes heterogéneos, complejos y en muchos casos, contradictorios. Una homogeneidad, que ocultará las diferencias sociales, étnicas y políticas. Vale decir, aquello que es percibido como una cualidad y que aparenta derribar todas las diferencias entre los hombres en su obsesión por la igualdad, en el caso de Latinoamérica y el Caribe, llevo a despreciar y/o pretender eliminar todas las barreras del pasado (católico, español, indígena, colonial, monárquico). En este sentido, los imperativos de unidad e igualdad son concebidos como indisociables para las nuevas repúblicas americanas, comenzando a proyectar un imaginario de unidad e igualdad.

Para la historia de los pueblos de Latinoamérica y el Caribe,  este imaginario, muta y oculta las diferencias sociales y económicas de las sociedades americanas. Este imaginario se expresa en la idea de ciudadanía, que designaría la copertenencia a un mundo de pares[16] y que se simboliza, por ejemplo, en el ejercicio del sufragio universal.

El inicio de la contemporaneidad europea habla del origen de la ciudadanía, sin embargo en América Latina y el Caribe, la mayoría de sus habitantes ni podían elegir a sus representantes, ni podían gozar de una ciudadanía plena.

Como señala el historiador brasileño, José Murilo de Carvalho[17], para que sea posible ejercer la ciudadanía, se deben cumplir   tres elementos: los derechos civiles, derechos políticos y derechos sociales. Para precisar.

Los derechos civiles, son los derechos fundamentales a la vida, a la libertad, a la igualdad ante la ley. Permiten que el ciudadano tenga la posibilidad de viajar y mudar de domicilio, de elegir un mejor trabajo, de expresar el pensamiento propio, la garantía que sólo la autoridad judicial competente puede dictar, según lo disponga la ley, la orden de aprehensión; en la seguridad de que nadie puede ser condenado sin proceso legal regular.     En definitiva, son derechos cuya garantía depende de la existencia de una justicia independiente, eficaz y al alcance de todos. Son estos derechos los que posibilitan la existencia de una sociedad civil.

Los derechos políticos refieren a la relación entre todos los habitantes de un territorio y el sistema político que existe en ese territorio, en el sentido del grado de participación verdadero de la población, su representación y expresión, en el gobierno. Se ejercitan por medio de la posibilidad que tienen los ciudadanos de discutir problemas de gobierno, de realizar manifestaciones políticas, de organización partidos, de votar, de ser votado. La mayoría de las veces, cuando se habla de los derechos políticos, sólo se mencionan las elecciones[18], en cambio sin la existencia de los derechos civiles, sobre todo, sin la libertad de opinión, difusión, organización y manifestación, los derechos políticos tienen un alcance muy limitado, quedan vacíos en su contenido, sirviendo más para justificar a los gobiernos que para representar a sus ciudadanos.

Los derechos sociales garantizan la participación de todos los ciudadanos en la riqueza colectiva, incluyen el derecho a la educación, el trabajo, el salario justo, la salud, la jubilación, la libre elección e igualdad entre los géneros sexuales, etc… Los derechos sociales son los que permiten que las sociedades políticamente organizadas, puedan reducir la desigualdad y garantizar a todos un nivel aceptable de bienestar, la idea central se basa en la justicia social.   

En síntesis, desde esta perspectiva, cualquier observador o estudioso de la historia de nuestra región, puede dar cuenta que para los habitantes de América y el Caribe, la ciudadanía plena llego, cuando llego, recién hacia mediados del siglo XX, con las primeras democracias con verdadera representación popular. 

II. El concepto de Estado en tiempos del liberalismo global. Los límites del progresismo para la comprensión de la democracia Nacional y Popular.

Primero, propongo una breve historia del concepto. Uno de los primeros en abordar en profundidad el tema del Estado moderno fue el filósofo alemán, Georg Hegel (1770-1831), quien escribió: «Las leyes expresan las determinaciones del contenido de la libertad objetiva» […]  “La constitución es la estructuración del poder del Estado (…). La constitución es la justicia existente, como realidad de la libertad en el desarrollo de todas sus determinaciones racionales».[19] Otro filósofo y politólogo Alemán, Max Weber (1864-1920) en 1919, define al Estado moderno “como una asociación de dominación con carácter institucional que ha tratado, con éxito, de monopolizar dentro de un territorio el monopolio de la violencia legítima como medio de dominación y que, con este fin, ha reunido todos los medios materiales en manos de sus dirigentes y ha expropiado a todos los seres humanos que antes disponían de ellos por derecho propio, sustituyéndolos con sus propias jerarquías supremas.”[20]

Otros autores, que son referencia sobre el tema para el caso argentino, como Natalio Botana y Oscar Oszlak, han seguido en buena parte estas definiciones. Botana, apoyándose en las ideas de Juan Bautista Alberdi, sostiene que el Estado Argentino se consolida en 1880, cuando el ejército nacional de Julio A. Roca vence en tres sangrientas batallas al ejercito de Buenos Aires, logrando así, el monopolio de la violencia en el todo el territorio, dice Botana: “La obediencia, en este caso, no se obtiene por la persuasión, sino por la violencia; no hay, en rigor, consenso voluntario sino acto de asentimiento ante el peso actual o la inminente amenaza de fuerza.”[21] Oszlak, en varios textos trato el tema de la formación, desarrollo y características de los Estados en América Latina y el Caribe.  Destacó cinco elementos indispensables para su existencia: 1. capacidad de externalizar su poder, obteniendo reconocimiento interestatal; 2. capacidad de institucionalizar su autoridad, imponiendo el monopolio sobre los medios organizados de coerción; 3. capacidad de diferenciar su control, a través  de instituciones públicas con reconocida legitimidad para extraer recursos de la sociedad civil; 4. capacidad de internalizar una identidad colectiva, mediante la emisión de símbolos que refuerzan sentimientos de pertenencia y solidaridad social y permiten, en consecuencia, el control ideológico como mecanismo de dominación.[22]

El liberalismo (progresismo), su concepto de Estado y los Estados latinoamericanos 

En las definiciones de Weber, Botana y Oszlak observo una serie de problemas comunes para la comprensión de las características particulares de los Estados Nacionales en América Latina y el Caribe, como de su función y/o relación para los que habitan el territorio. ¿Cómo es esto?

En primer lugar, se demuestra en estas definiciones su raíz ideológica liberal. Observo una operación que intenta cosificar al “Estado”, en el sentido de hablar como algo no viviente, inerte, en consecuencia, carente de transformación, en definitiva, deshumanizado. No debería sorprendernos, ya que en esta concepción, cuyo objetivo es atomizar los individuos no viven en una comunidad (natural, histórica y tradicional) sino que los humanos viven en una sociedad y son considerados, al mismo tiempo como seres “libres” de las afecciones posibles de “esta comunidad”. No están integrados entre sí, o para ser más preciso, son presentados como seres vinculados mediante pactos y asociaciones ligadas a distintos intereses temporales y determinados individualmente. De allí que el Estado desde las definiciones seleccionadas se describe cómo una institución con la cual los individuos establecen una asociación, una sociedad. El Estado en la concepción liberal es la institución que objetiviza mediante la acción de elimina las subjetividades, claro está, esto produce gracias a que el Estado se presenta como una institución nacida de la razón moderna (científica, académica, lógica). Alguna vez, probablemente,  los/as lectores/as han escuchado algún vecino o familiar decir: “yo pago mis impuestos y el Estado no cumple” o “porqué debo sostener con mis impuestos a otros, a los que el Estado le paga planes o subsidios”. Esto reclamos manifiestan la idea liberal del Estado en donde se disuelven las relaciones familiares, comunales, espirituales, nacionales, generaciones y sentimentales, aquello que Juan Domingo Perón llama “Los valores eternos”[23].

El Estado liberal de derecho no tiene ningún valor afectivo y espiritual con el ciudadano. ¿Cómo es esto? ¿Qué es ser ciudadano? Si tomamos a Hegel, bajo la abstracción generada por el supuesto de “leyes objetivas” se produce la re invención de la idea de ciudadanía., término que deriva del latín “civitas” que significaba ciudad y que se asignaba en la antigua Grecia a cualquier habitante de un espacio, disociando a ese ser humano con las relaciones existentes con los otros seres humanos. Es decir, la ciudadanía homogeniza a los humanos, es un término que separa los vínculos, diferencias, tradiciones, costumbres y demás aspectos anteriores (y presentes) entre los que habitan ese espacio, y en ese sentido, se puede afirmar que la ciudadanía es una invención, ya que sólo mediante una abstracción podríamos considerarnos como iguales entre los que habitábamos una misma ciudad. Los humanos no somos iguales. Los humanos nunca fuimos iguales, no lo fueron en la Francia de 1789 ni en las Provincias Unidas del Río de la Plata luego de 1810.

Ahora bien, esa diferencia natural no nos ha disgregado, ya que también nuestra naturaleza es la de ser animales gregarios, vivimos en comunidades y nos agrupamos por relaciones sentimentales con otros humanos. Somos animales que sin el otro no podemos sobrevivir. Somos diferentes pero al mismo tiempo vivimos todos, con nuestras diferencias, en una misma comunidad.

Otro pensador, político y también Revolucionario, Vladímir Ilich Uliánov: Lenin, escribió en El Estado y la Revolución de 1917, que el Estado “Es el producto de la sociedad” y en ese sentido, su existencia, dice: “demuestra el carácter irreconciliable de las contradicciones entre las partes que ocupan el territorio de ese Estado”, en definitiva, es por medio del Estado, como árbitro, que pueden acotarse las desigualdades inherentes al modo de producción capitalista, podría decir, parafraseando a Lenin, que negar la existencia del Estado o intentar derribarlo es suponer que estas desigualdades no existen.

La deshumanización provocada por la concepción liberal encontró expresión en el holograma de la ciudadanía. En su relación con el Estado moderno pos Revolución Francesa, explica Juan Domingo Perón en su texto La Comunidad Organizada de 1949:

“Hegel convertirá en Dios al Estado. La vida ideal y el mundo espiritual que halló abandonados los recogió para sacrificarlos a la Providencia estatal, convertida en una serie de absolutos. De esta concepción filosófica derivará la traslación posterior: el materialismo conducirá al marxismo, y el idealismo, que ya no se acentúa sobre el hombre, será en los sucesores y en los intérpretes de Hegel, la deificación del Estado ideal con su consecuencia necesaria, la insectificación del individuo. El individuo está sometido en éstos a un destino histórico a través del Estado, al que pertenece. Los marxistas lo convertirán a su vez en una pieza, sin paisajes ni techo celeste, de una comunidad tiranizada donde todo ha desaparecido bajo la mampostería. Lo que en ambas formas se hace patente es la anulación del hombre como tal, su desaparición progresiva frente al aparato externo del progreso, el Estado fáustico o la comunidad mecanizada.”[24]

Juan Domingo Perón visibilizó la inconsistencia, debilidad y superficialidad de la idea de justicia, el sustento moral en el cual se apoya la legitimidad del Estado Liberal de derecho, ya que objetivando las leyes (diseñadas, formuladas e implementadas por las oligárquicas locales en el caso de nuestra América) convertían en Dios al Estado, eliminando toda las diferencias sociales y económicas gracias a un espectro, artificial y abstracto como lo es “la ciudadanía”.  

En este punto, observo que el problema de la ciudadanía en su relación con el pueblo y la democracia tiene raíces históricas relacionadas con una multiplicidad de aspectos vinculados a lo que llamó la doble exclusión de “los pueblos” en la región, primero, una exclusión respecto a la historia oficial creada por los Estados Nación surgidos durante el siglo XIX; segundo, una exclusión de los pueblos respecto a las formas de representación política implementadas por estos Estados.

Desde los años ochenta, el liberalismo ha mutado nuevamente, liberales, devenidos en progresistas “del gran mundo de las izquierdas” avanzaron conceptualizando una nueva definición de Estado. Para precisar, con el telón de fondo de las democracias surgidas de las movilizaciones populares (post debacle generada por el neo liberalismo en los 80´/90´), llegaron al Estado liberal de derecho, gobiernos con verdadera representación de las mayorías, pero estos estudiosos (liberal-progresistas) lograron eliminar el contenido democrático de estos gobiernos bajo el término de populismo, palabra escuchada hasta el hartazgo en los últimos veinte años y, que más-menos, se sostiene en la idea de que los ciudadanos han sido manipulados, han votado irracionalmente, en consecuencia, son considerados Estados democráticos viciados, aparentes e ilegítimos. Pero no sólo eso, el liberalismo también ha re significado las luchas de militantes populares del siglo XX de los años previos al neo liberalismo desarrollados entre la década del 50´ y del 70´. Como señaló el filósofo ruso Alexander Dugin[25] en su última visita a nuestro país, bajo el halo de los derechos humanos, han logrado desplazar la idea del Estado como comunidad organizada, disolviendo los lazos espirituales, sentimentales, nacionales y colectivos, “los valores eternos”, dice Dugin:

“El liberalismo, a través de los principios de los Derechos Humanos, quiere establecer la idea de que no hay ninguna diferencia entre los individuos. Que no cuentan ni el género, ni la Nación, ni la etnia, ni la identidad étnica, ni la identidad religiosa. Esa es la idea clave del liberalismo. La supuesta libertad del individuo contra las identidades colectivas. Hoy en el mundo podemos ser liberales de izquierda o de derecha. Incluso, en algunos casos, podemos ser liberales de extrema izquierda, como el Antifascista norteamericano. O la extrema derecha liberal, como los ucranianos nacional-socialistas que luchan contra los rusos, que están a favor del liberalismo occidental. En definitiva, podemos ser liberales de cualquier sesgo pero no somos libres de no ser liberales.”

Notas:

[2] Mandrini, Raúl,  América Aborigen. De los primeros pobladores a la invasión europea, Buenos Aires, siglo XXI, 2010,

[3] Liverani, Mario, “Introducción y caracteres originales” y “La Revolución urbana” en El antiguo oriente. Historia, sociedad y economía. Crítica, Barcelona, pp. 20‐61 y 97 a 122.

[4] Jaramillo, Ana (dir.), “Los orígenes”, en Atlas Histórico de América Latina y el Caribe, Remedios de Escalada, UNLa, 2016. pp. 42‐130.

[5] Mc Clung de Tapia, Emily y Childs Rattray (eds), Teotihuacan, Nuevos datos, nuevas síntesis, nuevos problemas, México, IIA-UNAM, 1987.

[6] García Linera, Álvaro, Hacía el gran Ayllu universal. Pensar el mundo desde los Andes, México, Altepeti Editores, 2015.

[7] Todorov, Tzvetan, La conquista de América. El problema del otro [1982], Buenos Aires, Siglo XXI, 2014; Nosotros y los otros. Reflexión sobre la diversidad humana, México, Siglo XXI, 1991. 

[8] Dussel, Enrique, “Eurocentrismo y modernidad”, en Mignolo, Walter (comp.), Capitalismo y geopolítica del conocimiento, Buenos Aires, Ediciones el signo, 2014, pp. 63-77.

[9] Ribeiro, Darcy, Las Américas y la civilización [3 tomos], Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1969.

[10] Mosse, George, La nacionalización de las masas. Simbolismo de masas en Alemania desde las guerras napoleónicas al tercer reich, Madrid, Alianza Editorial, 2004; Rosanvallon, Pierre, El modelo político francés. La sociedad civil contra el jacobinismo de 1789 hasta nuestros días, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007.

[11] Grüner, Eduardo, “Haíti. La única Revolución de esclavos triunfante”, en Marisa Pineau (editora) Huellas y legado de la esclavitud en las Américas. Proyecto Unesco, la ruta del esclavo, Buenos Aires, Eduntref, 2012, pp. 223-229.

[12] Chávez Herrera, Nelson (compilación), Primeras Constituciones de Latinoamérica y el Caribe, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 2010.  pp. 159-170.

[13] Bosch, Juan, De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, frontera imperial [dos tomos], Madrid, Espasa Calpe, 1970.

[14] El liberalismo al que hago alusión, refiere a la doctrina política que sostiene como principios fundamentales,  la propiedad privada y la libertad individual. En materia de política económica,  propone un Estado limitado, restringiendo o desechando toda intervención del Estado en la vida social, cultural y económica. En este sentido, en las sociedades en donde el modo de producción capitalista es hegemónico, el liberalismo tiende a  perpetuar las diferencias entre los sectores sociales que la integran.

[15] Por iluminismo o ilustración considero al movimiento espiritual, intelectual, cultural y político surgido durante las revoluciones burguesas de mediados del siglo XVIII. Este movimiento, lo comprendo como  el basamento ideológico y conjunto de significados propuestos  por la burguesía europea frente a su contrario, integrado por las monarquías, el clero y la nobleza. En este sentido, si bien el iluminismo o ilustración sostuvo entre sus principios fundamentales, la conciencia basada en la razón, la confianza en el pensamiento del hombre, la libertad, dignidad, autonomía, y emancipación y felicidad del hombre, en realidad, aunque se proclamaban todos estas como universales, sólo buscaban ser expresiones para los sectores burgueses de la europa central. Para los demás países, estos principios no sólo fueron negados sino que, en aquellos lugares en donde existían, las mismas burguesías imperialistas europeas se ocuparon de eliminarlos. 

[16] Rosanvallon, Pierre, El modelo político francés. La sociedad civil contra el jacobinismo de 1789 a nuestros días, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007.

[17] Murilo de Carvalho, José, Desenvolvimiento de la ciudadanía en Brasil, México D.F., FCE, 1995.

[18] Vinculados con el tema se han realizado trabajos en los últimos veinte años, marcadamente influenciados por rastrear la historia de los procesos de elección y representación en América Latina y el Caribe, tras la vuelta a la democracia en la región. Sobre participación, elección, y la relación entre el Estado y la ciudadanía, encuentro estudios de historiadores, filósofos, antropólogos, politólogos de diferentes países latinoamericanos, por mencionar el caso en donde en un mismo trabajo participan autores de diferentes países  como es el caso del libro coordinado por la historiadora Hilda Sábato, Ciudadanía política y la formación de naciones. Perspectivas históricas para América Latina, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1999 o el coordinado por el filósofo  Oscar Terán, Ideas en el siglo. Intelectuales y cultura en el siglo XX latinoamericano, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008. También se desataca el trabajo de Waldo Ansaldi y Verónica Giordano, América Latina y la construcción del orden, Buenos Aires, Ariel, 2012. En tanto a los análisis particulares bajo la temática sobre la invención de la nación remarquemos para el caso ecuatoriano el trabajo de Carlos Palatines, Sentido y trayectoria del pensamiento ecuatoriano, Quito, Biblioteca Central, 2010 y en el de Brasil los trabajos de Murilo de Carvalho, La formación de las almas. El imaginario de la república en Brasil, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1997 y El desenvolvimiento de la ciudadanía en Brasil, Colegio de México, México D.F., 1997, en argentina destaco los estudios de Chiaramonte, José Carlos “La cuestión regional en el proceso de gestación del Estado nacional argentinos. Algunos problemas de interpretación”, en Marco Palacio (compilador), La Unidad nacional en América Latina. Del regionalismo a la nacionalidad, México D.F, El colegio de México, 1983.

[19] Hegel, Georg, La Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas [1817], Madrid, Alianza Editoria, 1997.

[20] Weber, Max, La política, el político y el científico [1919], Buenos Aires, Prometeo, 2003.

[21] Botana, Natalio, El orden conservador [1977], Buenos Aires, Hyspamerica, 1986.

[22] Oszlak, Oscar, “Formación histórica del Estado en América Latina” [1982], en Lecturas sobre el Estado y las políticas públicas, Buenos Aires, Jefatura del Gabinete de Ministros de la Nación, 2007.

[23] Perón, Juan Domingo, Doctrina Peronista [1948], Buenos Aires, Ediciones Macacha Guemes, 1973.

[24] Perón, Juan Domingo, La Comunidad Organizada [1949], Buenos Aires, Adrifer Libros, 2001. 

[25] Dugin, Alexandr, Geopolítica existencial, Buenos Aires, Nomos, 2017;  Identidad y Soberanía contra el mundo posmodernos, Buenos Aires, Nomos, 2017.  

Facundo Di Vincenzo. Profesor de Historia – Universidad de Buenos Aires, Doctorando en Historia– Universidad del Salvador, Especializando en Pensamiento Nacional y Latinoamericano – Universidad Nacional de Lanús, Docente de Historia Social y Política Latinoamericana, Historia Social y Política Argentina, Historia Moderna y Contemporánea, Procesos Históricos Mundiales, Seminario Manuel Ugarte “Pensador de la Nación Latinoamericana” e Investigador del Instituto de Cultura y Comunicación, Instituto de Problemas Nacionales y  Centro de Estudios de Integración Latinoamericana “Manuel Ugarte”, Universidad Nacional de Lanús.