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Obama en India

Una marea de turbantes

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

El 6 de noviembre, antes de que haya pasado la tormenta electoral en EE.UU., el presidente Obama llegará a Mumbai, India. Irá al Hotel Taj Mahal, donde tuvo lugar el ataque terrorista de noviembre de 2008. El equipo de Obama se apropiará del hotel. El restaurante favorito de Bill Clinton en India es el Bukhara, en el Hotel Maurya de Nueva Delhi, que sirve un plato atiborrado vendido bajo su nombre (más de 100 dólares). El Taj tiene un restaurante que se adapta mejor al gusto de Obama: el Masala Kraft, comida india cocinada al modo minimalista, con poco aceite. Sin sabores extravagantes. Es su estilo,

El día de su llegada Obama irá a Mani Bhavan, donde Gandhi se quedaba cuando estaba en Mumbai. En 1959 Martin Luther King, Jr. fue a ese «Museo Gandhi.» Lo emocionó el espacio en el que se sentaba Gandhi, ahora acordonado para separarlo del público. King quiso ir y sentarse en la habitación, entre los objetos que quedban de Gandhi. El curador del Museo dudó, pero no pudo negarse ante un invitado del Estado. King meditó sobre el piso, donde otrora lo hizo Gandhi. Pasaron las horas. El curador preguntó a los acompañantes de King cuándo tenían la intención de irse, ya que tenía que cerrar el Bhavan. King preguntó si podía quedarse toda la noche, solo, y dormir donde había dormido Gandhi. El curador, de nuevo, tuvo que otorgar ese privilegio a su invitado. King lo hizo, causando la incomodidad de sus amigos.

A la mañana siguiente, King escribió en el libro de visitantes: «Tener la oportunidad de dormir en la casa en la que Gandhi durmió, es una experiencia que nunca olvidaré». Unos días después, en All India Radio, King expresó su esperanza de que «India tome la iniciativa y llame al desarme universal». El presidente de EE.UU. no ofrece nada semejante. El equilibrio de fuerzas en EE.UU. es demasiado desagradable actualmente como para que se repita algo semejante, o siquiera el llamado de Obama en septiembre de 2009 en las Naciones Unidas a favor de la no proliferación nuclear. Este ganador del Premio Nobel de la Paz, a diferencia de King (quien también obtuvo el premio, en 1964), pocas veces tiene buenas noticias para el mundo.

Obama y su equipo llegan a India con una agenda diferente. En el frente político, el movimiento parece poco probable. La estrategia inicial del gobierno indio es buscar el apoyo de EE.UU. para un sitio permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Pero incluso si esto se logra no existen garantías de que India ofrezca alguna concesión a los objetivos bélicos de EE.UU. en Afganistán y Pakistán; India tiene sus propios intereses en la región, impulsados por el punto de vista de que debe buscar la primacía sobre eventos que tienen lugar en su vecindario inmediato. En Afganistán, los intereses de India son numerosos, y no siempre en línea con los de Pakistán -ése es el problema, ya que EE.UU. tiene que moverse por una fina línea entre los antagonismos que asedian a sus dos aliados, para no hablar de la falta de su propia estrategia para una guerra que ahora está casi fuera de control.

Bob Woodward (en Obama’s Wars) muestra a un presidente desgarrado, ansioso de afianzar Afganistán para que el «cáncer no se propague» a Pakistán. El pensamiento sobre la región, como muestra el libro de Woodward, es pedestre. No tiene en cuenta las numerosas consideraciones solapadas de Irán, de China, de India, de Pakistán, de Rusia, de los Estados centroasiáticos, y claro está, del propio pueblo afgano. Los eslóganes de terrorismo y Estados fallidos no están a la altura. Es dudoso que el equipo de Obama y el gobierno indio encuentren un lenguaje común.

El bufé preparado para las corporaciones encontrará buenos comensales tanto en el equipo de Washington como en el de Nueva Delhi. La semana pasada, el asesor nacional adjunto de seguridad para Asuntos Económicos Internacionales, Mike Froman, dijo a la prensa que el tema principal de Obama será que «India es un tremendo mercado, mercado potencial para exportaciones de EE.UU. y fuente de inversiones en EE.UU.» Obama querrá que el gobierno indio abra la puerta a más exportaciones agrícolas de EE.UU. a India.

Detrás de todo esto, a todo vapor, están los planes de Monsanto, la gigantesca firma de agronegocios. Cuando Bush fue a India en 2006, la política agrícola de Monsanto fue presentada como la suya, y lo mismo sucede con Obama. El impulso es soslayar los conocimientos científicos de dominio público a favor del mundo secreto y lucrativo de la propiedad intelectual dominada por el capital privado – el Acuerdo sobre Ciencia de 2005 fija las condiciones. Tal vez Obama debería incluir en su avión a algunos agricultores de Iowa que han perdido sus tierras por la crisis financiera, e ir con ellos a visitar las familias en Vidharba que han perdido a sus seres queridos en la epidemia de suicidios de agricultores. Podrían descubrir que la distancia entre la aldea Saikheda y Rockwell City, Iowa, no es tan grande después de todo.

En pocas palabras, ya no es EE.UU. el que pide a India que desmantele sus barreras al comercio. Ahora Washington pide inversiones y la oportunidad de entrar al mercado indio; la industria india exige que Washington termine con su proteccionismo. La Confederación de la Industria India (CII) publicó hace algunos días un informe, señalando que hay un montón de leyes estadounidenses que limitan las importaciones (como la Ley de Recuperación y Reinversión Estadounidense de 2009, un intento de proteger el hierro y el acero de EE.UU., mediante estipulaciones de «¡Compra Estadounidense!»). La CII no tiene que preocuparse. Ataques ocasionales de retórica proteccionista provienen de ambos partidos de EE.UU., y unas pocas leyes débiles afectan aquí y allá a uno o más sectores de la economía india. Pero en EE.UU. no se atreven a volver a los aranceles de Smoot-Hawley de 1930; el único sector que sigue deslizándose bajo el monitor de la OMC es la agricultura estadounidense, totalmente subvencionada por cuenta de la agroindustria, contra los intereses de agricultores y consumidores en todas partes.

En India, tanto la izquierda como la derecha están descontentas con el estado actual de las relaciones entre EE.UU. y su país. Comentaristas de la derecha se irritan porque EE.UU. ha prestado más atención a China que a India (Hillary Clinton fue a Pekín antes de llegar al Hotel Taj Mahal en Mumbai; en 2009, Obama y Hu Jintao firmaron una declaración exhaustiva para fortalecer sus relaciones). La derecha india está obsesionada con China y cualquier señal, por débil que sea, de que alguien se lleva bien con China, la enfurece.

La izquierda organizará manifestaciones masivas durante la visita de Obama, pero no tendrán la misma energía que la inmensa protesta que provocó el viaje de Bush en 2006. Bush y su agenda eran tanto más fáciles de despreciar: era una caricatura del imperialismo de EE.UU. El enfoque de Obama es similar, pero su estilo es sofisticado y desarma a sus críticos. La lista de quejas de la izquierda incluye que no se haya extraditado a Warren Anderson (quien dirigía Union Carbide en 1984, y que debería conllevar alguna responsabilidad por el accidente de Bhopal Gas), las guerras en Iraq y Afganistán y la acción de EE.UU. para incluir India en su órbita militar.

Este último punto es central. Sucederá al margen de la visita de Obama. Los generales se reunirán, y los traficantes de armas se darán la mano. India y EE.UU. ya tienen una relación muy íntima entre los militares y en las ventas de armas. Se espera que los negocios de armas totalicen entre 5 y 12.000 millones de dólares. EE.UU. quiere utilizar la venta de tecnología militar como contrapartida por la firma por India del Acuerdo de Apoyo Logístico, que permita que las fuerzas militares de EE.UU. utilicen India para reabastecimiento y tránsito. En 2003, el parlamento indio se negó a permitir que tropas indias entraran a la guerra de Iraq junto a EE.UU. y el Reino Unido. Esa tendencia a la independencia sigue existiendo, y podría ser que el gobierno dirigido por el Partido del Congreso no llegue a alcanzar un abrazo completo con el Pentágono.

Una noticia todavía tiene que provocar el temor necesario en el establishment indio: el Reino Unido, por primera vez desde que la Armada Invencible fracasó en el Canal de la Mancha, ha decidido reducir su fuerza militar, y al hacerlo, su proyección de poder imperial. La separación de las colonias en los años sesenta no disminuyó las ambiciones imperiales de Gran Bretaña (como en las Islas Malvinas [Falkland], y, en un rol secundario, en Afganistán e Iraq). ñEste es el toque de despedida, como señaló en Cambridge el historiador Eric Hobsbawm la semana pasada. India podría tratar de colarse en el rol británico ausente.

Durante el pasaje a la India de Obama, éste ha renunciado a visitar el Templo Dorado en Amritsar. Es una lástima. Yo fui este verano, a las 4 de la mañana, para vivir toda la gloria del palki, cuando el libro sagrado de los sijs, el Guru Granth Sahib, va de Akal Takth al Harimandir [Templo Dorado]. Incluso el ateo más aguerrido como yo se emociona ante la belleza del momento. Podría haber sido la descompresión que Obama necesita. Pero no tendrá lugar. Los dos destacados porristas de EE.UU. en India, deben sentirse gravemente insultados por esta decisión. Tanto el primer ministro (Manmohan Singh) y Montek Singh Ahluwalia (presidente adjunto de la Comisión de Planificación) son sijs. Algunos de mis amigos creyeron que la visita al Templo Dorado fue cancelada por consejo de miembros del círculo de Obama con estrechos vínculos con la derecha Hindutva. Más probable es el tóxico alboroto político hacia los sijs que ha infligido el discurso político estadounidense desde el 11-S.

Después del 11-S, una de las primeras víctimas de la reacción fue Balbir Singh Sodhi, un propietario sij de una gasolinera en Mesa, Arizona. Lo confundieron con un terrorista por su barba y turbante. El turbante siempre ha provocado ansiedad; los sijs que llegaron a California en el siglo XIX, fueron recibidos con hostilidad. Pero los sijs no lo tomaron a la ligera: «Yo solía ir a Maryville todos los sábados», contó un hombre en los años veinte. «Un día un ghora [hombre blanco] borracho salió de un bar y me hizo señales diciendo: ‘¡Ven acá, esclavo!’ Dije que yo no era esclavo. Me dijo que su raza gobernaba India, y también EE.UU. Todos éramos esclavos. Se me acercó y lo golpeé y me escapé rápidamente.» George W. Bush se pronunció contra la reacción posterior al 11-S. Fue el caso típico del que es incendiario con una mano, y bombero con la otra.

La violencia contra los sijs no fue sólo obra de la plebe; el congresista John Cooksey (republicano de Luisiana) dijo: «Si veo a alguien [que] llega con un pañal sobre su cabeza y una correa de ventilador atada alrededor del pañal en su cabeza, a ese sujeto hay que detenerlo». La brecha entre sijs y musulmanes era irrelevante. El senador Conrad Burns (republicano de Montana) despotricó contra el «enemigo anónimo» que «conduce taxis en el día y asesina por la noche» (agosto de 2006).

Desde el incidente de Park 51 (la mezquita en el centro de Manhattan), el discurso político suena como una canción de Lydia Lunch. La congresista Sue Myrick (republicana de Carolina del Norte) dijo: «El Qu’ran es papel higiénico sin valor. Me gusta desecrar sus cosas sagradas.» Si no fuera ofensivo, sería simplemente estúpido, la peor flatulencia juvenil. La seriedad del asunto llevó a Estadounidenses Surasiáticos Dirigiendo Juntos (SAALT, por sus siglas en inglés), a producir un informe en octubre de 2010 intitulado From Macacas to Turban Toppers: The Rise in Xenophobic and Racist Rhetoric en American Political Discourse. [De macacas a turbantes: El aumento de la retórica racista en el discurso político estadounidense] Es la fuente de mis ejemplos.

El equipo de Obama se ha mostrado veleidoso ante la idea de permitir que su candidato sea asociado con la marea de turbantes, la exhibición de dupattas [grandes pañuelos, parte de la vestimenta femenina en India]. En junio de 2008, el personal de su campaña pidió a dos mujeres musulmanas en Detroit que abandonaran la sección detrás de Obama. El miembro del personal dijo a Hebba Aref: «por el clima político y lo que pasa en el mundo y lo que pasa con los estadounidenses musulmanes, no es bueno que [Aref] sea vista en televisión o asociada con Obama». A Shimaa Abdelfadeel se le dijo: «No permitimos que nadie con algo sobre sus cabezas como [gorros] de béisbol o pañuelos se encuentre detrás del escenario. No tiene nada que ver con su religión.» Es el ataque de Sarkozy contra el pañuelo para la cabeza, realizado por medios ocultos. No es sorprendente que el Templo Dorado no haya sido considerado en el programa.

Los vínculos entre India y EE.UU. deberían verse de manera adecuada como vínculos entre las Cámaras de Comercio de ambos países. Las relaciones auténticas entre la gente se han atrofiado. Después del 11-S, la antropóloga Jessica Falcone muestra (en un ensayo en la nueva edición de Diaspora) que la comunidad sij en el área de Washington, DC, hizo lo imposible por demostrar su patriotismo. Una periodista del Washington Post fue a visitar a un dirigente comunitario sij, quien le dijo: «condenamos el acoso, condenamos el terrorismo. Somos estadounidenses, y apoyamos plenamente al gobierno de Bush.» Uno de sus sobrinos acababa de ser tiroteado por su turbante. «Estamos unidos como sijs», dijo a la periodista, «y como estadounidenses». El patriotismo no es, en este caso, el refugio de bribones. Es un acto de desesperación.

Jóvenes sijs de la antropóloga Rita Verma en una ciudad estadounidense le contaron muchísimas historias de sus propios temores. Harminder habló de que la expulsan de su escuela todos los días, y Parminder dijo: «Algunas de las muchachas me agarraron el pelo y me arrancaron algunos cabellos. Pensaron que era musulmana y pensaron que era mala. Me gritaban todo el tiempo ‘eres mala’, ‘eres mala’. Empezaba a llorar y me sentía como si no tuviera adónde ir.» El séquito de Obama incluye generales y directores ejecutivos. No construirá los verdaderos puentes que permitan que niños como Parminder vivan con dignidad.

Vijay Prashad es catedrático de la cátedra George y Martha Kellner de Historia Sudasiática y Director de Estudios Internacionales en el Trinity College, Hartford, CT. Su libro más reciente, Las Naciones más oscuras: una historia popular del Tercer Mundo, ganó el Muzaffar Ahmad Book Prize de 2009. De él acaban de publicarse las ediciones sueca y francesa. Puede contactarse con él en: vijay.prashad trincoll.edu

Fuente: http://www.counterpunch.org/prashad11052010.html

rCR