Resistencia en cada esquina
Con despliegue, constancia, esfuerzo y paciencia, la militancia frentista uruguaya abandona los comités y se despliega casa por casa, en ferias y eventos, como un ejército de hormigas cuyo trasiego no transporta las hojas hurtadas al verdor, sino las de votación. El territorio percibe el impulso de miles de fervores que se extienden capilarmente por calles y pasajes, entre gazebos y banderazos. Sin embargo, este ardor no siempre recibe una devolución de igual intensidad. Evaluar el ánimo o humor social y las expectativas que la jornada electoral suscita se torna difícil, especialmente desde la distancia. Las conclusiones recibidas son diametralmente opuestas, dependiendo de quién refleje sus vivencias. Este ejército de voluntades transformadoras carece de los recursos en armamento publicitario y municiones de marketing, de los que dispone el actual oficialismo, pero se impone en presencia organizada en cualquier esfera de la vida social e institucional, incluyendo las organizaciones de la sociedad civil. Quizás el verdadero obstáculo a sortear no sea el votante de la coalición, sino la conjunción de indiferencia y desencanto en un segmento decisivo de la ciudadanía. En una coyuntura mundial plagada de sorpresas y desconciertos, herederos de insatisfacciones profundas con diversas y hasta opuestas gestiones políticas, se impone la prudencia de moderar el optimismo y, a la vez, redoblar los esfuerzos por multiplicar la militancia en las bases. Es crucial que estos esfuerzos no solo pidan adhesión, sino que aprovechen el contacto para reconstruir una hospitalidad deteriorada y tiendan algún puente que supere la simple inducción al voto quinquenal.
La explicación de la apatía política de vastos sectores sociales no debería reducirse a las frustraciones materiales o las expectativas de futuro, sino incluir también el componente institucional. La democracia representativa, concebida para excluir a los representados de las decisiones que los afectan, más que inducir la participación, la desalienta, enclaustrándola entre los márgenes de las meras formalidades. Las reiteradas tentativas de participación y sus resultados estériles producen frustración y pasividad en la sociedad civil. Las movilizaciones sociales nunca logran trascender la protesta o presión, pues el régimen político les niega cualquier intervención decisional institucionalizada, confinándolas a la queja, cuyo primer (aunque no único) indicador es el espectro donde convergen abstencionismo, votos nulos y en blanco. Excepción hecha de los dos plebiscitos simultáneos con la elección nacional, a los que el Frente Amplio (FA) le dio lamentablemente la espalda. En el artículo de la semana pasada llamaba la atención sobre los 118.725 electores que resultan de la sumatoria de los votos, nulos, en blanco y los sobres con exclusivas papeletas plebiscitarias. Representan nada menos que un 11.21% del caudal total de votos frentistas o el 5.26% del total de votos emitidos.
No se trata, desde luego, de un conjunto homogéneo, aunque sin duda más sensible a la rebeldía que al mero electoralismo continuista de los partidos tradicionales y sus satélites minoritarios. Los partidos tradicionales proponen un vínculo estrictamente electoralista, cimentado en la seducción marketinera, con representantes tan profesionalizados como autonomizados. Mientras tanto, el FA bascula entre un continuismo representativo puro y un mayor énfasis en la ejecución rigurosa de un programa detallado, además de la organización y consulta regular de sus bases militantes. Cuanto más conservador en su adhesión al régimen se presente, menores serán sus posibilidades de diálogo con segmentos significativos de una ciudadanía descorazonada.
La derecha comprendió con agudeza en la década del ’90 que la diversidad de actores, cubriendo un amplio arco ideológico mediante la ley de lemas, la seducción caudillezca y el marketing electoral, no detenía el arrollador crecimiento de un FA que se implantaba en los territorios y organizaciones de la sociedad civil proponiendo mediaciones participativas e incluyentes, no meramente electorales, además de un programa crítico y transformador del statu quo. Fue por esto que se impulsó el actual sistema cuyo desenlace es el balotaje, y no se equivocaron.
De las 6 experiencias electorales nacionales desde entonces, el FA ha ganado todas, incluyendo su peor votación en 2019. La tabla muestra que siempre se impuso frente a la primera y segunda minoría, representadas por los partidos tradicionales, los únicos con posibilidades de acceder a la segunda instancia. A simple vista, esta afirmación podría parecer incorrecta, pero es preciso recordar que en el cálculo de 1999 no incluí los 97.943 votos obtenidos por el “Nuevo Espacio” liderado por Rafael Michelini, el cual luego se integró orgánicamente al FA (ningún fugitivo frentista logró sobrevivir por fuera aún). Esto contrasta con las coaliciones de 1999 y 2019, lideradas por los partidos Colorado y Nacional respectivamente, que en ambos casos tejieron un apurado y tardío tapiz de lemas independientes con el único fin de frenar al FA, replicando la estrategia de cambio de reglas de tres décadas atrás. Una alfombrita bajo la cual continuar barriendo sus suciedades. Esta trayectoria se perfila con más nitidez en la curva electoral que deriva de la tabla, dibujando la historia de cada lema y su relevancia en el devenir electoral del país.
Resulta interesante observar, sin que esto desaliente el más mínimo esfuerzo militante por la conquista de cada voto, el trasiego de sufragios entre la primera y segunda vuelta en las experiencias pasadas. Solo podemos analizar cuatro casos, ya que en 2004 el FA arrasó en la primera vuelta, y la elección actual aún se encuentra en curso. A tal efecto, elaboré un cuadro considerando los movimientos de votos en las siguientes categorías electorales entre ambas vueltas:
- El FA
- Los votos de las coaliciones derechistas efectivas que fueron confrontando al FA, medidos por el total al candidato de la segunda minoría (Colorada y Blanca, en cada caso)
- La sumatoria de los votos blancos y anulados
- La deserción
- El valor hipotético de una suerte de coalición ideal que suponga la sumatoria absoluta de los votos de cada lema
Los tres primeros, que representan la totalidad de los votos positivos crecieron en la segunda instancia. Inversamente, disminuye la deserción. Esto indica que, en términos generales, aumenta el interés por el momento decisivo del poder ejecutivo (salvo en la elección anterior, 2019, curiosamente la peor para el FA). Sin embargo, lo más llamativo es que las coaliciones sucesivas, pierden votos respecto a la teórica adhesión de sus bases constitutivas hacia su forzoso candidato. Detengámonos un momento. Las coaliciones siempre crecieron en un volumen considerable frente al FA, con valores que oscilan entre 2 y hasta cisi 4 veces más, pero decrecen respecto a su potencialidad. Mientras el FA ha crecido en promedio en torno a 130.000 votos, es probable que la coalición haya cedido buena parte de los 100.000 votos que ha perdido promedialmente en el camino.
Es necesario realizar una aclaración metodológica sobre los cuadros elaborados. Con los datos disponibles en la página de la Corte Electoral resulta imposible construirlos, ya que, al menos en el acceso público, no se encuentra toda la serie analizada ni las precisiones necesarias para su confección. Para ello, recurrí a Wikipedia, que ha normalizado la información general, a medios de prensa -que probablemente se basen en datos proporcionados de manera discriminatoria por la Corte, al igual que a partidos políticos- y a mis propios artículos y documentos escritos en elecciones pasadas. Por ejemplo, los datos sobre los resultados electorales en Montevideo de la semana anterior fueron extraídos de la copiosa e interactiva infografía del diario El Observador, basada en datos de la Corte Electoral a los que el público no puede acceder. Sería deseable que en el futuro se garantice pleno acceso a la información pública y se organicen todos los datos retrospectivamente, conforme a parámetros y estándares regularizados e internacionalmente aceptados.
Las coaliciones segundovueltistas, centradas siempre en los dos partidos históricos del conservadurismo, exhiben una debilidad estructural en la fidelización de votantes en momentos decisivos. Quizás advertir esta fragilidad les haya impedido constituir un único lema, que solo hipotéticamente, desde una perspectiva algebraica, les hubiera permitido mayor influencia en los poderes del Estado, como expuse en el artículo pasado. Esta dificultad para fidelizar votantes termina redundando en una ganancia para el FA, más allá de que otra parte de estos votos acabe nutriendo el crecimiento de los votos en blanco y anulados. En cambio, es casi imposible concebir que electores frentistas de primera vuelta aporten algo a la coalición. En el próximo balotaje, es probable que el FA capitalice una fracción indeterminada de los votantes de Asamblea Popular y Peri, quienes, a pesar de su sectarismo simplista, reconocen en el FA un ideario de izquierda. No es improbable, además, que algunos electores de la reciente Identidad Soberana hayan encontrado refugio entre frentistas desencantados, atraídos por un discurso extravagante y multicrítico, no exento de una agresividad “a la mode”. Al mismo tiempo, la reducción en la deserción promedio refleja un creciente interés por el poder ejecutivo en particular, como ya sostuve, tal vez más motivado por el espanto que por la conciencia cívica.
Si bien las convocatorias a las urnas son momentos determinantes para configurar los poderes y cuestionar la relación entre representantes y representados, el FA carga con la responsabilidad de reavivar ese vínculo con la máxima regularidad, no empujado por plazos electorales ni por relajaciones delegativas. Al contrario, debe convocar a una vigilia movilizada y participativa, dedicada a la conquista y defensa de nuevos derechos y libertades. Sin ese lazo activo y atento, solo pueden esperarse las sombras del desencanto y la abulia de la frustración. Los esfuerzos actuales por pelear cada voto deben ser algo más que la disputa de una silla en la torre ejecutiva: un acto de resistencia y de recuperación de una memoria que recupere la caligrafía emancipatoria en el raído cuaderno de la historia.
Emilio Cafassi (Profesor Titular e Investigador de la Universidad de Buenos Aires).
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