Tabaré Vázquez, en Uruguay, demuestra ahora que en un país ignorado y herido, en un país donde se pretendía privatizar hasta el agua, en un país del que todos querían huir han triunfado la corduray el amor patrio.Elena Poniatowska (Escritora mexicana) ¿Qué diferencia abismal existe entre la asunción del mando y el asalto al poder? […]
Tabaré Vázquez, en Uruguay, demuestra
ahora que en un país ignorado y herido,
en un país donde se pretendía privatizar
hasta el agua, en un país del que todos
querían huir han triunfado la cordura
y el amor patrio.
Elena Poniatowska (Escritora mexicana)
¿Qué diferencia abismal existe entre la asunción del mando y el asalto al poder? Blancos y colorados durante decenas de años ocuparon en gobierno utilizando a través de él toda una gama de mecanismos «clientelísticos» que bañaron la totalidad de la actividad mostrando como lograron empobrecer a un país que se había enriquecido como consecuencia del comercio de materias primas sin industrializar durante las conflagraciones armadas.
Esa riqueza que, de alguna medida fue la que determinó, el desarrollo de la imagen de un país próspero, con la construcción de la llamada «tacita de plata», un Montevideo, rumboso y sorprendente, con edificios levantados a principios de siglo con planos europeos que todavía asombran por su factura lujosa.
Un país que durante algunos años de esplendor pudo vivir de exportaciones de materias primas, con precios infrecuentes para la época y realmente «notables» para un país en vías de desarrollo, calificación moderna que no es equivocado aplicar, retrotrayéndola a esa etapa del Uruguay. Junto a la riqueza el batllismo gobernante instauró el «clientelismo». Todas las actividades fueron inmersas en esa modalidad de gestión en base a la que todos los habitantes del país, de la actividad pública (creciente) y también la privada, acostumbrada esta última a amasar fortunas en base a la dependencia del Estado benefactor, ajustaban sus vidas a mecanismos estrechamente vinculados a la dádiva política solo posible por la existencia de un Estado rico.
No hablamos solo del masivo ingreso de trabajadores a la función pública, mecanismo de enganche político que creo una gigantesca burocracia, basada en que el país tenía reservas suficientes para distribuir parcelas de riqueza que, en definitiva, se dilapidó a niveles sorprendentes tal como han concluido muchos analistas agudos de la realidad.
Recordemos – salteándonos etapas – la situación floreciente del Banco de Previsión Social (otrora Caja de Jubilaciones), que no solo daba prestaciones adecuadas sino que, además, compensaba a sus empleados con aguinaldos dobles y triples, sueldos multiplicados, etc. No dejemos pasar otras regalías. A quienes habían tenido la suerte de ingresar en ese ámbito de la administración pública, no solo se le entregaban los fondos necesarios para adquirir una vivienda, sino que además se tenía la «generosidad» de brindarles otra suma importante para su alhajamiento. Y, las cuotas de amortización, generalmente a treinta años de plazo, eran fijas. No se modifican en base a las otras variables de la economía.
Y este ejemplo no era el único. Podríamos historiar otros casos, en diversas dependencias estatales, verdaderas «jauja» en un país de riqueza fácil.
Claro, la época de vacas gordas un día se terminó y la explotación extensiva de nuestra riqueza agropecuaria dejó de ser suficiente para que los uruguayos, metidos hasta la orejas en el clientelismo, pudiéramos mantener «aquel» nivel de vida. El país se fue latino americanizando, cayendo en un proceso de continuo deterioro. Para mantener algunos elementos del esplendor pasado se debió recurrir a los empréstitos internacionales. Ya no era posible seguir levantando los palacetes del período de bonanza que crecieron en la zona del Prado y en los «nuevos» barrios de la costa. También se hizo difícil seguir construyendo las casas de veraneo en la zona balnearia. Recordemos que la masiva construcción de vivienda para sectores de la clase media fue, en su momento, ejemplar en materia de confort y calidad arquitectónica. Bellísimas casas, funcionales en su concepción, que construidas por la empresa Bello & Revorati, tienen hoy un valor acrecentado de venta ya que se conservan como patrimonio de la mejor y más cálida arquitectura. Por supuesto que en ese proceso también el crédito estatal funcionó a toda máquina.
Fue una etapa de bonanza, de crecimiento de las clases medias, introducidas en un proceso «clientelistico» que bañó todas las actividades de la sociedad. La incipiente industria que fue armándose en el país tampoco estuvo exenta de ese fenómeno. La misma se levantó a influjos del apoyo estatal, privatizando las ganancias y – con el temor de ser repetitivo en el concepto – socializando siempre las pérdidas Fue un proceso de industrialización destinado a enriquecer a algunos que, en base a fagocitar al Estado, amasaron fortunas.
¿Qué ocurrió también en relación a la producción agropecuaria? Cuando la etapa de las «vacas gordas» finalizó, muchos siguieron «viviendo» del Estado, obteniendo prestamos que sirvieron para mantener un nivel de vida alejado de las posibilidades de su «negocio» Y ello sin contrapartidas ni mayores obligaciones, porque las leyes que perdonaron los adeudos se sucedieron unas tras otras. Un «perdona tutti» infrecuente a nivel internacional por su generosidad irresponsable.
Claro, en algunos casos, hay excepciones que, obviamente, en este largo proceso solo sirven para confirmar la regla.
Y ni hablar del sistema financiero, verdadera sanguijuela que resolvió sus crisis vendiéndole al propio Estado «carteras» de pasivos incobrables , recibiendo muchos millones de dólares a la «cuenta del olvido», siempre proporcionados por gobiernos cómplices del brutal latrocinio.
Enumerar los períodos históricos en que esas situaciones se produjeron no es necesario, porque los memoriosos ya lo saben y las nuevas generaciones concientes tienen el ejemplo de lo ocurrido durante el 2002, en que el gobierno del doctor Jorge Batlle, al igual de lo que ocurriera desde siempre, prácticamente liquidó las finanzas del país – inclusive vació las arcas de los recursos destinadas a las erogaciones presupuestales – intentando salvar a «un muerto» que era imposible de resucitar. Fue este un ejemplo paradigmático de transferencia del ingreso.
Como dice la escritora mexicana en el acápite, Uruguay, un país ignorado y herido por tantos años de clientelismo, en que toda la actividad – incluso la que parecía más independizada de la influencia estatal – dependió de la «leche» que podía proporcionar el Estado. Un país que se desarrolló, también es bueno reconocerlo, por la acción de algunos gobiernos encabezados por personajes visionarios (José Batlle y Ordóñez) que pusieron la piedra fundamental de todo el andamiaje de las empresas públicas que, obviamente, al influjo de las necesidades del desarrollo, comenzaron a convertirse en «monstruos» cuyo gigantismo distorsionó, de muchas maneras, las posibilidades del progreso complementario y autónomo del resto de la sociedad. Pero, el análisis de este aspecto exige una reflexión profunda sin preconceptos que puedan desubicar las imprescindibles conclusiones.
Pero, pese a todo lo que nos falta para arribar a ello es evidente que ya se ha producido un cambio. A este país herido, del que todos querían huir, ha llegado con Tabaré Vázquez la cordura y el amor patrio. Ello es más que una buena noticia, es un hecho histórico que coloca también sobre los ganadores de la elección una enorme responsabilidad.
A Vázquez, entre todos, lo debemos apuntalar para que no tenga flaquezas en su trascendental, pesada e histórica tarea.
La de construir el nuevo Uruguay.
(*) Periodista. Secretario de redacción del diario LA REPUBLICA y del suplemento Bitácora. Montevideo. Uruguay.